David Lynch: el reivindicador del enigma.

Por Belem Hernández

“El arte no cambia nada, el arte te cambia a ti”
D.L

El pasado 16 de enero se fue de este plano David Lynch, quien deja un legado cinematográfico exquisito. Se va un personaje con el poder de absorber el alma a través de sus historias enigmáticas, capaz de mantener al espectador en un estado de hipnosis y éxtasis al mismo tiempo, como ocurre con películas como Mullholand Drive, Lost Highway, Blue Velvet y Rabbits. 

Poster, Twin Peaks.

Mi primer encuentro con su arte fue casi traumático, en el mejor sentido de la palabra. Twin Peaks se llevó mi buen juicio para no devolverlo nunca. A diferencia de algunos críticos que consideran su cine onírico, yo sostengo que representa, más bien, la realidad más cruda de los horrores terrenales y del inconsciente humano.

El sello de Lynch se caracteriza por impregnar en sus películas una bruma espectral que, con personajes como Mistery Man, Cowboy, The Garbage Monster o Frank Booth consolidó un estilo narrativo críptico: Un estilo único que propone secuencias en las que generalmente lo irracional es la explicación más lógica a los nudos y desenlaces narrativos, como también lo hizo con sus pinturas neosurrealistas. 

El universo cinematográfico del Lynch comenzó  en 1977 con su ópera prima Eraserhead, largometraje en donde juega a volvernos locos con el llanto insufrible de esa criatura no humana, pero nos regala también una historia original con una impresionante ambientación de la época industrial estadounidense, hoy considerada una película de “culto”. Después llegaron dos de sus adaptaciones más clásicas, Elephant Man (1980) y Duna (1984); la primera elogiada por los Premios de la Academia y la segunda representando una experiencia agridulce en su trayectoria que no fue difícil superar, pues para 1986 irrumpe la predecible industria Hollywoodense con una de sus más grandes obras: Blue Velvet.

Para 1990 se podía apreciar ya lo que sería su sello y estilo cinematográfico con Wild at Heart, en donde lo erótico, lo experimental y lo misterioso derivó en una evolución cinematográfica para consolidarse con filmes impolutos en actuación, producción, audio, escenografía, guiones profundos e historias surrealistas como Mullholand Drive, ganando con ésta el premio a mejor dirección por el Festival de Cannes en 2001.

Mullholand Drive, es considerada por la crítica más purista y rigorista una de las mejores películas del siglo XXI y es en mi opinión, un sí rotundo cuando de imperdibles se trata. La apuesta de Lynch fue ir más allá de lo disruptivo o polémico con la trama central de esta historia, pues desde el primer minuto obliga a entrar en un trance enigmático y adictivo hasta su no-desenlace. 

Con una ambientación irrepetible, Naomi Watts y Laura Harring con sus actuaciones hacen volver a creer que en el arte sí existen parámetros de donde debe partirse para calificar algo como insigne. Y como prueba tenemos la escena del Club del Silencio, en la que Rebekah del Río desgarra y embriaga con “Llorando”, no existe secuencia más contradictoria por lo bella y decadente que resulta la interpretación.

“No
Hay
Banda
…todo está grabado, es una ilusión

Cierro diciendo que, el talento polifacético de David Lynch, así como sus enseñanzas (paradójicamente) espirituales como practicante de meditación trascendental, son una herencia invaluable para quienes el arte nos ha salvado de ser la Llorona de los Ángeles. 

Foto: Stanislav Malofeev, vía Flickr.

Belem Hernández (@Belem57361390) es Licenciada en Ciencia Política y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México. Tapatía por herencia, puma de corazón.
Instagram: @bellotaaaaaaaaaaaaaaaaa

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