It’s evolution, baby.
(Pearl Jam)
El escritor Itzcoatl Jacinto me invita escribir sobre la revolución y mi primera incertidumbre es si digito la inicial de la palabra con mayúscula o no. Luego pienso en Pearl Jam y su canción «Do the evolution». ¿Si eso es la evolución, qué es la revolución?
Una revolución supone radicalidad y Marx dejó escrito que “ser radical significa atacar las cuestiones en la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo”.
La radicalidad, entonces, debería ser praxis, y la praxis pasa por el cuerpo, por los cuerpos.
Y los cuerpos que han abrazado la radicalidad, a veces, quedan resguardados en el registro, en la palabra.
Pienso entonces en los libros que me aproximaron a la revolución mexicana. Podría mencionar también en canciones (Amparo Ochoa, ¡cuánto te ama mi madre!), o en pinturas (la incombustible Frida), pero deseo centrarme en la memoria de una biblioteca sensible que subsiste aún en el océano de mi cerebro.
La primera imagen es la portada de Pancho Villa, la biografía escrita por I. Lavretski, publicado en Chile por la Editorial Quimantú en 1973, meses antes de la pólvora y la sangre. La segunda es La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, un libro que me trajo el poeta Marcelo Novoa, cuando anduvo por esas tierras. O la Guía de narradores de la Revolución Mexicana, de Max Aub, alguien que fue obligado al conocimiento de que todo proceso revolucionario deviene en guerra civil. Y esto no implica olvidarse de José Revueltas, quien con su apellido prodigioso debió asumir la prisión política. ¿Y ese diálogo entre Louis Aragon y André Breton, que se publicó bajo el título de Surrealismo frente a realismo socialista, que lo lleva a uno en línea recta hacia León Trotski?
Pero la revolución no es un listado bibliográfico. Es otra cosa. ¿Qué cosa? ¿Teoría, praxis, ambas? Roque Dalton se reiría con todo el desparpajo posible ante estas dudas (allí quedaron sus palabras en El intelectual y la sociedad, para precisar este punto). Lo había indagado en 1971 Fernando Alegría en Literatura y revolución, y años después Mario Benedetti en El escritor latinoamericano y la revolución posible.
La revolución no es un mañana, no es un futuro posible, algo que se construirá. La revolución es un aquí y ahora. Es un urgente presente que se perspectiva en un futuro posible, deseable, pero del cual no existe certeza alguna de que se llegue a vislumbrar siquiera su primer acto. Y, a pesar de eso, se intenta.
La revolución es el cuerpo que la encarna. Pienso ahora en eso cuando recuerdo a Francisco Trabol, quien aprendió lo que aprendió en su organización, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Luchó lo que tenía que luchar y terminó en México, sentado en una mesa junto a Elena Poniatowska, en un acto en solidaridad con la lucha del pueblo chileno. La escritora –no tenía cómo saberlo– le preguntó si era escritor también, y Pancho le respondió que no, que era un revolucionario, no más. Ese mismo Pancho que luego conocerá a Bolaño, en una de las tantas casas del exilio, pero no conocerá al escritor, sino al muchacho borracho al fondo del patio de una casa que está descrita en el libro Bolaño infra: 1975-1977. Los años que inspiraron ‘Los detectives salvajes, de Montserrat Madariaga Caro.
La revolución y el cuerpo
Entonces la revolución pasa por el cuerpo, no por la palabra. El cuerpo es el que sostiene la palabra, la evidencia, la enarbola desde su piel, la mantiene en alto con sus huesos y sus músculos. De ahí la importancia de la desaparición. La borradura, la tachadura radical.
Varios amigos fueron torturados en los años del plomo. Algún conocido murió en las calles. Lo filial se fue entrelazando con expresiones de lo oscuro. Incluso mi padre.
Quienes sobrevivieron, sin embargo, salvaguardaron la sonrisa, el baile, la ternura. ¿Por qué?
La revolución es, fundamentalmente, vida. Anhelo, ansia, desesperación por la vida. “Voy sintiéndome revolucionario y revolucionario por experiencia vivida, más que por ideas aprendidas”, escribió en 1928 César Vallejo.
De ahí las marcas, las huellas, la necesidad de establecer las páginas del Apocalipsis sobre la piel de los detenidos.
La revolutio se torna, entonces, en carne pero, sobre todo, encarnadura.
En los cuerpos radica la síntesis. Teoría y praxis. Y todas las tensiones que suponen ambos conceptos. Porque la revolución supone también revolucionar y, particularmente, revolucionarse. Es el cuerpo que comienza a pensarse, a verse, a sentirse de otra manera. Cuando me torturaron, me contaba un amigo, no pensaba en Marx, pensaba en mis padres, eso fue lo que me ayudó.
