Pospandemia y nueva fase del capitalismo

Por Matías Caciabue [*] y Paula Giménez [**]

Palabras iniciales: la peste negra del siglo XXI

Allá por junio de 2017, un interesante artículo de Pedro García Luaces, en el portal español de La Vanguardia, describía cómo la Peste Negra de mediados del siglo XIV europeo fue un factor determinante del tránsito de la Baja Edad Media al Renacimiento.

Por supuesto, los procesos de transformación social siempre son multicausales y la peste negra se manifestó “por encima” de “la crisis social, económica y agrícola, el hambre y la guerra” (García Luaces, 2017) de un período que determinó la aparición de una clase de empresarios, en los burgos, con capacidad de acumular capitales al apostar por la contratación de trabajo por jornal, y por la vida secular, la ciencia y la técnica. Es decir, la humanidad salta, en un lapso muy breve, desde el feudalismo al capitalismo.

Pero saltemos del siglo XIV al XXI y de la peste negra al Covid-19 para pensar el mundo convulsionado en el que vivimos. La riqueza se híper-concentra cada vez en menos manos a una escala global, los recursos naturales se agotan y los seres humanos nos aislamos para sobrevivir. Estallada con claridad desde 2008, la crisis sólo se ha profundizado con el crack de la pandemia. No debería resultar sorpresiva la afirmación de que el capitalismo, ese sistema social surgido entre los siglos XV y XVII, vive su peor momento en, por lo menos, 70 años.

Pospandemia y crisis sistémica

La miseria, la sobreexplotación y la exclusión son la realidad de las inmensas mayorías sociales, mientras una aristocracia financiera y tecnológica concentra y centraliza las riquezas a una escala planetaria. Según un informe del FMI de octubre de 2020, el PIB mundial cayó un 4.4%, golpeando con mayor virulencia en los países del tercer mundo. América Latina no es la excepción, y su economía se contrae un 8.1% (Fondo Monetario Internacional, 2020).

Por otro lado, y para entender la dimensión social de la crisis, según datos del Banco Mundial (2020), la pobreza extrema —definida como la situación de quienes viven con menos de 1.90 dólares al día— aumentará por primera vez en más de 20 años, a 150 millones de personas en este 2021. El informe es aún más inquietante cuando los cálculos se hacen sobre números más sensatos: “Si bien menos de la décima parte de la población mundial se ubica por debajo de la línea de U$D 1.90 al día, cerca de la cuarta parte vive con menos de U$D 3.20, y más del 40% de los habitantes del mundo (casi 3.300 millones de personas) se sitúa por debajo de la línea de U$D 5.50”. Es decir, 40% de la población mundial vive con menos de 165 dólares mensuales.

Desde el fango de la crisis, la disputa entre proyectos estratégicos del gran capital no ha hecho más que acrecentarse. La lucha por imponer y controlar los tiempos sociales de producción de la llamada Cuarta Revolución Industrial —factor subyacente de la denominada “guerra comercial China-Estados Unidos— pareciera estar siendo el eje ordenador del conjunto de las luchas inter-imperialistas.

El coronavirus ha sido un gigantesco catalizador de ese proceso en la estructura económica mundial, que conduce al mundo real-material-mecanizado-informatizado, basado en la energía fósil, a un mundo virtual-inmaterial-digital-biológico, basado en la energía renovable, la nanotecnología, la bigdata, el blockchain y la robótica.

En otras palabras, la irrupción de este proceso pareciera estar reordenando, por lo menos, una nueva fase del capitalismo, a semejanza del modo en que la peste negra sacudió a Europa Occidental en el siglo XIV a un costo de 47 millones de vidas humanas (García Luaces, 2017).

La gobernanza del capitalismo en manos de una aristocracia financiera y tecnológica

Las “gigantes tecnológicas”, devenidas en corporaciones transnacionales articuladas accionariamente a las grandes firmas financieras globales, han puesto en marcha nuevas relaciones económicas y, por ende, sociales; han puesto en tensión el orden social imperante e, inevitablemente, tratan de imponer un marco general afín a su desarrollo y sus intereses.

Esta creciente expansión de la Cuarta Revolución Industrial, basada en el monopolio de la digitalización-virtualización, pareciera prescindir de las naciones, entendidas como plataformas comunes históricas, culturales, geográficas, lingüísticas. Prescinde de ellas porque su escala, su interés común, se basa en el globo terráqueo, y sus nuevos valores se enfrentan a los valores de la vieja industria de la nación imperial, para transformarla en la nueva industria digital-global.

Los Estados, incluso de los otrora países centrales, están siendo colonizados por este nuevo momento del capitalismo. Éstos son herramienta-base para la edificación del nuevo Estado global, alterando las condiciones sociales anteriores y construyendo desde allí la nueva gobernanza global de un capitalismo plenamente transnacionalizado y bajo las órdenes de una aristocracia financiera y tecnológica.

