El Senador Alberto Acosta inició su ritual matutino. Se levantó a las cinco en punto, se tomó un café espresso doble y, mientras escuchaba música clásica, se miró al espejo y comenzó a afeitarse. Como cada mañana, repasó su historia, su situación política y sus objetivos. Quien no tiene claro de dónde viene y a dónde va —se dijo— está condenado al fracaso. Quien no conoce sus alcances y sus límites, quien no distingue sus debilidades y sus fortalezas —profundizó— está destinado al olvido. Y mientras se ponía la espuma de afeitar cuidadosamente en las mejillas y la barbilla, miró con atención su reflejo y empezó su repaso diario:
Algunos tienen el don de la palabra y otros la virtud del silencio. En la cultura mexicana se valora en demasía a quien tiene buen verbo, a quien sabe encantar con las palabras. Pero saber cuándo quedarse callado es igual de importante. Quizá hasta más. ¿Cuántos habladores no caen en desgracias por decir algo inadecuado, por revelar información de más o por parlotear en el momento incorrecto? En cambio, quienes saben callar, quienes son capaces de guardar secretos, quienes conocen el poder del silencio y el trabajo disciplinado y discreto, pueden escalar sigilosamente, sin hacer aspavientos ni ganarse enemigos.
Todo esto es especialmente importante en política. Vaya, ¿cuántos políticos no han resbalado por estar de hocicones? Curiosamente, diría que en política el silencio es más importante que la palabra. Y más aún en la política mexicana. Sólo unos cuantos de los políticos tienen el auténtico don de la oratoria. La gran mayoría son habladores torpes, poco elocuentes y nada carismáticos. Los políticos parlanchines se venden muy caros y prometen cosas imposibles de cumplir a sus superiores. Los auténticos jefes de la política, que los doblan en colmillo y astucia, rápidamente se dan cuenta de ello y tan sólo se aprovechan de ellos para ganar unos cuantos votos, para que los apoyen en campaña, para que sean sus golpeadores en los debates del Congreso o para colocarlos en presidencias municipales insignificantes. Pero a la mera hora los habladores quedan fuera de la jugada. Son los silenciosos los que escalan posiciones poco a poco, sin cacarear el huevo, pero a paso constante.

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Ése fue mi caso —pensó el Senador Acosta mientras deslizaba la navaja de afeitar suavemente sobre sus mejillas y prosiguió:—. El Lic. Dagoberto Rodríguez de la Peña me tomó confianza rápidamente por mi capacidad de guardar silencio. Empecé de recadero y chofer cuando él era apenas el regidor de Reynosa, luego fui parte de su equipo de ayudantes en el congreso local de Tamaulipas, lo acompañé como coordinador de asesores en la presidencia municipal de Reynosa, fui su secretario particular en la gubernatura tamaulipeca y ahorita andamos juntos en el Senado. Y todo esto gracias a mi discreción, mi lealtad y mi capacidad para hacer mi trabajo sin plantear preguntas incómodas ni querer meter mi cuchara en lo que no me toca. En suma, todo se lo debo al silencio.
Para qué decir que no. Más de una vez me han dado ganas de darle mi opinión al Lic. Dagoberto. Como cuando los hijos de la chingada de Los Vetas estaban arrasando con nuestro estado y él quería negociar con ellos, pese a que era claro que el único idioma que entendían esos cabrones era el de las balas y la sangre. Varias veces me mandó el Lic. para pasarle mensajes del gobierno estatal a Arnulfo “El Chemo” Torres, el líder de Los Vetas en Tamaulipas. Le ofrecíamos una tregua y entregarles la plaza de Matamoros y paso libre para el contrabando de combustible desde Tampico hacia Texas, pero ni así entraba en razón el pinche Chemo. Estuve cerca de salir muerto de ahí. Nada más me dejaron vivir porque sabían que asesinar al secretario particular del góber era demasiado mediático y no querían hacerle ruido a los gringos, que de por sí estaban presionando al gobierno mexicano para que les diera en la madre a Los Vetas. Esos malditos gringos hipócritas. Ya ni la chingan, de verdad. Presionaban para eliminar a Los Vetas y al mismo tiempo pactaban con el Cártel del Norte.
