La batalla cultural de la nueva derecha

Emmanuel Rosas Chávez[1]

En las discusiones sobre la vida pública suele haber un tipo de intelectual que defiende sus posturas desde una posición de superioridad —y racionalidad, supone—. Su forma de atacar las opiniones contrarias, especialmente aquellas que le parecen irracionales, es la condescendencia y a menudo la burla. Esta clase de intelectual tiene demasiada fe en su razón, pues confía que en la batalla de los argumentos ésta siempre saldrá avante mientras que la irracionalidad caerá por su propia debilidad. Para que se entienda: el arquetipo de intelectual que describo, tomando el ejemplo del escritor sudafricano J.M. Coetzee[2], defendería públicamente la negativa de una persona a comer carne de cerdo, aunque en el fondo piense que se trata de un tabú producto de “la ignorancia y la superstición”.

Esta actitud intelectual condescendiente y autocomplaciente es moneda corriente en algunos sectores de la izquierda cuando se refieren a la derecha[3], lo cual tiene principalmente dos consecuencias. Por un lado, implica la renuncia por parte de ciertos grupos de izquierda a dimensionar la complejidad de algunas posturas de la derecha —principalmente de los grupos con posiciones más radicales y extremas[4]— y, en consecuencia, hay la tendencia a minimizarlas, pues se considera que son opiniones disparatadas de pequeños grupos aislados a los que no vale la pena prestar atención. Por otro, dado que se asume que dichos puntos de vista de la derecha son minoritarios, insostenibles e incluso risibles, una parte de la izquierda opta por debatirlos en el entendido de que caerán por su propio peso, lo cual sólo da plataforma a las voces más radicalizadas e intolerantes de la derecha.

En ese sentido, considero que la izquierda enfrenta una encrucijada y debe asumir una tarea contradictoria que consiste, por un lado, en explicarse a sí misma el porqué de la aceptación —por minoritaria que se quiera— de algunas posturas derechistas claramente antiderechos —pienso en los discursos xenófobos o machistas— sin que esto, por otro lado, conlleve hacer eco de las mismas. Asumiendo esta complejidad, en las líneas que siguen expongo algunos rasgos de la derecha de nuestro tiempo a partir de la lectura de El libro negro de la nueva izquierda: ideología de género o subversión cultural (en adelante El libro negro), de los argentinos Agustín Laje y Nicolás Márquez.

El libro negro se divide en dos partes. En la primera, los autores analizan el postmarxismo y lo que denominan feminismo radical, mientras que en la segunda exponen lo que llaman homosexualismo cultural. El apartado sobre el postmarxismo es interesante, pues a partir de él los autores establecen su propósito. Explican el paso del marxismo clásico, de carácter economicista y con la preminencia de la clase obrera como sujeto político, al postmarxismo, en el cual los aspectos económicos y las clases sociales dejan de ser los elementos teóricos relevantes. Con base en esta descripción, los autores sostienen que “la izquierda ha terminado de traer, por fin, a primer plano, la relevancia de una lucha ideológica que ha determinado la muerte de la lucha de clases y el consiguiente nacimiento de la batalla cultural” (p. 26). Si la nueva izquierda ha iniciado una batalla cultural, ¿por qué no también la derecha? La nueva derecha tiene muy clara su intención de dar una batalla cultural, que consistiría en hacer sus posturas de sentido común o por lo menos que se hable de ellas.

En este texto me propongo no tanto combatir con ella —la nueva derecha—, pues implicaría hacerlo en su campo y bajo sus condiciones, tan sólo me limito a exponer sus armas para que desde la izquierda sepamos lo que enfrentamos. Para este propósito sigo dos premisas. Primero, sostengo que las opiniones de El libro negro están pensadas para un público en particular al que no debe minimizarse ni caricaturizarse desde la izquierda. Segundo, considero que el terreno en el que se mueven los autores no es el de los argumentos de ahí que para rebatirlos haya que movernos a otro lado, pues sería ingenuo pensar que en un debate pactado en las reglas de la razón —lo que esto quiera que sea— se decidirá cuáles puntos de vista son los más sensatos para la convivencia social. Veamos.

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Hay un público de la nueva derecha. Cuando surgió la idea de escribir sobre El libro negro mi primera tarea fue obtenerlo, pero no quería comprarlo. Para mi buena suerte no hizo falta desembolsar un peso, pues si uno teclea el título en el buscador de Google el tercer resultado es su versión digital de libre acceso. Mientras que los dos primeros resultados son anuncios de Amazon del formato impreso y en Kindle. Asimismo, El libro negro tiene amplia disponibilidad en librerías como El Sótano, Gandhi e incluso el Fondo de Cultura Económica (FCE). Lo que quiero decir con esto es que existe un público de la nueva derecha. Y es un público que vende[5], pues estoy seguro que una institución como el FCE no se jactaría de un catálogo ultraderechista.

