Desafíos de la literatura feminista post #MeToo en Francia y sujeto histórico

Por Ariana Saenz Espinoza

Hablan todas a la vez del peligro que alguna vez han sido para el poder, cuentan cómo fueron quemadas en las hogueras para impedir que volvieran a reunirse.

Monique Wittig, Guerrilleras, 1960

El estallido en las redes sociales de la enunciación y denuncia viral de la violencia sexual contra mujeres y niños en Francia ha sentado, en estos últimos años, las bases de un nuevo contrato social. A su vez, la llamada “liberación de la palabra” dio paso a una promoción insólita de textos feministas, y, con ello, a un mercado editorial rentable que responde a una demanda social importante. Por un lado, la publicación de un amplio corpus de ensayos que plantean la necesidad de repensar la epistemología desde una perspectiva feminista y, por otro, la valorización de una literatura escrita por mujeres que viene a paliar un largo dominio intelectual y literario machista, cuando no misógino. Sobre las cenizas de la trasnochada hegemonía representada por Sollers et consorts,[1] esta literatura emergente se presenta a sí misma como un paso emancipador. No sólo se dio una batalla cultural, sino también judicial.

Repasemos brevemente algunos acontecimientos clave que anunciaron, en Francia, el impacto cultural del movimiento #MeToo, entendido como la continuación de una lucha pionera de las mujeres por la libre disposición de sus cuerpos: la anticoncepción gratuita autorizada desde 1967; el derecho al aborto y su legalización a través de la ley Veil en 1975; el juicio en Aix, encabezado en 1978 por la abogada Gisèle Halimi, gracias a quien la violación pasó a ser considerada legalmente como un crimen y, por supuesto, la militancia del Movimiento de liberación de las mujeres (MLF).

Un amplio espectro de textos literarios vanguardistas acompañó estas luchas, desde la novela L’Opoponax de la escritora lesbiana Monique Wittig,[2] pasando por la literatura de Hélène Cixous, cofundadora del Centro Universitario de Vincennes, que creó en 1974 el primer centro de estudios sobre escritura femenina en una universidad europea, hasta el catálogo de la editorial des femmes, creada por Antoinette Fouque en 1972 junto con integrantes del MLF, y que publica exclusivamente a escritoras mujeres. Aquella vanguardia literaria apuntaba a levantar una censura histórica, política, cultural, mediante la reivindicación y creación de otro tipo de lenguaje, de otra alternativa. Esto es, para algunas de las escritoras de esa generación, la inscripción en la literatura de una escritura de la différance derridiana; deconstruir lo que Derrida llamaba el falogocentrismo, es decir, subvertir en la creación literaria, poética, teórica, un orden simbólico monofálico.

El corpus literario y teórico de la French Theory sedimenta el actual y en cierta medida también lo obstruye, por ejemplo, cuando la noción de consentimiento que hoy se intenta defender en el plano jurídico se estrella contra el accionar de algunos teóricos fetiches de la liberación, como Beauvoir o Foucault, para quienes el consentimiento podía disociarse del contrato social. Recordemos que cuando Guy Hocquenghem, cofundador del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR), entrevistó al filósofo en 1976 sobre este tema en pleno debate sobre las condiciones de la liberación sexual, Michel Foucault se negó a discutir el “consentimiento legal” por motivos que pertenecen en parte a “la época”, en parte a un trabajo filosófico sobre el sujeto planteado en otros términos, pero quizás no únicamente, como lo pretende el ensayista Guy Sorman en sus recientes revelaciones.[3]

La publicación de El consentimiento, de Vanessa Springora, sentó un precedente único en el conflicto contemporáneo con la herencia de los setenta,[4] que La familia grande de Camille Kouchner vino a agudizar, ampliando el debate hasta el tema del incesto.[5] La noción de consentimiento que se ha extendido exponencialmente entre 1976 y 2021 ocupa actualmente un enorme campo discursivo y mediático. El “sujeto” que le interesaba a Foucault no es ni el sujeto hegeliano —el análisis de Hegel sobre las edades de la vida lleva a la afirmación de que nuestro grado de libertad depende de nuestra edad— ni el sujeto del derecho o de las normas contemporáneas. En cambio, los dos éxitos editoriales citados invocan a la inversa un sujeto de derecho ante todo, en el marco de un discurso que impide la posibilidad de una lectura no jurídica de la subjetivación y del consentimiento de menores.