El Senador Acosta terminó de afeitarse. Se limpió la cara con agua de rosas y se metió a la regadera. Le gustaba bañarse con agua helada para iniciar bien despierto el día. Mientras el agua gélida caía sobre su cabeza y su rostro, prosiguió con su recuento matutino:
Volvamos a lo importante y no a esas chingaderas: el silencio y la política. Gracias a mi silencio el Lic. me recompensó con una senaduría. La Presidenta lo impulsó a él para el Senado, para operar la reforma al sistema de justicia penal, y él me promovió a mí para acompañarlo y echarle la mano para planchar esta legislación. Le cumplimos bien a la Presidenta. La reforma penal se aprobó con mayoría calificada. Tuvimos que doblar a unos cabrones de la oposición para que se abstuvieran o votaran con nosotros, pero lo logramos. La senadora más difícil fue Clara Elena López. Esa pinche vieja dizque luchadora por los derechos humanos no quería pasar la reforma porque era “muy punitivista”. Nos preguntaba que cómo era posible que un partido de izquierda quisiera ampliar el catálogo de delitos que ameritan prisión preventiva, que cómo nos atrevíamos a restituir la pena de muerte en México y que si no teníamos vergüenza por proponer que los juzgados militares se convirtieran en los nuevos tribunales en materia penal. En las sesiones del Congreso, el Lic. Dagoberto le respondía, con sus mejores dotes de orador, que la reforma penal era lo que el pueblo quería, que el pueblo le había dado un mandato al Movimiento de Resurrección Popular en las urnas para impulsar una política de mano dura contra los criminales y pacificar el país.

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Lo recuerdo muy bien: “Nosotros somos la única voz legítima y auténtica del pueblo. Y el pueblo nos otorgó un mandato firme y contundente a favor de reforzar la seguridad de los mexicanos. La única manera de lograrlo es con esta reforma. Quien se oponga a ella, se opone al pueblo y, con ello, se convierte inmediatamente en un traidor a la patria”. Ésas fueron las palabras del Lic. Dagoberto para callar a esa revoltosa. Pero mientras él pronunciaba ese vehemente discurso en tribuna, yo hacía mi trabajo silencioso. La única manera de doblar a la López fue chingándome a su familia. Mi gente investigó que el hijo de puta de su hermano había construido edificios sin permisos ambientales en Cancún y que el hijo mayor de López le vendía marihuana a los juniors de la Universidad Tecnológica Capitalina. La amenazamos con sacar todo a la luz y con entamblaros. Con eso fue suficiente para asegurar que se abstuviera el día de la votación final y así sacamos la mayoría calificada para la reforma de justicia penal, que ya lleva dos años en vigencia y ha sido todo un éxito. Hemos metido a la cárcel a 120 mil personas sin juicio y sin derecho de audiencia, y los militares son los encargados de procesar a los criminales y de someterlos a trabajos forzados en las Minas del Bienestar. Gracias al trabajo de toda esa escoria estamos duplicando nuestro ritmo de producción de plata y cobre de calidad de exportación.
Lo peor para la vieja esa es que, con todo y que se abstuvo el día de la votación final, decidimos filtrar a los medios los contratos sucios de su hermano en Cancún y lo del marihuano de su hijo. Además, le tiramos línea a los principales columnistas de El Jornalero para que publicaran que López rechazó reunirse con las madres buscadoras de su natal Sinaloa y que las tachó de “nacas”, “arribistas” y “aprovechadas”. Por supuesto, nada de esto era cierto, pero el daño estaba hecho. La senadora quedó con la carrera destruida. Al menos, para no pasarnos de rosca, no procesamos a su hijo y hasta le dimos un par de contratos extra al hermano para que, en alianza con el Banco de Infraestructura de las Fuerzas Armadas, construyera un desarrollo turístico en Bacalar y un aeropuerto en Playa del Carmen. Amor con amor se paga.