Dicho público es amplio, o al menos nada despreciable. Al momento en que escribo, El libro negro cuenta con 486 opiniones en Amazon y con 139 en Google. No es que sean cifras muy altas, pero es raro encontrar libros que provoquen tamaña reacción. Desde luego no todas las valoraciones son favorables (el promedio de las dos plataformas es de 4.5 estrellas de 5 posibles), pero lo destacable es que se trata de un libro que ha suscitado discusión. La mayoría de estas opiniones son de hombres y, si nos guiamos por las fotos de sus perfiles, se podría afirmar que en su mayoría son jóvenes. Desde otro ángulo, el canal de YouTube de Agustín Laje, uno de los autores, cuenta con 1.13 millones de suscriptores. Sólo para dimensionar: el canal del presidente argentino Alberto Fernández apenas cuenta con 76 mil 300 suscriptores.

Entre los comentarios favorables se puede leer que El libro negro es “una herramienta muy clara para comprender grandes mentiras que se nos han enseñado como algo bueno” o que “es claro en cada tema, esta [sic.] escrito por genios, con el don de la palabra, este libro es de lectura exclusiva para público pensante, audaz”. Desde el lado opuesto, las opiniones adversas se limitan a decir que “es un libro lleno de simplificaciones falaces, hombres de paja tergiversaciones, etc, etc para engañar a incautos [sic.]” o alguien comenta que acaba de “descubrir que a un amigo le gusta esta basura”. Coincido en que el libro abunda en simplificaciones y en falacias, pero lo que me interesa destacar es que para gran parte de su público lector esto no importa y, al contrario, los intentos por refutarlos sólo reafirman sus opiniones y alimentan un sentimiento antiintelectual.

El antiintelectualismo. Entre mediados del siglo XVII y hacia finales del XVIII floreció en Europa el movimiento cultural e intelectual de la Ilustración. No fue algo homogéneo, pero bajo el supuesto de que con la razón se podía acceder a todo tipo de respuestas concibió una serie de ideas más o menos reconocibles sobre la ciencia, el arte, la política y la sociedad. De acuerdo al pensador inglés Isaiah Berlin, la Ilustración fue atacada en su seno por Montesquieu y por Hume. Pero el ataque más encendido vino desde Alemania.

Durante el periodo de auge de la Ilustración, lo que hoy es Alemania era una comunidad venida a menos. No tenía —como en el Renacimiento— a un Alberto Durero que contribuyera a la cultura europea. Además, había un “complejo de inferioridad” frente a al Estado de Francia: allá se escuchaba música magnánima; aquí, melancólica. En este contexto surgió el movimiento pietista, que contó entre sus principales figuras a Filipp Jakob Spener, August Hermann Francke y Nikolaus Ludwig von Zinzendorf. El pietismo fue una de las raíces del romanticismo que, inspirado en el luteranismo, pugnaba por la relación directa de las personas con Dios. Por eso daba más importancia a la vida espiritual que al aprendizaje, el cual era considerado como pompa y adorno. El ánimo pietista queda resumido en una frase de Zinzendorf: «Aquel que intente comprender a Dios con su intelecto se volverá un ateo».[6]

En cierto modo, el ánimo antiintelectual del pietismo es compartido por los lectores de la nueva derecha. Por ejemplo, entre los comentarios en Google se lee que El libro negro “a pesar de ser descalificado por varios «expertos» o «cultos» en la investigación social, mantiene un formato agradable en las citas donde expone su punto de vista”. Además, hay quienes explícitamente dicen que las actitudes intelectuales que pretenden refutar las ideas de los autores de El libro negro no hacen más que reafirmarlas entre su público: “si vemos que todos dicen que es «refutable», y solo se basan en el video de un furro en youtube, simplemente triste. No se dan cuenta que actuando como actuan, le estan dando la razon al libro [sic.].”

Sin embargo sería un error inferir con estos ejemplos que toda la nueva derecha es antiintelectual.[7] De hecho, entre los lectores de El libro negro hay quienes revindican una postura que se pretende erudita: “este libro es para personas con un pensamiento científico, altamente recomendable para todos los que tienen hambre del saber” o afirman que el libro cuenta con “una excelente recopilación de información Histórica y Científica.” Así pues, el antiintelectualismo no es el único recurso de la nueva derecha, también se vale de lo contrario, es decir, de calificar a las personas que se asumen de izquierda como ignorantes y, en el peor de los casos, como tontos útiles que sirven a una conspiración de la izquierda a nivel global y particularmente en América Latina como exponen los autores de El libro negro.

