Metáforas de la Revolución

Ricardo Arredondo Yucupicio

Reinhart Koselleck ha indicado que los quiebres temporales transforman el vocabulario. El lenguaje avanza más lento que la realidad, responde a ella. Así, los cambios conceptuales surgen cuando el lenguaje político ya no es capaz de explicar la realidad; hay una brecha entre lo lingüístico y lo extralingüístico. Para rehacer las ligas entre lenguaje y realidad, significante y significado, en ocasiones las sociedades del pasado recurrieron a metáforas para poder explicar fenómenos políticos que no podían nombrarse con los referentes conceptuales con los que se contaban.

En el origen de la explicación de la realidad se encuentra la metáfora, y de ahí que la filosofía esté íntimamente ligada al lenguaje metafórico. Ya Althusser, recuperado por George Steiner, había dicho que en “la filosofía no se piensa más que con metáforas”.[1] La capacidad del pensamiento abstracto es posible a través de un uso metafórico del habla, siguiendo de nuevo a Steiner: “Si somos un animal que habla, somos, concretando más, un primate dotado de la capacidad de usar metáforas, para relacionar el rayo, el símil de Heráclito, los fragmentos dispersos del ser y de la percepción pasiva”. De ahí que Steiner vincule poesía y pensamiento: el lenguaje filosófico se encuentra atado a un determinado estilo literario. En primera instancia, la filosofía vino de la capacidad de la poesía para aprehender el mundo a través del lenguaje metafórico, con su inicio de la Grecia de los presocráticos: “Una vez que un viajero de Argos hubo visto a los pastores entre las colinas pedregosas como ‘pastores de los vientos’, una vez que un marinero que había salido del Pireo hubo sentido que su quilla estaba ‘labrando el mar’, el camino a Platón y a Immanuel Kant estaba abierto. Empezó en la poesía y nunca ha estado lejos de ella”.

María Teresa de Saboya-Carignan, princesa de Lamballe, es conducida fuera de las puertas de la prisión de La Force hacia la calle de París donde es asesinada por la turba revolucionaria.  Wellcome Collection.

Antes que Steiner, Hannah Arendt había dado cuenta del papel primordial de las metáforas en la filosofía (y, naturalmente, en la filosofía política), y de su origen en la poesía griega. Arendt insistía en que, si entendemos a las metáforas atendiendo a la etimología de esta palabra (metáfora significa transferir), estas cumplen un papel determinante para la construcción y transmisión del pensamiento: “Una metáfora establece una relación que se percibe sensualmente en su proximidad y no requiere ninguna interpretación”; de ahí su gran utilidad en la filosofía. “Desde Homero —continúa— Arendt, la metáfora ha llevado el elemento de lo poético que transmite la cognición; su uso establece correspondances entre las cosas físicamente más remotas”.[2]

Lo extralingüístico sobrepasa a lo lingüístico, lo que provoca la transformación de los conceptos. El lenguaje es incapaz de captar la totalidad de la realidad; es por eso por lo que se transforma: es decir, es histórico, y por lo tanto historiable. Existe un interregno en el que el lenguaje y la realidad no coinciden. De ahí el papel ­de las metáforas en la Bregriffgeschichte como una herramienta de nociones pre-conceptuales de fenómenos políticos-sociales, que permiten asirlos simbólicamente en el proceso hacia su transformación en conceptos. Las metáforas serían, pues, elementos accesorios y, en ocasiones, pasajeros para el entendimiento de procesos político-sociales.

La compleja relación entre metáforas y el pensamiento filosófico fue expuesta por Hans Blumenberg en Paradigmas para una metaforología[3]. Los aportes de la metaforología a la Bregiffgeschichte permitieron ampliar la lente con la que los conceptos eran estudiados. Hacer uso del lenguaje pre-conceptual, aquel que está formado por imágenes y símbolos, posibilitó el acceso a regiones del pensamiento inaccesibles a través del mero análisis de las construcciones conceptuales. Así, las metáforas completan la imagen que la Bregriffgeschichte plantea, y da claves de lectura no nada más para la construcción semántica de una gramática, sino de las representaciones de esta en el imaginario de ciertos actores.

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Las construcciones simbólicas pre-conceptuales pueden dar el paso, justamente, a ser conceptos políticos en toda forma. Es el caso del concepto de Revolución, el cual, en sus orígenes, fue una metáfora proveniente de la física y la astronomía que terminó por convertirse en un concepto fundamental del vocabulario político moderno.

La naturaleza fue un referente metafórico constante en la construcción lingüística de la Revolución. Las metáforas de fenómenos naturales son ampliamente recurridas en el discurso político hasta la actualidad; las referencias a huracanes, incendios, erupciones, mareas, tsunamis, vendavales, oleajes, etcétera, se encuentran ampliamente diseminadas en el lenguaje político de la modernidad. Para el caso de la Comuna de París, por ejemplo, Enzo Traverso anota la metáfora de una erupción volcánica: “Tras los pasos de Zola y Lombroso, muchos escritores y estudiosos describieron a la Comuna como una erupción o un resurgimiento atávico de la barbarie en medio de una sociedad civilizada”.[4]

Un simpatizante francés de la Comuna de París prefiere lanzar una bomba incendiaria para promover la igualdad, mientras que un obrero británico prefiere fumar su pipa en nombre de la libertad.  Wellcome Collection.