El Senador Acosta terminó de bañarse. Y mientras se secaba y se aplicaba crema en todo el cuerpo y una loción francesa en el cuello y las muñecas, continuó su repaso con una idea que hizo que le brillaran los ojos de emoción:
Como máximo artífice de la reforma penal y como el gran estandarte de la pacificación de Tamaulipas, el Lic. Dagoberto se está posicionando para la grande. Las elecciones presidenciales son dentro de dos años, pero ya hay que empezar a moverse para que no nos madruguen. Las elecciones federales las tenemos ganadas. El pedo es ganar la contienda interna en el Movimiento de Resurrección Popular. Hay buenos competidores, como el yucateco Akbal Robles, luchador social de izquierda de toda la vida y muy popular en el Sureste, aunque, para mi gusto, muy santurrón para lanzarse para la presidencia. Es muy blandito y muy noble. Rapidito se lo chingarían los pesos pesados del gabinete.

También está Rosalinda Echenique, la secretaria estrella de la Presidenta. Le ha llevado la relación con el sector empresarial durante todo el sexenio desde la Secretaría de Economía y, con eso, ha conseguido revitalizar la industria mexicana en el Bajío y el Centro. Los empresarios la adoran y la están empujando insistentemente. Además, es de toda la confianza de la Presidenta, pero la chamaca viene de familia fifí y en la vida ha militado en la izquierda, por lo que quién sabe si sería digerible para los sectores más duros del partido. Nosotros estamos aprovechando para recordarle cada que podemos a los duros que Rosalinda es hija de Joaquín Echenique, el empresario que financió en 2005 la campaña “Un peligro para México” para bloquear el camino del Padre Fundador de nuestro partido-movimiento a la presidencia. La verdad es que hasta nosotros nos habíamos olvidado de eso ahorita que las cosas marchan tan bien entre el gobierno y el sector empresarial, pero bueno, pendejos seríamos si no aprovechamos el rencor de los duros para tumbar las ambiciones presidenciales de Rosalinda.
Y otro de los gallos fuertes es Genaro Jiménez, amigo personal del Padre Fundador del Movimiento y presidente de la Cámara de Diputados. El cabrón trató de torpedear la reforma penal para minar nuestras ambiciones presidenciales, pero le metimos un estate quieto rascándole a su pasado oscuro como gobernador de Michoacán. Lo amenazamos con publicar fotos de sus reuniones con El Gomas, líder de Los Padrinos, cártel histórico de Apatzingán. El cabrón nos amenazó de vuelta con contarle a los medios cómo pacificamos Tamaulipas. Nosotros lo retamos a hacerlo: ¿a quién le iba a creer la prensa? ¿A nosotros, que logramos reducir en un 80 por ciento la tasa de homicidios de Tamaulipas y terminamos por exterminar a Los Vetas? ¿O a él, considerando que durante su gobierno se dispararon los homicidios, la extorsión y el cobro de derecho de piso en Michoacán, a tal punto que las carreteras del estado se volvieron intransitables? Él muy cabroncito nos contestó que bajamos los homicidios 80 por ciento en Tamaulipas, pero que las desapariciones aumentaron 60 por ciento. Me acuerdo que el Lic. Dagoberto se rió en su cara y le dijo: “¿Y de cuándo a acá a los mexicanos les importan los desaparecidos? Además, no te hagas pendejo, si en Michoacán las desapariciones aumentaron todavía más”.
Yo no le veo mucho chance a Genaro Jiménez. La Presidenta no lo tiene en buena estima, pero igual el Lic. Dagoberto ya me dijo que hay que cuidarnos de él, y me mandó a armarle una carpeta con todo lo que podamos encontrar en su pasado, incluida su vida privada, lo cual no será muy difícil con su fama de parrandero, mujeriego y golpeador.
Mientras el Senador Acosta se ponía su camisa blanca y su traje azul marino, que estaba impecablemente planchado, sin una sola arruga, continuó su relato:
Objetivamente pienso que el Lic. Dagoberto es quien lleva la delantera en la carrera presidencial. No hay que dormirnos en nuestros laureles. Pero, además de la buena relación que lleva con la Presidenta, con los líderes del partido y con los empresarios norteños, el Lic. se ha ganado la más alta estima del Ejército mexicano. Eso de otorgarles los juzgados penales y una fuerza de trabajo forzado no estaba previsto en la propuesta de reforma que envió la Presidenta. Fue una idea mía para que se ganara el respaldo de los cuerpos castrenses. Por supuesto, yo la deslicé con discreción y tacto, tanto así que el Lic. cree que fue idea suya, pero lo importante es que funcionó y, ahora, casi todos los poderes fácticos de México nos respaldan. Nos falta el empresariado capitalino y del Bajío, que están con Echenique, y los gobernadores del Sur-Sureste, que están con Robles, pero no es nada que no se pueda arreglar.

