Pauline Wright, “Lion and Mouse” (impresión), en May Farinholt Jones, Keep-Well Stories For Little Folks, Filadelfia y Londres, J. B. Lippincott Co., 1916.

El león no es como lo pintan

Por Pablo Toussaint Noriega

Desde mucho antes de que existiera el alfabeto con el que escribo en este momento las palabras de este ensayo, y aún mucho antes de que pudiera hacerlo en esta lengua, la filosofía clásica había establecido una distinción ontológica que separaba en dos grupos aquello que existe o es: en primer lugar estaría lo sensible, lo que podemos percibir con nuestros sentidos, que vemos, tocamos, oímos. En segundo lugar, estaría aquello que solo puede ser penetrado por el intelecto, esto es, las ideas: una forma pura, ideal y no contaminada por nuestra percepción de aquello que existe, que es. Si nos basamos en esta forma de entender la realidad, no parece descabellado afirmar que nada es realmente lo que parece, que las apariencias engañan —en tanto que son menos reales que las cosas que representan—, y que todo lo que podemos ver, escuchar o sentir, sin poner de por medio el análisis crítico, es mera apariencia y representación. 

Si bien la separación platónica del mundo sensible y del mundo de las ideas a la que nos hemos referido no es un monolito que nadie haya intentado derribar —Nietszche afirma que el único mundo existente es el sensible—, ni siquiera sus detractores o reformuladores pueden negar la existencia de la apariencia. “Parecer” es, curiosamente, uno de los tres verbos copulativos, junto a “ser” y “estar”, por lo que no es difícil ver su cercanía funcional y semántica con estos o, incluso, entenderlos como parte de una serie graduada, en la que “ser” supone el grado más alto, pues se refiere a lo más puro —lo que soy supone mi esencia—, “estar”, el intermedio, algo más material —cómo, dónde o cuándo estoy son elementos de mi substancia—, y “parecer”, el más bajo y menos puro —lo que se puede percibir en mí es mi apariencia y nada más: una mezcla de mi ser y mi estar que se distorsiona para poder ser percibida—. 

Richard Heighway, “The Lion and the Mouse” (impresión), en Esopo, Aesop’s Fables. Told Anew and Historically Traced, Londres, Macmillan and Co., London, 1894.

Lejos de querer convertir esto en una clase de filosofía, no hay que olvidar que una distinción de este tipo no supone que las apariencias tengan que ser engañosas, pero sí que pueden serlo, de la misma forma en que tener la habilidad o la disponibilidad para seguir leyendo no supone la obligación o necesidad de hacerlo, especialmente si las ganas o la concentración se ha ido colando entre tantos conceptos. Sin embargo, lo que nos gustaría destacar aquí es que, de la misma forma en que podemos aceptar que, por más que estudiemos algo nunca podremos saber todo lo que se puede saber sobre ello, así funciona también el mundo de los conceptos —filosóficos o no—, y de las cosas que los representan. Podemos leer una página de Wikipedia y toda la literatura científica sobre un tema, pero el mundo es tan vasto y hay tanto que no ha quedado registrado que es imposible alcanzar el conocimiento total del más mínimo asunto imaginable. Ni siquiera en aquello que por cercanía deberíamos ser expertos —nosotros mismos— podemos considerarnos fuentes infinitas de conocimiento; de allí que los psicólogos sigan teniendo trabajo.

¿Por qué, entonces, no dudamos constantemente? ¿Por qué no nos cuestionamos hasta la más mínima de las experiencias que vivimos y la realidad de las cosas con las que interactuamos? Por la misma razón por la que no somos conscientes de cada vez que inhalamos y exhalamos o que bate nuestro corazón. Hemos desarrollado un sistema en el que podemos ignorar ciertos pasos del proceso para hacerlo más llevadero; un instinto que nos permite reaccionar ante lo sorprendente de la existencia con cierta indiferencia, para no exaltar constantemente nuestros sentidos, y para permitirles descansar el tiempo necesario para no lanzarnos de lleno a un mundo de pura ilusión alucinógena.

