La puesta informal: el tianguis y su baile con la política

Fernanda Carbajal

Nota de la autora: Con mi más 
sincera admiración, tengo que 
advertir que todo lo que aquí
 se cuenta es verdad, salvo los nombres
 propios, que también son falsos.

Cinco con quince

La calle todavía recoge el sueño o el desvelo alcohólico de algunos. La luna se debate entre seguir alumbrando o permitir que el sol salga de a poco, pues los relojes ya marcan casi las cinco de la mañana. Y, aunque la calle está casi huérfana de gente, son varios los ojos que vigilan que ningún tubo, ninguna lona, ningún pedazo de rafia esté puesto en escena antes de las cinco con quince minutos. 

Alberto, principal responsable del correcto funcionamiento del tianguis del domingo “La Víbora”, es el primero en llegar a supervisar que acaten el orden. Él gira las instrucciones con la mirada, apadrina o castiga a quien sea necesario. También, como buen político, cobra favores y otorga espacios en las distintas plazas1 que maneja su alcaldía (todo, claro, con el más alto respaldo de los que trabajan en aquel reconocido espacio burocrático —aunque ellos mismos lo ignoren). 

Su papel es fundamental para mantener contenido el poder que puede llegar a tener la delegada2 Carla, sobrina de Lupita (exdelegada del tianguis, examante y esposa de Limón, político priísta que por más de treinta años gobernó y regaló puestos a las muchachas más guapas de la plaza de los días domingos). Alberto es parte de la nómina que hace el trabajo sucio con los trabajadores ambulantes; poco conocido en la oficina de la alcaldía Azul, pero muy reconocido en la calle del tianguis.

Carla es una joven de veintitantos años que un domingo heredó la plaza de manera repentina: Lupita había sufrido un paro cardiaco antes de partir al tianguis, y a Carla no le dio tiempo ni de escoger la urna para su tía, porque tenía que ir a cobrar la plaza e informar a la alcaldía Azul de lo que había sucedido. 

Afortunadamente, Alberto contaba con el reconocimiento de todos los comerciantes, y había ayudado a tranquilizar a los que tenían el corazón desbordado por la sorpresiva muerte de Lupita. Carla, por su parte, asentía a todos los pésames que le llegaban con particular fastidio.

Foto: Daniel Lerman, a través de Unsplash.

Doce del día

Ese día fue un tremendo remolino. Jesús, hijo de Limón,e hijastro de Lupita, apareció luego de una larga temporada “escondido” (como decía Lupita cada que preguntaban por él), porque supuestamente había acosado y abusado sexualmente de una menor de edad en uno de los otros tianguis que tenía a su cargo en la misma alcaldía. Se dice que lo habían denunciado y que, como la cárcel era su destino definitivo, se había ido de la Ciudad de México y vivía de lo que Lupita le pasaba todas las semanas. Para ella era un alivio no tenerlo entre los puestos del tianguis hablando con la gente.

Que Jesús apareciera el mismo día de la muerte de Lupita fue una pésima noticia para los tianguistas; nadie lo reconocía como delegado legítimo, porque por muchos años no le dio solución a los problemas que los compañeros3 le exponían. Ese día no fue el mejor para que Jesús hiciera su entrada triunfal como heredero, pues fue enjuiciado en susurros y en gritos por todos. Nadie lo quería ahí. “Eres un acosador y nunca nos defiendes”, le tiraban en plena junta extraordinaria que habían armado sobre la banqueta.

Como era de esperarse ―para muchos—, Carla tomó el poder de la plaza. Alberto la respaldó porque era mejor tener a una mujer “a la que le podía decir cómo hacer las cosas” que a un “pendejo” que sólo estaba ahí para “escoger vieja” y para “chingarse todo el dinero en pendejada y media”. “Él debería estar en la cárcel. Es un pendejo que no se da cuenta que falta con ponerlo para que vengan por él y se pudra”, confesaba Alberto a Ana, dueña de cinco puestos en el tianguis. 

Ana escuchaba a Alberto quejarse del poco reconocimiento que le estaban dando a él, aunque muy en el fondo sabía que era cuestión de que la marea bajara para que aquel representante de la alcaldía pudiera apoderarse del espacio y “comerse” a Carla, ya que todos reconocían la poca experiencia que ella tenía en el manejo de los puestos. 

Alberto tuvo buen tino con su apuesta, porque bastaron unos cuantos domingos para que los compañeros lo reconocieran como “el del poder”, y clasificaran a Carla como la “pendeja que no sabe cómo se mueve el business”. Fue así como, en medio de la guerra por el poder, la plaza sufrió una metamorfosis que todos veían y de la que se beneficiaban. 

Foto: Thomas H. Foto, a través de Flickr

La plaza no tiene permiso de colocarse desde la noche anterior (como sucede en otros sitios), porque los vecinos se han encargado de manifestar en repetidas ocasiones que ellos pueden hacer “que el tianguis deje de existir”. Por tanto, el acuerdo es que ningún armador puede salir de su camión antes de las seis de la mañana, pero como Alberto es buena onda, los deja armar a las cinco con quince minutos (no cinco con diez, porque eso amerita castigo).