Así, y a pesar de numerosos proyectos estratégicos de alcance planetario, en términos generales, el mundo se enmarca cada vez más en un “G2”, ordenado en las tensiones visibles de los Estados Unidos y la República Popular de China que encierran una profunda, compleja y a veces contradictoria disputa de grandes intereses económicos. En la pospandemia pareciera emerger, entonces, una nueva dinámica imperialista-tecnológica entre Estados Unidos-Amazon (y el modelo GAFAM[1]) y China-Huawei (en alianza con sectores angloamericanos que aportaron y se beneficiaron de la expansión económica y financiera del gigante asiático[2]). La misma pareciera operar como contradicción principal de las pujas inter-capitalistas.[3]

La revolución tecnológica está cambiando las formas en las que los seres humanos nos relacionamos. La pandemia instala un modo de vida mediada por la virtualidad: la educación, la recreación, el trabajo y hasta la sexualidad se manifiestan de manera diferente.

En relación con la pospandemia, hay un sinnúmero de hipótesis de lo que sucederá, como si el futuro viniera enlatado y listo para ser usado. Pero pasa todo lo contrario: el mundo está en pleno desarrollo, los actores políticos, sociales y económicos están en plena lucha y, para ser protagonistas de este momento de cambios radicales, es importante comprender que el mundo del trabajo, tal como lo conocemos, ya no será el mismo, pero aun así habrá cosas que no se modificarán.

Tal como lo señala Paula Giménez,[4] “la industria podrá tecnificarse al punto de prescindir de una gran parte de la población, pero los seres humanos seguiremos siendo los únicos capaces de producir riqueza. El problema ciertamente sigue siendo el mismo y aquí es donde radica el verdadero desafío: lograr que las mayorías puedan apropiarse de la riqueza que producen y repartirla de una forma mucho más justa y solidaria”.

Así como desde el origen del capitalismo el trabajador fue conducido hacia la producción de mercancías y fue disciplinado en una lógica de trabajo común a través del miedo a la muerte por hambre, hoy los cambios estructurales empujan a las clases subalternas hacia las “nuevas fábricas” del territorio virtual, con sus plataformas y redes sociales; construyendo nuevos valores organizativos en el campo económico, político y social.

Según el informe de enero de este año de DataReportal (2021), 59.5% de la población del planeta (4660 millones de personas) está en línea, con un aumento interanual de 7.3%, es decir, 316 millones más. El usuario medio de internet pasará 4 horas y 10 minutos por día en línea en 2021, más de 62 días en total. Si fuera un país, Facebook, con sus 2,740 millones de “usuarios”, sería el Estado más grande del planeta, sobrepasando a las poblaciones de China e India juntas. Así, la llamada pospandemia podría tomar los contornos de algo que podríamos denominar tecnocracia global de mercado.

Pospandemia y nueva fase del capitalismo

Esta crisis puede ser un indicador de la puesta en marcha de, al menos, una nueva fase del capitalismo. Hay quienes especulan con un radical cambio de sistema. Sin embargo, de lo que muy pocos dudan es que esta fase de digitalización global está imponiendo nuevos procesos de producción y rediseñando el uso de la mercancía fuerza de trabajo para sostener su objetivo central: la maximización de la ganancia, a costa del plusvalor de las y los trabajadores.

El capital está disminuyendo drásticamente el tiempo necesario de producción para las mercancías que requiere el trabajador y la trabajadora para subsistir y reproducirse, es decir, lo que constituye el precio base de su salario. La “productividad” es, en estos tiempos, sorprendente. Un informe de Adecco (una compañía de recursos humanos con base en Zúrich, Suiza) determina que, gracias a la revolución tecnológica, lo que en 1970 se producía en ocho horas, hoy tan solo requiere de una hora y media.[5]

Para hacerlo más explícito, hoy el sistema funciona con 3,300 millones de trabajadores, de los cuales sólo 1,300 millones son estables. Números pequeños ante una población mundial de 8,000 millones de personas.[6] Visto desde los ojos del poder y dicho mal y pronto: para este sistema lo que sobra es gente.

En esta nueva fase, ya no harán falta los gerentes o jefes que controlan a la mano de obra. Esto se hará por inteligencia artificial e indicadores de producción, y será a través de las plataformas y blockchain que, dicho de manera sencilla, es una base de datos que sirve como un registro de operaciones para cualquier tipo de transacción.

La digitalización del trabajo no requiere de la circulación de la mercancía “fuerza de trabajo”, lo que generaría también una baja en los costos de mano de obra, dejando obsoleto todo el andamiaje anterior del sistema de producción y circulación de mercancías (autopistas, combustible, ómnibus, calles, edificios, trenes, escuelas). El epicentro de la actividad será la casa de cada trabajador o trabajadora en el llamado “teletrabajo” y que ya cuenta con sus primeras legislaciones a nivel mundial, como es el caso de Argentina.

Un escaparate necesario: el capitalismo y el rol de las mujeres

Si el salario es equivalente a lo que el obrero necesita para vivir y reproducirse, pareciera que el capital ha encontrado la forma de disminuir el costo del trabajo remunerado eliminando una de sus funciones: la reproducción humana.

Entonces, si el capital necesita que la mercancía fuerza de trabajo deje de reproducirse, debe en consecuencia cambiar el patrón social y cultural. En este proceso apunta al “capital constante” de la fuerza de trabajo: el cuerpo de la mujer.

