Croacia o el partido inteligente

Por Javier Franzé (Universidad Complutense de Madrid)

De cara a su enfrentamiento contra Brasil en cuartos de final, Croacia tenía todos los argumentos para jugar lo que se suele llamar “un partido inteligente”. Es decir, hacer un planteo defensivo dedicado más a que no juegue el otro que a jugar uno y encomendarse a los dioses tanto para tener una contra provechosa, como para que el contrario no acierte. En efecto, el conjunto balcánico venía con menos descanso que la verdeamarelha, pues había jugado un duro partido contra Japón que lo había llevado al alargue y a los penales, mientras que Brasil había resuelto con facilidad en la primera media hora su partido contra Corea del Sur. Finalmente, a pesar de ser el actual subcampeón del mundo, era plausible sostener que la camiseta de Brasil lógicamente pesa más que la del equipo de Modrić, aun contando con el pasado yugoslavo.

Croacia no hizo nada de eso. Olvidó todas las excusas que justificaran su miedo y se decidió a jugar —ahora sí— un partido inteligente, sin comillas. En efecto, salió a hacer lo que mejor sabe: juego asociado achicando hacia arriba, posesión y circulación de pelota, movilidad de sus jugadores para evitar la previsibilidad del juego de posición. (Valga una digresión. El nombre mismo anuncia el oxímoron: “juego de posición”, cuando los juegos se caracterizan por el movimiento y la sorpresa en el uso del espacio, además del tiempo.) Además, ese juego le valía para descansar, pues obligó a Brasil a correr detrás del balón, incomodándolo y haciéndolo sentir extranjero en su territorio más propio, los 100×70. El resultado fue que neutralizó a Brasil jugando mejor que éste, haciendo bueno aquello de que no hay mejor defensa que un buen ataque. ¿Por qué? Porque cuando Croacia atacó a Brasil lo volvió un equipo cualquiera, pues tener que aguantar los embates contrarios convertía a sus jugadores, mejor dotados técnicamente, en futbolistas comunes y corrientes. Si hubieran cambiado las camisetas, habría sido difícil descubrir que Croacia estaba jugando contra Brasil.

Se dirá que esto duró hasta los 15 ó 20 minutos del segundo tiempo. Sin duda. A partir de ahí, Brasil comenzó a imponer su juego, cuando Croacia no pudo sostener la presión en campo contrario y por tanto la canarinha encontró espacios. Ahí se empezó a jugar lo más parecido a lo que habitualmente se llama un “partido inteligente”, porque Brasil tendió a meter atrás a Croacia, que ya no pudo desplegar como hasta entonces su juego, si bien no renunció completamente a él. Brasil convirtió un golazo, con una jugada de todos los tiempos… menos los actuales, debido al miedo reinante a perder la pelota y recibir una contra: doble pared en velocidad y ¡amague! al arquero para pasarlo y definir. El gran mérito de Croacia fue no decaer ni olvidar su juego: siguió apostando por lo que mejor hace y encontró el premio en el empate.

No es contradictorio sostener que Brasil pudo ganar el partido. De hecho, el portero croata salvó tres o cuatro pelotas de gol. Pero esto no le quita un ápice de mérito, ni de efectividad, ni de belleza al juego de Croacia. Probablemente, si jugaran cinco partidos, Brasil se impondría en la mayoría. Lo grande de Croacia fue que sus méritos relativos fueron mayores que los de Brasil, pues se propuso algo que le resultaba más difícil que a la selección sudamericana y lo consiguió. Y no porque finalmente pasara a semifinales, sino porque sencillamente jugó mejor que Brasil en relación a los recursos que tenía y haciendo lo más complicado del fútbol: asociarse, elaborar y atacar, esto es, crear, que de paso es la mejor manera de defender, sin entregarse a la Fortuna.

Como cualquier docente sabe, calificar —es decir, valorar un desempeño con números— es irreductible a la matemática. Todos los números, contra la moda estadística, no valen igual, pues no pueden medir el crecimiento de las capacidades, eso que habitualmente se llama “cultura del esfuerzo” y que prefiero llamar compromiso con la actividad y, por tanto, con los demás y con uno. En términos absolutos, quizá Brasil produjo mejores resultados, pero en términos relativos —que son los que hacen crecer al que realiza la actividad y, así, a la actividad misma— Croacia hizo más porque salió del partido —a diferencia de su oponente— siendo mejor que cuando entró. Y, vale insistir, no por el resultado, sino por cómo jugó. Ésa es la gloria, que como sabía Maquiavelo, no se deduce mecánicamente del éxito.

El autor dirige Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid.

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