A nadie, de verdad a nadie, le conviene que un armador sea castigado. “¿Cómo que castigaron a los armadores?, ¿qué hicieron? ¡Ay, no! ¿Hasta a qué horas nos van a armar?”, cuestiona todo el tianguis cuando llega algún chisme sobre la conducta de algún armador. La promesa del castigo puede ser hasta recurrente entre el delegado, los armadores, los dueños del camión y el responsable de la delegación, pero que se vuelva un hecho… es insólito.

El ratón”, por ejemplo, es dueño de un camión de tubos. La herencia vino de su hermano Ismael, trabajador ejemplar de una plaza de los días sábados al norte de la Ciudad de México. Ismael regaló a “El ratón” un camión con más de cien mil pesos invertidos en tubos para puestos de tianguis, con la esperanza de que el trabajo honesto lo ayudara a retomar el camino que había dejado inconcluso años antes de pisar la cárcel por primera vez. 

Luego de tener a su nombre el camión de tubos y lonas, “El ratón” tuvo que ser espectador a la hora de que su hermano negociara su entrada al tianguis —una vez más, Ismael resolvería todo. Los delegados sólo confiaban en la palabra y en el buen desempeño que Ismael había tenido en los demás días de tianguis que él trabajaba. Sin duda, era una gran garantía, pero no era suficiente. Las primeras semanas le pusieron como condición acompañar a su hermano para enseñarle el negocio. Después de esas visitas, sólo bastaría con estar disponible por si necesitaban acusar a “El ratón” con alguien. 

El manejo de los armadores es una de las tareas logísticas más complicadas y desastrosas con las que el o la delegada debe lidiar. De un cumplimiento adecuado de las normas depende que un tianguis se mantenga siempre en el mismo sitio en donde se monta el mercado sobre ruedas. En el caso de “La Víbora”, la tarea debe ser cumplida de manera más estricta. 

Los vecinos que habitan en la alcaldía Azul han formado un comité que enlista peticiones de manera constante a la delegada Carla y al representante de la alcaldía Azul, Alberto. Algunas de ellas son: no hacer mucho ruido en las mañanas, respetar las entradas y salidas de los coches, mantener limpia la calle, no amarrar lazos en los árboles o en estructuras de los edificios, no colocar nada por encima de la banqueta (todo debe ser montado exclusivamente en la calle), limpiar la calle una vez terminada la venta, delimitar los pasillos entre los puestos, usar lona blanca, etc. Es por eso que en “La Víbora” todo debe estar muy bien calculado. Más en época electoral, pues cualquier queja de los vecinos podría repercutir en una pérdida de votos para cualquiera que sea la opción Azul del momento. 

Tres y media de la tarde

Los tianguistas se vuelven clave en la fiesta democrática de cada seis años. Cada ciclo electoral hay más normas que cumplir de parte de los vecinos, un nuevo candidato al que apoyar para que no quiten el tianguis del domingo (dicen los delegados) y nuevas marchas o nuevos actos políticos a los que se tiene que asistir para demostrar el apoyo que le “tenemos” al candidato o candidata que “defiende” al trabajador informal ―aunque sólo sea discursivamente. 

“Favor de asistir el próximo domingo al evento que se hará en equis lugar a equis hora para apoyar a nuestro candidato Azul. Se tomará lista y se castigará a quien no asista. Es necesario venir con dos personas más. Atentamente: Unión de Tianguistas de los días domingos”, empiezan a circular en el grupo de Whatsapp del tianguis La Víbora.

“¿Otra vez, Alberto?”, refunfuña Ana. “Sí, ya sabes cómo es. Tenemos que apoyar a esta pinche gente que ahora quién sabe qué quiere hacer. No dejan trabajar a uno. Es obligatorio, eh, Ana”. “Oye, ¿pero en qué momento quieren que vayamos? Trabajamos en domingo”. “Yo sé, pero hay que mandar a alguien a que pase lista, porque sí los vamos a castigar? “Pues ya ni modo, voy a ver a quién le pago cien pesos para que vaya”. “Sí, está bien, pero que pase lista”.

Foto: P_Moroni, a través de Flickr.

La cosa no es muy diferente de un tianguis a otro, aunque sean de distintas alcaldías. En el del “Águila”, por ejemplo, que citen a los compañeros tianguistas para llenar cualquier evento político es casi un viacrucis obligatorio del comerciante informal. Ahí no hay que apoyar al mismo candidato Azul que en “La Víbora”, aquí se debe favorecer a los candidatos color Cereza. 

Es con amenazas como “te va a tocar descansar” que los tianguistas terminan asistiendo hasta una hora antes a los actos políticos. “A veces no sabemos ni a qué evento nos están citando. Ya llegando nos dan una pinche gorra del partido y una hoja con las cosas que tenemos que gritar”, admite Andrea.

