A finales de noviembre de 2024, el primer ministro de Ontario Doug Ford, en una mezcla de decepción y enojo, declaró: “Lo que me pareció injusto de los comentarios es compararnos con México. Lo encontré insultante. Es como si un familiar te apuñalara en el corazón”[1].
La declaración puede parecer chocante, pero es transparente. En la mente conservadora, México se merece el trato despectivo, no así un país miembro del exclusivo grupo de los 7. Para los liberales el problema no fue tanto la equiparación implícita (¿cómo te atreves a compararme con el vecino pobre?) aunque causó la misma extrañeza. La buena relación entre Canadá y Estados Unidos se basaba en una especie de camaradería. Aunque cada uno tiene su historia y tradiciones, comparten orígenes, significados y no pocas prácticas culturales; es casi imposible identificar un acento canadiense en Ontario, por ejemplo (en la parte inglesa), que los diferencie de su vecina Nueva York.
Y en esa relación hay curiosidades. La biblioteca y ópera Haskell se ubica en Canadá y Estados Unidos. Quebec y Vermont, respectivamente. Por dentro, una cinta negra en el piso señala la frontera entre cada nación. Pero los visitantes se mueven con libertad en el edificio, atravesando una y otra vez los países. El acervo bibliotecario está del lado canadiense mientras que la mayoría de los asientos de la ópera están en territorio estadounidense.

Las ideas y políticas de Trump han impactado al emblemático lugar. Desde hace unos meses, los canadienses no tienen acceso por la puerta principal, ubicada en Estados Unidos. Su presidenta comenta en entrevista que [la biblioteca] “es un lugar de hermandad… Un lugar donde no importaba si eras estadounidense o canadiense; las diferencias no tenían cabida aquí”[2].
En enero, Canadá parecía destinada a unirse al conservadurismo y su agenda. Las encuestas y sondeos mostraban una ventaja de algo así como veinte puntos entre el candidato conservador Pierre Poilievre y Mark Carney, quien había relevado a Justin Trudeau apenas el 14 de marzo.
El lunes 28 de abril se conjuró la voltereta, que tenía algunas semanas anunciándose: los liberales retuvieron el poder, aunque no lograron la mayoría absoluta y tendrán que formar un gobierno de coalición, cosa que no parece particularmente difícil.
El factor decisivo de la voltereta fue Trump, que no ha escatimado en bravuconadas. Así como afirmó que Canadá debería ser el estado 51, el día de las elecciones llamó a las y los canadienses a votar por él. El magnate que preside Estados Unidos logró -muy probablemente sin proponérselo- movilizar la identidad canadiense y reafirmar su posición como país independiente (y primer mundista).
No han faltado las lecturas triunfalistas: vencieron los valores occidentales, la razón y el liberalismo, comentaron algunos columnistas. Parafraseando al clásico: no es falso, pero es inexacto. Mark Carney ha hecho su trayectoria en el sector financiero. Trabajó en Goldman Sachs y después fue gobernador del Banco de Canadá, gobernador del Banco de Inglaterra y, antes de ser asesor de Trudeau, miembro de la junta directiva de Bloomberg.
La lectura triunfalista diría que los canadienses eligieron con la cabeza: un funcionario y no un político. Un hombre capaz de sacarlos del marasmo económico y cuyos conocimientos financieros le hacen más confiable para enfrentar a Trump y su errática guerra comercial. Algo habrá de eso, pero propongo una lectura alternativa: el voto anti Trump debe leerse menos en términos de racionalidad instrumental y más en términos de solidaridad. La idea se la debo a Irene Vallejo, y su columna en El País semanal[3].
A pesar de los esfuerzos por modelar el comportamiento social y las decisiones colectivas, la realidad por suerte suele ser mucho más caprichosa: difícilmente cabe en una ecuación. Y no debería sorprender a nadie que los supuestos de racionalidad instrumental tampoco se cumplan.
El modelo social, cultural y político hegemónico que conforma nuestro sentido común (confieso que me incomoda llamarlo neoliberalismo, aunque esa sea la manera más adecuada de nombrarlo) ha permeado en todas las instituciones sociales. Pero en la academia ha encontrado particular campo fértil; especialmente en las disciplinas o ciencias sociales. Basta ver los planes de estudio y todo el sistema de recompensas: asignación de plazas, premios de tesis, otorgamiento de becas y publicación de artículos. Tampoco es un misterio: para que el modelo funcione, debe pasar por las aulas, el diseño de la política pública, las instituciones y hasta la conversación pública. Nada nuevo, así funcionan las hegemonías.

