La Revolución de los Cuidados

Por Lourdes Jimenez Brito[1]

A solo semanas de cerrar el 2021 y luego de casi dos años de pandemia global por COVID-19, se podría afirmar que la emergencia de los cuidados no ha sido una problemática indiferente para la gran mayoría de las personas con interés en la política y en lo público. Las medidas tomadas para prevenir los contagios a nivel mundial condujeron a que gran parte de la población se replegara al espacio doméstico conduciendo a que las dinámicas que allí ocurrían se visibilizaran con mayor fuerza. La crisis desatada por esta pandemia puso a los cuidados en el centro del debate sobre la organización social, política y económica acerca de quiénes y en qué condiciones brindan cuidados.

Las feministas que vienen luchando durante décadas para visibilizar, reivindicar y demandar la injusta situación del trabajo no remunerado del hogar —realizado mayoritariamente por mujeres— celebran la enorme exposición de esta problemática a raíz de la pandemia y demandan acciones contundentes para poder transformar, de una vez y para siempre, la organización social de los cuidados vigente. La agenda de cuidados existe gracias al movimiento feminista que, con amplios y excelentes aportes desde la teoría, la ética, la filosofía e incluso la economía, han cimentado una sólida agenda de investigación e incidencia política en torno al trabajo de la reproducción social. Frases como “es ahora o nunca”, “nos encontramos en un momento histórico inédito” o incluso hablar de la “emergencia global de los cuidados” expresan la sensación generalizada de que los cuidados hoy ocupan un lugar en la agenda social y pública nunca antes visto. Sin embargo, cabe preguntarse ¿es la agenda de cuidados revolucionaria? ¿estamos ante una inminente revolución de los cuidados?

En este ensayo pretendo exponer que la agenda de los cuidados es revolucionaria porque tiene como objetivo socavar los fundamentos de un sistema político, social, económico y cultural fundado en la división sexual del trabajo que responsabiliza a las mujeres del trabajo de la reproducción social (incluido los cuidados) y lo hace sin remunerarlos, reconocerlos y valorarlos, lo que resulta en una dramática desigualdad de las mujeres respecto a los hombres. Si bien, la especialización de las mujeres en los trabajos de cuidados es la clave para entender el origen de la desigualdad, considero que una revolución de los cuidados no está sujeta únicamente a una lucha a partir de las diferencias de género cristalizadas en la división sexual del trabajo sino más bien se trata de una transformación radical cuyo alcance implicaría a todas las dimensiones de la vida social tal cual la conocemos. Poner en el centro del debate político el cuidado de la vida en todas sus manifestaciones es lo esencialmente revolucionario. Tal como lo expresa la socióloga Eleonor Faur “en un mundo que descuida tanto, el cuidado de los otros es revolucionario”.[2]

Porque la agenda de los cuidados es revolucionaria

La manera en que las familias, el Estado, el mercado y las organizaciones comunitarias, producen y distribuyen el cuidado necesario para todas las personas es lo que se conoce como organización social del cuidado. Analizar la manera dinámica en la cual intervienen estas instituciones en los cuidados diarios resulta central para comprender la estructura de desigualdad en torno a la distribución del trabajo y los ingresos de una sociedad. Asimismo, introducir la perspectiva de género permite dar cuenta de las enormes inequidades que se producen en la distribución de estas tareas entre hombres y mujeres.[3] Existe evidencia suficiente para afirmar que la organización social de los cuidados en América Latina es injusta porque las responsabilidades de cuidado se encuentran desigualmente distribuidas en dos niveles: desigual distribución del trabajo de cuidado entre hogares, Estado, mercado y organizaciones comunitarias[4] y, en segundo lugar, desigual distribución del trabajo de cuidados entre hombres y mujeres. Por lo tanto, sus dos principales características son: la familiarización y feminización de la provisión del trabajo de cuidados.

Un régimen familista coloca la responsabilidad principal de bienestar en las familias y sobre todo en las mujeres y sus redes de parentesco. Bajo este régimen, las mujeres pueden trabajar de forma remunerada fuera del hogar, pero acudiendo a estrategias y medidas de conciliación que no quebranten la división sexual del trabajo e incluso la sostengan.[5] Las críticas de Silvia Federici al capitalismo —pero también al marxismo—sobre el modelo de trabajador industrial asalariado sin responsabilidades de cuidado resultan iluminadoras acerca de las injustas dinámicas que operan para sostener el actual modelo económico productivo sobre la base de la explotación del trabajo no remunerado de las mujeres en el hogar. La dependencia del salario masculino es lo que Federici denomina patriarcado del salario. Esta forma de organización del trabajo y del salario, genera una división en la familia entre los asalariados y los no asalariados. De esta manera, el salario se constituye como un instrumento político para organizar las relaciones sociales. Ha sido a través del salario como se ha orquestado la organización de la explotación de los trabajadores no asalariados. El trabajo doméstico —y de cuidados— se constituye como un servicio personal externo al capital. El mismo sistema ha establecido que estas actividades se sostienen y reproducen como actos de amor y destino biológico de las mujeres, lo cual invisibiliza y niega el carácter de trabajo y explotación.[6]

