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CUENTOS DE LA VIDA Y DEL FUTBOL

Por Pedro Urzua Ramos

  • Reseña de Eduardo Sacheri. La vida que pensamos. Cuentos de fútbol. Editorial Alfaguara, Buenos Aires, Argentina, 2013.

 A menudo, quienes no tienen el gusto por el fútbol —quizá porque no tuvieron la oportunidad de practicarlo, porque no fue parte de sus socializaciones primarias, por los estereotipos de género o porque sus vidas tomaron caminos diversos que los condujeron a otros deportes y ocios— suelen decir que les parece completamente tonto correr atrás de una pelota.

Se comete un error al querer refutar esta idea con la falacia de que los otros deportes son inferiores. El debate, propongo, debe centrarse, tal vez, en la visión de que el fútbol trasciende el rectángulo de juego y se inserta en la vida cotidiana. Las razones de este fenómeno encuentran una explicación, quizás, en la mercantilización del deporte o en el alcance que tiene para ser practicado en cualquier rincón del planeta.

Rebasado por esa cotidianidad, el jueves 27 de octubre, antes de dormir, mi mamá me regañó. No le pareció nada bueno que haya ido a jugar con mi dedo índice con media yema rebanada. Cuando apenas desperté, mi amigo Genis me invitó a cascarear por la noche, justo enfrente del Metrobús Coyuya, en la alcaldía Iztacalco, de la bella Ciudad de México.

No acepté la invitación. A esa hora estaba decidido a atender la indicación médica. Pero todo cambio después del mediodía al recibir un mensaje de un querido amigo americanista con el que he compartido la dicha de ver a nuestro equipo remontar en el Azteca en más de una ocasión. Después de un cálido saludo y de abordar temas sobre política nacional y los preparativos de día de muertos, me dio de regalo el libro La vida que pensamos. Cuentos de fútbol del argentino Eduardo Sacheri, oriundo de Castelar, Buenos Aires, hincha del Club Atlético Independiente, docente, historiador, guionista y escritor.

La hora de la comida suelo compartirla con mi amigo Ricardo, capitán de nuestro equipo Los Milos F.C., pero esta vez me aparté de todos y me encerré en la oficina de mi jefe, atlantista, por cierto. Con la melancolía de faltar al juego de la noche, con mi dolor en el dedo todavía, empecé la lectura. Tal fue la remontada abrupta de emociones que viví que, apenas rebasé la primera página, me nació nuevamente ese fervor por tener una pelota en los pies y jugar mi primer partido con Los Turbos de Iztacalco.

Fue entonces que le dije a Genis que sí llegaba al partido, que pidiera 10 minutos de tolerancia porque si salía corriendo, y aún con todo el tráfico, calculaba llegar a las 8:40. Está de más contar que en mi debut metí un gol, hice dos gambetas, un caño, una culebrita y nos golearon 4-1. Lo que quisiera compartirles, y eso es lo importante, es que mis días siguientes transcurrieron leyendo a Eduardo Sacheri, a través de esta fantástica antología de 24 cuentos, que más que de fútbol se tratan de historias de la vida cotidiana.

De una manera muy práctica, divertida y entretenida, el autor permite convertirnos en una especie de narradores protagonistas y pasar de pronto a monólogos interiores gracias a la forma tan precisa y creativa de detallar los escenarios, recrear a los personajes y contar los sucesos que se desarrollan en sus historias.

Insistentemente, en cada párrafo nos hace recordar que tenemos anécdotas guardadas en algún rincón de la mente que muchas veces no logramos transformar en líneas de texto. Él, por su parte, transcribe esas risas, esos momentos de angustia, convivencia, enojo o alegría en palabras tan bien acomodadas que hacen que los lectores no queramos desprendernos del asiento hasta saber si Tito, un jugador profesional del fútbol europeo, pudo llegar a un clásico llanero para reforzar a su viejo equipo de la infancia dirigido por su amigo Carlos, en el cuento “Esperándolo a Tito”.

