El pulso y el cálculo: la elección parlamentaria en Rusia de 2021  

Por Rainer Matos Franco

Del viernes 17 al domingo 19 de septiembre aproximadamente la mitad del electorado ruso salió a votar en elecciones parlamentarias para conformar la VIII Duma estatal, Cámara baja del poder legislativo de la Federación Rusa. La mitad de los asientos (225) se eligieron por el voto plurinominal mediante listas (voto por partido) y la otra por distritos uninominales (voto por un solo candidato). El partido gobernante, Rusia Unida, obtuvo 49.82% del voto plurinominal y arrasó en los distritos uninominales, con lo que al final tendrá 324 de 450 asientos en la Duma (19 asientos menos que en la VII Duma). El Partido Comunista fue segundo con 18.93% y un total de 57 asientos (15 escaños más que la vez pasada). El Partido Liberal Democrático —que, dice el viejo chiste, no es ni liberal ni democrático— fue tercero con 7.55% y Rusia Justa, partido “socialista”, cuarto con 7.46%. Se coló en el voto plurinominal un partido novato, Gente Nueva, de corte liberal, que al rebasar 5% obtuvo representación.

Dos cosas quedan —aún más— claras al observar los resultados. La primera es que en Rusia el voto importa: hay un pluralismo político, con 15 partidos en una boleta enorme, y se puede votar por cualquiera de ellos. Hay un espectro partidista donde convergen todas las ideologías, desde la ultraizquierda hasta la ultraderecha o, visto de otro modo, desde los más estatistas hasta los más libertarios. La campaña electoral también reflejó esa pluralidad, aunque los partidos tradicionales, con representación parlamentaria, tuvieron más visibilidad al gozar de más recursos para vender su imagen. Las encuestas de opinión públicas, privadas, partidistas e independientes recogieron las preferencias electorales de manera genuina y no distaron mucho entre sí ni frente al resultado electoral. O sea que el universo político ruso pintado desde la prensa occidental —malvado, homogéneo y totalitario— es un disparate, lo cual no significa que el sistema no tenga visos de un autoritarismo electoral clásico.

La segunda característica refrendada en la jornada electoral, derivada de la importancia del voto, es la confirmación de esos cuatro partidos como los más populares en los últimos tres lustros. No sólo Rusia Unida es el más votado, sino que los tres partidos de oposición genuinamente tienen arrastre entre el electorado y una base política y partidista con presencia nacional, como se confirma al cotejar los resultados con las encuestas. Ya es lugar común vaticinar que Rusia Unida será primero, el Partido Comunista (PCFR) segundo, el Partido Liberal Democrático (LDPR) tercero y Rusia Justa cuarto. Así fue. Quedaba, sin embargo, la duda de si Rusia Justa sería quinto ante la irrupción de Gente Nueva, un partido que parece haber sido creado desde arriba para obtener el voto liberal (irónicamente, Rusia Justa también fue creada desde arriba con un propósito similar: recoger el voto comunista disidente). Pese a la “ayuda”, Gente Nueva logró sólo 13 escaños. Otra duda era si los comunistas, la principal oposición en el país desde 2003 —y el partido más votado entre 1995 y 2003—, rebasarían el 20% de preferencias. Inicialmente parecía que sí, y que se repetiría un escenario como el de 1999, cuando obtuvieron su mayor votación histórica con 24.29%. Sin embargo, según avanzó el conteo en la madrugada del lunes, el escenario se convirtió en uno parecido al de 2011: los comunistas bajaron a casi 19% del voto plurinominal. Sus líderes acusaron fraude en la votación electrónica para los distritos uninominales de Moscú y llamaron a protestar.

Diatribas aparte, que estos sean los partidos más populares del país, los más exitosos, y que se confirme cada tanto en encuestas y elecciones, también dista mucho del universo planteado por la prensa occidental, que con una visión tan ignorante como microscópica reduce “La Oposición Rusa” a activistas liberales con muy poco arrastre,[1] bajo el argumento de que los tres partidos que he mencionado están “alineados” con “El Kremlin”. En realidad, esa supuesta “alineación”, como resulta cada vez más claro, es más bien una negociación a partir del voto que cada uno calcula recibir, no a pesar de él (porque, otra vez, el voto sí importa). En ese sentido, el valor de las encuestas de opinión es crucial como cálculo del pulso social en la vida política rusa.

