¿Qué es un Estado que no
procura la justicia sino
una banda de ladrones?
León Tolstói
La larga lista de libros leídos y recomendados para jóvenes por el presidente Andrés Manuel López Obrador tras casi seis años de conferencias mañaneras, si bien exhibe una encomiable cultura literaria de la que carecieron por completo los presidentes anteriores, también revela un cierto desfase entre teoría y práctica, de graves repercusiones para el futuro político y social de México.
Pese a que el presidente cita el clásico del pensador francés Alexis de Tocqueville, Democracia en América, en conexión con el ensayo “La Crisis de México”, de Daniel Cosío Villegas, acerca del cómo en el régimen posrevolucionario fue implantándose una oligarquía a través del fraude contra la representación popular (“se fue Porfirio Díaz, pero quedó doña Porfiria”), la tesis de Tocqueville es mucho más radical: es sobre cuán difícil es enraizar la democracia en una sociedad sin costumbres de libertad e igualdad.
Precisamente la lectura de Tocqueville y de Cosío Villegas examina el contraste entre teoría y práctica, entre leyes y costumbres, a propósito de México. El primero aseguraba ya desde 1835 que nuestro sistema jamás sería democrático sin modificar nuestros vicios; y el segundo, más de un siglo después, señalaba lo obvio: si nuestro problema fuera mera cuestión de leyes, bastaría con copiar constituciones extranjeras para salir del atraso que sufrimos como país.
El contraste entre utopía y realidad es resuelto por López Obrador en el mismo estilo que Tocqueville y Cosío Villegas: de forma normativa, es decir, usando los ideales y los principios como enunciados de deber ético u horizonte político hacia el cual se avanza. Don Jesús Reyes Heroles, en su imprescindible trilogía Liberalismo Mexicano, también recomendada por AMLO, afirmaba que el éxito de nuestro proyecto liberal consistió en anteponer la idea a la acción. Cogito ergo sum.
Un ejemplo sencillo de este enfoque normativo es lo que AMLO entiende por justicia al apoyarse en una frase contenida en El Reino de Dios está en vosotros, del novelista ruso León Tolstói, misma que previamente fue tomada por San Agustín en Civitas Deis del primer libro de La República de Platón: un gobierno que no procura la justicia no es sino una banda de malhechores.
Lo certero de esta frase, sin embargo, no apunta hacia una justicia etérea, sino hacia una justicia que debemos materializar aquí y ahora. Tanto San Agustín como Platón le dan este giro crudo, pero realista, añadiendo que hasta una banda de delincuentes precisa deliberar y organizarse en torno a principios justos para sostenerse unida sin canibalizarse: solo lo justo, perdura. “La paz es fruto de la justicia”, como frecuentemente señala el presidente.
Por eso, en el ideario de López Obrador la justicia no está divorciada del poder. Esto se constata cuando él parafrasea a Tolstói mofándose del PRI y del PAN: “hubo motín porque se repartieron mal el botín.” Si el régimen prianista no hubiera sido corrupto, seguiría en el gobierno. Ser justo fortalece o vivifica, ser injusto enerva (un galicismo muy usado por Tocqueville), es decir, debilita, desmoraliza y avejenta. Los injustos son los moralmente derrotados.
Para AMLO, en esta lógica platónica, el desdibujamiento y la incapacidad del anti-obradorismo para conquistar las mentes y los corazones de sectores más amplios que sus clientelas de la clase media despolitizada pinta de cuerpo entero a una oposición carente de principios . Así, a menudo él usa las expresiones “hacer lo que el viento a Juárez” o “no poder quitarle una pluma al gallo” inspiradas en las novelas Noticias del Imperio I y II del escritor mexicano Fernando del Paso sobre el liberalismo triunfante ante la Intervención Francesa.
Asimismo, el doble carácter teórico/práctico de la justicia de acuerdo a López Obrador se aprecia cuando él invoca a El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, declarando que “política es virtud y fortuna”. Y es que, más allá del cliché de que el fin justifica los medios, Maquiavelo también comprendía la política como imperativo ético precediendo al recurso de la fuerza: si hábitos como la justicia, la perseverancia y la disciplina empoderan y fortalecen ante el adversario obnubilado, envilecido e injusto, lo teórico/práctico nos dice que el buen hábito o la virtud terminan imponiéndose sobre el mal hábito y el vicio.
No obstante, ahora corresponde atender lo evidente. A saber, este criterio teórico/práctico que López Obrador da a la justicia, en el punto medio entre Tolstói y Maquiavelo, más temprano que tarde se aplicará para conocer cuán sólido o vulnerable será su propio legado político.
¿Son principios justos los que aglutinan a las agrupaciones de dirigentes partidistas, burócratas, intelectuales, moneros, periodistas, ‘influencers’, legisladores y gobernantes que abandonaron el barco hundido del PRI y del PAN para subirse al de la Cuarta Transformación?
¿Contarán estas facciones con virtud y fortuna cuando arribe a Palacio Nacional una personalidad desprovista del carisma de quien se formó hablando en pueblos, barrios, municipios y plazas, pero también leyendo libros y ensayos de historia, filosofía, ética, prosa y poesía?
