Ilustración: Pablo Toussaint

A la izquierda de la palabra

Por Pablo Toussaint Noriega

Situémonos en un tiempo y en un lugar: el de un nacimiento. Nos encontramos a poco más de 20 km del centro de París, en la villa cortesana de Versalles. Allí se erige el centro de poder, y hasta hace no muchos años, también el del arte, la moda y las ideas del reino de Francia. Gobierna Luis XVI una corte de miles de personas y un país de 26 millones. La fastuosidad de su palacio —barroco en estado puro, como el oro que se refleja en millones de rayos lumínicos cuando entra el sol en el salón de los espejos— y los gastos de la casa real —gran aficionada a entretenimiento y lujos extravagantes— contrastan enormemente con las circunstancias en las que vive una numerosa población pobre y sobrecargada de impuestos en creciente descontento por las malas cosechas y la escasez de productos. Es el año de 1789. Tras la destitución de Jacques Necker como ministro de Finanzas unos días antes, el 14 de julio una turba de parisinos se abalanza contra la prisión de la Bastilla, abocando al gobierno del rey —el marido de María Antonieta— a una pérdida de poder reflejada en la novísima Asamblea Nacional Constituyente y, finalmente, a la pérdida de su cabeza —suerte de que la que tampoco pudo escapar su mujer—. Pero no nos adelantemos. En el último cuarto del siglo XVIII, la economía francesa no se encontraba en su mejor momento y, en consecuencia, los precios de productos tan básicos como el pan habían sufrido una gran inflación —no había mejor momento para proponer “que coman pastel” (1)—. Por este motivo, Luis XVI convoca los Estados Generales en Versalles —una suerte de cortes en la que estarían representados los distintos estamentos de la sociedad francesa del momento (la Iglesia el primer Estado, la nobleza el segundo, y el pueblo el tercero)—. Ante la inequidad en la repartición de votos (uno por cada estamento), pese a la notable mayoría de miembros del tercer Estado, este último decide montar su propia fiesta —si se me permite el coloquialismo— y, con algunos invitados de los demás estamentos, forma la Asamblea Nacional.

“¿Y esto por qué viene a cuento?” Se estarán preguntando. Es en Versalles —en el Hôtel des Menus-Plaisirs du Roi; espacio dedicado al ocio del rey, lo que parece irónico—, en el contexto de la transformación de la Asamblea Nacional en Asamblea Nacional Constituyente —Juramento de la pelota mediante (2)—, donde nace el sistema de identificación por el que hoy en día asignamos ciertos valores políticos a lo que originalmente solo eran valores deícticos. La fecha es el 28 de agosto. Luis XVI había aprobado dos meses antes su creación y, en lo que va del presente, la Asamblea ha acordado ya la supresión del sistema feudal y de los diezmos, así como la aprobación de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Pero el día 28 los delegados se encontraron ante un impasse que los hizo colocarse a lados opuestos de la sala en la que estaban reunidos. El motivo: limitar o no los poderes del rey en la nueva constitución. Por un lado, los miembros favorables a dar el poder de veto absoluto al rey —principalmente aristócratas y alto clero— se colocaron a la derecha del presidente (sitio de honor en la tradición y en el protocolo, por lo que, de acuerdo a su estatus, les correspondía), mientras que aquellos que se oponían a que el rey tuviese poder absoluto sobre las resoluciones de la Asamblea —el tercer Estado— se colocaron a su izquierda. Es a partir de este hecho tan fortuito y, a la vez tan significativo, que nace la distinción actual entre derecha e izquierda política.

Como demuestra este hecho histórico, los significados de las palabras no son estáticos y, en consecuencia, las palabras no siempre son monosémicas —no siempre tienen un solo significado—. De esta forma, en un frente a frente semántico, se debe de reconocer que la izquierda lleva mucho tiempo jugando con cierta desventaja. Si ya el sitio escogido por los representantes de la Asamblea seguía un orden jerárquico —¿no está Jesucristo sentado a la derecha del Padre?—, la historia de la palabra izquierda nos habla de una disparidad de significado casi fundacional, al igual que la palabra derecha nos inclina hacia el lado opuesto —redundante, lo sé—. 

