El próximo domingo, de nueva cuenta, las y los candidatos a la presidencia de México se reunirán en uno de los tres debates electorales programados para la elección de 2024. En este artículo quiero señalar algunos puntos esenciales respecto al diseño o formato de los debates, aspecto esencial que posibilita que dichos eventos no sólo se conviertan en escaparates que repliquen lo que ya se ha escuchado repetidamente en spots de publicidad política, sino también que tengan un efecto mucho más positivo en términos de proporcionar información clave a las y los posibles votantes.
En primera instancia, quisiera hablar de la relevancia de los debates presidenciales en las democracias electorales contemporáneas. Según la literatura sobre el tema, los debates pueden tener múltiples funciones, entre otras, la de constatar, por parte de las audiencias, el desenvolvimiento o desempeño en tiempo real de los contendientes frente a sus adversarios. Asimismo, puede ser también la oportunidad para los electores de recibir información relevante, en algunas ocasiones, controversial o hasta escandalosa acerca de los candidatos. Y recientemente, los debates, bajo formatos mucho más sofisticados y bajo una lógica de la comunicación digital, se han convertido en la forma en la que ciertos cuestionamientos o inquietudes de parte de la ciudadanía pueden llegar a dichos competidores.
Respecto a los formatos de los debates en esta elección, se ha hablado mucho del primero, el cual fue cuestionado por muchas y diversas voces. Lo que nos mostró aquel evento del 7 de abril de 2024 fue un evidente desaseo de los productores y realizadores, por ejemplo, se tuvo problemas con el reloj, cosa realmente básica. Además de detalles de ese tipo, también observamos la imposibilidad de una interacción dinámica entre los candidatos: se impidió que se expusieran con más detalle las propuestas de políticas públicas o proyectos de los candidatos. Los “tiempos” tan rígidos y mal diseñados limitaron las respuestas o réplicas y no dieron oportunidad de refutaciones. El papel de los moderadores, que hubiera sido clave, también se vio limitado por el tiempo, aunado a que uno de los comunicadores no mostró suficiente capacidad para llevar a cabo un evento de tal magnitud.
Quizá lo más desconcertante no fue solo dar cuenta de los errores de la realización técnica del debate presidencial, sino del hecho mismo de que se hayan presentado tales fallas a 30 años de haberse inaugurado este tipo de eventos de comunicación política en México. De hecho, a lo largo de tres décadas, los debates se han ido transformando en paralelo con la propia historia de la democratización en México. Desde mi perspectiva, los debates presidenciales han ido mejorando, han incrementado su calidad y su capacidad deliberativa. Recordemos el debate “#132”, organizado por completo por la sociedad civil, el cual marcó un punto de quiebre en el tipo de formatos en debates presidenciales. Sin embargo, al día de hoy parece que volvimos a asistir a un formato rígido, y no sólo eso, sino plagado de errores técnicos incomprensibles, a pesar de la experiencia institucional ya adquirida por parte del Instituto Nacional Electoral y los partidos políticos.
Los estudios sobre debates en el mundo reconocen que estos no son necesariamente espacios dialógicos, o por lo menos no se han dado así. No obstante, sí reconocen, sobre todo como parámetro, que tendrían que aspirar a tener intercambios discursivos de contraste y confrontación de posturas. El caso mexicano, es decir, la experiencia que tenemos en organizar debates data del año 1994. Desde la década de los 90 se han realizado debates y sus formatos han evolucionado: de ser simples y rígidas exposiciones de programas frente a una cámara y con mínima interacción, a convertirse en eventos donde los candidatos discuten entre ellos o interactúan con público presente o remoto (dependiendo justamente del formato). Nos debemos preguntar, entonces, ¿por qué en el primer debate de esta elección no palpamos dichas características?
Considero, como hipótesis, que el papel que juegan los representantes partidistas en su afán de controlar el evento sigue mermando el carácter deliberativo o dialógico de los debates. Recordemos que para que un debate se lleve a cabo, los involucrados deben estar de acuerdo en las reglas, por lo que los formatos y demás asuntos alrededor son consensuados. El cómo se conforman los acuerdos acerca del evento, entonces, ha dependido de factores que no necesariamente buscan el beneficio de los ciudadanos. Basta mencionar que ciertos partidos procuran reglas conservadoras cuando su candidata o candidato se encuentra como arriba en las encuestas.
Como comentario final, afirmaría que, si se quiere seguir avanzando respecto al tema de los debates, el elemento crucial, para ir más allá de los formatos rígidos, será la continua y activa participación de la ciudadanía. Incluso, como ocurrió en el 2012 con el debate #132, podría incidir y organizar eventos no necesariamente oficiales y forzar a los candidatos a participar en estos. Tal opción permitiría mayor libertad y creatividad respecto a lo dialógico y deliberativo alejando a los partidos políticos de tener el control absoluto.
Para este domingo, se espera que el formato del segundo debate presidencial pueda dar resultados positivos en términos de incentivar el diálogo, ya que, según el propio INE, la estructura del evento permitirá la participación de la ciudadanía de forma directa y los candidatos tendrán más rango de acción e interacción. No obstante, y tomando en cuenta la experiencia nacional e internacional, los debates no modifican las intenciones de voto, en todo caso, podrían reforzar una decisión ya tomada, como es lo que se vislumbra en esta elección.