La ideología, tal como la describió Norberto Bobbio, parece sencilla: la izquierda busca la igualdad; la derecha, la libertad. Pero como bien matizó Octavio Rodríguez Araujo, la realidad es más compleja. No se trata de polos absolutos; no es un todo o nada, son tendencias. La izquierda, en su inclinación hacia la igualdad, necesariamente también abraza a la libertad.
La tendencia al igualitarismo no se basa en imponer una camisa de fuerza; no busca uniformar ni encasillar a la gente, al contrario, su esencia es intentar destruir las jerarquías arbitrarias que limitan el desarrollo personal y colectivo. Se trata de abrir camino; de derribar las barreras que perpetúan dominaciones históricas, de poner fin a la tiranía de unos pocos.
Sin embargo, la fuerza política en el poder, que se autodefine de “izquierda”, no es ni igualitaria ni fomenta la libertad. Es una fuerza que no ataca las bases de la desigualdad, sino que las fortalece permitiendo que los más ricos sigan enriqueciéndose, mientras que, a su vez, permite que viejas y nuevas élites familiares consoliden su control. En lugar de representar al pueblo, son los apellidos privilegiados los que ostentan el poder; no por méritos, sino por herencia. ¿Dónde está, entonces, esa lucha por la igualdad que tanto pregonaban?
Y en cuanto a la libertad, tampoco hay mucho que celebrar. Los críticos del régimen se enfrentan a una maquinaria que busca silenciarlos; la disidencia no es tolerada, se le excluye y se le calla. A los opositores se les amenaza con usar la fiscalía y se despliegan estrategias para reducir o ignorar a aquellos que no se alinean con el discurso oficial. Esto no es propio de una fuerza igualitaria, sino de una que teme a la diversidad de opiniones y que se refugia en el autoritarismo.
A pesar de todo, no se puede negar que este gobierno ha impulsado políticas de apoyo social. Hay familias que, tras años de abandono, hoy reciben ayuda directa. Pero aquí surge una gran paradoja: este apoyo, lejos de transformar las estructuras de poder, ha servido para implantar una forma de neoliberalismo en las capas más bajas de la sociedad. Se entrega dinero a los pobres, pero se deja intacto el poder del mercado, permitiendo que este siga dictando las reglas del juego. El Estado reparte, pero no interviene más allá de lo necesario, reproduciendo así el mismo sistema que siempre ha beneficiado a los poderosos.
Lo que tenemos hoy es una versión social del neoliberalismo con rasgos autoritarios, que prioriza la libertad del mercado sobre la libertad de las personas frente a las estructuras de dominación que están fuera de su control. El lopezobradorismo ha abandonado la lucha por la igualdad real y ha olvidado que la libertad no es un privilegio que el gobierno otorga a algunos, sino un derecho que debe garantizarse para todos.
Ante esto, sólo queda seguir exigiendo más izquierda, más libertad, y no conformarnos con menos.
Con esta reflexión, cierro mi colaboración de dos años en Radio Fórmula, en un espacio titulado, precisamente, izquierda y libertad. Agradezco la oportunidad de formar parte de su sitio web y, sobre todo, agradezco a ustedes por leer.
Hugo Garciamarín (@hgarciamarin) es Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Director de la Revista Presente.