Sobre el estilo paranoico. En su clásico ensayo The Paranoid Style in American Politics (1964), Richard Hofstadter[8] afirmaba que la derecha estadounidense del siglo XIX concentraba en los extranjeros sus temores conspiratorios, mientras que para la derecha de su tiempo los conspiradores y los traidores también se podían encontrar en casa. Hoy día ocurre algo distinto, pues la nueva derecha basa sus teorías de la conspiración en una mezcla de lo que considera problemas internos y externos (migración, seguridad o corrupción, por mencionar algunos).[9] Ejemplos de ello son la teoría alentada por el presidente de Hungría, Viktor Orbán, de que el multimillonario judío y húngaro-estadounidense George Soros está detrás del aumento de la inmigración masiva hacia Europa, así como los temores en países de Europa Occidental a la islamización provocada por los inmigrantes de origen musulmán.

El libro negro, desde luego, tiene un tono paranoico que hace eco de supuestas conspiraciones de la izquierda latinoamericana. Desde la introducción, Agustín Laje y Nicolás Márquez sugieren que tras la caída del Muro de Berlín (1989) Fidel Castro, entonces presidente de Cuba, y Lula Da Silva, en aquel momento joven dirigente brasileño del Partido de los Trabajadores, se propusieron sustituir al “imperialismo ruso”, para lo cual congregaron a diversas fuerzas de izquierda en el Foro de Sao Paulo (1990). Pero el año decisivo del “contubernio trasnacional” de las izquierdas fue 1992. Según los autores, la prueba de que la izquierda latinoamericana se tramaba algo grande es el hecho de que en dicho año coincidieran una marcha indigenista en Bolivia, una ecologista en Brasil y otra del orgullo gay en Argentina, el ascenso de políticos como Hugo Chávez en Venezuela o Evo Morales en Bolivia, así como la publicación de El género en disputa de Judith Butler (que no aclaran que fue publicado en 1990). Por sí faltara algo, explican que en 1992 los grupos del “anticomunismo capitalista” estaban “despreocupados y festivos” leyendo con ánimo triunfalista El fin de la historia y el último hombre, de Francis Fukuyama, pues suponían la caída definitiva del comunismo sin reparar en que no murió, sólo pasó por una metamorfosis.[10]

Para propagar el temor al comunismo los autores se valen de dos estrategias. En primer lugar, utilizan la imagen que ve con sospecha todo lo relacionado con Rusia [11]—con la URSS más precisamente—. De este modo, afirman que durante la década de 1920 el modelo soviético se resumió “en la destrucción de la familia” (p. 44) o que “las golpizas contra las mujeres fueron también algo corriente” (p. 47). Es una imagen que debe mucho al clima político de la Guerra Fría a mediados del siglo XX y que habría que remontar al artículo “The sources of Soviet conduct” (1946) de George Kennan, uno de los artífices de la política exterior estadounidense de la contención soviética. En segundo lugar, está lo que César Morales Oyarvide llama el “mito del corrimiento a los extremos”[12], que consiste en afirmar que algunas posturas de izquierda son igual de extremistas y peligrosas que las de la derecha. En este sentido, los autores de El libro negro se refieren al comunismo y al nazismo como “primos hermanos” (p. 43) y afirman que lo que provoca críticas e indignación cuando se habla del nazismo nunca se observa cuando “lo que se procura reivindicar es el comunismo” (p. 43).

Así pues, El libro negro tiene un tono paranoico que recurre a generalizaciones y simplismos como la imagen de que la URSS significó el abismo para las mujeres, pero más allá de estas imágenes ¿cuál es la posición del libro, y en general de la nueva derecha, respecto a las mujeres?

La nueva derecha y las mujeres. Como hemos visto, la mayoría de los lectores de El libro negro, al menos los que se observan en las interacciones de Internet, son hombres. A pesar de este componente de género, no habría que simplificar la relación de la nueva derecha con las mujeres. De hecho, en Europa destacan algunas mujeres como líderes derechistas en sus países, tal es el caso de Marine Le Pen en Francia o el de Frauke Petry en Alemania. Por otra parte, históricamente las orientaciones de derecha se han caracterizado por un «sexismo benévolo»[13], que considera a las mujeres como “moralmente puras y físicamente débiles”, además de que se las ve como la piedra angular de la familia, la raza o la nación.