Saber si el presidente Obrador hereda a las facciones y grupos de intereses creados que le sucederán en el poder un principio inequívoco de justicia es posible invocando la cita de Marx que él repite en sus mañaneras. La frase aparece en la introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, que AMLO saca a colación para aclarar que ser radical no es algo malo, pues “ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz para el hombre es el hombre mismo.”
Dicho de otra manera, la justicia desde la perspectiva obradorista adquiere aún más contenido práctico, haciendo de la dignidad humana en un contexto de explotación el objeto directo de la acción de un Estado justo. Así surge el bienestar, el “por el bien de todos, primero los pobres.”
Sin embargo, el post-obradorismo, (e incluso el nuevo anti-obradorismo, que en público suele pronunciarse a favor de los derechos sociales elevados a rango constitucional por el presidente), ha comprendido de forma selectiva este principio de justicia: únicamente en su aplicación práctica, mas no en el orden de las ideas. Esto significa que los dos grandes bloques partidistas del próximo sexenio 2024/30 conciben el “primero los pobres” como línea de acción de masa en disputa por el gobierno, y no como un enunciado ético/normativo de libertad e igualdad.
Arnaldo Córdova, en un pequeño pero sustancioso libro, igualmente leído y recomendado para jóvenes por López Obrador,describe esta visión incompleta o parcial de la justicia social como la abanderaba el viejo régimen priísta después convertido en neoliberal:
En último análisis, la distribución del ingreso no basta para definir una educación cívica del tipo democrático en los ciudadanos, mientras los presupuestos del sistema no sean cambiados a fondo. Si la participación política implica la posibilidad de una oposición democrática al sistema, puede muy bien estimarse que cualquier movimiento hacia abajo en la distribución del ingreso, por lo general, sirve más bien para anular que para reforzar la participación política de los ciudadanos.1
Así, volviendo al radicalismo de Marx, hacemos dos hallazgos contradictorios: el primero es que López Obrador a través de su bibliografía admite que la política empieza encima del poder, esto es, en el plano de la dignidad humana, o dicho en otras palabras, en el “humanismo”; y el segundo hallazgo, contradiciendo al primero, es que la aplicación práctica está siendo desviada por costumbres rudimentarias y malos hábitos propios de la sociedad mexicana, que conciben una condición humana limitada a satisfacer necesidades de estatus y orden físico y material.
La mejor explicación de lo anterior, sacada de otro ejemplar de la lista del presidente, pertenece al libro escrito por Francisco I. Madero en 1908:
… una parte de nuestros conciudadanos se han apropiado de las riendas del gobierno y declarado ineptos para llevarlas a todos los demás mexicanos, y no solamente, sino que los han declarado incapaces hasta para designar los funcionarios públicos, y que, en vez de combatir esa incapacidad por medio de la instrucción y de las prácticas democráticas, se les impide con la fuerza bruta cualquier ensayo que intentan para elevarse.2
Madero, tanto como Tocqueville antes y Cosío Villegas después, señala asimismo que un gobierno que procura la justicia abre espacios para que la gente decida sobre sus leyes y autoridades; y acceda sin intermediación de partido, facción o grupo de interés a cargos de representación popular. Sin esto, el entregar vales de medicina, repartir tarjetas rosas, aumentar la seguridad, bajar la edad de pensión universal a 60 años o mantener el dólar por debajo de los 17 pesos en realidad se convierte en un aparato de fuerza en manos de la clase política y sus anexas.
Finalmente, las mejores obras recomendadas por el presidente Andrés Manuel para la gente joven, muy en el espíritu del dicho de Tocqueville, según el cual “cada nueva generación es un nuevo país”, nos aproximan a aquella advertencia de este genio francés que don Daniel Cosío Villegas vio consumada en los más oscuros momentos de la historia de México: un pueblo acostumbrado por los vicios de sus élites a enervarse y a entregar su libertad logra la igualdad, pero igualdad en la servidumbre. El apóstol Madero sostenía lo mismo: desenraizar el servilismo de las costumbres de la sociedad mexicana nos llevará a tremendas polarizaciones.
El Gatopardo, la magnífica novela del escritor italiano Giuseppe di Lampedusa que AMLO cita para referirse al gatopardismo como “cambiar las cosas en apariencia para que en el fondo todo siga igual” está llena de frases memorables. El giro de la 4T en el ocaso político de López Obrador acaso se ilustre en el diálogo del aristócrata siciliano Frabrizio Corbera con el liberal turinés Chevalley di Monterzuolo.
“Fuimos leones y leopardos”, uno le dice al otro, “y seremos sustituidos por hienas y chacales.” Di Lampedusa mira más alto, pues nos advierte que en este cambio de régimen un pueblo así es llamado a adherirse, mas no a participar.
César Martínez (@cesar19_87) es maestro en relaciones internacionales por la Universidad de Bristol y en literatura de Estados Unidos por la Universidad de Exeter.