La ultraderecha según la comentocracia

Por César Morales Oyarvide

La reunión a principios de septiembre entre un grupo de legisladores del PAN y Santiago Abascal, líder del partido ultraderechista español Vox, provocó múltiples reacciones. Más allá de deslindes, disculpas e incluso el despido de un community manager, el efecto más llamativo del evento fue el que tuvo entre nuestra comentocracia. Durante las semanas posteriores al encuentro, la prensa mexicana se llenó de opiniones que, si bien en principio parecían criticar la reunión de los panistas con Abascal, en realidad se centraban en tratar de librar de culpa a quienes le abrieron las puertas del Senado al fascista español. Un buen número de comentaristas nacionales dedicaron sus textos a una curiosa maniobra que podríamos llamar censura exculpatoria.

¿Quién fue entonces, desde esta narrativa, el verdadero responsable de la infausta visita del presidente de Vox? Aunque parezca increíble, resulta que la izquierda.

Un curioso argumento

Veamos algunos ejemplos del argumento: para el corresponsal del diario Reforma en Washington, AMLO fue la mente maestra detrás de la reunión entre Vox y los panistas, quienes habrían caído así en una trampa tendida astutamente por el presidente. Para una columnista de El Universal, lo importante era subrayar que no era el PAN el partido con más afinidad con Vox en México, por mucho que se haya reunido y firmado una declaración con su líder, sino Morena. En opinión de otro célebre periodista, el problema que hoy representan Abascal y sus compañeros de viaje era, en el fondo, un producto de la izquierda ibérica, que habiendo perdido el “centro racional”, provocó con sus excesos el renacimiento de la ultraderecha española.

Aunque todas estas opiniones son igual de extravagantes, hay una que es especialmente problemática: la idea según la cual los males de nuestro tiempo son provocados por un corrimiento hacia los extremos a ambos lados del espectro político: a la derecha y a la izquierda. Esta tesis no sólo es equivocada, sino que es un ejemplo de una de las más viejas estrategias retóricas del pensamiento reaccionario. Aun así, su puesta en circulación implica riesgos reales. Por un lado, trivializa la amenaza del nuevo fascismo que recorre el mundo y su creciente normalización.  Por el otro, oculta el papel de la derecha tradicional en el avance de partidos extremistas como Vox, a quienes no han hecho más que tenderles la cama.

Pero vayamos por partes.

El mito del “corrimiento a los extremos”

Como muchas de las ideas de esta naturaleza que aparecen en la prensa mexicana, el mito del corrimiento a los extremos no es del todo original. Prácticamente en todos los países que hoy tienen una fuerza política de ultraderecha, hay quienes intentan reinterpretar este fenómeno como una especie de extremismo simétrico a la izquierda y la derecha. Para quienes defienden esta idea, Estados Unidos, España o México hoy son poco menos que una reedición de la República de Weimar en la Alemania de entreguerras, en donde sólo cabe suponer que las discusiones entre trolls de Twitter reemplazan los enfrentamientos callejeros.

La idea, desde luego, tiene más de mito que de verdad. Tomemos el caso de los Estados Unidos, probablemente el país donde esta historia ha tenido más éxito. Como han mostrado Benjamin Page y Martin Gilens (en su libro “Democracy in America?”), la supuesta polarización entre el Partido Demócrata y el Partido Republicano de los últimos años es en realidad una deriva hacia la derecha sólo del segundo, acompañada de apenas un tímido, casi imperceptible movimiento a la izquierda por parte del primero. Habría que preguntarnos: ¿a quién beneficia que este tipo de situaciones se presenten como una polarización de la que todos son parcialmente culpables?

Sobra decir que sólo desde la confusión puede considerarse igualmente extremo el tratar de garantizar un mínimo de derechos a colectivos históricamente marginados, como hacen muchos de los partidos a los que nuestra comentocracia considera radicales de izquierda, que instigar el odio contra ellos, como es vocación de los partidos de ultraderecha. Pretender igualar el presunto extremismo de un partido como Podemos (hablando del caso español, que es el que la visita de Abascal pone en la palestra) con el de Vox resulta tan insostenible como pensar que defender la educación y la salud públicas, como ha hecho desde 2014 el partido hoy dirigido por Ione Belarra, resulta tan extremista como deportar migrantes, levantar muros alrededor de las ciudades de Ceuta y Melilla[1] o echar para atrás las leyes contra la violencia de género, todas propuestas de Vox en las últimas elecciones españolas. Da la impresión de que, para el centrismo radical, incapaz de salir del relato oficial de las transiciones de las que aquí y allá fue protagonista, cualquier alternativa se antoja extrema, especialmente cuando surge desde la izquierda, por muy modesta que ésta sea.