Esta metaforización de la naturaleza encuentra amplio eco en movimientos revolucionarios, tanto desde posiciones positivas como negativas. “El incendio revolucionario cundió, pues, en la República”, dice José C. Valadés sobre la Revolución Mexicana; un “incendio que se dilataba de un extremo a otro del país”. Así, el fenómeno revolucionario es expansivo e incontrolable cono un incendio en un bosque. La metáfora del incendio había sido muy utilizada para referirse a las revoluciones, sin que la mexicana fuera la excepción; desde 1916, Luis Cabrera colocaba a la Revolución mexicana como un incendio que, aunque destructor, no era necesariamente negativo: “Una revolución no es siempre una fuente de males y de lágrimas, como un incendio no siempre es mera destrucción”.

 La naturaleza como fuente de metáforas para entender la Revolución encontró eco en la obra de Valadés, especialmente las que describían lo disruptivo e incontrolable. Con la Revolución “se vislumbró lo mexicano que habría de nacer volcánicamente”.[5] Aunque no lo parezca, esta metaforización está alejada de un juicio de valor. La explosión es positiva y negativa a la vez; permite la expulsión de la fuerza contenida durante treinta años de dictadura, pero a la vez imposibilita el controlarla: de ahí que Valadés vea a la parte armada de la revolución como un caos, la tierra de nadie. Era una “Revolución […] considerada a manera de una explosión humana, en cuyo fondo original hervían muchas pasiones e ideas, pero no un programa preciso de hacer para el bien nacional”.

 La metáfora de la explosión es connatural al concepto de Revolución. Enzo Traverso lo menciona, por ejemplo, cuando trae a colación la comparación de Walter Benjamin entre una revolución y la energía liberada del átomo, misma que es exponencial: “Walter Benjamin comparó las revoluciones con la fisión nuclear, un estallido capaz de liberar y multiplicar las energías contenidas en el pasado”.[6] Curiosamente, Walter Benjamin comparó a las revoluciones con la energía potencial del átomo antes de que se desarrollaran las bombas nucleares. Benjamin se suicidó en 1940 y el Proyecto Manhattan inició un par de años después. Sin embargo, el potencial explosivo de la fisión nuclear fue descubierto por Lise Meitner ya en 1938. Las metáforas científicas-tecnológicas de la Revolución no se encuentran presentes en la obra de Valadés, aun cuando, ya desde Marx, y hasta Benjamin, las referencias metafóricas al desarrollo tecnológico son notables; basta recordar la idea de la Revolución como “la locomotora de la Historia” en Marx.

Estas metáforas naturalistas apelaban a referencias acuáticas y eólicas por igual; los elementos de la naturaleza mueven el actuar humano revolucionario. La Revolución es un río, pero también un vendaval, su energía brota de lo más profundo de la humanidad y arrastra hombres y gobiernos, genera expectativas y mueve la tierra. Martín Luis Guzmán identifica a la Revolución con el agua, tanto en su capacidad de arrastre, como en su virtud transparente y cristalina: “el caudal de la Revolución llevaba en sus aguas mucha de la transparencia de su origen; no lo enturbiaban aún del todo la ambición, la codicia, la deslealtad, la cobardía”. En los cuarenta, el viejo zapatista Antonio Díaz Soto y Gama también utilizaba metáforas acuáticas: “La Revolución fue y sigue siendo un impulso hacia arriba, savia que no se estanca, corriente de vida que no para y que tiende a fertilizar y sanear a un pueblo entero”. No solo la fuerza y la limpieza del río servían de metáforas, sino también la inmensidad del océano, como anotaba Mijaíl Bakunin: “ahora debemos embarcarnos todo juntos en el océano revolucionario”. Valadés, por su parte, la comparaba con la fuerza del aire, pues veía a “los guerrilleros empujados por los vientos de muchas y grandes esperanzas”.

En la línea metafórica de la naturaleza se encuentra, además, la impronta del carácter de novedad de la Revolución. La metáfora se va a vincular con el carácter demiúrgico de la Revolución, con su voluntad creadora, con el surgimiento de un nuevo México que sienta sus bases sobre la nacionalidad, el ser mexicano que, al mismo tiempo, personajes como Paz estaban situando en el discurso público.[7] La guerra revolucionaria es “el fuego del espíritu creador” anunciadora del nuevo día inaugurado en San Luis Potosí y Ciudad Juárez; este amanecer de un nuevo México se metaforiza con la aurora: “La aurora requirió siempre una luz sonrosada; y en aquellas horas eran la aurora de la Revolución”.

De aquí podemos deducir que el discurso académico no puede desdeñar el papel rector de las metáforas para la vida política e intelectual de los actores del pasado. En muchas ocasiones, es justamente en el potencial movilizador de las metáforas donde encontraremos la capacidad del cambio político y social. El estudio del lenguaje metafórico debe trascender las fronteras de las especialidades lingüísticas y literarias para ocupar un lugar central en nuestra comprensión del pasado.

George Washington en batalla. Wellcome Collection.

Ricardo Arredondo Yucupicio. Los Mochis, Sinaloa (1997). Historiador. Ha publicado en nexos, Revista de la Universidad Autónoma de Sinaloa y es colaborador de Revista Presente.


[1] George Steiner, La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan, México, Fondo de Cultura Económica, 2023.

[2] Hannah Arendt, Hombres en tiempos de oscuridad, Barcelona, Gedisa, 1990.

[3] Hans Blumenberg, Paradigmas para una metaforología, Madrid, Editorial Trotta, 2003.

[4] Enzo Traverso, Melancolía de izquierda, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2022.

[5] José C. Valadés, El porfirismo…, p. 493.El tema de la nacionalidad y la Revolución preocupó hondamente a Valadés casi al mismo tiempo que a Octavio Paz, que por esos años publicó el Laberinto de la soledad.

[6] Enzo Traverso, Revolución. Una historia intelectual, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2022.

[7] Ya desde antes, con Samuel Ramos, pero sobre todo a partir de la publicación de El laberinto de la soledad se discute a la Revolución como una expresión de la esencia del ser mexicano.

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