Pero que demos por sentado que el mundo funciona de una manera y que incluso a veces parezca que efectivamente es así, no quiere decir que así sea, o que no pueda ser distinto. O que no haya otras explicaciones. Por eso es fascinante cuando la incertidumbre hace de las suyas.
La academia suele ser pedante. ¿Por qué la gente no escuchó lo que decíamos los científicos sociales? Preguntaba alguien, luego de los resultados electorales en Estados Unidos. Una pregunta, valga decir, que se han hecho aquí en México ante los triunfos avasallantes de Morena. Pero ese no es el problema más grave. En su pedantería creen saber: Uno, qué quieren -o al menos deberían querer- los votantes y, dos, por qué eso que deberían creer implica validar el modelo de racionalidad instrumental, que, valga decir, les ha otorgado su lugar en el micro universo de las ciencias o disciplinas sociales. Antes de seguir aclaro que no escribo una diatriba en contra de las ciencias sociales. En todo caso, sólo lo es contra el modelo dominante, uno de los pilares del consenso democrático.
La solidaridad es producto de símbolos y significados compartidos construidos en prácticas culturales, que, tienden a crear lazos sociales: entendimiento, cooperación y respeto, al menos. Pero necesita recrearse constantemente para subsistir. De ahí la importancia de las ceremonias, encuentros diplomáticos o conmemoraciones de eventos históricos: refuerzan el sentido de pertenencia. En El mundo de ayer, memorias de un Europeo, Stefan Zweig (2011) se lamenta de la derrota moral que vivió Europa a partir de la primera guerra mundial. Perdida la seguridad ontológica en que vivía, lo que siguió fue la brutalidad. Rotos los consensos, reinó la violencia.
La derrota conservadora en Canadá no debería leerse en términos triunfalistas. Trump desafió hasta romper, de manera momentánea, los símbolos que hacían de Estados Unidos Y Canadá algo más que sólo buenos vecinos. Pero mal haríamos en pensar que la victoria de Carney, además de un espaldarazo al modelo democrático del consenso liberal es una posibilidad para su refundación. La experiencia histórica indica que los banqueros suelen fortalecer el conservadurismo, que tampoco combaten demasiado. Pienso en Mario Draghi, antecesor de Georgia Meloni. O en el propio Emanuel Macron, que por muy poquito no perdió ante Le Penn. No es necesariamente un triunfo de la solidaridad, porque -también-, la realidad suele ser más complicada que victorias o derrotas sin más. Es una muestra de que la solidaridad funciona, para bien y para mal, que se construye, reproduce y legitima, por lo que puede romperse.
Pero nos permite repensar algunos de los presupuestos de nuestro modelo social. Si buscáramos refundar algún tipo de consenso habríamos de considerar abandonar el modelo del racionalismo maximizador y buscar en las formas de solidaridad, que ya existen. No es una curiosidad, pero puede ser efímera y coyuntural, si no le damos el peso debido, menos que -como debería de ser- un cimiento para la seguridad ontológica de las civilizaciones.

[1] Jiménez, M (2024) “Compararnos con México es un insulto”, dice un alto cargo canadiense sobre los aranceles de Trump”. El País, 26 de noviembre de 2024, consultado en: https://elpais.com/internacional/2024-11-26/compararnos-con-mexico-es-un-insulto-dice-un-alto-cargo-canadiense-sobre-los-aranceles-de-trump.html
[2] Serrano, I (2025) “Una biblioteca que tiene una puerta en Canadá y otra en Estados Unidos (que ahora está cerrada)” El País, 25 de abril de 2025, consultado en: https://elpais.com/eps/2025-04-26/una-bilioteca-que-tiene-una-puerta-en-canada-y-otra-en-estados-unidos-que-ahora-esta-cerrada.html
[3] Vallejo, I (2025) “El cero y el infinito” El País semanal, 3 de mayo de 2025, consultado en: https://elpais.com/opinion/2025-05-04/el-cero-y-el-infinito.html
Alonso Vázquez Moyers (@alonsomoyers) es doctor en Investigación en Ciencias Sociales por Flacsco-México