Y es que el trabajo de reproducción social es funcional a la organización capitalista. Federici enfatiza que no hay que perder de vista que la organización de la sociedad y la organización del trabajo opera conformada por dos cadenas de montaje: una produce las mercancías, cuyo centro sería la fábrica; y otra produce a los trabajadores y cuyo centro es la casa.[7]

En este sentido, la agenda de los cuidados es revolucionaria porque propone socavar los fundamentos de la actual organización social, política, económica y cultural de los cuidados. Impulsa nuevos arreglos socioculturales que desmonten la imposición de este trabajo en manos de las mujeres. Promueve políticas públicas familiares y de cuidado corresponsables para evitar la cristalización de roles de género que especializa a las mujeres en el trabajo de cuidados y las relega al mundo doméstico. Y demanda una transformación radical en el funcionamiento del mercado en general, pero del mercado laboral en particular, que acabe con el modelo de hombre proveedor sin responsabilidades de cuidado, con la finalidad de que tanto hombres como mujeres puedan tomar parte en las tareas de reproducción social.

Garciamarín argumenta que con la pandemia de la COVID-19, los ejes rectores del neoliberalismo se pusieron a prueba y se demostró que ni lo privado es superior a lo público, ni el mercado puede solucionar los problemas sociales por sí sólo y que el Estado no puede únicamente ser un regulador jurídico, sino que debe fortalecer sus capacidades para disminuir los riesgos sociales e impulsar el bienestar de las personas. Explica que el neoliberalismo al basarse en supuestos sobre la naturaleza humana tales como la racionalidad instrumental y la maximización del interés, no sorprende la poca importancia dada a los esfuerzos comunitarios para impulsar el bienestar de las personas. En este sentido, identifica que, durante el auge del neoliberalismo, se atendió poco —prácticamente nada—al vínculo social por excelencia, el cuidado.[8]  Por eso, la oportunidad histórica y revolucionaria que el contexto de crisis ha contribuido a forjar es la de generar una red de sostenimiento de la vida —en todas sus dimensiones—que implique una nueva ética y filosofía de vinculación social a partir del cuidado.[9]

La necesidad de empujar la frontera conceptual de los cuidados

Joan Tronto y Berenice Fisher proponen una definición de cuidados en un nivel más general:

“(…) el cuidado puede ser entendido como una actividad de la especie que incluye todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro mundo para que podamos vivir en él lo mejor posible. Ese mundo incluye nuestros cuerpos, nosotros mismos y nuestro medio ambiente, todo lo cual buscamos entrelazar en una red compleja que sustenta la vida”.[10]

Tronto identifica al régimen neoliberal como un ejemplo de provisión de un tipo especifico de cuidado: el mal cuidado.[11] Para contrarrestar esto propone recrear la vida democrática a partir del cuidado. La política democrática debería centrarse en la asignación de las responsabilidades de cuidado y en la garantía de que todas las personas ciudadanas sean capaces de participar en esta asignación de responsabilidades. A esto le llama Caring Democracy” o Democracia del Cuidado. Es especialmente enfática en advertir que hay que evitar que algunas personas puedan quedar excluidas de estas responsabilidades para que entonces haya una verdadera democracia del cuidado.[12] Tronto explica que a menudo, quienes disponen de recursos de poder pueden elegir qué clase de responsabilidades y trabajos tomarán y cuales delegarán en terceros. Quienes tienen ciertos tipos de privilegios o están en una posición privilegiada —consciente o inconscientemente— pueden ser ignorantes y/o irresponsables frente a determinadas cuestiones que les rodean, como por ejemplo sus responsabilidades de cuidados. A esto le llama irresponsabilidad privilegiada.

Quizás el ejemplo más extendido de irresponsabilidad privilegiada es la exclusión sistemática de los hombres de las tareas de cuidado. En este sentido es indiscutible que la agenda de cuidados con enfoque de género ha sido, es y seguirá siendo una de las mayores contribuciones para lograr igualdad para las mujeres respecto de los hombres. Sin embargo, si el objetivo es impulsar una transformación revolucionaria en torno a esta actividad central de la especie humana, se requiere de múltiples enfoques para construir una cultura del cuidado. Además del género, la raza, etnia o clase social, hay que empezar a debatir acerca del rol de los cuidados en el bienestar, la felicidad, la dignidad humana, el bien común, el medio ambiente y la paz, entre otros. Pero cualquier intento de ampliar y enriquecer este debate debe partir, necesariamente, de una perspectiva feminista reconociendo sus aportes claves y decisivos al cuestionar, desde hace décadas, el lugar que ocupa el trabajo de la reproducción social en el ordenamiento político, económico, social y cultural que vivimos. Esta apertura y extensión del debate sobre los cuidados, con base en los aportes del feminismo, es urgente. Si el propósito es dinamizar y extender considerablemente su alcance, se requiere de un esfuerzo multidisciplinar, interseccional e intersectorial. Este tipo de esfuerzo podría conducir a que el cuidado sea el potencial núcleo articulador de una renovada relación entre la ética, la política y el conocimiento necesarios para la subsistencia de la vida, la biodiversidad y la diversidad cultural en el planeta.[13]

