Cuando me sugirieron la idea de escribir este texto, le di muchas vueltas sobre cómo comenzarlo. Después de un tiempo, el sentido común imperó y, como todo relato, lo mejor es comenzar por el principio.
Siempre tuve una fascinación por los canis lupus. En los nombres de usuario de los juegos en línea y de las incipientes redes sociales, mi seudónimo siempre tenía que ver algo con ellos. Durante mi niñez y adolescencia, sin embargo, podría decir que tuve pocos perros (el canis lupus de las familias). El primero, a mis 9 años, fue un Rottweiler que amé y que me duró poco al mudarnos de la casa de mis abuelos. Tuvimos que regalarlo porque estaba destruyendo la casa –ironías de la vida, viéndolo en retrospectiva– y mi madre no tenía ni el tiempo ni el interés para sacarlo a pasear. Tres o cuatro años después, llegó un Chihuahueño que me duró toda su vida (11 años) y terminó muriendo tras el ataque de un pastor alemán de un vecino –vaya caminos se forman en el inconsciente.
Así que, desde enero de 2015, me quedé sin ningún perro. Tampoco es que buscara tener uno. Mi mente estaba en otras cosas: en una carrera académica (incipiente y fantasiosa), en no dejar morir mi pasión por la música y, por supuesto, en superar el mal de amores propio de los cambios de la joven adultez. Quizá el ver cómo se iban derrumbando esas ideas y esos lugares que creía seguros y tan propios fue lo que terminó por desencadenar una de mis crisis existenciales más severas. Comencé un proceso psicoanalítico en el que duré cuatro años, y que intentaba usar como salvación al sentido de la vida. En el último año de éste, cuando las causas ya estaban muy bien identificadas, pero los cambios seguían sin aparecer, yo ya estaba tan ensimismado que me decía, con toda convicción, que la solución al problema de la vida no era otro más que la muerte (juro que este preludio tiene que ver con la vida con perros, tan solo espere usted, estimado lector).
Mis dos grandes pasiones, pues, se extinguieron. Dejé de tocar con mi banda de rock en la que duré una década, y mi autosabotaje fue tal que terminé tirando a la basura cualquier aspiración a la academia. Me puse a trabajar, primero como burócrata en una oficina de gobierno, y luego como godín en una oficina de una multinacional. La vida iba bien a secas, y el único objetivo de esta era no ser una carga para los demás.
Fue en febrero de 2019 donde, ahora sí, todo comenzó. Mi tía llegó muy entusiasmada diciéndonos que había un “pitbull enano” en adopción en la veterinaria cerca de la casa y que estaba muy bien “entrenado”. Mi hermano, mi mamá y yo, por algún motivo que no puedo explicar, estuvimos interesados y comenzamos a hablar de la pertinencia de ir por él. Mi hermano y yo nos dirigimos a la veterinaria. En la vitrina donde estaban los perros en adopción no lo encontramos (primera red flag). Lo tenían en un almacén debajo de una escalera, tal como tenían los Dursley a Harry Potter. Debo admitir que, al pasar, tuve miedo. Frente a mí se encontraba una perra atigrada, sentada, con una cara de pocos amigos que imponía a cualquiera.
Comencé a preguntarle al encargado todo lo que se me ocurría en el momento: ¿Cuántos años tiene? ¿Por qué está en adopción? ¿Desde cuándo estaba ahí? La perra tenía año y medio, aproximadamente, la habían encontrado cerca del metro Múzquiz con una de sus patas dañadas (quizá por haber sido atropellada) y la primera familia que se la había llevado duró con ella una semana y la devolvió porque “no podían con ella” (segunda red flag).
Le decían Musca (por el metro Múzquiz) y, me comentó el encargado, si no le encontraban un hogar pronto, la dormirían. Quizá esa fue la razón por la cual hice el intento de adoptarla. Les pedí que me dejaran darle una vuelta para que mi madre la viera y de ahí tomáramos la decisión en familia. Las diez calles hacia mi casa las pasamos muy rápido, porque Musca estaba fuera de sí y jalaba como nunca había visto (después de todo, era un neófito con los perros). Llegué a casa y, tras discutirlo, aceptamos todos tenerla. Le pagué su desparasitación, sus vacunas, su collar y su correa y un bulto de pienso para llevarla a casa. Musca pasó a llamarse Mushka, un nombre que me sonaba “ruso” y con el que me sentía más cómodo. Y ahí comenzó la travesía, pero también la salvación al sentido de mi vida.