Que no debamos hacerlo en todo momento no significa que no debamos hacerlo de vez en cuando. Si notamos que nuestro corazón cambia su ritmo drásticamente o que nuestra respiración se torna difícil, la automatización de nuestros sentidos suena una alarma que deja paso a la intervención de lo consciente. Esta misma alarma tiene que sonar cuando lo que se presenta ante nosotros supone dar un paso hacia las profundidades del abismo, la utilización de nuestros cuerpos como alfileteros o la negación de lo más fundamental de nuestro ser; sin embargo, quien quiera darnos a beber de un cáliz envenenado hará todo lo posible para presentarlo como un regalo, nos dará el phármakon como antídoto, haciéndonos beber veneno.

W. W. Denslow, “The Cowardly Lion” (impresión), enFrank Baum, Chicago y Nueva York, Geo. M. Hill Co., 1900.

En el juego de las apariencias jugamos todos, pero algunos lo hacen con ventaja. La publicidad ha destilado de forma casi perfecta la esencia de la necesidad, la cual inyecta en todo lo que alcanza con su finísima pero poco sutil jeringa, haciéndole el lifting que nos presenta todo con esa novedad necesaria, tan parecida a la juventud que, con el tiempo, se desvanece. La política en tiempos electorales es poco más que publicidad, los programas, las necesidades, y las promesas, ese placebo que se nos inyecta, y cuyos efectos —inexistentes— tienen que perdurar en nuestra imaginación solamente lo que dura el periodo entre el inicio de la campaña y el depósito del voto en las urnas. La política, a diferencia de la publicidad comercial, no nos vende productos, nos vende ideas. Las ideas, esas que Platón consideraba lo más puro y real de la existencia, son el producto de mercado con el que la política comercia para obtener lo que más desea: poder. 

La melena del león o el poder y sus símbolos

No es coincidencia, entonces, que entre las diferentes ideas que sirven a la política para acercarnos a sus posturas, y, por consiguiente, para que votemos por los candidatos de sus partidos o coaliciones, son aquellas que brillan más, aquellas que presentan una mayor iconicidad, aquellas que se nos quedan en la mente con mayor facilidad, pues son casi universales. En gran número de ocasiones, estas se presentan a través de símbolos —patrios, religiosos, alegóricos, etc.—, los cuales buscan conectar de forma directa con las ideas que ya tenemos sobre estos fuera del contexto político. Así, cuando un partido hace uso de los símbolos de un país en su campaña electoral, se alinea con las ideas que representan esos símbolos y, además, refuerza su alianza con el sentido de patriotismo y orgullo nacional de los posibles votantes. Pasa lo mismo con los colores, con la música y otros tipos de producciones, como la ropa, el color de piel, el acento, o incluso la afición a algún equipo deportivo, especialmente en los líderes locales.

Si bien el ejemplo de Angela Merkel prohibiendo que se usaran banderas alemanas durantes los mítines de campaña de su partido representa un claro ejemplo de la consciencia del peligro que representa alinear los valores nacionales con los de un movimiento político —Alemania lo sabe muy bien—, la mayoría de los partidos y movimientos políticos hacen esto con desfachatez y, podría decirse, con dolo. En México el PRI utiliza los colores de la bandera, y Movimiento Ciudadano y Morena —en su logo anterior— versiones estilizadas del escudo nacional; en Argentina, Unión por la Patria juega en su logo con los colores y forma de la bandera argentina, y el ya extinto Frente NOS hacía lo propio; en Chile el Partido Demócrata Cristiano y el Republicano usan estrellas y blanco rojo y azul en los símbolos de sus organizaciones; el Partido Conservador y el Centro Democrático en Colombia incluyen amarillo, rojo y azul en sus logotipos; y ni hablar de la falta de sutileza de los símbolos —ya desde el nombre— del Partido Nacional uruguayo o el homónimo Partido Nacional hondureño. 