El verdadero reto es ganarse el respaldo de los malosos. En Tamaulipas la armamos bien cuando terminamos pactando con el Cártel del Norte para chingarnos a Los Vetas con el apoyo de las fuerzas federales y el respaldo de la policía estatal de élite, que construimos desde cero con el financiamiento de los empresarios del estado y el equipamiento y el entrenamiento de los gringos. Pero la bronca es que nuestra alianza con el Cártel del Norte nos dejó enemistados con los otros capos del crimen organizado. Hasta el Lic. Dagoberto tiene que andar con escoltas del Ejército porque hay más de una banda que se lo quiere quebrar. La clave para que los malosos nos den luz verde es que el Lic. negocie a tiempo con los góbers y que use su buena relación con el Ejército. Los gobernadores pueden echarnos la mano con los cárteles que dominan sus entidades y los militares nos pueden ayudar a disciplinar a los que no quieran meterse al redil.
Otra piedrita en el zapato es que los gringos también andan preocupados. Dicen que no les gustaría que el Lic. Dagoberto sea presidente por su “pasado oscuro de negociaciones con los cárteles de Tamaulipas”. Insisto: pinches gringos hipócritas; ellos nos ayudaron en la estrategia de seguridad de Tamaulipas y que no se hagan pendejos, sus agencias de seguridad negocian igualito que nosotros con los cárteles, solamente que más en lo oscurito y con un discurso aún más hipócrita que el nuestro. Pero bueno, ya no estamos en el siglo XIX. Los gringos ya no pueden bloquear o vetar presidentes, aunque sí nos podrían hacer la vida imposible ya que lleguemos a la presidencia. Por eso la reforma penal también nos va ayudar en este frente. A los gringos les gusta la estrategia de mano dura y les tranquiliza que estemos metiendo al bote a medio mundo. Creen que todos los mexicanos pobres son pandilleros y narcotraficantes. Dicen en público que les preocupa la ausencia de debido proceso en el país, pero en privado le confían a la Presidenta que México va por buen camino y que la reforma penal es una señal positiva de que nuestro país está comprometido con la guerra contra las drogas. Entonces, yo creo que, como artífice de esta gran reforma, los gringos se van a acomodar con el Lic. Dagoberto si llega a la presidencia.
A mí también me iría rebién si mi Licenciado llega a la grande. Voy a quedarme calladito, como siempre. No voy a pedirle nada explícitamente, pero con delicadeza y por abajito del agua le voy a hacer saber que espero que me dé Gobernación. Yo le voy a seguir siendo leal y voy a seguir cumpliendo sus encargos, pero quiero un poco más de protagonismo. Quién sabe, capaz que si la cosa marcha bien, para la segunda mitad del sexenio ahora sí rompo mis votos de silencio y empiezo a hacer uso de la palabra, para así posicionarme para la siguiente elección presidencial. Pero todo a su tiempo. Por ahora, a confiar en la virtud del silencio y trabajar con disciplina. El silencio hará su magia. El silencio me dará mi recompensa.
Y mientras el Senador Acosta se miraba en el espejo, esbozó una prominente sonrisa. Colocándose sus mancuernillas de plata y ajustándose su corbata guinda en un nudo cuidadosamente atado para no causar ninguna arruga en la prenda de tela italiana, le dijo a su reflejo en voz alta: tú sigue calladito y vas a probar las mieles del éxito.

*Nota del autor: Le agradezco profundamente a Fernanda Carbajal por sus comentarios, que mejoraron sustancialmente este relato.
Jacques Coste es analista político, historiador y autor de Derechos humanos y política en México (Tirant lo Blanch e Instituto Mora, 2022). Cursa un doctorado en historia en la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook, en donde estudia la transición mexicana a la democracia