En El libro negro, Agustín Laje y Nicolás Márquez hacen eco del «sexismo benévolo» e incluso dicen estar a favor de la primera ola del feminismo, pues consideran que la reivindicación de derechos civiles y políticos para las mujeres “lejos de representar un mal social, fue un gran aporte en favor de la Justicia” (p. 34). No obstante, sostienen que los posteriores movimientos feministas desvirtuaron el feminismo inicial —por eso sugieren llamarlo ahora “hembrismo” y a sus adeptas “feminazis”—, y más bien fueron una amenaza a las instituciones “funcionales al capitalismo: la familia monogámica, la prohibición del incesto y la pedofilia, la heterosexualidad, etcétera” (pp. 60-61). Es tal el tamaño de la amenaza feminista, que no creen “exagerado intuir que pronto estaremos en la puerta de una verdadera ‘dictadura de género’” (p. 103).

En este punto, Agustín Laje y Nicolás Márquez se desmarcan del «sexismo benévolo» y se acercan a lo que se conoce como «sexismo hostil»[14], el cual percibe a las mujeres como “moralmente corruptas y políticamente poderosas.” El «sexismo hostil» también modifica la idea de masculinidad, pues a diferencia del «sexismo benévolo» no considera que los hombres sean poderosos y protectores de las mujeres, más bien los ve amenazado por ellas.[15] El «sexismo hostil» está muy extendido en subculturas digitales de hombres —en su mayoría jóvenes— como los gamers o los incels (célibes involuntarios), grupos que se sienten agraviados por las mujeres, por lo que su violencia hacia ellas —traducida en acoso digital, pero a veces de forma más grave— no sólo la consideran “un acto aceptable, sino incluso de justicia.”[16] Además, la dinámica del mundo digital favorece que estos grupos refuercen sus opiniones y encuentren un espacio en el que se sienten libres de expresarlas.

Hasta aquí he mostrado algunas características de la nueva derecha a partir de la lectura del libro de Agustín Laje y Nicolás Márquez. Pero hablando en términos de géneros de escritura, ¿qué tipo de texto es El libro negro?: ¿un libro académico?, ¿de divulgación científica?, ¿o qué es?

¿Es un panfleto? En los últimos tiempos el panfleto ha sido un género vituperado, incluso se lo ha convertido en insulto —panfletario— para descalificar adversarios en el campo de las ideas. Opino lo contrario, pues es un género de añeja prosapia que ha tenido entre sus plumas más lúcidas a un Thomas Paine o a un Voltaire. Su estilo es la polémica, un estilo que requiere temple, respeto y, desde luego, elegancia. La polémica es como desenvainar la espada sin empuñarla. El panfletista no necesariamente busca convencer a sus oponentes, pues de antemano ha definido su público —aquel que coincide con él y al cual busca encender—, no obstante, como advertía Borges a propósito del arte de injuriar, procede “con especiales desvelos, de los que suele prescindir en otras ocasiones más cómodas.” Todos estos rasgos están ausentes en El libro negro, por lo que sería impreciso —clemente— llamarlo panfleto.

No es mi intención encontrar un género para El libro negro, sino mostrar su forma de proceder carente de todo desvelo. En primer lugar, los autores se erigen como abanderados de la incorrección política. ¿Que si son discriminadores, machistas u homofóbicos? ¡Y qué!, responden Agustín Laje y Nicolás Márquez. Su libro no es para “agradar a los usurpadores del monopolio de la corrección y la bondad sino precisamente para cuestionarlos” (p. 9). En segundo lugar, a sabiendas de que ello no importa a la mayoría de su público, explícitamente hacen uso de fuentes falsas. No es sólo que tergiversen o den información a medias, sino que pasan por verdaderas fuentes que abiertamente tienen una función distinta a la de informar. Por ejemplo, escriben que las feministas en Colombia buscan prohibir los mariachis debido a sus letras patriarcales (p. 102). La fuente es Actualidad Panamericana, que se describe como un sitio que “inventa a diario noticias en tono de sátira para criticar los males de nuestra sociedad y, paradójicamente, se ha consolidado como uno de los portales con mayor credibilidad del país.”

***

Este es el proceder de los autores de El libro negro y cabría decir que el de gran parte de la nueva derecha. La cuestión, no sólo para la izquierda sino para cualquiera con un poco de ecuanimidad, es qué hacer frente a quienes atacan posturas que no son corrección política sino el mínimo de respeto que exige la convivencia social y que para hacerlo no tienen empacho en recurrir a mentiras. ¿Hay que debatirlos? No creo, pues no quieren y ello podría sólo hacer eco de sus ideas. Pienso que hay que limitarse a entenderlos, lo cual no implica excusarlos sino empezar a desarmarlos. Esto último, espero, es lo que he intentado en las páginas precedentes.