Si la revolución es carne, entonces el destino inevitable será la confrontación. No existe revolución sin enfrentamiento. Dar vuelta las cosas, como sugiere la etimología, no es posible sino en la realización de ese encuentro, una vez más, radical.
Es por esto que la revolución no es un ejercicio intelectual, sino una vivencia, es la expresión de lo sensible, de la existencia tensada hacia un norte que no admite relativizaciones tardías. La revolución es fundamentalmente, aunque no únicamente, praxis.
La revolución, sus rostros, sus nombres
¿Por qué la palabra tiene esa densidad simbólica que lleva a asociarla con determinadas coordenadas ideológicas y no otras? La revolución conservadora, tituló Guy Sorman su libro, para describir el ascenso de Ronald Reagan a la presidencia de los Estados Unidos. Y Chile: la revolución silenciosa, fue el título del libro de Joaquín Lavín, para defender las modificaciones realizadas sobre la sociedad chilena, a partir de la instauración de la dictadura cívico-militar en Chile.
Sin embargo, el sonido de la palabra no suele configurar la silueta de Pinochet en nuestra mente. ¿Fue el general un revolucionario? ¿Cuál habría sido, entonces, su revolución?
Revolución pareciera, entonces, interceptarse con la categoría de la cantidad. La revolución sería algo que se relaciona, expresa, se imbrica con la condición de mayorías, al menos en su percepción inmediata, más sensible que racional.
Sabemos que cantidad deviene en calidad. Sabemos también que no siempre es así. Marie-Jeanne Roland podría haber reemplazado la palabra libertad y su frase seguiría conmoviéndonos y convocándonos hasta ahora.
Pero la revolución también puede ser recreada como en «Out of control», de The Chemical Brothers. La espectacularización, su consumo, su serialización.
Una revolución robada. Nombrada, pero negada en el acto mismo de su mención. Revoluciones sin contenidos, sin sujetos. Una vez más: sin cuerpos.
Revoluciones de poleras, afiches, tazones, cintillos, pulseras. Revoluciones para llevar, para vestir, para representar.
El título de este texto, por ejemplo. “La erre”. La letra “R” en un círculo nos remite a una marca registrada. En Chile, sin embargo, en las calles del país, la ® remitía a “Resistencia”, era el símbolo más veloz que se podía trazar en la oscuridad, para denotar la persistencia, el anhelo, la porfía que no aceptaba la imposición del terror. ¿Quién recuerda, hoy en día, la ®?
¿Revolución en Chile?
Revolución en Chile fue el título de un libro de crónicas, atribuido a Sillie Utternut y publicado hacia fines de la década de los sesenta. Corrían los tiempos de la “Revolución en Libertad”, propuesta por la Democracia y el país transitaba a paso firme en dirección a la “vía chilena al socialismo”. Aún no era el tiempo del horror. El libro tiene un tono mordaz, dado por sus dos coautores: Guillermo Blanco y Carlos Ruíz Tagle. Todavía es tiempo de la risa. Todavía la palabra revolución servía como un comodín para depositar en ella desde el chascarro hasta el temor más profundo.
Pero ni el gobierno de Eduardo Frei Ruiz Tagle ni el de Salvador Allende fueron gobiernos revolucionarios. El primero nunca deseó serlo, el segundo no alcanzó a serlo. Más allá de las aspiraciones y ensueños, habría que regresar a Rosa Luxemburgo, por ejemplo, para realizar el deslinde adecuado entre reforma y revolución.
¿Existe hoy un proceso revolucionario en Chile? El consenso mediático, aceptado en gran medida por la academia y la casta política, habla de estallido. Quizás se podría referir también como revuelta, asonada, rebelión. Pero esta discusión, por ahora, es un tanto baladí, considerando que aún existen presos políticos, producto de su participación en las jornadas de movilización popular realizadas el año 2019. Eso para no hablar de los asesinados y los mutilados, por cierto.
Ríos de tinta han comenzado a correr desde hace un tiempo. Se publican libros, muchos. Y artículos, columnas de opinión. Algunos escritores se han erigido en defensores o impugnadores del modelo. Pero, lo más relevante es la constatación de algo que no se puede ignorar: la fractura se ha realizado. El orden, sus representantes, sus defensores y sus sostenedores están en una situación de crisis relativa. Pero el des orden, heterogéneo por naturaleza, aún indaga las formas adecuadas de realización de los anhelos.
La heterogeneidad también es la posibilidad, la vitalidad, la potencia y la energía que espera su momento. Un instante que no puede ser determinado necesariamente por el vector de tiempo, un instante que requerirá a su vez un espacio para poder desplegarse y sólo por dicha necesidad de despliegue, nuevamente originará la confrontación. En esas condiciones se escribe en la actualidad, en un tiempo y un espacio de algún modo tensados a tal punto que parecen suspendidos en la historia.