Así, el capital trabaja subjetivamente sobre la mujer como reproductora de la mano de obra, intentando restringir la reproducción de la fuerza de trabajo para detener la sobreproducción de la misma. Con este elemento se lograrían dos objetivos: disminuir el costo de las mercancías que se necesita para sobrevivir (ahora sería garantizar la supervivencia de una persona, no un grupo familiar) y romper con la célula de reproducción social del viejo capitalismo, que es la familia. No por nada el andamiaje de Hollywood, Silicon Valley y Wall Street —incluido el circo a domicilio de Netflix— están impulsando constantemente mensajes políticamente correctos con los temas de géneros.

La batalla está, así, permanentemente abierta hacia el interior del movimiento feminista, por lejos el más dinámico a nivel mundial en el siglo XXI. Esto no es extraño si recordamos que, dentro de este sistema, y desde sus orígenes en el siglo XV, la primera iniciativa siempre está en manos de la burguesía. En este caso, el feminismo de base popular ha logrado disputar y tensar ese escenario. Dicho esto, el feminismo podría estar configurándose como el sujeto social que no sólo romperá con lo viejo, sino que también podrá ser el articulador de las más bastas fuerzas sociales dispuestas a construir un sistema social e internacional más justo.

La pospandemia no es un capítulo de Netflix

La cuarentena hizo irrumpir de un plumazo este estado de cosas que parecía lejano y sólo de película distópica de Netflix. El Covid-19 nos ha dado indicadores, como ningún otro conflicto, de que estamos atravesando una profunda transformación de nuestro sistema social. La emergente fase global-digital del capitalismo nos invita a una nueva enajenación sin decirnos que estamos produciendo en nuestras horas de trabajo y, también, en nuestras horas de ocio. Producimos datos comercializables por las mismas plataformas que habitamos en calidad de “usuarios”. Nos invitan a autoexplotarnos bajo la forma silenciosa de una aparente libertad.

La pospandemia sólo podrá ser entendida y construida si abordamos el brutal proceso de transformación del capitalismo que está pariendo la crisis, sin olvidarnos que la misma es también una oportunidad para nuestros países, nuestra región y nuestro mundo.

Sólo la conciencia sobre lo que está sucediendo y el desarrollo de herramientas de organización y lucha que respondan a este momento de cambios radicales permitirán alcanzar la verdadera y definitiva liberación de nuestros pueblos. Al fin y al cabo, es de nuestras manos y nuestros cuerpos, en una extensa red colectiva, desde dónde brotará el poder para transformar esta situación por demás injusta.

«President Cyril Ramaphosa sees off Coronavirus COVID-19 quarantined citizens from The Ranch Resort» by GovernmentZA is licensed under CC BY-ND 2.0

[*] Licenciado en Ciencia Política. Investigador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico y columnista habitual de Nodal, Noticias de América Latina y el Caribe. Secretario general de la Universidad de la Defensa Nacional, UNDEF. Twitter: @MatiasCac

[**] Licenciada en Psicología. Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Investigadora del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico y columnista habitual de Nodal, Noticias de América Latina y el Caribe. Twitter: @pili_gimenez

[1] GAFAM es el acrónimo de Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft, las gigantes tecnológicas de origen angloamericano.

[2] Véase Caciabue, “Geopolítica del capitalismo contemporáneo y la puja entre proyectos estratégicos”, en Katu Arkonada y Matías Caciabue (coords.), Más allá de los monstruos: Entre lo viejo que no termina de nacer y lo nuevo que no termina de morir, UniRío, Río Cuarto, pp. 22-66. Disponible en http://www.unirioeditora.com.ar/wp-content/uploads/2019/06/M%C3%A1s-all%C3%A1-de-los-monstruos-UniR%C3%ADo-editora.pdf

[3] “De este modo, si en un proceso hay varias contradicciones, necesariamente una de ellas es la principal, la que desempeña el papel dirigente y decisivo, mientras las demás ocupan una posición secundaria y subordinada. Por lo tanto, al estudiar cualquier proceso complejo en el que existan dos o más contradicciones, debernos esforzarnos al máximo por descubrir la contradicción principal. Una vez aprehendida la contradicción principal, todos los problemas pueden resolverse con facilidad”. Mao Tse-Tung, Sobre las contradicciones. Disponible en https://www.marxists.org/espanol/mao/escritos/OC37s.html#s3

[4] Paula Giménez, “Un 1º de mayo (muy) diferente, un mundo en guerra mediado por la virtualidad”, Nodal, Noticias de América Latina y el Caribe, 2020. Disponible en https://www.nodal.am/2020/05/un-1o-de-mayo-muy-diferente-un-mundo-en-guerra-mediado-por-la-virtualidad-por-paula-gimenez/

[5] Redacción Byzness, “La tecnología reduce la jornada laboral de 1970 a una hora y media”, El Periódico, 19 de febrero de 2020. Disponible en https://www.elperiodico.com/es/activos/20200219/tecnologia-reduce-jornada-laboral-1970-hora-media-7853420

[6] Paula Giménez, op. cit.

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