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[1] Agradezco a María Agostina Saracino y a Hugo Garciamarín por sus provocadores e inteligentes comentarios.

[2] J.M. Coetzee. Contra la censura: Ensayos sobre la pasión por silenciar, Debolsillo, Buenos Aires, 2014, p. 18.

[3] Considero vigente la distinción entre izquierda y derecha para organizar el universo político. Siguiendo a Norberto Bobbio, creo que “la desautorización de la díada [izquierda-derecha] se convierte en un expediente natural para ocultar la propia debilidad” de alguna de las partes. Véase Norberto Bobbio. Derecha e izquierda: Razones y significados de una distinción política, Taurus, Madrid, 1996, p. 66. Una consecuencia del rechazo a la díada izquierda-derecha sería el establecimiento de falsas igualdades, como la identificación del socialismo igual a totalitarismo y capitalismo igual a democracia. Véase Octavio Rodríguez Araujo. Derechas y ultraderechas en el mundo, Siglo XXI Editores, México, D.F., 2004, p. 38.

[4] Según Cas Mudde, la ultraderecha se subdivide en extrema (se opone en esencia a la democracia) y radical (sólo rechaza algunos aspectos de la democracia liberal). Dado que mi interés no está en esas diferencias, podría hablar en un sentido general de la ultraderecha. Sin embargo, opto por el término nueva derecha para polemizar con El libro negro de la nueva izquierda, que es el espejo a través del cual intento ver algunos rasgos de la ultraderecha. Véase Cas Mudde. La ultraderecha hoy, Paidós, Barcelona, 2021. (Versión electrónica).

[5] Es un fenómeno similar al de la relación de la nueva derecha con los medios de comunicación. “Una foto o un vídeo de un grupo de skins con tatuajes nazis es algo demasiado llamativo como para no enseñarlo. Los directores y editores saben que algo así atrae «miradas», lo que se traduce en ingresos, por lo que lo convierten en noticia.” Véase Ibídem., pp. 125-126.

[6] Sobre el movimiento pietista y la Ilustración véase Isaiah Berlin. Las raíces del romanticismo, Taurus, México, D.F., 2015, pp. 51-79.

[7] Entre la nueva derecha hay grupos con un programa abiertamente intelectual como es el caso de la nouvelle droite en Francia, cuyos “orígenes se remontan al Grupo de Investigación y Estudios para la Civilización Europea (GRECE), fundado en 1968 y cuya figura principal es Alain de Benoist.” Véase Cas Mudde. La ultraderecha…, op. cit., pp. 66-67.

[8] Richard Hofstadter. The Paranoid Style in American Politics and Other Essays, Vintage Books, New York, 2008, pp. 51-52.

[9] Cas Mudde. La ultraderecha…, op. cit., pp. 43-50.

[10] Al respecto, Mercedes F. López Cantera analiza la persistencia histórica del comunismo como enemigo de las derechas en Argentina. Véase Mercedes F. López Cantera. “El comunista puede ser vos: Sobre la lógica contrarrevolucionaria de las derechas de los años treinta argentinos y su herencia”, Presente, 11 de noviembre de 2021. Disponible en: https://revistapresente.com/presente/el-comunista-siempre-puede-ser-vos/.

[11] Al respecto, Rainer Matos explica en un artículo sobre las más recientes elecciones parlamentarias en dicho país que “el universo político ruso pintado desde la prensa occidental —malvado, homogéneo y totalitario— es un disparate”. Véase Rainer Matos Franco. “El pulso y el cálculo: La elección parlamentaria en Rusia de 2021”, Presente, 23 de septiembre de 2021. Disponible en:  https://revistapresente.com/contextos/el-pulso-y-el-calculo-la-eleccion-parlamentaria-en-rusia-de-2021/.

[12] César Morales Oyarvide. “La ultraderecha según la comentocracia”, Presente, e insertar vínculo.

[13] Cas Mudde. La ultraderecha…, op. cit., p. 172 y ss.

[14] Ibidem., p. 173

[15] Ibidem., p. 174

[16] Al respecto, sugiero revisar un interesante ensayo de César Morales Oyarvide. “La oposición “incel” en el mundo Twitter”, Este País, 2 de junio de 2021. Disponible en: https://estepais.com/tendencias_y_opiniones/politica/la-oposicion-incel-en-el-mundo-twitter/.

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