Richard Heighway, “I knew you by your voice!” (impresión), en Esopo, Aesop’s Fables. Told Anew and Historically Traced, Londres, Macmillan and Co., London, 1894.

Pero, claro está, los símbolos no se reducen a los nacionales. Así es como ciertos atributos se pueden cooptar, volviéndolos propios de alguna persona y, en el caso político, de algún partido o de algún candidato en específico. No por nada en algunas agrupaciones musicales españolas se pasa del piano (p) al pianisissimo (ppp), aunque sea en lo que a notación se refiere. Así es como el entonces candidato a la presidencia y ahora primer mandatario argentino, Javier Milei, quien por cierta buscada semejanza física —en lo que a lo animal se refiere, suponemos—, adoptó el león como mascota de su candidatura e impuso sus supuestos valores a su programa político: libertad, libre mercado, conservadurismo y desregularización. 

Ahora bien, si es cierto que podríamos llegar a argüir que el león representa la libertad, a pesar de que es el animal salvaje que más se encuentra en cautiverio, cuesta relacionarlo con el libre mercado o con la desregularización si no es por hacer un paralelismo entre su voracidad y la del capital, o entre el sistema patriarcal de la manada y el conservadurismo social que parece desear una vuelta a las monarquías confesionales y al, irónicamente antilibertario, control sobre el cuerpo de sus súbditas. El león, además, no es un significante vacío, sino que ha sido utilizado en tantos contextos y representado en un sinnúmero de ocasiones como para haber dado lugar a un dicho que puede ser también tomado como advertencia: “el león no es como lo pintan”.

Pauline Wright, “Lion and Mouse” (impresión), en May Farinholt Jones, Keep-Well Stories For Little Folks, Filadelfia y Londres, J. B. Lippincott Co., 1916.

El león no es como lo pintan, porque no se está quieto

A pesar de que hoy en día solo podemos encontrar leones en la mayoría de los zoológicos del mundo y en ciertas reservas naturales de África, así como en el norte de la India; en la antigüedad clásica —sí, volvemos a ella— y a lo largo de la Edad Media, los leones se encontraban repartidos a lo ancho y largo del continente europeo, así como en el norte de América y en buena parte de Asia. Su declive poblacional y la extinción de algunas variedades se debe principalmente a la caza, vista por el rey asirio Asurbanipal como motivo de gloria suficiente como para ordenar que quedase reflejada para siempre en los bajorrelieves del palacio norte de Nínive, de donde fueron arrancados tras 25 siglos para ser trasladados al Museo Británico.

Que Javier Milei haya decidido escoger al león como atributo o mascota para representarlo es un símbolo en sí mismo. Frente a los héroes homéricos que ganaban sus epítetos a base de valentía y virtud en la batalla, Milei salía a todos sus mítines cantando “¡Hola a todos! Yo soy el león. Rugió la bestia en medio de la avenida». Con la música de Panic show de La Renga de fondo hace eco de sus palabras de 2021: “yo no vine acá a guiar corderos, yo vine acá a despertar leones”1; pero a partir de este uso retórico e hiperbólico con el que busca que todos sus seguidores se identifiquen con el supuesto león que llevan dentro y al que quiere liberar, surgen ciertas preguntas: ¿el que despierta a un león vive para contarlo?, ¿es que los leones no tienen líderes?, ¿es el león el mejor modelo a seguir para un ordenamiento social? y ¿cuántos leones pueden convivir juntos antes de matarse unos a otros por el control de la manada?

Radziem, Detail of the Ishtar-Gate (fotografía), 2010, en https://es.wikipedia.org/wiki/Puerta_de_Istar#/media/Archivo:Fragment-bramy-isztar.jpg (Wikimedia Commons).