Ese juego político se palpa no tanto en elecciones parlamentarias, sino en las regionales. Es en ellas donde la oposición obtiene resultados favorables y a veces inesperados, como ocurre desde hace casi veinte años. El pasado domingo no fue la excepción, pues también hubo elecciones para gobernadores en nueve entidades federativas. Rusia Unida triunfó en siete. En las otras dos, Uliánovsk y Jabárovsk, ganaron respectivamente los candidatos del PCFR y el LDPR. Al saber por las encuestas que Alexéi Rúskij iba a ganar en Uliánovsk, Rusia Unida retiró a su candidato para que el PCFR ganara: un claro acuerdo previo. Ocurrió lo mismo en Jakasia y Oriol en 2018, por ejemplo. En Jabárovsk la popularidad del ex gobernador Serguéi Furgal, del LDPR, hoy arrestado, dio el triunfo a su cofrade Mijaíl Degtiariov, también con el apoyo tácito de Rusia Unida, que no presentó candidato. Eso sí: la Comisión Electoral tampoco permitió al PCFR presentar a su candidato, con tal de que el LDPR —en su acuerdo tácito con el gobierno— ganara cómodamente la región y, a su vez, mantuviera la estabilidad en Jabárovsk. Es importante entender que el LDPR ganó genuinamente en Jabárovsk, ahora convertida en su nuevo baluarte, aunque sin duda la competencia fue deliberadamente limitada. Curiosamente, en la elección parlamentaria, los habitantes de Jabárovsk votaron en masa por el PCFR, no por el LDPR, bajo la lógica de golpear a Rusia Unida. Otra vez: la oposición gana votos, a veces ayudada o limitada desde arriba, pero sobre todo respaldada de vez en cuando, aquí y allá, desde abajo, en muy diversos contextos locales.

Volviendo a la elección parlamentaria, también cabe entender que no es “una elección más”, sino que funge como antesala de la elección presidencial de 2024. No me concentraré aquí en las características y propuestas de los cuatro partidos principales. Baste concentrarse por ahora en Rusia Unida y el Partido Comunista, así como la situación de ambos a partir de la reciente elección y, sobre todo, rumbo a 2024.

Rusia Unida es el partido gobernante, con igual deferencia por derecha e izquierda, conglomerado de muy distintos intereses —económicos, regionales, sindicales—, creado a partir de la fusión de otros partidos entre 2001 y 2003, poco institucionalizado y cuyo único tegumento es la figura de Vladímir Putin. Rusia Unida es apenas una manifestación del régimen, pero ha habido un esfuerzo por hacer de ella la principal: es la única asociación que reúne al incómodo Presidente de la musulmana Chechenia con el de la budista Tuvá, al otrora Partido Agrario y su simbología y discurso comunistas con la elite financiera de Moscow City y las altas cúpulas militares. Pese a ciertos intentos genuinos de institucionalizar el partido en los últimos años, sobre todo de cara a una muy posible sucesión presidencial en 2024, y de convertirlo en el diluyente de todos los intereses que representa, Rusia Unida todavía gravita en torno a un personaje. Esa es su paradoja: su fuerza recae en la figura de Putin, que es también su mayor debilidad en un futuro nada lejano. Curiosamente, en esta elección la imagen del Presidente no se usó en la campaña, como sí ha ocurrido en años previos. El protagonista electoral fue el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, que encabeza la lista partidista y que cada vez más se perfila como el ungido para suceder a Putin. Otras figuras visibles en la campaña y en la lista partidista fueron el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, o el Dr. Denís Protsenko, director del hospital Kommunarka que atendió a miles de pacientes de Covid-19.

