¡Cuidado: ultraderecha enfrente!

Fernando Escobar Ayala [1]

  • Reseña de Cas Mudde, La ultraderecha hoy, Barcelona, Paidós, 2021

La ultraderecha ha venido para quedarse y ningún país del mundo es hoy inmune a su política. Esta última es la principal conclusión de la lectura de La ultraderecha hoy, el más reciente libro del politólogo Cas Mudde, acaso el más importante estudioso del fenómeno en Europa. Podemos tomar aquellas mismas palabras, irremediablemente, como una sentida advertencia. Porque en efecto, viéndolo desde México, los ejemplos de la política ultraderechista nos son cada vez más familiares, al tiempo que sus propuestas comienzan a ganar elecciones y sus partidos y candidatos se hacen de la dirección de gobiernos alrededor del mundo. El término “ultraderecha” parece instalarse con mayor fluidez y relevancia dentro de la conversación pública nacional e internacional para señalar agendas, campañas, movimientos y discursos. La necesidad que se presenta, en favor de la salud de esa propia conversación pública, es procurar mayor claridad conceptual, comprender de qué estamos hablando cuando hablamos de “ultraderecha”: ¿cómo reconocerla? ¿Qué es lo que los ultraderechistas dicen y lo que aseguran de sí mismos? No son cuestiones menores, menos aun cuando lo que también se requiere es combatirles en la arena política y estar atentos a sus próximas expresiones en nuestro país.[2] Las tesis de Mudde se enmarcan con éxito dentro de todas estas pretensiones.

El autor señala algo muy cierto: hacer frente a esta “ola global de la ultraderecha” (la cuarta en la historia, como lo explica al comenzar el libro), no consiste simplemente en aplicar procedimientos prefigurados. No hay recetas ni fórmulas mágicas, sino estrategias contingentes elaboradas en función de la especificidad del contexto y del adversario. Tampoco hay cabida para la subestimación y, mucho menos, para la caricaturización de la ultraderecha como una cosa homogénea y estereotipada. Los tiempos presentes de la política en el mundo son los de la erosión del consenso demócrata-liberal y del proyecto de la globalización; así como de una silenciosa, pero persistente, desmarginalización y normalización de la propuesta ultraderechista como respuesta a las crisis que recorren el planeta. Entre el agotamiento de los modelos y la crisis de imaginación política, el discurso y la sensibilidad ultraderechista (junto a su genealogía fascista) ha logrado colarse con dos expresiones concretas que Mudde llama: extrema derecha y derecha radical populista. Ambas comparten un discurso reaccionario, antisistema, violento contra las minorías y hostil a los valores democráticos. Sin embargo, conviene destacar sus diferencias.

Afirma Mudde: “Mientras la extrema derecha es revolucionaria, la derecha radical tiende a ser más reformista. En esencia, la derecha radical confía en el poder del pueblo y la extrema derecha no.” (p. 18) Con otras palabras: si la extrema derecha ocupa un lugar marginal dentro de los sistemas democráticos —siendo sus expresiones explícitamente prohibidas y criminalizadas como ocurre en Alemania, por ejemplo—, la derecha radical ha venido logrando posicionarse como una opción ganadora dentro de los sistemas electorales; en gran medida gracias a su estrategia populista. Si la extrema derecha se articula mediante organizaciones precarias y minoritarias, con liderazgos difusos y volátiles (como las milicias supremacistas), la derecha radical se organiza en partidos con estructuras más profesionales, con redes y capacidad de cabildeo, y un mayor alcance político y presencia mediática para posicionar sus agendas y candidatos frente al electorado. En breve, la derecha radical populista es, hoy en día, la expresión predominante de la ultraderecha y la más exitosa en lo que va del siglo.