Los observadores del comportamiento animal están de acuerdo en que, si bien el león es una animal social, su estricto régimen jerárquico, a veces bicéfalo, y su territorialidad insoslayable, que resulta en la necesidad de un derrocamiento para la instauración de un nuevo líder —macho, vale decirlo—, no son un modelo que el ser humano debería querer imitar, salvo que se desee incrementar considerablemente la mortandad infantil, la desprotección de las mujeres y, por qué no, reinstaurar la poligamia y obligar a los hombres de casa cuando se conviertan en una amenaza para la hegemonía del patriarca. 2

Pero quizás este no es el modelo que Milei quiere evocar. Quizás su conservadurismo libertario —término tan antitético como el de anarcocapitalismo— no llega a posiciones tan extremas como la animalización de la sociedad a imagen de una única especie. ¡Quizás! Lo más probable es que tanto él como todos aquellos que antes que él —melena o no— han sido o querido ser “leones”, hayan pensado en el león simbólico-heráldico, el rampante que lleva corona y espada, o el que se encuentra a los pies de un sepulcro, guardando los restos del caballero muerto y recordando su valentía.  

En efecto, en el arte funerario, la presencia del león recuerda la valentía del difunto, pero este animal, presente en un sinfín de banderas y escudos,3 puede significar mucho más que el poder, la fuerza o el valor. El león nos puede recordar a las fábulas de Esopo, en las que, si bien rey de la naturaleza, no deja de ser un ávido depredador. Es, quizá, el mismo león que se alía con el asno para luego robarle lo que le corresponde, o devorarlo cuando no considera justa la repartición del botín; quizá es el que moribundo, con ayuda de una zorra, atrae mediante engaños a un ciervo para devorarlo; quizá es el que se asusta de un ratón que le pasa por el cuerpo mientras duerme —lo que es, por otra parte, comprensible—; quizás es el burro disfrazado de león que intenta asustar así a los demás animales; o quizás —tal vez es mucho desear— es el que perdona la vida al ratón que captura, y luego este, cuando es capturado por unos cazadores, roe sus ataduras, agradecido por su misericordia.4

Rosa Bonheur, El Cid (óleo sobre lienzo), 1879, en https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/el-cid/19984271-9cb6-476d-8655-f012e1fec1bf?searchMeta=el%20cid%20rosa%20bonheur (Museo Nacional del Prado – Madrid).

Si algo nos enseña Esopo en sus Fábulas, es que el león no representa una sola cosa. Aunque es el rey de la selva y es feroz, puede ser engañado, vencido y hasta neutralizado —por amor se arranca los dientes y se corta las garras5—. No obstante, el de Esopo no es el único león que encontramos suelto en la amplia selva de la cultura universal y, si bien su fortaleza es notable, es su doma o derrota el principal motivo de su aparición en las distintas ficciones y mitologías, o en el mundo del entretenimiento —pensemos en los domadores de leones de los circos—. Así, el primero de los doce trabajos que debe cumplir Hércules es el de matar al león de Nemea, cuya piel impenetrable lleva a partir de ese momento como atributo 6. Los dos leones que tiran del carro de la diosa Cibeles son los amantes Hipómenes y Atalanta, a los que la deidad transformó en felinos tras haber profanado su templo7. En la biblia, el león es el símbolo del triunfo de la fe sobre la violencia en el episodio de Daniel y los leones8, pero también, por ciertas antiguas creencias —que sus hijos nacían muertos y al tercer día les daba la vida con el aliento—, es a a la vez símbolo de Cristo y del Anticristo9. En la antigua cosmogonía egipcia, el dios Maahes —con cabeza de león y cuerpo humano— es un dios bélico con al que se asocia el devorar a los cautivos; y en la grecia clásica, Fobos, el dios del pánico y el terror, tiene cabeza leonina. 

