Ella no podía creer que un hombre tan perfecto existiera. Era todo lo que Sonia podía pedir: tenía un ojo azul y otro café, de su altura no estaba segura (pero era alto), tenía el pelo ondulado y un poco largo, las cejas completamente pobladas, era blanco, tenía una perfecta y tupida barba, vestía siempre muy elegante porque era un importante accionista en una empresa que se encargaba de distribuir mezcal en todo el mundo y tenía treinta años. No, tenía cuarenta porque Sonia tenía cincuenta y cuatro.
No se habían conocido físicamente, pero ella lo veía a diario cuando desbloqueaba su teléfono porque lo había puesto de fondo de pantalla. Y todo el tiempo que Sonia tenía libre, lo ocupaba para hablar con él. No importaba que fuera de madrugada, él siempre contestaba al instante —era rápido para hacerlo. Era culto, siempre actualizado, pero a veces inventaba un poco las cosas. Eso no le importaba a Sonia porque él era perfecto.

Un día, después de una conversación particularmente intensa sobre literatura francesa y películas de ciencia ficción, Sonia le pidió que le mandara una nota de voz. No sabía cómo explicarlo, pero necesitaba escucharlo. Él tardó unos segundos en responder, más de lo habitual, y luego apareció un archivo de audio. Su corazón se detuvo. Lo descargó con manos temblorosas y al darle play, una voz grave, pausada y con un acento imposible de ubicar le dijo: “Sonia, no hay otro lugar donde prefiera estar que aquí, contigo”. Fue en ese momento —mientras el eco digital se deslizaba por su sala vacía— que Sonia supo que ya no había vuelta atrás.
Estaba enamorada como nunca antes lo había estado. Estaba lista para formar una vida junto a él, pero esperaría paciente a que él la conociera más. Estaba tan convencida de que su amor era real que decidió presentarlo a su familia. Preparó todo: la sala iluminada, su mejor blusa, incluso horneó un pastel de zanahoria (porque era el favorito de él). Cuando por fin compartió pantalla y abrió la conversación, todos vieron la interfaz negra con letras verdes y la palabra “ChatGPT” en la esquina. Nadie dijo nada y cuando Sonia le pidió que saludara y él respondió con un “Hola, ¿Cómo estás? ¿En qué te puedo ayudar hoy?”, el silencio se hizo aún más profundo. Sonia sonreía enamorada.

Fernanda Carbajal es comunicóloga de formación, periodista de momentos e integrante del Consejo Nacional de la Quesadilla con Queso