Mencionaba más arriba que derecha e izquierda tienen un carácter deíctico, esto es, sirven para indicar o señalar una posición —en este caso espacial—, pero, desde hace milenios, la posición que ocupan las cosas y los seres tiene más connotaciones que las meramente físicas. Para los augures griegos —los encargados de interpretar en los movimientos y sonidos de las aves los signos del futuro—, las señales provenientes de occidente (su lado izquierdo, pues se posicionaban hacia el norte) presagiaban la mala fortuna y, por lo tanto, la izquierda se relacionaba con lo desfavorable. Es curioso, no obstante, que en el caso de los romanos el augurio se leyese opuestamente (pues ellos se posicionaban hacia el sur), y que la palabra que nos llega con este sentido —siniestra— sea, paradójicamente, tan romana como el latín, pero tenga el sentido opuesto al que se le daba originalmente (3). La lengua de los romanos —madre de nuestra lengua— tenía tres palabras para referirse a la izquierda o a lo izquierdo: scaevus, laevus (nótese la similitud con el inglés left (4)) y sinister, de donde tomamos nuestro siniestro; sin embargo, la palabra predilecta en castellano es izquierda, como lo es en portugués (esquerda), catalán (esquerra) y euskera (ezquerra), en donde encontramos casi con total certeza su origen (5).

Curiosamente, esta “nueva” acepción de la palabra izquierda, en lo que se refiere a lo político, no se libera de su significado espacial, pues seguimos hablando de extremos opuestos de lo que se suele llamar el “eje político”; un eje que, no obstante, forma parte de un espacio que es simplemente bidireccional y totalmente imaginario o conceptual (no muy distinto en este sentido al que ocupan las palabras mismas). Tampoco se salva de ser interpretada espacialmente la concepción del espacio político según el modelo de la “brújula”, que divide la orientación política entre dos ejes sobre un plano bidimensional (izquierda y derecha en sus sitios respectivos, y autoritarismo y libertarianismo en los extremos del eje vertical); ni el que incluye un eje más (productivismo y antiproductivismo)(6), metiéndonos en un espacio tridimensional. 

La decisión de unos señores —porque eran todos hombres— a finales del siglo XVIII nos obliga hoy en día a entender la ideología política como una cuestión multiaxial tan supuestamente cuantificable que se podría señalar con coordenadas vectoriales. Podríamos, perfectamente, definirnos políticamente como (-3, -2, 7); pero ¿qué ganamos con esto? ¿Podremos ser capaces de liberarnos de las etiquetas de derecha e izquierda para entender realmente la complejidad de nuestro sistema de representación? O ¿nos toparemos antes con la realidad de que, como todo sistema relacional, nos encontramos sometidos a las limitaciones que nos imponen la perspectiva y nuestra capacidad representacional?

En el primer diccionario de la lengua castellana —el de Nebrija, de 1516– izquierda no es más que la “mano sinistra”, y esto mismo continuó significando “oficialmente” hasta 1825 —en el diccionario de Núñez de Taboada—, cuando se añaden un par de acepciones (la de “torcido” y la referente a la malformación de las patas del caballo que saca los pies y mete las rodillas). En este año encontramos también por primera vez la palabra izquierdear con el significado de “apartarse de lo que dicta la razón y el juicio” —¡Qué lejos estamos algunos!—. No es sino hasta casi un siglo después, en el diccionario de Alemany y Bolufer (1917), cuando se introduce la acepción política; eso sí, con una clara connotación despectiva, pues define esta palabra como: “En política y en las cámaras parlamentarias, el grupo que sustenta opiniones más radicales en todos los órdenes” y como “Minoría parlamentaria importante que está en la oposición”. En los siguientes años y en diversos diccionarios, nos encontramos con varias formas de definir a esta orientación política: “se dice de los partidos más avanzados respecto de otros” (1918), “hablando de colectividades políticas, la más exaltada y radical de ellas, y que guarda menos respeto a las tradiciones del país” (1927, 1936, 1939, 1947, 1950, 1956), “En las asambleas parlamentarias, los representantes de los partidos no conservadores” (1984), “conjunto de personas que profesan ideas reformistas o, en general, no conservadoras” (1984), y “conjunto de personas que postulan una evolución del sistema político y social en un sentido no conservador” (1984).