¿Qué es, entonces, el león? ¿Es la criatura mansa que acompaña a san Jerónimo tras haber curado su herida?, ¿es el atributo alado del evangelista san Marcos?, ¿es el felino que forja amistad con el esclavo Androcles tras retirarle este una espina de la pata?10, ¿es, acaso, el cristianísimo Aslan de Las crónicas de Narnia,que con su voz hace nacer el mundo?, ¿el León Cobarde del Mago de Oz, que necesita una pócima para ser valiente?, ¿o el asno que, incapaz de ocultar sus orejas bajo la piel del león que lleva puesta, termina por ser descubierto?11

A lo mejor es que cuando pensamos en leones nos imaginamos solamente las majestuosas bestias de las pinturas —olvidándonos, claro está, del poco naturalismo de una buena parte de las representaciones—. A lo mejor pensamos en El Cid, de Rosa Bonheur,12 que cuelga en el Museo del Prado, en las pinturas de Briton Rivière,13 Delacroix, Gericault, Moreau,14 o en el monumental León herido de Thorvaldsen, esculpido en la roca arenisca de Lucerna. A lo mejor nos evoca la majestuosidad simétrica de las fuentes de la Alhambra, o la puerta de Istar de la muralla babilónica construida por Nabucodonosor II. A lo mejor pensamos en las películas animadas como El Rey León, en las que el Simba, Mufasa y Scar cazan a sus súbditos y se comen su carne —como parte de ese “ciclo sin fin”—, pero nunca delante de nosotros; o en Robin Hood, donde el benevolente Ricardo Corazón de León llega a salvar a Inglaterra del terror impuesto por el interés recaudatorio de su hermano —”el rey inglés pelele”—, quien, no obstante, también es un león, si bien uno menos melenado.   

Podría ser que el león que llevamos dentro es distinto para cada uno: al fin y al cabo, se ha demostrado la presencia de conductas homosexuales (alrededor del 8%) e inversión de los roles de género en leones africanos y asiáticos sin que estén influidos por factores de escasez de ejemplares del sexo opuesto.15 Es por esto indudable que habrá leones feroces, cobardes, mansos, amigables, y alguno que otro que no pueda ocultar del todo las orejas o la voz que relatan su verdadera naturaleza. A lo mejor podríamos hablar de leonas —de las que hay ya en Argentina, por ejemplo, y sin necesidad de que nadie las despierte—, o de leones marinos, a los que, honestamente, me recuerda más algún miembro de la casta política a la que dice no pertenecer. 

Muy probablemente, la imagen del león que tenemos en mente no contempla todas estas posibilidades, y lo que significa “ser un león” es tan voluble como lo ha sido su apariencia en el arte. Por esto, independientemente de lo que nos diga la propaganda política o lo que nos transmita la estilizada imagen felina de un logo de campaña —la melena al aire, las fauces bien abiertas—, no debemos olvidar que, al final del día, para ser el rey de la selva, hay que gobernar con el instinto del depredador más avanzado, ferozmente y sin piedad; por lo menos hasta que venga un león más fuerte y, a fuerza de zarpazo, se imponga como nuevo rey. 

Briton Rivière, Daniel in the Lion’s Den (óleo sobre lienzo), 1872, en https://artuk.org/discover/artworks/daniel-in-the-lions-den-97646 (Walker Art Gallery – Liverpool).

Pablo Toussaint Noriega es poeta, pintor, y filólogo hispánico, especialista en literatura española de los Siglos de Oro, y coordinador de la sección Contemplaciones de la Revista Presente.