Esta elección sirvió para comprobar la fuerza real de Rusia Unida de cara a la elección presidencial de 2024. Aun si es genuino —con mayor razón si no lo es—, 49.82% del voto plurinominal para Rusia Unida es un golpe en las preferencias: quiere decir que una ligera mayoría del electorado, el otro 50.18%, no votó por el partido del gobierno en el voto plurinominal. Tampoco es que lo necesite, porque con su dominio en distritos uninominales obtuvo mayoría absoluta en la Duma. Además, el “putinismo” va más allá de Rusia Unida y salpica a otros partidos (Rusia Justa, Gente Nueva) y asociaciones políticas (el Frente Popular Panruso, por ejemplo). Sin embargo, no deja de ser incómodo para su imagen que el partido no logre siquiera llegar al 50% del sufragio, con mayor razón si hubo irregularidades deliberadas, como acusan los comunistas y algunos sectores liberales. En pocas palabras, lo más interesante es que, como en 2011, en Rusia la (ligera) mayoría de los votantes eligió a partidos distintos al partido oficial, pese a las lagunas que éste emplea para tener mayoría parlamentaria. Por esto se abre la difícil pregunta de si seguir apostando todo al partido de cara a 2024, si la estabilidad después de Putin pasará por los programas, congresos y resultados electorales de Rusia Unida. El dominio está allí, pero el resultado reciente y las crecientes ansiedades políticas en el país dejan ver que, de no ser Putin quien se presente una vez más como candidato de Rusia Unida en 2024,[2] la fuerza del sucesor podría llegar a flaquear.

O no, porque la oposición está fragmentada y los números oficiales tienden a subir en elecciones presidenciales. El principal partido de oposición, el Partido Comunista, sigue en la encrucijada ya conocida. Por un lado, goza de la comodidad de ser siempre segundo, haber aumentado sus números, obtener algunas gubernaturas, beneficiarse del voto de protesta y de que el régimen (casi siempre) lo deja ser. Por otro, exige recuento de votos, convoca a protestas en Moscú —y sólo en Moscú— y se opone en la Duma a la mayoría de las iniciativas del gobierno. Su contradicción es que, al ser Rusia Unida un centro enormemente difuso, los comunistas se oponen a lo que sea que el partidazo y sus satélites propongan. Bajo esa lógica el Partido Comunista condenó la vacunación obligatoria contra la Covid-19, por ejemplo, apelando a la “libertad individual”. En su plataforma a eso le llaman “Socialismo del siglo XXI”. En este tema el PCFR cuenta con la suerte de que la mayoría de la población rusa no desea vacunarse. No obstante, revela que cada vez más, aunque sumido en la izquierda estatista en casi todas sus propuestas, el partido es cada vez menos “comunista”, precisamente la etiqueta que, como por arte de magia, le ha traído éxito en los últimos casi 30 años, pese a que la nostalgia por el socialismo en Rusia se desborde —como el putinismo— hacia otros partidos y banderas.[3]

Si algo también refrendó el proceso electoral es que no hay hoy en día en Rusia otro partido que tenga la fuerza política, territorial y electoral de que goza el Partido Comunista para hacer frente a Rusia Unida. Aunque el LDPR rozó el voto comunista en las elecciones pasadas (2016), hoy por hoy, pese a las “ayudas”, vuelve a quedar relegado, y su apoyo tácito a Rusia Unida en la Duma lo aleja de ese voto de protesta que da vida al PCFR. Ni qué decir de Rusia Justa. El problema de los comunistas es que sus prospectos presidenciales —su líder, Guennadi Ziugánov, y un personaje extraño al parecer “plantado” desde arriba, Pável Grudinin, ex miembro de Rusia Unida y empresario prominente (!)— no tienen el arrastre suficiente como candidatos. El líder del LDPR, Vladímir Zhirinovski, tiene mejores números, pero no llega ni a 10%.