Retóricas de la reacción

Ahora bien, la tesis del corrimiento a los extremos avanzada por nuestra comentocracia no sólo es errónea. Tiene también una pesada carga ideológica. En el fondo, esta narrativa es una puesta al día de lo que el economista Albert O. Hirschman llamó en su momento “retóricas de la reacción”: las maniobras intelectuales que son utilizadas desde hace siglos para oponerse al cambio político. Específicamente, la idea de que los supuestos excesos de la izquierda habrían sido la causa del auge actual de la ultraderecha es una nueva aplicación de lo que Hirschman la tesis de la perversidad. Según dicha tesis, cualquier política o movimiento progresista terminará por provocar, sin querer, un efecto contrario a sus objetivos.

¿Qué tienen en común la Revolución francesa, la ampliación del derecho al voto y la creación del Estado del Bienestar? Entre otras cosas, que todos fueron procesos políticos ante los que la reacción buscó oponerse señalando los efectos contraproducentes que presuntamente habrían de generar. Algo muy similar ocurre hoy con algunos de nuestros comentaristas cuando hablan de partidos como Vox. A su juicio, lo que consideran excesos en la izquierda habría acabado por alimentar a la ultraderecha, como si la consecuencia natural de proponer gravar con impuestos las herencias o detener los desalojos violentos de quienes no pueden pagar su hipoteca sea que alguien se levante un buen día odiando a las mujeres, a los migrantes y a los homosexuales (tomó prestada esta idea del sociólogo Antonio Villalpando).

Una mitología con consecuencias reales

Simplemente errónea o también malintencionada, el verdadero problema con el mito del corrimiento a los extremos son sus consecuencias. De forma fortuita o deliberada, quienes defienden esta tesis minusvaloran el peligro que representa hoy la nueva ultraderecha (caracterizada por una mezcla explosiva entre populismo, nativismo y autoritarismo) y les lavan la cara a sus aliados locales, hoy súbitamente avergonzados de su reunión con Abascal.

Si existe hoy un peligro de orden político en el mundo ese es la presencia de la ultraderecha en cada vez más países y su creciente normalización. De ser prácticamente unos parias políticos cuyo campo de acción se reducía a los márgenes, estos movimientos y partidos hoy se encuentran en el centro del tablero. Hasta hace algunos meses, tres de los países más poblados del mundo tenían un líder de ultraderecha: Brasil con Jair Bolsonaro, India con Narendra Modi y Estados Unidos con Donald Trump. En otros contextos, sus partidos cosechan triunfos en las elecciones, por no hablar de su influencia cultural. Hoy la ultraderecha está cambiando la manera en que millones de personas entienden temas como la migración y la seguridad. El politólogo Cas Mudde ha llamado a este fenómeno la “mainstreamización” de la ultraderecha: un proceso mediante el cual el discurso, los encuadres y las propuestas de estas organizaciones se han vuelto parte de la normalidad política. ¿Qué implicaciones tiene esto? Que sus ideas sean discutidas en medios de comunicación masivos, incorporadas al sentido común de la gente y adoptadas, aunque sea de forma light, por partidos de la derecha tradicional y supuestamente moderada (pero también de centro e incluso de izquierda).

México no es ajeno a esta tendencia. Aunque no existe formalmente un partido de ultraderecha en el país, la manera en que un sector del obradorismo ha adoptado una retórica de mano dura y el tufo xenófobo que rodea el tratamiento a los migrantes en la frontera sur por parte del Instituto Nacional de Migración es una prueba clara de que hoy la influencia de la ultraderecha atraviesa fácilmente las fronteras, sean físicas o ideológicas.

Con todo, los grandes responsables de este estado de cosas no se encuentran en la izquierda sino en la derecha tradicional. Son estos partidos los que, por miedo o ambición, les han abierto las puertas a los nuevos extremistas, ya sea haciéndolos sus socios legislativos y electorales, reuniéndose con ellos, firmando sus manifiestos o simplemente tratando de imitarlos (copiando esa actitud con la que hoy los nuevos fascistas posan de rebeldes y políticamente incorrectos).

Es en esa clave en la que tiene que leerse el recibimiento que el PAN hizo a Santiago Abascal.

La CELAC: una falsa equivalencia más

La reciente cumbre de la CELAC dio a los teóricos de los extremos la oportunidad de plantear una falsa equivalencia más: la de equiparar la gravedad de la situación planteada por la ultraderecha en el mundo con la continuidad de las relaciones diplomáticas entre México y países como Cuba. La maniobra, iniciada con motivo de la visita a México de Miguel Díaz-Canel como jefe de Estado, mostró hasta qué punto prejuicios como el anticomunismo nublan el pensamiento de los intelectuales de la transición.

En lugar de llamar la atención sobre la amenaza del nuevo fascismo que recorre el mundo, nuestra comentocracia se empeña en asegurar que el problema está en otro lado. Al hacerlo no sólo minimizan imprudentemente la fuerza de quienes hoy atentan contra la democracia y los derechos, sino que también absuelven a los que han sido sus principales colaboradores.

Julen Rementería, senador del PAN, se reunió con el líder de Vox, Santiago Abascal.

 

[1] Territorios españoles en el África continental.

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