Sin embargo, a pesar de sus procedimientos y lógicas más “institucionales”, la nueva participación de la derecha radical como un actor normal al interior del “mainstream” de la política de partidos ha supuesto la introducción de un potencial germen de violencia y autoritarismo. Más aún, la derecha radical se ha ido consolidando como una plataforma de significado, un código con el cual leer la realidad, posicionar temas para construir agendas y  encaminar la opinión pública en conformidad con sus sentimientos y proyectos. Las claves de este aparato ideológico, que germina de maneras específicas en cada contexto sobre y desde el que la ultraderecha funciona, son el esencialismo nacional o racial y la proyección de una amenaza extranjera. En ese sentido, el estilo de política ultraderechista guarda una profundad obsesión securitaria: “Casi todos los problemas políticos que les preocupan son percibidos como una potencial ‘amenaza al orden natural’, generadora de inseguridad, que debe ser tratada con mano de hierro” (p. 45). No por nada, el eje a partir del cual las diferentes expresiones de la ultraderecha contemporánea coinciden es el tema migratorio en el que se reúnen muchas de las fobias, prejuicios y fantasías del imaginario político contemporáneo: el crimen, las adicciones, la raza, el desempleo, el terrorismo, la supuesta descomposición social y de la familia tradicional, etc. A todo ello, toca responder con políticas punitivas, con muros para excluir el exterior y disciplina férrea al interior.

El problema del “extranjero” y su consideración patológica es, quizás, el síntoma y el paradigma por excelencia de la propuesta ultraderechista contemporánea. Sugiere una nostalgia por la supuesta unidad nacional perdida y el retorno a ella mediante el accionar de una política de la enemistad, la postulación del miedo como la emoción política básica. Es, finalmente, la sugerencia del orden como virtud y como remedio, así su imposición signifique su afirmación y regulación agresivas. Frente a la supuesta debilidad o traición de las élites gobernantes —usualmente descalificadas como “liberales”, “progresistas”, o simplemente “izquierdistas”—, las y los políticos ultraderechistas practican el teatro de su aparente fortaleza, de su convicción y compromiso para con la conciencia e identidad popular que invocan. Esto último nos lleva a la que es, acaso, la más sugerente tesis de Mudde. Los simpatizantes de la ultraderecha contemporánea no son el arquetipo de malhumorados skinheads y pandilleros antisociales, o al menos no se limitan a estas características demográficas, sino que se componen de una multitud de personajes y poblaciones más heterogénea, al igual que sus líderes y referentes. ¿Qué ha empujado a la ciudadanía a convalidar y promover la propuesta ultraderechista?

En los triunfos de Trump y Bolsonaro, en el crecimiento de Vox en España y Agrupación Nacional en Francia, así como en la consolidación de los regímenes de Modi en India y Orbán en Hungría, están los trazos de un porvenir posible, un futuro abierto. Son testamento de un electorado defraudado con las alternativas tradicionales. Son la movilización de un descontento que no se crea desde el vacío, sino que históricamente se ha acumulado como una potencia social, en las faldas del desamparo político, para terminar encontrando un cause y una caja de resonancia en las propuestas de la ultraderecha. Estas últimas no son ocurrencias de una clase política arcana, sino postulados con cierta actualidad temática y una mayor o menor capacidad de convencimiento. Como lo sugiere Mudde, la ultraderecha, y sobre todo la derecha radical desmarginalizada, comprende una suerte de “normalidad patológica”, pues supone:

una radicalización del sistema político establecido, y que su programa es el mismo que, aunque sea bajo una forma ligeramente más moderada, apoyan ya amplios sectores de población y, en la cuarta ola, también sectores crecientes del propio sistema política establecido (p. 124).

Más familiares que la voz de la ultraderecha quizás lo sean las plataformas desde y a las cuales se dirige: la precariedad y marginación crecientes, el sentimiento de inseguridad desatado por la globalización y la decepción frente a opciones políticas que simplemente repiten las estructuras y gestionan las mismas operaciones de un status quo fracturado. Sin embargo, la derecha radical no plantea nada fundamentalmente diferente, salvo la magnificación y expansión de una potencia autoritaria siempre presente en lo social y lo político. En todo caso, la sacudida que esta ha provocado abre la puerta para el rediseño de la democracia, para la inyección de novedad política que, incluso, y contrariamente a las sugerencias finales de Mudde, puedan ir más allá de simplemente fortalecer el modelo liberal. Las cosas no pueden seguir igual, afirman muchos ultraderechistas. Y no se equivocan. Pero nuestras expectativas de un mundo más justo, fraterno e igualitario demandan otro tipo de discursos. Nos corresponde a nosotros pensar y trabajar para hacerlas realidad.

 

El correo del autor es [email protected]

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[1] Egresado de la licenciatura de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

[2] En realidad, ya contamos con dos ejemplos nítidos: el fugaz pero renuente intento de movilización popular del llamado Frente Nacional Anti-AMLO durante el 2020, y el vergonzoso acercamiento del Partido Acción Nacional con el partido de ultraderecha español Vox apenas en septiembre pasado.

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