“Sufrí” lo típico de un perro con altos niveles de energía y cognición. Me rompió unos audífonos, mordió uno que otro zapato, nos sacaba a pasear a todos, por la fuerza de arrastre que tenía, y jugar con ella era todo un reto a la valentía porque su excitación la ponía en modo combate en un santiamén. Sin embargo, lo verdaderamente preocupante y alarmante eran las conductas que tenía al salir de casa: se lanzaba contra las llantas de autos y motos en movimiento y, peor aún, cuando veía a un perro lo único que quería hacer era acabar con él. En las primeras semanas llegó a morder a un perrito callejero que, por ignorancia mía, se acercó de más.
No lo mató, pero ahí supe el tamaño del desafío en el que me había metido. Hablé con mi mamá y le dije que la dormiría, que “no tenía remedio”, que quizá la usaban para peleas de perros y ella sería así siempre. Mi madre, sin tener idea del por qué lo decía, me dijo que asumiera la responsabilidad completa y como se debía. Así que, dentro de toda la maraña de pensamientos y crisis, encontré algo por lo que vivir. Comencé a investigar sobre la conducta canina. Leí libros, vi videos, y busqué escuelas de adiestramiento cerca de mi casa.
Encontré una, cuyo adiestrador hoy puedo decir que era de la vieja guardia. Desde el segundo uno comenzó con los aversivos para “modificar” las conductas de agresión. Sirvió, por supuesto, pero no por las razones adecuadas. De cualquier manera, yo seguía siendo muy ignorante para entender por qué sí y por qué no funciona todo, así que me concentré en trabajar con ella en la obediencia y en la “inhibición” de esas conductas indeseadas. Después de cuatro meses ahí, Mushka y yo hacíamos los ejercicios de obediencia de una manera que jamás imaginé, pero el problema de reactividad hacia los perros nunca se fue.
La constancia y disciplina que requería la tarea me permitió olvidarme de todo lo malo, dejé de darle vueltas a los problemas en el diván, y comencé a ocupar mi tiempo libre en perfeccionar mi vínculo con Mushka. Llegamos al punto en el que dentro de casa era la mejor portada, ya no se jalaba al caminar, ya no se aventaba a los autos y, de hecho, ya tampoco se aventaba a los perros desconocidos. Eso sí, si algún perro se acercaba, seguía queriéndolo morder. Mi pasión por el adiestramiento y conducta caninas creció tanto que soñaba con convertirme en un “criador” de Staffordshire Bull Terriers, la raza predominante a la que pertenece Mushka. Obviamente no sabía de lo que hablaba.
Mientras tanto, la vida en pareja se formalizó y me encontré con un nuevo reto en el mundo de los perros: hacer convivir a la perrita de mi novia con Mushka, para poder vivir juntos. Ahí estaba yo, viendo videos en Youtube sobre cómo presentar a perros con problemas de conducta. Ya seguía cuentas de entrenadores (principalmente gringos), así que no supuso ningún problema. El día que lo intenté me topé con pared. Aunque fui capaz de pasear a ambas (una de un lado y otro de otro), Mushka seguía queriendo atacar a Levca (así se llama la otra perrita, una cruza de Maltés y Schnauzer). La tensión y el estrés, propia de mi testarudez, que se generaron en esos momentos desató una pelea en mi relación. Y yo, obsesionado como siempre, no dormí esa noche pensando en cómo hacer que las dos perras “convivieran en paz”. Teníamos el tiempo encima y tomé una decisión de la que siempre me arrepentiré.
Encontré en Google un entrenador que decía tener una escuela por el Parque México (al ser zona “fifí” confié en que era serio y sabía lo que hacía), le llamé y llegó esa misma mañana. Me comentó que se la llevaría un mes y que “trabajaría” con ella en todo. Yo, estúpidamente, le di la mitad del dinero sin cuestionar y, en ese mismo instante, Mushka se fue. Les resumiré la experiencia: un desastre. Hizo que convivieran (nunca supe cómo, aunque hoy me lo puedo imaginar), pero todo el trabajo avanzado en confianza y en el vínculo que trabajé con Mushka, se había ido. Mushka comenzó a desconfiar de los humanos y a presentar agresividad hacia ellos, cosas que todavía hoy seguimos trabajando desde un enfoque más integral.
Ya en la nueva casa, las cosas iban bien en cuanto a convivencia y rutinas. Dejé de ir a clubes y me encargaba yo de jugar y entrenar con Mushka. Entre bromas, le hacía saber a mi novia que, ahora que Mushka “podía convivir” con otros perros, era el momento de montar mi criadero de Staffies. Llevábamos un año en paz, cuando una de sus amigas puso en adopción a un “pitbull” cachorro que le habían regalado y que no podía cuidar. Al principio mi respuesta fue un “no” rotundo, pero ella me convenció de que sería una buena forma de comenzar y poner en práctica todo lo aprendido. Así llegó Dexter, un mestizo de American Staffordshire Bull Terrier. A las dos semanas, otra de sus amigas encontró debajo de un auto a una cachorrita que parecía cruza de labrador que no estaba siendo aceptada por la perrita que tenían en casa, y fuimos por ella al poco tiempo. Así, Freyja, una mestiza de algún perro lebrel, se unió a la aventura. Tener dos cachorros de casi la misma edad y dos perras adultas cuya relación era sólo cordial no es una situación que recomiende tener en casa, mucho menos si uno no se dedica de lleno al mundo canino.