Los libros de Springora y Kouchner sufrieron críticas de distinta naturaleza. Aquí, señalamos una crítica formal: ambos textos han sido publicados en la colección “ficción” —es decir, literatura—   cuando no se tratan precisamente de literatura. En ambos casos, se trata de un relato en el que un delito de abuso sexual de menores impune queda patente, así como sus efectos a largo plazo en el sujeto cuyos derechos han sido violados. Por extensión, revelan también un sistema de opresión cuya responsabilidad recae en las élites intelectuales, políticas. Ambos libros provocan con ello un escándalo nacional. Bien conscientes de sus efectos jurídicos y para evitar demandas por difamación, las editoriales eligen publicarlos como ficciones a sabiendas de que no lo son, pues en este caso importa menos el alcance creativo que la finalidad discursiva, legal, mediática y por supuesto económica. El mensaje y su efecto concreto tienen prioridad sobre la forma.

El desplazamiento de cuestiones sociales al ámbito judicial mediante la publicación de libros que apuntan a los fallos de la justicia es una tendencia reciente. Según el alcance mediático, esto puede producir efectos a corto plazo, ya sea la modificación de una ley respecto de la edad del consentimiento o el levantamiento de una censura específica en el debate público, como ocurre con el tema del incesto.

Ahora bien, ¿qué pasa con la creación literaria, con el trabajo sobre la lengua en los textos presentados como “literatura feminista” o “literatura escrita por mujeres” por las editoriales francesas en los últimos cincuenta años? La editorial Minuit, sede del Nouveau Roman, en la que Marguerite Duras empezó a publicar algunos de sus títulos a inicios de 1953 como acto de independencia respecto de Gallimard, editó en 1974 Les Parleuses[6] (Las habladoras), un libro creado a partir de una conversación entre Duras y la escritora Xavière Gauthier, figura histórica del feminismo francés. Así lo presentaba Minuit:

En una casa, detrás de una ventana, dos mujeres hablan. Podemos escucharlas. Hablan despacio, entre largos silencios, buscan sus palabras, las encuentran o no las encuentran, vuelven a callar, prueban otras palabras, se contradicen, se cortan, se olvidan de la grabadora, intentan recordar, intentan hablar, avanzan, se pierden, se vuelven a encontrar, se vuelven a perder, pero siempre avanzan, sin modelo, sin plan, sin prudencia y, quizás por primera vez, sin el miedo al CENSOR. ¿Cómo es que estas palabras se publican en su estado original? ¿Que se entregan sin ninguna corrección? ¿Que se atreven a proponer esta incoherencia, este desorden, esta confusión, esta opacidad, estas repeticiones, este atropello de la palabra? ¿Por qué lo que no está escrito, reelaborado, moldeado, dilucidado, fascina tanto al lector? ¿Cuál es el misterio de este escrito de la palabra? ¿Es porque es, finalmente, de la mujer? ¿El que está por-venir?[7].

En el programa literario Ouvrez les guillemets, Xavière Gauthier reivindicaba la forma fragmentaria del libro, la aparente falta de organización, de síntesis, de arquitectura del texto:

Apenas es un escrito, es nuestra palabra. Este recorrido es algo propio de una mujer. Si hubiéramos intentado ordenar esto, si hubiéramos censurado el movimiento de esta palabra, habríamos buscado esa palabra convincente que suelen tener los hombres, es decir, hablar para tener razón, ir directamente al grano, hablar en nombre de todos, y nunca hablamos en nombre de las mujeres.[8]

En este sentido, se podría considerar que la eficacia y el impacto del tipo de escritura empleada por V. Springora y C. Kouchner radica en un uso “masculino”, “razonado” y utilitario del lenguaje, a su vez contra y desde el mismo sistema que lo acredita. Aunque estén intrínsecamente ligados al impacto del #MeToo y a la lucha feminista, estos textos no participan de una contracultura literaria y militante, como los de Monique Wittig o de Hélène Cixous.

