1968 fue un parteaguas en la cultura política mexicana. A partir de entonces, la realidad política y social empezó a leerse principalmente en clave autoritaria: los partidos políticos, las organizaciones sindicales e incluso la economía se leyeron desde la exaltación a las libertades y el combate contra el el ogro filantrópico[1]. Desde luego, esto tenía una razón objetiva, pues lo sucedido en Tlatelolco, y posteriormente en el sexenio de Luis Echeverría, era evidencia irrefutable de que en México se vivía en un régimen autoritario, que la politología hoy define como híbrido. La gran herencia de esa visión fue el consenso cultural del régimen de la transición a la democracia, en donde algunas izquierdas y las derechas podían no estar de acuerdo en el modelo económico, pero sí en la defensa y promoción de ciertas instituciones democráticas, así como en las cuotas políticas y económicas que se repartían como resultado de ese arreglo institucional[2].
El problema es que esa cultura política permitió pocos matices. La historia postrevolucionaria empezó a leerse como un proceso lineal en donde el autoritarismo era una constante y los esfuerzos democratizadores se dieron sólo a partir de 1968. Además, conceptos que tradicionalmente se usaban en la teoría y militancia política como elementos distintivos de lo público y lo común adquirieron significados negativos. Palabras como pueblo y nación pasaron de ser centrales y reivindicables a percibirse como dogmáticos y autoritarios. Cuestión que no tuvo repercusiones tan importantes en las discusiones de las derechas, cuyos valores están siempre más enfocados en las libertades individuales y del mercado[3], pero sí en las izquierdas[4], que tienen en su seno el igualitarismo y la exaltación de valores comunitarios.
Una de las historias sin matices que se cuenta desde entonces es la de Vicente Lombardo Toledano y José Revueltas, personajes ilustres de la izquierda mexicana. El primero suele considerarse como un marxista-leninista rígido, dogmático y palero del poder, tanto del nacional como del soviético. El segundo, como un izquierdista errante, zigzagueante, pero siempre coherente y crítico. Ambos personajes, enfrentados entre sí, encarnan dos caras de la izquierda antes del 68: una, la de Lombardo, que murió dogmática; y otra, la de Revueltas, que se redimió con su apoyo a los jóvenes y su lucha por la libertad.
El padre de esta distinción y su posterior divulgación es Roger Bartra, quien hoy no goza de gran popularidad en algunos sectores de la izquierda mexicana, pero quien, durante la década de los setenta y los ochenta, era un intelectual con legitimidad que encabezaba un intento por diferenciarse de la izquierda “tradicional”[5]. Fue ese intento el que lo llevó a escribir ¿Lombardo o Revueltas?[6] en 1982, en donde encumbró a estos personajes como los dos pilares de la cultura política de izquierda que debían superarse para construir una opción moderna que pusiera énfasis en la democracia.
El texto de Bartra, más que ser un análisis histórico, es un encuadre narrativo que tenía todo el sentido del mundo bajo los parámetros de su tiempo. Para él, como para su público, todavía era reciente la defensa de Lombardo a los regímenes soviéticos y su errónea interpretación de las inquietudes de la juventud, a la que creía extraviada por ideas “antimarxistas, vestidas del ropaje del neomarxismo[7]” y desafiante de los “valores supremos” con “actitudes grotescas e ideas absurdas”[8]. También estaba fresco el acto heroico de Revueltas, quien por su apoyo a los jóvenes sería encarcelado en Lecumberri, hecho que en sí mismo confirmaba la línea continua del autoritarismo: estaba en la cárcel por sus convicciones una vez más, tal y como le ocurrió en los años veinte[9].
Con todo esto de telón de fondo, fue muy fácil observar la historia y encontrar convenientes ejemplos que reforzaban el argumento central del escrito. Para Bartra, Lombardo fue un marxista-leninista anticlerical que creía en la evolución lineal de la historia y en la concepción de un partido vinculado a la lógica del Estado mexicano, y que en la práctica fue el principal promotor de la defensa a ultranza del régimen revolucionario y del soviético. Ahí estaban sus discursos como dirigente de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), la polémica con Antonio Caso sobre la autonomía universitaria y las ya mencionadas posiciones contra los jóvenes para demostrarlo. Pero, por si esto fuera poco, había algo peor: el lombardismo estaba en contra de las libertades, pues tenía el razonamiento vulgar y stalinista de la “completa disociación entre socialismo y democracia […] el terrible vicio de la izquierda que consiste en definir como democracia toda reforma que, así sea parcialmente, tienda a satisfacer algunas necesidades populares”. En pocas palabras, no sólo era una izquierda dogmática, sino también antidemocrática.
En tanto, Revueltas era un marxista-leninista que, aunque quería, no podía imaginar un mundo cerrado. Su personalidad era dialéctica, de ahí sus contradicciones y su persistente crítica: “a todo le falta algo, nada está terminado: a los escritores mexicanos les falta con frecuencia la palabra, al país le falta democracia, al marxismo le falta leninismo”, etc. El principal ejemplo de esto es el Ensayo del proletariado sin cabeza, en donde, pese a buscar el verdadero partido de la clase obrera, “acaba resultando un mundo ideológico ausente e imaginario de ideas que se escapan cada vez que intenta atraparlas”. Aunque siempre crítico, Revueltas nunca pudo desprenderse de la rigidez del marxismo-leninismo.
