Perdón, es mi ansiedad

Por Fernanda Carbajal

Proclamo en voz alta la libertad de

pensamiento y muera el que no piense como yo.

Voltaire

 

Caminar, cambiar, caminar, empacar, caminar, soltar, caminar, extrañar, caminar, llorar, caminar, perder, caminar, caer, caminar, sumar, caminar, abandonar, caminar, emprender, caminar, padecer…

 

Entre tanto y tanto, la solución siempre era continuar recorriendo caminos, líneas. Líneas inciertas, gruesas, oscuras, polvorientas, nuevas, estresantes y secretas. A veces, puestas a consideración, pero muchas otras, siendo sólo indicaciones o pendientes que formaban parte de una larga lista de angustias o responsabilidades.

 

Los días pasaban sólo como requisito, pero no dejaban de sentirse como obligación. Pararse de la cama, comer, tomar el sol, contestar mensajes, respirar, escuchar, dormir y despertar se volvían retos dignos de concurso de televisión: el premio era la vida. Las voces preocupadas eran inaudibles y pocas —a comparación de las (incontables) crisis. Aun así, había que caminar.

 

La caminata más lejana y difícil fue la que implicó abandonar el hogar que, para entonces, ya estaba vacío, pues sólo quedaba uno de tres integrantes. Las maletas que descansaban en el clóset soñando con ser usadas para un viaje pronto a la playa fueron retacadas de inseguridades y de ropas que se dignaran a (con)vivir en una ciudad de 40 grados. El dinero ahorrado se esfumó en rentar privacidad, autonomía y soledad, y los viejos conocidos se convirtieron en un post-it que recordaba que todo era temporal, que sólo era cuestión de caminar y empacharse de melones y sandías.

 

Pasaron las semanas y entre el cansancio y la monotonía, se olvidó agradecer y ser agradecido, pero se hacía tarde: el sol estaba ocultándose, las papeletas, que dibujaban las malas noticias, eran prácticamente ilegibles a causa de la poca luz que la luna nos regaló. Y otra vez, sin darse cuenta, el hambre se fue, las ganas y el calor cesaron, y las maletas se volvieron a llenar.

 

Llegaron días de paz escasa. No había dinero, aunque ahora había una nueva producción, un nuevo camino. Inseguridades. Otra vez. Inseguridades. Avanzar, no fallar, ceder, desempolvar, exigirse, conocer, trabajar, apendejarse, hablar bien. ¿Hace calor? ¿Sólo yo tengo? Perdón, es mi ansiedad.

 

Hay que pagar la renta o tenemos que empacar. No me quiero ir. “No te escucho nada”. ¡Grítame! “No me grites”. Qué fuerte suena el silencio. ¿Por qué me abandonas? ¿Qué hice? Quiero contarte algo: “Es posible que mi hermana tenga que empacar. No me imagino mi día sin ella”. “Hay que esperar a saber cuál será el camino…” Camina.

 

No me puedo mover. Me duele muchísimo. ¡Hay que parar! Perdón, es mi torpeza. “Hay que esperar de cuatro a seis semanas para ver cómo va mejorando el hueso”. Caminar ahora es un privilegio. Todo lo es: ducharse, tomar el sol, disfrutar el otoño, cuidarte, dormir, despertar, existir. ¿Ya paraste? ¿Ya puedes respirar? “Estoy cansada”. ¡Ánimo!

 

La caminata nunca antes había estado tan supervisada –o no lo sabía. Aprender a desprenderse del orden y las órdenes eran el reto (además de estar en calma). El ritmo que antes marcaba el propio caminar, ahora lo marca el reloj. ¡Qué reloj tan lento! ¿Sólo ha pasado un año? Ha sido una eternidad. “Son dos”.

 

La falta de pie, de músculo, de mamá, de papá, de hermano, de amigas y amigos permite, en este minuto, recolectar letras para patentar un remedio mágico propio. Sanar el espacio que hay entre el amor y la fortaleza es otro camino —gracias por estar Ella y Él. Una posibilidad infinita de caminos da a luz al cosmos. Las viejas ciudades esperan, las palmeras guardan pedazos de sombra para mí, para ti, las faltan sanan, las ausencias huelen a pan fresco con el pasar, las canciones esperan a ser bailadas, las ropas se adaptan, el otoño viene cada año, el abrazo se pide y quien quiera estar… estuvo, está y estará. Anda camino.

 

«Anxiety» by Joana Rojas – still here is licensed under CC BY-NC 2.0
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