Todos tenemos seguramente guardada alguna historia pambolera que sale a relucir en momentos de angustia familiar para aminorar la tristeza. Este es el caso de Manuel, en “La chilena”, al recordar la vez que, 20 años atrás, su hermano, ahora postrado en una cama de hospital con pronósticos médicos poco favorables, le pidió detener el penal que suponía un posible 2-0 en contra, a cambio de él convertir el gol del empate.

No se digan las contradicciones que en innumerables ocasiones atravesamos quienes amamos el fútbol: ¿por qué le vas al América si eres de izquierda?, ¿por qué verás el mundial si en Qatar se violan los derechos humanos?, ¿por qué no fallaste el penal que te marcaron erróneamente? En el monólogo “Me van a tener que disculpar” se narran esas mismas contradicciones que enfrenta la persona que se niega a juzgar por sus actos —más allá de su magia con el balón— al argentino salido de Villa Fiorito que le robó el 2-0 a Inglaterra en México 86. ¿Cómo no disculpar la poesía del Diego regateando al Milán de Arrigo Sacchi con el Napoli italiano o al Brasil de Dunga y de Branco en Italia 90?

“La Promesa”, es otro de los cuentos donde podemos encontrar un manojo de emociones en torno a la pasión por este deporte. A manera de carta, Sacheri narra la promesa cumplida de tirar las cenizas de un hermano en el campo de juego. Una historia nada alejada de la realidad, en el recuerdo tengo a mi tío Chico América, sepultado con su playera de Iván Zamorano. Y así, a medida que pasamos las páginas nos encontramos con historias que bien pudiesen tratarse de nosotros mismos o del vecino, del barrendero, del maestro de matemáticas, de la oficinista, del taxista, del amigo que llegó a segunda división pero se rompió la rodilla y tuvo que regresar al pueblo, del vendedor de periódico, de la abogada, de la hermana que odia al futbol y nos esconde el control antes de empezar el juego, de nuestra madre curándonos la herida que nos dejó el caucho…

 

Esta familiarización con las anécdotas y personajes es la que nos atrapa, pues tenemos la misma sensación de esperanza por terminar un cuento que la de quedarnos hasta el final para ver si nuestro equipo hace una remontada épica en tiempo de compensación y con un elemento menos. Los relatos de Sacheri son tan diversos que podemos elegir nuestro favorito en función de nuestra historia personal. En mi caso, “La vida que pensamos”, cuento que da título al libro, logró llevarme de las risas a las lágrimas ante el recuerdo y la usencia física de mi papá Fili, víctima del coronavirus y de la soledad. En el texto, una chica a la que no le gusta el fútbol narra la vez que su abuelo, diagnosticado con una enfermedad del corazón, la invitó a ver un partido entre Gimnasia y Esgrima de La Plata. Bochita, como le decía cariñosamente su abuelo, antepone el amor familiar a su disgusto por el deporte y juntos comparten una noche maravillosa de fútbol con la sensación de que se trata de una despedida.

Me gustaría seguir comentando de qué van los demás cuentos de esta antología, pero he decidido hacer un cambio de juego para que usted amable lectora, lector, continué la ofensiva por la banda izquierda y pueda gambetear con la pelota para que el romanticismo del juego jamás se pierda. La vida que pensamos. Cuentos de fútbol, cae perfecto para acompañar estos días de carnaval para los aficionados al balompié: estamos emocionados por descubrir si por fin en México pasará al quinto partido, si los dioses de la pelota nos permiten ver una final entre Argentina y Portugal, o si la verdeamarela lucirá el juega bonito como en los tiempos de Ronaldiño y El Fenómeno Ronaldo.

Mientras tanto, en los barrios de la gran ciudad y en los verdes campos de todo el planeta, la bola de fútbol no deja de rodar. Allá afuera siguen ocurriendo historias que seguramente Eduardo Sacheri, de una u otra manera, seguiráplasmado para comprender un poco más la pasión y nuestro amor por el fútbol.

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