La transformación que no fue: Jenaro Villamil y el SPR

César Martínez

Si la prensa concentra un poder tal para manipular a un país escéptico 
entonces es un axioma de ciencia política en democracia que la única
 manera de atemperar el poder de los medios es diversificándolos.

Alexis de Tocqueville

La controversia producida por las denuncias de censura a la periodista Azucena Uresti, luego de su salida de un espacio en Milenio Televisión, y su llegada inmediata a uno nuevo en Radio Fórmula, exhibe el anquilosamiento y la falta de pluralidad en el periodismo mexicano; en donde una figura bien establecida o bien relacionada goza de uno o varios espacios dentro de los medios privados o en los medios del Sistema Público de Radiodifusión (SPR).

Considerando este panorama mediático, concentrado en no más de cuarenta o cincuenta rostros y voces para un país cuya población rebasa los 120 millones de habitantes; un proyecto de verdadera transformación no se habría centrado en no censurar a periodistas desde un principio opositores como Joaquín López Dóriga, Carmen Aristegui o Carlos Loret; sino que habría buscado ampliar y hacer valer para quienes no tienen los derechos constitucionales de libre expresión y de difusión de las ideas, comenzando por la apertura del mismo SPR: el Canal 11, el 14, el 22, TV UNAM, el Instituto Mexicano de la Radio y Capital 21 de la Ciudad de México.

Créditos: Sergio González a través de Unsplash

Lejana a esta visión democratizadora, la presidencia en el SPR, del ex articulista de la revista Proceso, Jenaro Villamil, ha evidenciado la clara intencionalidad política de crear una «nueva intelectualidad orgánica» y una nueva comentocracia con el propósito de rivalizar con las que fueron creadas anteriormente con recursos del Estado durante los sexenios del PRI y del PAN. Aunque escenográficamente la nueva intelectualidad y la vieja intelectualidad se oponen entre sí, e incluso debaten tête-à-tête cada noche en programas como La Hora de Opinar, ambas comparten cuestionables usos y costumbres de un periodismo mantenido desde partidos políticos, organismos autónomos, el sector privado extractor de rentas, oficinas gubernamentales e incluso de agencias extranjeras.

De ahí que el clásico coloquialismo “chayotero” haya evolucionado dramáticamente en redes sociales en estos años hasta acuñar el neologismo del “chayotero del Bienestar”. Así como en la prensa corporativa las vacas sagradas “dobletean” noticieros, columnas en periódicos capitalinos y estatales, entrevistas y colaboraciones en un gran carrusel de cobertura nacional que no cesa de girar; en el SPR el carrusel aunque sea más chico, da vueltas más repetitivas y agotadoras: hay conductores con un programa en Canal 11 y otro programa distinto en Canal 22, hay dirigentes de partidos conduciendo espacios “humorísticos” e invitando aspirantes a cargos de elección popular del mismo partido, hay un nuevo noticiero nocturno transmitido en simultáneo en todos los espacios del SPR sin justificación comprensible en año de sucesión presidencial, y un largo etcétera.

No habiendo estado a la altura del momento histórico de la llamada Cuarta Transformación, la gestión de Villamil ha estado en consonancia con la retrógrada cultura política de toda una generación de periodistas, intelectuales y luminarias académicas forjada a inicios del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, como lo narra en la Tragicomedia Mexicana III, el ahora inmortal escritor José Agustín. En el indispensable capítulo “La Cultura descansa en Paz”, nos da la bitácora de la pelea entre el grupo Nexos de Héctor Aguilar Camín y el grupo Vuelta de Octavio Paz (hoy Letras Libres, de Enrique Krauze), por hacerse del dominio del aparato ideológico de Estado: becas para investigación, fomento y creación artística, posgrados en el extranjero, facultades enteras de la UNAM y otras universidades de prestigio, coloquios en Televisa y, desde luego, los contratos de servicios de “consultoría” y de publicidad oficial. 

Créditos: Obturador.

Entre párrafos llenos de descalificaciones, dimes y diretes de un bando a otro, (un intercambio de golpes bajos entre gente supuestamente estudiada, letrada y cultivada) José Agustín incluye unas líneas para hablar de un intelectual quien, colocado en la dirección del pequeño Canal 22, demostró un excepcional carácter democrático y ético, completamente atípico en nuestros círculos periodísticos e intelectuales: José María “Chema” Pérez Gay. Dice José Agustín: “por su parte, Pérez Gay hizo muy bien en no convertir al 22 en un apéndice de su grupo y de sus criterios estéticos, sino que lo abrió a todo lo que resultara interesante y de gran calidad, por lo que a fines del sexenio el canal era ya muy apreciado por el público.” (p.251)

Si la democratización de los medios y la regeneración en México del periodismo hubiera sido el verdadero proyecto de transformación, tendríamos gente con la ética de “Chema” en vez de Jenaro, quien en la práctica no se distingue de los líderes vitalicios de Nexos y Letras Libres. El aún presidente del SPR, cuya gestión podría prorrogarse cinco años más si una mayoría calificada lo aprueba en el Senado, ha operado como un enganchador de intelectuales.

Finalmente, el axioma de Tocqueville al inicio de estas líneas está vigente: el método democrático para atemperar el poder de los medios sin censurar a nadie es multiplicarlos y diversificarlos. A esto, el genio de Tocqueville añade un axioma que salta a la vista al encender un televisor, sintonizar una estación de radio, abrir una aplicación de redes u hojear un periódico: cuando la libertad de prensa es privilegio de algunas y algunos a expensas de la mayoría de la población, no hay tal libertad. Sino un abuso del derecho de asociación política. He ahí el significado profundo de “chayotero”: dícese de quien accede a los medios por la vía de una o varias relaciones clientelares con grupos de interés o facciones partidistas.

Hablando de periodistas, intelectuales, y medios privados o públicos, el México posneoliberal ciertamente se parece demasiado al México de la Tragicomedia.


César Martínez (@cesar19_87) es maestro en relaciones internacionales por la Universidad de Bristol y en literatura de Estados Unidos por la Universidad de Exeter.


Créditos: Kane Reingoldtsen a través de Unsplash
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