Fue como si todo hubiese comenzado de cero. Aunque podía entender mejor el lenguaje y necesidades de cada uno, no comprendía todavía la dinámica y necesidades de una jauría incipiente. Eso me costó tuberías, paredes, una sala, y, sobre todo, que Levca tuviera que irse a la casa de mis suegros por su seguridad. En una de las ocasiones en las que salimos de casa, Mushka atacó a Levca. Haciendo un análisis en retrospectiva, Levca estaba tan humanizada y apegada a los humanos, que dejarla sola en casa le provocaba crisis severas de ansiedad y esto detonó en Mushka su instinto de presa.
No la hirió de gravedad, pero mi novia tuvo que pasar por una cirugía en uno de sus dedos para reconstruir un tendón, debido a una mordida accidental. Bajo esta circunstancia, regresé a la búsqueda de un profesional. Encontré a uno que repitió el proceso de llevarse a Mushka y a Dexter durante un mes, para “curar los problemas de comportamiento”. Aunque verifiqué que tuviera pruebas de su trabajo y la relación era más cercana, resultó ser tan infructífera como la primera ocasión. Seis meses después, fui a una escuela de adiestramiento canino en el sur de la ciudad. Si bien no era mala, la manera en la que “resolvían” los problemas de reactividad y agresividad estaban basados en la supresión de esas conductas; métodos que yo ya conocía bien y que no me acababan por convencer.
Además, ni el primer entrenador, ni la escuela, me habían dotado de perspectivas y soluciones claras y consistentes para la tenencia de varios perros en casa, lo que me seguía dejando con una bomba de tiempo en las manos. Dejarlos solos al salir a trabajar o a visitar a la familia era saber que encontraría muebles mordidos y desordenados, paredes arañadas, y a veces, quizá, hasta peleas entre ellos. No entendía ya cómo arreglar eso.
Como esas, tengo muchas más historias donde la negligencia, ignorancia y alevosía mía y de los “entrenadores caninos” sale a relucir. Mi búsqueda por un buen profesional que me guiara llegó a su fin en junio de 2023. Por fin alguien que me explicara que esos “problemas de comportamiento” no era falta de mano dura o de solo ser “el líder” de la casa, ni tampoco eran por falta de “amor” y “libertad” (como dicen algunos entrenadores “empáticos” o “etólogos”), sino de expresiones de sus funciones zootécnicas y necesidades como especie/raza que presentaban mis perros.
Con su guía, y con la experiencia y conocimientos que he adquirido desde hace ya cinco años, les puedo compartir lo que, para mí, es fundamental tener en cuenta al adentrarse al mundo de los perros:
Forma el vínculo con tu perro
Rehúye de esos lugares y personas que “le entrenan al perro en cuatro semanas”, de las guarderías de perros, de los paseadores, de “etólogos” y “profesionales” que no tengan claro que el perro es un depredador domesticado, cuyas funciones zootécnicas y diseño genético es muy específico. Aunque tu perro pese 5 o 10kg, aunque sea un mestizo de Golden o de Cocker Spaniel, y más aún, si tu perro pesa más de 25kg y su alcance e intención depredadora es visible para todos, el vínculo con tu perro es la única cosa que podrá permitirles una convivencia sana y clara entre ustedes y la sociedad que los rodea. Piensa en tu relación con tu perro como una relación amorosa o de amistad con cualquier persona. Si la quieres mantener y enriquecer, tendrás que dedicarle tiempo y recursos. Si quisiste tener un perro, involúcrate, conócelo y trabaja con él de primera mano. Este es un proceso que tomará años dominar, y que durará toda la vida de tu compañero canino. Por supuesto que se vale pedir ayuda de profesionales, estar abiertos a la asesoría y guía de ellos, pero siempre con una mirada crítica y no perdiendo de vista que el trabajo y el sacrificio debe ser tuyo y solo tuyo. La recompensa será un vínculo y una fraternidad humano-perro como nunca te imaginaste.
No te dejes llevar por la moda de los «perrhijos» y los «dog parents»
Aunque esta tendencia puede resultar bastante atractiva, le hará más mal que bien a la relación con tu perro. Los perros no son humanos, ni mucho menos nuestros hijos. Si bien es cierto nuestro perro depende de nosotros, tal como lo haría un hijo pequeño, la especie a la que pertenece no nos necesita de esa manera. Los perros son nuestros compañeros, forman una sociedad con nosotros. Estimula sus instintos, entiéndelo para encauzarlos a formas productivas y funcionales para ellos. Créeme que no necesitan botitas, suéteres, pasteles y celebraciones de cumpleaños. No está mal darle eso per se, pero si sólo los provees de ese tipo de cosas, el único feliz serás tú.