Cixous publicó su primera novela en 1967, hace más de cincuenta años, y sigue publicando regularmente al menos una obra al año. Pero fue sin duda con sus ensayos con los que se dio a conocer al gran público, en particular con Le Rire de la Méduse[9] (La risa de la medusa). En ese texto, se dirige a las mujeres de forma directa, aunque esencialmente literaria. Por primera vez en Francia una escritora intenta desarrollar una teoría sobre el posible destino de la mujer en la escritura. El texto de Cixous abarca varios campos de exploración. Así, corporalidad, escritura y reconciliación son las tres partes de su visión. Para Cixous, las mujeres tienden a explorar su espacio, primero a través de su cuerpo. Es lo que más tarde se denominará la “escritura del cuerpo”. La famosa frase de Cixous en Le Rire de la Méduse, “vamos a mostrarles nuestros sextos”,[10] enuncia el acto transgresor implicado en la escritura femenina. En La llegada a la escritura, presenta el acto de escribir como una liberación del silencio:

¿Cómo no habría deseado yo escribir? Puesto que los libros se apoderaban de mí, me transportaban, me hacían sentir su poder desinteresado; puesto que me sentía amada por un texto que no se dirigía a mí, ni a ti, sino al otro; atravesada por la vida misma, que no juzga, que no elige, que toca sin señalar; ¿agitada, arrancada de mí por el amor? ¿Cómo habría podido, con mi ser poblado, mi cuerpo recorrido, fecundado, encerrarme en un silencio ?[11]

Hoy la literatura contemporánea escrita por mujeres y legitimada por las editoriales “tradicionales” francesas se enfrenta de nuevo, como una piedra de Sísifo, a la transgresión y al silencio. Esto da pie a nuevas formas de escritura. Como ejemplo literario podemos citar Chienne [Perra], primera novela de una joven autora quebequense, Marie-Pier Lafontaine.[12] En relación con este texto, galardonado con el Premio Sade en 2020, la escritora Camille Laurens escribió en una nota publicada en el diario Le Monde el 22 de octubre de 2020:

Hay que reconocer que, con la ayuda del movimiento MeToo, el trofeo de este año es el retrato de una mujer azotada por un hombre en el suelo, amordazado con un bozal. Mensaje subliminal femenino: Yo también tengo fantasías sádicas. El problema es que esta novela no fue escrita por un Sade contemporáneo que luchaba por liberarse de toda censura moral, sino por una víctima del sadismo —ordinario, iba a decir, más bien extraordinario, porque llevado al más alto grado de violencia.

El hombre en cuestión es el padre de la autora. En esta “autoficción”, Lafontaine se niega a trazar una línea divisoria entre “exactitud biográfica” y ficción, deseando que “nadie conozca la naturaleza exacta de [su] sufrimiento”. Camille Laurens describe la trama así:

En una casa digna de una película de terror, un padre sadisea [sadise] y tortura sin descanso a sus dos hijas pequeñas. La narradora es la menor de las dos hermanas. Escalofriantes viñetas, de apenas una página, a veces una frase, relatan con una sintaxis implacable las monstruosidades que les inflige un “papá-rey”, un “papá-ogro” devorador: “El padre se alimenta de nuestros miedos”. “Cada día, el ogro se come nuestros gritos”. Víctimas rotas, las “hermanas de la agonía” imaginan en vano matar al bárbaro, comer su corazón.[13]