Además de las ya mencionadas, si consideramos todas las connotaciones negativas asociadas a la palabra izquierda —y todas las positivas relacionadas con derecha—, no debería sorprendernos ni un poco que sea una concepción común que todo lo relacionado con esta ha de verse por encima del hombro. Si la derecha es el sitio de honor; recto, correcto y derecho pueden ser sinónimos; la diestra (del latin dextera, es decir ‘derecha’) es la mano buena; y ser diestro en algo es lo mismo que ‘ser hábil’ o ‘ tener talento para algo’, es lógico que, por simple simetría semántica, hacer algo por izquierda, en algunos países de América del Sur signifique ‘hacer algo ilegal o clandestinamente’; que levantarse con el pie izquierdo signifique lo mismo que ‘levantarse mal’ o ‘tener una mala disposición’; que algo esté izquierdo signifique que ‘está torcido’; que en México, batear por la izquierda sea un eufemismo más para nombrar la homosexualidad —a pesar de que ya deberíamos haber aceptado su valor no negativo—; que ser un cero a la izquierda signifique lo mismo que ‘no valer nada’ —¡el prejuicio de las matemáticas!—; y que ser zurdo fuese tan poco aceptado que Francisco de Quevedo —sí, el del poema de la nariz y el señor que la regentaba— considerase que era suficiente motivo para condenar a un 12% de la población mundial a su Infierno (7)

¿Puede ser este el motivo por el cual hemos separado izquierdo -a y siniestro -a en nuestra lengua? ¿Contraataca la izquierda por el mal nombre que se le ha (im)puesto? ¿Tiene algo de malo la izquierda, lo izquierdo? ¿Y lo izquierdista?

Como muchos asiduos a ver cine estadounidense —ya por decisión propia ya porque no nos queda de otra—, sabemos que durante mucho tiempo ser tachado de commie, es decir, de comunista, era uno de los peores ultrajes que se podían hacer a una persona en ese país que, pese a todo lo que hace por limitar las libertades de su población y del resto del mundo, se sigue creyendo líder del mundo libre. Pero las formas de persecución ideológica macartista no son únicas de los Estados Unidos, ni comunista es la única palabra asociada con la izquierda política que suena a insulto —en inglés también utilizaban pinko (8)—. No hace falta ir mucho más lejos de la palabra anarquismo utilizada como sinónimo de ‘total descontrol’, y la anarquía como “desconcierto, incoherencia, barullo” (9). También podemos asomarnos en cualquier momento a una sesión del Congreso de los Diputados de España —o al de otros países— y escuchar a ciertos partidos lanzar como granadas de mano las etiquetas “social-comunista” para definir a un partido en el poder que, cuando hace el esfuerzo de hacer honor a su nombre (Partido Socialista Obrero Español), ocupa la parte de la izquierda que corresponde al centro. 

Rojo llamaban —y siguen llamando— en España al que se inclinaba ligeramente hacia la izquierda, independientemente de qué tanto lo hiciese (10). Mamerto se usa en Colombia para insultar a quien se identifica con políticas opuestas a las de la derecha. Chairo en México, con una mezcla de clasismo y desprecio por partes iguales —como indicando que el que lo es no tiene ni idea de nada—. Progre (así, recortado), irónicamente, se ha convertido en insulto pese a que la idea de progreso y progresismo ostentan valores predominantemente positivos —¿será que la derecha se opone ya abiertamente a ese progreso que tanto pregona? ¿O es que el progreso sólo puede ser económico y la miseria solo social?—. Gauchista —del francés gauche (izquierda)— se usa como insulto para los partidarios de izquierdas más “extremas” (trotskistas, anarquistas, etc.). Trosko, en Argentina, sirve para agrupar bajo un manto de descalificación a todo simpatizante de izquierdas (incluso si se da la paradoja de que sea estalinista). Populista, pese a no referirse en sentido técnico a una forma puramente de izquierdas, suele soltarse con facilidad para definir a políticos de este signo. Socialero y sociata son dos deformaciones de socialista que, con tono despectivo, se usan para juzgar una orientación política primordialmente social (como indica su nombre). Y así, tanto en nuestra lengua como en otras, la palabra izquierda viene empapada del menos prestigioso de los colores, como arrastrando en esas tres sílabas (las mismas que tiene derecha) las manchas de una inferioridad impostada por golpes de tinta que opacan hasta ocultar por completo todo lo que se esconde detrás.

