Usualmente, el bienestar en un país se ha medido y comparado con indicadores como la cantidad o la proporción de personas en pobreza y el PIB per cápita. Sin embargo, desde hace algunos años el concepto de bienestar subjetivo entró en la discusión, lo que ha hecho necesario revisar qué entendemos por bienestar y considerar otro tipo de indicadores como la felicidad o la satisfacción de las personas con sus vidas.
¿Por qué usar la producción de un país como medida de su bienestar?
El PIB per cápita es un indicador muy indirecto e impreciso del bienestar de las personas; entre otras cosas, porque no habla del dinero que efectivamente tiene cada quién en sus bolsillos. Habla de la riqueza del país como conjunto y de cuánto le tocaría a cada persona si ésta se repartiera equitativamente, aunque sabemos que no ocurre así.
La lógica que subyace es que se necesita un pastel más grande para que cada persona tenga una rebanada más gruesa. Esta idea proviene de lo que se llamó la teoría del trickle down (o teoría del derrame), que se asumía que una economía más grande y productiva beneficiaría a todos: aunque inicialmente beneficiara sólo a algunos empresarios, con el tiempo ellos comenzarían a “derramar” la riqueza al crear empleos, productos nacionales de menor costo, etc. El problema es que no hay evidencia contundente de que esto suceda. Por ejemplo, en México, pese a que el PIB creció en la última década,[1] la pobreza por ingresos aumentó entre 2008 y 2016, y para 2018 apenas bajó al mismo nivel que tenía 10 años atrás.[2] Esto significa que, aunque se generaron más recursos, había más personas que no podían acceder a ellos. Así, para que haya bienestar no basta con que existan más recursos, lo imprescindible es que se repartan.
El bienestar como no-pobreza
A diferencia del PIB per cápita, las medidas de pobreza intentan establecer con cuántos recursos cuentan los individuos, o al menos los hogares. Hay muchas maneras de medir (y conceptualizar) la pobreza; dos de las más comunes son a) cuánto dinero tiene un hogar, o b) con qué bienes y servicios cuenta. La idea es establecer un mínimo necesario o aceptable y determinar quién está por debajo de ese mínimo (es pobre) y quién por encima (no es pobre).
Las mediciones de pobreza deben buscar acercarse lo más posible a las condiciones de vida que intentan reflejar. Si se mide con ingresos, es importante asegurar que el monto de la línea de pobreza realmente alcance para adquirir los bienes que se necesitan y, además, que éstos estén disponibles. Si se mide con bienes y servicios, se debe considerar que las necesidades cambian de un contexto a otro: donde no hay transporte público, se necesita un vehículo; donde hace mucho frío, se necesita calefacción.
Pero incluso si existiera una manera perfecta de medir la pobreza, el problema de equiparar el bienestar con no ser pobre es que pareciera asumirse que basta con los bienes materiales indispensables para tener una buena vida, y claramente no es así. En términos conceptuales, si ser pobre es tener menos de lo necesario, entonces dejar de ser pobre es abandonar un estado de malestar, que no es lo mismo a haber alcanzado completo bienestar. Para ponerlo en perspectiva, se puede imaginar el siguiente escenario: si la canasta básica cuesta 100 pesos, ¿puedo decir que estoy en condiciones de bienestar si tengo 101 pesos? Si el dinero pudiera comprar la felicidad, ¿cuánto costaría? Esto nos remite a que, en realidad, para que haya bienestar se necesitan más que bienes materiales y servicios.
¿Qué se necesita entonces para que haya bienestar?
Durante las últimas décadas, los países han dedicado mucha atención al crecimiento económico y a incrementar los ingresos de sus habitantes. Algunos han logrado avances espectaculares: en 1990 China tenía a 66 % de su población en pobreza, y para 2016 ésta bajó a 0.5 %.[3] Sin embargo, poco a poco ha quedado claro que el dinero o los bienes y servicios no bastan para medir la calidad de vida.
Se ha llamado bienestar subjetivo a la parte de la vida que tiene que ver con las emociones positivas,[4] la satisfacción con la vida o la salud mental de las personas. Me parece un mal nombre porque se refiere a fenómenos psicológicos, así que lo llamaremos bienestar psicológico.[5] Lo que pone de manifiesto este concepto es que las personas necesitan más que cosas materiales. Por ejemplo, si mis ingresos aumentan, pero me veo constantemente expuesta a la violencia del narcotráfico, no tendré una mejor calidad de vida, e incluso puede que muera antes. Es decir que la tranquilidad, las emociones positivas y la satisfacción con lo que se tiene y se logra son, al menos, tan importantes como el dinero o los bienes y servicios.
Aunque el dinero no es prescindible, trascender la noción de que el bienestar es pura o primordialmente económico permite aceptar que se compone de diferentes facetas: una es material, otra es psicológica y podríamos hablar de una tercera faceta física (la salud, la ausencia de dolor, etc.) y una cuarta social (la interacción con los demás, el apoyo social, etc.). Sin embargo, al tiempo que ampliamos la conceptualización del bienestar, se ha de tener en cuenta dos características fundamentales. Primero, el bienestar no es segmentable, cada faceta permea a la otra y ninguna es prescindible: si no tengo dinero, no estaré de buen humor y pasaré hambre; si estoy deprimida o ansiosa, enfermaré más seguido y no tomaré las mejores decisiones económicas o sociales. Segundo, las facetas del bienestar no son sustituibles y tener provisiones en una no alcanza a cubrir la falta de otra, porque ni se vive de amor ni el dinero compra la felicidad. Por lo tanto, no se trata de reemplazar unos indicadores con otros, sino de mejorar la forma en que medimos para tener información útil y completa, de manera que las políticas públicas puedan dirigirse con mayor certidumbre a lograr que todos los habitantes tengan la mejor vida posible.
Considerar el bienestar psicológico genera reticencia entre algunos. En primer lugar, implica darle importancia a cosas que antes pasaban más desapercibidas, como el abuso y el maltrato en las escuelas o en el trabajo, las injusticias y la discriminación, o la (in)movilidad social. Y esto complica las cosas porque es más fácil darle dinero a la gente que darle justicia o movilidad social. En segundo lugar, muchos dudan que se pueda medir el bienestar psicológico de forma confiable, cuando en realidad los psicólogos han desarrollado varios instrumentos para ello. Sólo hace falta involucrar a las ciencias sociales en el diseño de las nuevas estrategias para medir el bienestar de la población. El bienestar integral, ese que se llama calidad de vida.
[1] Cifras del Banco Mundial, disponibles en https://datos.bancomundial.org/indicator/NY.GDP.PCAP.KD?end=2018&locations=MX&start=2008
[2] Cifras del Coneval, disponibles en https://www.coneval.org.mx/Medicion/MP/Paginas/Pobreza-2018.aspx
[3] Línea de pobreza de 1.9 dólares por persona por día. Datos del Banco Mundial disponibles en https://datos.bancomundial.org/indicador/SI.POV.DDAY?locations=CN
[4] Para ser más específicos, con un balance entre emociones positivas y negativas donde haya más de las primeras.
[5] Lo subjetivo es la forma en que comúnmente se mide, pero es importante tener en cuenta que puede haber medidas objetivas de bienestar psicológico y medidas subjetivas de bienestar económico. Ambas pueden ser confiables y lo importante es tener las medidas más certeras posibles.