La moraleja es simple. Los mayores problemas para Rusia Unida en 2024 —insisto, en ausencia de Putin— pueden venir desde dentro del partido, no desde fuera. Una ruptura total se antoja difícil, pero si de aquí a entonces no se definen los puestos, los incentivos y las promesas en torno a una elite depredadora y ambiciosa, la fragmentación y las alianzas dentro y fuera del partido pueden arriesgar el proyecto. Esa es, a mi juicio, la mejor explicación de por qué Putin, pese a insinuar su retiro desde 2018, incluyó la cláusula en la reforma constitucional de marzo de 2020 que le permitiría presentarse de nuevo en 2024: poner un “estate quieto” a la elite y no decantarse por ningún escenario hasta el último momento, pese a que la prensa occidental lo interpretó como una “dictadura” que se prolongará “hasta 2036”.

Para quienes estudiamos a Rusia desde la seriedad, las señales de que Putin no seguirá son abrumadoras: ha firmado una ley que lo protegerá de investigaciones incómodas como ex presidente, ha propagado la imagen de Shoigú intensamente —aunque hay teorías de que el “tapado” es el joven ex ministro de Desarrollo Económico, Maxim Oreshkin— y los cambios constitucionales de 2020 incrementaron ligeramente las prerrogativas de la Duma y del Primer Ministro a expensas del Presidente. Esto último apunta a esa distribución de poder post-Putin, necesaria para evitar que la elite se fragmente mediante la apuesta institucionalista de Rusia Unida. A eso se suma, también, el reforzamiento del Consejo de Seguridad, que podría emular un escenario como el de Kazajstán, donde Nursultán Nazarbáyev renunció a la presidencia sorpresivamente pero continuó como cabeza del Consejo de Seguridad kazajo, del partido oficial (Nur Otán) y como senador vitalicio. En Rusia, hacer a Putin líder del partido sería quizás el escenario más conveniente: su popularidad indudablemente atraería más votos, su salida de la política sería gradual y al mismo tiempo se presumiría una renovación de la vida pública.

Al final, como decía Napoleón, “en Rusia no hay caminos, sólo direcciones”.

  • El autor es internacionalista por El Colegio de México. Doctorando por la Higher School of Economics de San Petersburgo. Autor de los libros Historia mínima de Rusia y de Limbos rojizos. La nostalgia por el socialismo en Rusia y el mundo poscomunista, publicados por El Colegio de México.
  • Twitter: @rainermat
«Hand holding Russian flag. Russian election concept» by wuestenigel is licensed under CC BY 2.0

[1] En mayo de 2021 la encuestadora independiente Levada, la más prestigiada del país, dio a conocer que el político Alexéi Naválny goza de una intención de voto del 2%. O sea, si mañana fueran las elecciones presidenciales, 98% del electorado no votaría por él (https://www.levada.ru/2021/05/18/prezidentskie-elektoralnye-rejtingi/). Por encima de Naválny hay diversos posibles candidatos, incluidos miembros del gobierno y de la oposición. La misma encuestadora en julio pasado recogió que el 62% de la población no aprueba el activismo de dicho personaje, mientras que apenas 14% lo aprueba (https://www.levada.ru/2021/07/09/otnoshenie-k-alekseyu-navalnomu/). Es inexplicable la efusividad occidental con un personaje con tan poco arrastre en la sociedad rusa, pero, por lo mismo, también lo es la persecución que el poder hace de Naválny y otros activistas de muy escasa influencia. Intenté explicar un poco quién es Naválny y su programa en Rainer Matos Franco, “Naválny o la mojiganga liberal en Rusia”, Nexos, 25 de enero de 2018: https://redaccion.nexos.com.mx/navalny-o-la-mojiganga-liberal-en-rusia/.

[2] Según la misma encuesta de Levada de abril de 2021, 56% de los encuestados votaría por Putin de nueva cuenta si fuera candidato de Rusia Unida. En segundo lugar, con 6%, está Vladímir Zhirinovski, líder del LDPR (https://www.levada.ru/2021/05/18/prezidentskie-elektoralnye-rejtingi/).

[3] Esta es una de las principales contribuciones qué hallé en mi libro Limbos rojizos. La nostalgia por el socialismo en Rusia y el mundo poscomunista (México, El Colegio de México, 2018).

Más artículos
Contra la autoridad