“Hola, Ana. Oye, acuérdate que tenemos que ir el próximo domingo a la marcha”, comenta Carla a cada tianguista cuando pasa al final del día de trabajo a cobrar la plaza.4 “Oye, Carla, pero yo no tengo a quién mandar. ¿Es obligatorio?”, alega con fuerza Ana. “Sí, sí es obligatorio. La alcaldía Azul me pide cumplir con una cuota para que no tengan que castigar al tianguis. Ya ves cómo se ponen en campaña. A nosotros nos conviene estar bien con los vecinos y con las autoridades en estos meses porque por cualquier cosa la arman ‘de a tos’. Todo es un voto en este momento”. “Oye, pero yo también soy vecina de la alcaldía. Yo vivo en la colonia X”.Pues sí, pero la alcaldía Azul sabe que la mayoría de los tianguistas no viven aquí y por eso nos piden que respetemos a los vecinos porque nos quitan en cualquier momento y a ellos no les conviene tener problemas ahora”, dice de manera cortante Carla. 

¡Vámonos!

Ya son cerca de las cinco de la tarde y los giros5 empiezan a guardarse en las cajas para esperar la próxima puesta en escena ―algunas al siguiente día, muchas otras el siguiente domingo―. “Ya vámonos”, grita algún compañero con la última reserva de energía que le queda. “Fiuuuuu, fiuuuuu, fiuuuu”, chiflan entonados los que ya andan a punto de partir a casa.

“Les recuerdo que no debe haber nada a las siete”, manda por Whatsapp Carla. Pues ahora sí, “ya vámonos, vecinos”, dice Ana a los que todavía están echando cotorreo, “Por cierto, ¿cómo te fue? estuvo medio flojo, ¿no? Sí nos afectó la marcha”. “Sí, vecina…”, dice Mariano “…estuvo erizo. Pinche marcha del INE, se llevó a nuestros clientes. Ya llegaron bien tarde a comprar”.

Porque eso sí agüita a un comerciante: la marcha del INE. Cuando se trata de “defender” al sistema electoral del país, los potenciales clientes de “La Víbora” se esfuman. Se visten de blanco con rosa y salen a marchar ―parece que ellos sí de manera libre― los domingos de convocatoria. Son ellos mismos los que cada semana asisten a sus puestos de confianza y se gastan miles de pesos con sus marchantes.

Algunos médicos, por ejemplo, que suelen ir temprano a comprarse unos aretes nuevos, una playerita o unos cacles, ya no llegan a tiempo. Salen de sus compromisos profesionales, se alistan para ir a la marcha del INE y ya no asisten al tianguis hasta pasadas las cuatro de la tarde cuando, desafortunadamente, muchos ya fueron obligados por las normas de los vecinos de la alcaldía Azul a guardar toda la merca

En México, aunque el trabajo informal representa (según datos del INEGI) cerca del 55% de la fuerza de trabajo, las políticas públicas que podrían ayudar a mejorar las condiciones de este importante sector no existen y están lejísimos de existir. Pero eso sí, el beneficio que se lleva cualquier partido político (de cualquier color del arcoíris) del comerciante es inmensamente mayor que el que ellos reciben a cambio: “… uno tiene que irse a chutar todas sus falsas promesas, pero nosotros nada más queremos trabajar en paz”, demanda Mariano

“Pues nos vemos la próxima semana, Mariano. Ojalá nos vaya mejor que hoy. Creo que por ahora no habrá otra marcha, pero pues ya es época de elecciones”, añade a la conversación Ana. “Nombre, vecina. Pues ojalá que sí, porque los gastos no paran, pero ya deje me apuro que quieren que esto quede libre a las siete”, finiquita el comerciante mientras la escena de todos los domingo desaparece como el sol entre los edificios y la luna asoma de nuevo.

A busy Chinese fruit and vegetable market with vignettes of daily life. Gouache painting. Wellcome Collection. Source: Wellcome Collection.

Fernanda Carbajal es comunicóloga de formación, periodista de momentos y estudiante de Psicología por vocación.


  1. Se llama así a los espacios donde se pone un tianguis. ↩︎
  2. Forma en la que se nombra a las personas encargadas de la administración de un tianguis en específico. Ellos o ellas se encargan del diálogo entre los tianguistas y la alcaldía ↩︎
  3. Manera en que los tianguistas se refieren a comerciantes del mismo día de trabajo. También pueden llamarse así si coinciden en otro día de tianguis. Una persona ajena al círculo no puede llamarlos de esa forma. ↩︎
  4. Monto que se cobra por metro cuadrado que se tenga en el tianguis. Aproximadamente veinte pesos por metro. Se le paga a la delegada y según se entrega a la alcaldía correspondiente ↩︎
  5. Se llama “giros” a las distintas mercancías que se venden. Ejemplo: “Mi giro son lentes de sol”. ↩︎
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