A modo de cierre, me resta enfatizar que el cuidado es un concepto político cuya definición y alcance está sujeto a constantes luchas y tensiones de poder que, a su vez, están asociadas a determinadas prácticas que ponen en desventaja a ciertos grupos sociales frente a otros. Quién cuida, quién no y en qué condiciones lo hace es un debate político y moral que cada sociedad debe dar. Sin lugar a duda, el contexto actual constituye un momento bisagra para redefinir la actual organización social, política, económica y cultural de los cuidados.

«Army Nurse Corps historical photo» by Army Medicine is licensed under CC BY 2.0

[1] Candidata a doctora en ciencia política por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) de México. La autora agradece los excelentes comentarios de Ana Heatley Tejada y Michelle Martínez Balbuena a versiones preliminares de este ensayo.

[2] Natalí Schejtman, «Eleonor Faur: “En un mundo que descuida tanto, el cuidado de los otros es revolucionario”», Diario Digital Femenino, 9 de marzo del 2021, en https://diariofemenino.com.ar/df/eleonor-faur-en-un-mundo-que-descuida-tanto-el-cuidado-de-los-otros-es-revolucionario/

[3] Eleonor Faur y Francisca Pereyra, “Gramáticas del cuidado”, en Juan Ignacio Piovani, y Agustín Salvia (coords.) La Argentina del siglo XXI, cómo somos, vivimos y convivimos. Encuesta nacional sobre la estructura social, Siglo XXI, Buenos Aires, 2018.

[4] Corina Rodríguez Enríquez y Laura Pautassi, «La organización social del cuidado de niños y niñas», 2014. Disponible en https://www.ciepp.org.ar/index.php/libros-nuevo/libros3/148-la-organizacion-social-del-cuidado-de-ninos-y-nina (consultado 14 de noviembre de 2021).

[5] Rosario Aguirre, “Los cuidados familiares como problema público y objeto de políticas” en Irma Arriagada (coord.), Familias y políticas públicas en América Latina: una historia de desencuentros, CEPAL/ UNFPA, Santiago de Chile, 2007, pp. 187-198.

[6] Silvia Federici, El patriarcado del salario. Criticas feministas al marxismo, Traficantes de Sueños, p.25. Disponible en https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/TDS_map49_federici_web_0.pdf

[7] Silvia Federici, El patriarcado del salario. Criticas feministas al marxismo, Traficantes de Sueños, p. 18. Disponible en https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/TDS_map49_federici_web_0.pdf

[8] Hugo Garciamarín, Documento de trabajo, 2021. (Inédito al momento de publicarse).

[9] Natalí Schejtman, 2021.

[10] Joan Tronto, Moral boundaries: A political argument for an ethic of care. New York, Routledge, 1993.

[11] El buen y mal cuidado son conceptos propuestos por Tronto y pueden verse como dos caras de la misma moneda. Tronto identifica siete señales de mal cuidado. Al reformular en positivo las siete señales de alerta de mal cuidado de Tronto se podría afirmar que el buen cuidado parte del entendimiento de que se trata de un proceso natural, necesario y continuo de la vida —y no solo un producto que se ofrece para solucionar problemas—. El buen cuidado no da por sentado las necesidades de cada persona, sino que las sabe identificar, es responsivo con ellas y además no es impersonal o estandarizado. El buen cuidado no excluye de la toma de decisiones a las personas que reciben cuidados, las reconoce y valora como parte fundamental de esta dinámica. El buen cuidado, además, reconoce la libertad y la voluntad de las personas de poder asociarse libremente para practicar cuidados y compartir la vida, sin imposiciones fundadas en la coacción o la servidumbre. El servicio de un buen cuidado requiere de excelentes condiciones laborales, salariales y reconocimiento para, en conjunto, contribuir a revalorizar el trabajo de cuidados a nivel social. Para profundizar más en el debate sobre el neoliberalismo y el mal cuidado ver Joan Tronto, Joan, «There is an alternative: hominescurans and the limits of neoliberalism», International Journal of Care and Caring, vol. 1, num. 1, 2017, pp. 27-43.

[12] Joan Tronto, Caring Democracy: Markets, Equality and Justice. New York, NYU Press, 2013.

[13] Seminario de Investigación “Los Cuidados para la Vida y el Bien Común”, Centro de Ciencias de la Complejidad C3 de la Universidad Autónoma de México (UNAM). Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=7xIhCBUjAhI

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