Los perros necesitan un trabajo para ser felices
Así como nosotros nos realizamos a través del trabajo, como dirían Marx y Engels, el perro también lo hace de esa manera. Y lo hace, precisamente, porque la razón de ser de la especie fue ayudar al ser humano a la realización de tareas específicas. Es decir, el perro es un animal de trabajo por definición y diseño zootécnico. Ir contra siglos de acoplamiento y formas de relación entre las especies es una de las cosas que nos han llevado a esta crisis en la tenencia de perros actualmente. Con esto, no me refiero a que todo en la vida del perro sea trabajar alienadamente para su supervivencia (como sí lo es para el humano), sino a que dotes a tu perro de un trabajo (una actividad) para el que esté hecho y que satisfaga la función zootécnica de su raza/mix de razas. Hazte experto en tu perro, obsérvalo, entiéndelo. Verás que tu relación con él será mejor al trabajar juntos. Lo mejor es encontrar un club que tenga algún deporte canino, en donde puedan aprender y practicar de la mano de un verdadero profesional. Esto va para todos los tipos y razas, no creas que por tener un perro pequeño o viejo él no necesite de esto.
Reglas claras, amistades duraderas
Aunque la lealtad de los perros es incondicional y es uno de los atributos más entrañables cuando pensamos en ellos, lo cierto es que una comunicación clara y estructurada entre tu perro y tú es necesaria para que esto suceda. Los perros son seres social-jerárquicos y, como tal, la necesidad de que en su comunidad perro-humano haya roles bien estipulados es fundamental para una buena convivencia. Ojo, que aquí no me refiero a ser el dictador de tu perro. Hay que ser asertivos en lo que permitiremos y en la manera en que pongamos las reglas de convivencia. Como en toda relación con un ser vivo, usarás no solamente el amor y la amabilidad para dejar un punto claro; habrá momentos y situaciones en las que el uso de aversivos, contracondicionamiento (o hasta tu fuerza, en situaciones límite) será necesario. Toda esa comunicación y técnicas deben ser en el momento adecuado, con asertividad, la mente clara y el control sobre tus emociones, ya que su capacidad para «oler» emociones es real. Tampoco me malentiendas y creas que las reglas tienen que ser de un cuartel militar. Eso dependerá de lo que tú quieras en su alianza-sociedad. Eso sí: procura siempre que las reglas sean claras y consistentes. Recuerda que, después de todo, el perro es un animal cuya visión de la vida es menos “compleja” que la nuestra
Juntos pero no revueltos
Si tienes o piensas tener más de un perro en casa, es muy importante que sigas los puntos anteriores. Aprendí, a la mala, además, que la gran mayoría de nosotros no estamos capacitados para formar una “jauría” de perros en casa. Mucho menos si las razas que se tienen son poderosas, con intenciones y alcances propias de un depredador domesticado. Ve despacio, usa kennels (transportadoras, jaulas) para la tenencia responsable (aunque estas también pueden ser tus mejores amigas si tienes solo uno). Que la convivencia entre tus perros siempre sea bajo tu supervisión y ten un muy buen control de ella. Evita accidentes innecesarios, graves o leves, que puedan causar fracturas en su vínculo y la convivencia en casa, además de algunas visitas al veterinario u hospital.
Piensa en la crianza de tu perro como si fueras a criar un caballo, una vaca, un toro, un gallo o cualquier animal domesticado que no se ve en todos lados. ¿Para qué quiero un perro en casa? ¿Cómo es mi forma de ser, mis actividades, mi rutina? ¿En verdad necesito un perro? ¿En verdad me gustan los perros (su naturaleza, sus instintos)? Aunque la vida con un perro es más bonita, esta vida está llena de mucha disciplina y compromiso constante. Si no estás dispuesto a eso, pasa de largo. El perro estará mejor sin ti, y tú estarás mejor sin el perro. Te lo aseguro.
Y si, como yo, entraste al mundo de los perros por accidente, espero que esto que te cuento sea de utilidad, y que el vínculo y sociedad con tu perro mejore. El camino no será fácil, ni rápido, pero los resultados fruto de un trabajo constante y bien estructurado valdrán toda la pena.
Leví Zabdiel Hernández Avilés estudió economía, tocó la batería y soñó con escribir. Hoy se dedica a aprender de y para los perros desde una perspectiva funcional con Tony Román
(ig: @netascaninas). X: @zabhern