¿Permite la literatura contemporánea superar la ecuación colectiva víctima-verdugo, contenida en el momento histórico-#MeToo? Nicole Barry, traductora del alemán y directora de la colección “Bibliothèque allemande”  de la editorial Métailié desde hace veinte años, cuenta en un artículo que Ingeborg Bachmann, a finales de la década de 1940, cuando era estudiante en Viena y todavía desconocida, escribió una novela en la que intentaba dar cuenta del pasado nazi de su padre. “Veinte años después, en Malina[14] — explica Barry—  volvería a este conflicto desgarrador, entre la necesidad imperiosa de contar la verdad sobre su padre y el dolor de tener que revelar dicha verdad”. Sobre el desafío literario al que se enfrenta la escritora austríaca, Barry agrega:

“No hay mundo nuevo sin un lenguaje nuevo» dice [Bachmann], al tiempo que advierte contra una renovación formal que sólo sería una farsa, porque “     cuando uno/una se limita a manipular el lenguaje para dar la impresión de renovarlo, éste pronto se venga y desenmascara la intención de renovación”.     [15]      […] Para Bachmann, al igual que para Jelinek, la guerra y el fascismo, que han manchado el mundo de las palabras, las ideas y los modos de representación, persisten.[16]

 El desafío literario post #MeToo no sólo se enfrenta a una desalienación de la lengua, a una desmisoginación histórica de la sociedad, sino a la necesidad de crear nuevas formas de escritura. El arte nunca es ideológico. La literatura es una experiencia liminal, solitaria.

Hoy en el mercado literario francés asistimos a una «sobreproducción» de libros feministas. Si bien responden a una demanda real, no escapan a la ley del tiempo, a la “posteridad”. En algunos textos quedan ciertas representaciones que la literatura feminista o etiquetada como tal ha ido oponiendo: la perra, la bruja, la puta, la loca, el monstruo. En el caso de Duras, la alcohólica. En el 2018, la editorial Minuit publicó Ça raconte Sarah, primera novela de una joven autora francesa, Pauline Delabroy-Allard,[17]      que relata una pasión destructora entre la narradora y una mujer llamada Sarah. Minuit, fiel a la promoción literaria de cierto tipo de escritura, en la estela del Opoponax de Wittig y de Destruir, dice, de Duras,[18] presenta así la novela de Delabroy-Allard:

Habla del ardor de Sarah, de la pasión de Sarah, del azufre de Sarah, habla del momento preciso en el que se rompe la cerilla, del momento preciso en el que el trozo de madera se convierte en fuego, en el que la chispa ilumina la noche, en el que la quemadura surge de la nada. Ese preciso y diminuto momento, un cambio de apenas un segundo. Habla de Sarah, de un símbolo: S.C[19]

En esta novela la creación literaria recae en la inmolación del sujeto femenino, en cierto masoquismo como en un círculo infernal, mientras todo un campo de la escritura militante tiende, por otro lado, a superar la llaga viva de la violencia, a sobrepasar la sublimación o exaltación de la autodestrucción, del legado sadiano, con más o menos éxito.

Dar testimonio de la violencia, crear una comunidad histórica de testigos. “Concédanme la dimensión de mi pasado, sin lo cual seré incompleto”, escribe el ensayista austríaco Jean Amery en Más allá del crimen y del castigo. Ensayo para superar lo insuperable.[20] Las escritoras post #MeToo tienen esa doble tarea: constituirse como sujeto de derecho histórico, colectivo, y a la vez como sujeto literario, singular, privado e individual. Salir del silencio o “liberar la palabra” es, también, dar cuenta de una larga trayectoria de autonegación. Desde #MeToo, la literatura feminista ha ido imprimiendo en el espacio del texto “la dimensión” de un pasado traumático para completarse y completar la historia. Salir de la lógica victimaria, suicida o ideológica produciendo literatura, con consigna militante, política. Una tarea compleja en una sociedad en la que la tortura  sexual     , la violencia feminicida y la negación pública son moneda corriente y a la vez moneda de cambio en la transacción del mercado editorial.