  1.  Esta, a su vez, recuerda la que famosamente pronunció Mussolini en 1943 y más recientemente Trump (2016): “Meglio vivere un giorno da leone che cent’anni da pecora” (Es mejor vivir un día como un león que 100 años como una oveja), aunque originalmente formó parte de la propaganda bélica durante la I Guerra Mundial, cuya autoría se atribuye al artista Ignazio Pisciotta. ↩︎
  2.  Los datos apuntan a la supervivencia de apenas el 20% de las crías de las leonas. La mortandad está causada por el hambre, los depredadores, o por los nuevos leones machos de la manada, que necesitan que las hembras vuelvan a ser receptivas.   ↩︎
  3.  Como rex animalium, representa los valores de la monarquía o del poder, por lo que se encuentra presente en el escudo de España, de la Comunidad Autónoma de León y de su capital homónima —aunque cabe mencionar que su nombre no viene del felino, sino de la legio latina que se asentó allí—, así como de la ciudad francesa de Lyon; es el símbolo de la ciudad y antigua república de Venecia; se encuentra presente en el escudo de armas de Inglaterra, Finlandia, Luxemburgo, Flandes, Brabante, República Checa, Noruega, Escocia, Filipinas, Estonia, Dinamarca, Montenegro, Marruecos, Bulgaria, Suecia, Georgia y Letonia, entre otros países o regiones. ↩︎
  4.  Esopo, Fábulas, Madrid, Gredos, 1985. Las fábulas a las que hacemos referencia son la 151 “El león y el asno cazan juntos”; 149 “El león, el asno y la zorra”; 95 “El ciervo sin cerebro”; 146 “El león que tuvo miedo de un ratón”; 188 “El burro disfrazado de león”; y 150 “El león y el ratón agradecido”. ↩︎
  5.  Esopo, Fábulas, Madrid, Gredos, 1985. Fábula 140 “El león enamorado”. ↩︎
  6.  Es el mismo león que sirve de atributo a Hera-Juno y que representa la constelación de Leo en el zodiaco. ↩︎
  7.  Ovidio, Metamorfosis, Sevilla, Orbis Dictus, 2008. En el libro X, el décimo capítulo relata la historia de estos amantes y de su trágico fin, convertidos en leones e incapaces de poder dirigirse la mirada. Por eso en la famosa estatua madrileña el carro de Cibeles es llevado por dos leones que miran a lugares opuestos, incapaces de cambiar el rumbo de sus miradas. ↩︎
  8.  Daniel 6, 11-25 y Daniel  14, 28-42. ↩︎
  9.  Francisco de Asís García García, “El león”, Revista Digital de Iconografía Medieval, vol. I, nº 2, 2009, pp. 33-46. ↩︎
  10.  Esta historia aparece en Claudio Eliano, Historia de los animales, Libros I-VIII, Madrid, Gredos, 1984, y en Aulo Gelio, Noches áticas I, Libros I-X, León: Universidad de León, 2006. Posteriormente, George Bernard Shaw escribiría una obra de teatro con el mismo tema. ↩︎
  11.  Esta versión de la fábula de Esopo adaptada por Félix María de Samaniego fue, casualmente, reproducida también en La última batalla de C. S. Lewis, que forma parte de la saga de Las crónicas de Narnia. En otra versión de la fábula, la zorra se da cuenta de que el que se encuentra debajo de la piel del león es el asno por la voz, dejando claro que lo que se dice puede arruinar cualquier disfraz. ↩︎
  12.  No es la única pintura de un león que hizo esta pintora naturalista francesa. ↩︎
  13.  Con el león como tema central pintó The King Drinks (Royal Academy of Arts – Londres), On the Bank of an African River (Guildhall Art Gallery – Londres), Phoebus Apollo (Birmingham Museums Trust – Birmingham), Androcles and the Lion (Auckland Art Gallery Toi o Tāmaki – Auckland), Daniel’s Answer to the King (Manchester Art Gallery – Manchester), On the Prowl (Rehs Galleries – Nueva York) Daniel in the Lion’s Den (Walker Art Gallery – Liverpool), The King and his Satellites (Colección privada), y Una and the Lion (Colección desconocida), entre otros. ↩︎
  14.  Estos pintores franceses del siglo XIX pintaron el león con asiduidad, tanto solo como en escenas de gran violencia  ↩︎
  15.   Bagemihl, Bruce, Biological Exuberance: Animal Homosexuality and Natural Diversity, Nueva York, St. Martin’s Press, 1999, pp. 302-305. ↩︎
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