La sustancia

Por Belem Hernández

El pasado domingo se realizaron los Premios de la Academia 2025 y, para algunos, se cumplió el argumento principal de La sustancia: el trato despectivo que tiene la industria del cine hacia las actrices mayores, pues el Oscar a Mejor Actriz sorpresivamente fue para Mikey Madison, quien tiene 25 años, cuando todo el mundo esperaba que se lo llevara Demi Moore por su actuación extraordinaria, su gran trayectoria y por los reconocimientos previos en la misma categoría por los Critics Choice Awards, el Globo de Oro y el Sindicato de Actores (aunque, cabe aclarar, esta reflexión puede llegar a ser injusta con Madison, mujer joven con un talento extraordinario).

Coraile Fargeat entrega en La Sustancia una historia de terror psicológico provocado por la vanidad y la imposición de los cánones de belleza occidentales; y usa el Body Horror como la herramienta visual más poderosa, misma que le valió el merecido Oscar a mejor Maquillaje y Peluquería. A diferencia de quienes quedaron decepcionados cuando se le negó el Oscar a Mejor Guion Original, sostengo que el hilo argumentativo de la obra se tambalea y que el cierre de la película queda a deber al empujar los límites y demostrar que, para Fargeat, el gore es sinónimo de desenlace. Esto resulta problemático si se considera que la legítima protesta contra la cosificación de la mujer abarca dimensiones profundamente complejas de representación y análisis.

En lo personal, tengo sentimientos encontrados con esta cinta. Por una parte, el desarrollo del personaje Elizabeth Sparkle (Demi Moore) transmite un mensaje muy poderoso al narrar la autoesclavización de las mujeres en su búsqueda desesperada por la juventud y la belleza impuestas culturalmente (una interpretación casi autobiográfica por parte de Demi Moore). Por otra parte, Fargeat, a través de Sue (Margaret Qually), muestra que estas cadenas autoimpuestas son el resultado de presiones externas alimentadas por la industria de la vanidad, la cual, mediante campañas mediáticas tanto evidentes como sutiles, e incluso a través de mensajes dirigidos al inconsciente, nos bombardea hasta moldear cómo debemos peinarnos, vestirnos, caminar, oler, hablar, maquillarnos y lucir. De ahí que la oferta de la sustancia resulte tan emocionante como perturbadora.

”Una versión mejorada de ti misma, más joven, más bella, más perfecta”.

El diseño estilizado, con colores brillantes y una nitidez escenográfica extraordinaria, resulta sumamente atractivo, al igual que las transformaciones hiperrealistas y monstruosas que horrorizan al espectador y generan grandes expectativas sobre el desenlace. Insisto en que lo más brillante es la denuncia que Fargeat hace desde una perspectiva feminista, mostrando con extremos la cosificación del cuerpo de las mujeres.

Sin embargo, conforme avanza la historia, es necesario señalar lo que, a mi parecer, es una inconsistencia en el hilo argumentativo. A pesar de que la voz en off enfatiza que una de las reglas centrales para el funcionamiento del suero es respetar el equilibrio, este principio se ve distorsionado, y no sólo por Sue, sino también por la propia Fargeat, ya que la disociación no es únicamente corporal, sino también de identidad.

La sustancia, dirección: Coralie Fargeat

Esto contradice la premisa de la cinta, porque la conciencia de Elizabet, una actriz y bailarina veterana, parece borrarse y emanar de ella un discernimiento autónomo joven e inexperto que no tiene una vinculación necesaria con la psique de Elizabeth, pues paralelo al abuso del suero, se muestra en pantalla el surgimiento de otra identidad, es decir, de Sue como una nueva persona, que deja de escuchar las necesidades de Elizabeth.

Llega el tercer acto de la película y, cual retrato de Dorian Grey, reencarnado en la monstruosa Elizabeth, se siguen empujando los límites hasta culminar con la exageración que considero innecesaria de lo que fuera una mezcla del brillante Elephant Man de David Lynch, con una alucinación de Darren Aronofsky. Un claro ejemplo que más, no es más.

Concluyo reconociendo que La Sustancia ya es un fenómeno de culto por el cuidado en las caracterizaciones de sus tres actos, las actuaciones impecables y la puesta en escena del miedo a envejecer y del odio a una misma. Por ello, La Sustancia siempre será una denuncia justa y disruptiva en un mundo donde gobierna el Botox, el Ácido Hialurónico y los filtros de Instagram con los que se busca a toda costa prolongar la juventud. La Sustancia es una invitación a la interesante y dolorosa reflexión de que todas pasamos o pasaremos por ser Sue, pero también llegará la hora de ser una Elizabeth, que, bajo los cánones de la belleza occidental “a los 50 se acaba”. ¿Cómo romperlos?

Margaret Qualley, Sue, La sustancia.

Belem Hernández (@Belem57361390) es Licenciada en Ciencia Política y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México. Tapatía por herencia, puma de corazón.
Instagram: @bellotaaaaaaaaaaaaaaaaa

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