El foco mediático, editorial y comercial está puesto en las víctimas a condición de que estén empoderadas, sean dueñas de su pluma y exentas de excesivo resentimiento, no punitivas, con sana indignación y voluntad de cambio social. A Jean Améry, sobreviviente de Auschwitz-Monowitz que se suicidó en octubre de 1978, el sentimiento de pactar con el enemigo no lo abandonaba a la hora de publicar. En Más allá del crimen y del castigo criticó a quienes, como el francés André Neher, “nos aconseja interiorizar nuestro sufrimiento pasado y asumirlo en una ascesis afectiva del mismo modo que los torturadores lo harán con su culpa. Me parece que no es en un proceso de interiorización que los cadáveres que yacen entre ellos y yo serán evacuados, sino, por el contrario, en un proceso de actualización, o, por decirlo de otra manera más punzante, a través de la resolución del conflicto no resuelto en el campo de acción de la práctica histórica.”[21]

Prisionero de la “verdad moral del conflicto” de la que habla Améry, el sujeto histórico contemporáneo, ya sea en la literatura, en la acción política o en el actual pensamiento teórico feminista, aún está en ciernes.

 

 

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El correo de la autora es [email protected]

[1] Philippe Joyaux, conocido como Phillipe Sollers, se volvió un referente literario y cultural por su dirección de distintos proyectos editoriales (las revistas Tel quel y L’Infini, distintas colecciones para Gallimard), desde los que promovió a autores de la talla de Antonin Artaud, Michel Foucault o Jacques Derrida.

[2] Monique Wittig, L’Opoponax, Éditions de Minuit, París, 1964.

[3] Sobre el affiare Sorman-Foucault, véase: Matthew Campbell, “French philosopher Michel Foucault ‘abused boys in Tunisia’”, The Sunday Times, 28 de marzo de 2021.

[4] Vanessa Springora, Le Consentement, Grasset, París, 2020 [El consentimiento, Lumen, Barcelona, 2020]

[5] Camille Kouchner, La familia grande, Seuil, París, 2021.

[6] Marguerite Duras y Gauthier Xavière, Les parleuses, Editions de Minuit, París, 1974.

[7] “Présentation”, Les Parleuses, Éditions de Minuit, París, 2013. Disponible en http://www.leseditionsdeminuit.fr/livre-Les_Parleuses-2884-1-1-0-1.html  [Traducción de la autora]

[8] “Xavière Gauthier à propos des ‘Parleuses’, entretiens avec Marguerite Duras”, Ouvrez les guillemets, 20 de mayo de 1974. https://www.ina.fr/video/I04257864 [Traducción de la autora]

[9] Hélène Cixous, Le Rire de la Méduse, Galilée, París, 1975 [La risa de la Medusa, Anthropos, Barcelona, 1995].

[10] Ibid., p. 21.

[11] Amorrortu, Madrid, 2006 [1977], pp. 26-27.

[12] Marie-Pier Lafontaine, Chienne, Le Nouvel Attila, París, 2020.

[13] Camille Laures, “‘Chienne’, de Marie-Pier Lafontaine: le feuilleton littéraire de Camille Laurens”, Le Monde, 22 de octubre de 2020. Disponible en https://www.lemonde.fr/livres/article/2020/10/22/chienne-de-marie-pier-lafontaine-le-feuilleton-litteraire-de-camille-laurens_6056965_3260.html

[14] Ingeborg Bachmann, Malina, Le Seuil, París, 1973.

[15] Barry cita aquí a Ingerbord Bachmann, Leçons de Francfort : problèmes de poésie contemporaine, Actes Sud, París, 1986.

[16] Nicole Barry, “Ingeborg Bachmann. Le sourire du sphinx”, Études, núm. 6, vol. 406, 2007, pp. 793-802.

[17] Pauline Delabroy-Allard, Ça raconte Sarah, Éditions de Minuit, 2018.

[18] Marguerit Duras, Détruire, dit-elle, Éditions de Minuit, París, 1969.

[19] “Présentation”, Ça raconte Sarah, Éditions de Minuit, París, 2018. Disponible en http://www.leseditionsdeminuit.fr/livre-Ca_raconte_Sarah-3272-1-1-0-1.html

[20] Jean Améry, Par-delà le crime et le châtiment. Essai pour surmonter l’insurmontable, Actes Sud, París, 1995 [1966].

[21] Ibid., pp 150-151.

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