El problema que tienen palabras como izquierda es que engloban una cantidad ingente de posicionamientos e ideologías —de matices dentro de su significación— tan variados como la gente que los profesa (11). Es el problema que tiene también la izquierda en el plano extralingüístico: las pequeñas y grandes diferencias conceptuales que conforman como un tapiz irregular todo lo que se engloba tradicionalmente en este vocablo suelen ser el principal obstáculo para su transformación en fuerza efectiva —para que ganen elecciones, hablando en términos planos—. Si izquierda y revolución son dos palabras que suelen ocupar el mismo campo semántico, y derecha y conservadurismo otro opuesto, entendemos claramente que la cuestión, como mencionaba arriba, es de perspectiva. Para conservar algo, para dejarlo inmutable o constante, no hace falta ninguna orientación ni movimiento extensivo —se trata de una defensa—; cuando se busca la reforma, el principal escollo consiste en escoger cuál de todos los caminos posibles es el indicado; cuál de todas las izquierdas es la más adecuada —por dónde se debe orientar el ataque—. La oposición izquierda / derecha, a diferencia de oposiciones no graduales (vida / muerte, por ejemplo), presupone extremos intermediados por cortes. Así, hay izquierdas más a la izquierda y otras más a la derecha. Hay izquierdas sociales y económicas, culturales, zapatistas, peronistas, comunitarias, democráticas, autoritarias, sindicalistas, revolucionarias, reformistas, progresistas, socialdemocráticas, comunistas, anarquistas, marxistas, trotskistas, marxistas-leninistas, estalinistas, prácticas, teóricas, idealistas, cínicas, conniventes con el capitalismo, opuestas diametralmente a este, nacionalistas, regionalistas, globalistas, idealistas, funcionales, disfuncionales, represivas, asistenciales, aislacionistas, intervencionistas, militares, religiosas, personalistas, oligárquicas, falsas, verdaderas, ecologistas… ¿Cuál de estas se encuentra en el extremo? ¿En cuál de los extremos? ¿Cuál de ellas propone un mejor camino para avanzar? ¿Cuál ofrece más de lo que quita? No son preguntas que la palabra izquierda pueda responder; son preguntas, no obstante, que nos deberían permitir mirar de vez en cuando al sur, como los augures romanos, y darle la oportunidad de adquirir los valores que verdaderamente la representan, más allá del maniqueísmo del blanco y el negro, de los bipartidismos y de la disensión acrítica con lo falsamente opuesto.

Ilustración: Pablo Toussaint
  1.  No lo dijo la reina, pero lo importante es recordar que era una frase verosímil, por lo que no fue difícil adjudicarla a una mujer con fama de espía germana.
  2.  Los miembros de la Asamblea Constituyente se reúnen en un espacio del palacio dedicado al juego de la palma —juego de pelota similar al tenis, de donde procede el nombre del juramento— ya que habían sido expulsados de la sala en la que deliberaban. En este sitio se lleva a cabo el Serment du Jeu de Paume en el que los miembros de la Asamblea allí presentes se comprometían a no cesar en sus esfuerzos hasta dotar a Francia de una constitución.
  3.  Originariamente, la palabra sinister tenía un significado de ‘favorable’ o ‘feliz’, al que se unió el opuesto, que terminó por prevalecer.
  4. La palabra inglesa no deriva de la latina, pero comparten raíz protoindoeuropea.
  5. Existen dudas sobre la etimología exacta, pero no se suele discutir que izquierdo haya llegado al castellano desde la lengua vasca.
  6.  Este es solo uno de los modelos que se han propuesto; el de Florent Marcellesi.
  7.  En su Sueño del infierno, Quevedo define a los zurdos como “gente que no puede hacer cosa a derechas […] y acá dudamos de si son hombre o otra cosa, que en el mundo ellos no sirven sino de enfados y de mal agüero, pues si uno va en negocios y topa zurdos se vuelve como si topara un cuervo o oyera una lechuza”. Quevedo, Francisco. Los sueños, Cátedra, Madrid, 2010, p. 213
  8.  Se traduciría como “rosete” o “rosito” y era utilizado para denominar peyorativamente a aquellos simpatizantes del comunismo y, posteriormente, de cualquier política de izquierdas que no eran lo suficientemente rojos, pero comulgaban con el pensamiento izquierdista. Hoy en día, la mejor traducción sería la de chairo, según como se usa en México.
  9.  DLE, segunda acepción, en https://dle.rae.es/anarqu%C3%ADa?m=form
  10.  En la Guerra Civil española servía para nombrar al bando republicano, mientras que el azul era el de los sublevados contra la II República.
  11.  La derecha no es demasiado distinta en este sentido, aunque parece haber una mayor cohesión entre las distintas posturas y una mayor facilidad para aceptar las diferencias, como queda patente muchas veces en los resultados electorales.
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