El ensayo de Bartra termina enfrentando a Lombardo y Revueltas para después superarlos. El primero era un estadista y un nacionalista; el segundo, su adversario, un perseguido y un crítico del patriotismo barato. Las diferencias entre los dos eran tales que “si continuásemos el contrapunteo Lombardo-Revueltas iríamos reconociendo los hitos más importantes de la historia de la izquierda y el movimiento obrero en México”. Lo único que los hermanaba era que los dos partían de la cerrazón marxista-leninista. Afortunadamente, la izquierda naciente en el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) estaba dejando atrás esa atadura ideológica y había puesto como piso mínimo “la lucha por la democracia en el que impera la pluralidad marxista”. Si bien no sabía las características de la nueva izquierda naciente, estaba convencido que todo comenzaba con la superación y “rendición de cuentas” con Lombardo y Revueltas.
A partir de entonces, las valoraciones intelectuales sobre estos personajes siguen esa línea argumentativa. Enlisto algunos ejemplos: Carlos Illades dice que “la némesis intelectual del político poblano (Lombardo) fue José Revueltas”[10], mientras que Octavio Rodríguez Araujo menciona que “el lombardismo, que para algunos fue de izquierda y socialista, significó en realidad la base teórica del reformismo más ordinario, pese a los adornos “dialécticos” que le imprimió su prolífico autor”[11]. Daniela Spenser, probablemente la mayor conocedora de Lombardo, afirma categóricamente que a este no le interesaba la democracia y cita textualmente a Bartra para decir que, al comparar a Lombardo y Revueltas, “lo más trágico de la opción lombardista es que elimina el potencial revolucionario de la democracia política”[12]. Por otra parte, Héctor Aguilar Camín exalta el papel de Revueltas, independientemente de su marxismo leninismo, como escritor fundamental del 68 mexicano[13]. Esta distinción y los lugares históricos de Lombardo y Revueltas se mantienen en los debates contemporáneos, tal y como se puede ver en este diálogo que sostuve en Twitter con Gibrán Ramírez, Luis Hernández Navarro y Pedro Salmerón (cuando este último intentaba discutir y no se dedicaba únicamente a insultar y calumniar en redes sociales)[14].
Insisto en que el trabajo de Bartra es un encuadre narrativo en el que pareciera que Lombardo y Revueltas forman parte de una historia uniforme, en donde el autoritarismo revolucionario es una constante y la izquierda está atrapada en las discusiones marxistas-leninistas. Como si el régimen postrevolucionario no se hubiera construido también en legitimidad y consenso[15]; y también como si la izquierda no hubiera tenido en su horizonte la lucha por la democracia. En el caso de Lombardo desaparece todo esfuerzo democrático organizativo previo, en parte por sus palabras sobre el 68, en parte por los lombardistas contemporáneos de Bartra como Alejandro Gascón Mercado, pero también en parte porque lo decidió así, pues revisó y autorizó el trabajo biográfico de Robert P. Millon, en donde lo caracterizó como un marxista siempre fiel a la revolución[16]. Por esta razón, Bartra, que exalta las libertades, la lucha de las mujeres y los jóvenes, así como la democracia formal, no encuentra ninguna lucha democrática del lombardismo ni destaca los programas del Partido Popular (PP) y el Partido Popular Socialista (PPS), que incluían esos y otros elementos importantes[17].
En el caso de Revueltas también se ha contado una historia parcial. En un lúcido ensayo de su nueva Historia mínima de las izquierdas en México, Ariel Rodríguez Kuri da cuenta de que su historia biográfica suele “situarlo en el radicalismo de izquierda, muy atribuido, acríticamente en ocasiones, a la efervescencia de los años 60”, con lo que se “oculta dilemas de su quehacer intelectual”, la relación con Lombardo y la importancia de otros momentos de reflexión, como el libro México: una democracia bárbara[18]. En dicho texto, Revueltas, más que un leninista obsesionado con la vanguardia, es un gramsciano interesado en las elecciones y la hegemonía. En palabras del autor:
“Sugiero que la lectura de Revueltas debe gravitar sobre su diagnóstico de que el problema de la izquierda en México no ha sido tanto su cercanía o lejanía de una mítica toma del poder como de su incapacidad para hacer política. Así las cosas, un asunto alimenta la lectura de México, en contraste con el Ensayo: su convicción de que era necesario construir un partido de izquierda que fuese un referente público[19]”.
Con ello, pasan inadvertidos los largos años cuarenta, en donde Lombardo y Revueltas convivieron, pensaron y lucharon juntos[20]. Probablemente producto del triunfo de las democracias en la Segunda Guerra Mundial, la influencia de la izquierda italiana, el interamericanismo previo a la guerra fría y a que el gobierno de Manuel Ávila Camacho tuvo un breve impulso democratizador[21]; ambos pensaban que el camino hacia un México más igualitario estaba en la creación del Partido Popular, que no fuera marxista-leninista —porque para eso ya estaba el Partido Comunista—, y en la lucha por la democracia. En los debates de la Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos de 1947 se pueden ver claramente estas posiciones que también compartían Víctor Manuel Villaseñor y Narciso Bassols. Además, Revueltas —según Illades, “némesis” de Lombardo—, en la Mesa, haría una defensa del poblano y lo exaltaría como un “filósofo marxista y militante”, un “hecho histórico” en sí mismo[22]. Mientras que, tres años antes, Lombardo homenajeó a Revueltas por obtener el primer lugar en el Concurso Nacional de Argumentos Cinematográficos por su libro Dios en la Tierra[23].
El resultado programático de la discusión de la Mesa fue el consenso en el Partido Comunista y el naciente Partido Popular de la necesidad de consolidar un régimen democrático, a partir del fortalecimiento de las instituciones, el surgimiento de nuevos partidos políticos y la promoción de una reforma electoral que incluyera la representación proporcional[24]. De igual forma, Revueltas acompañó a Lombardo durante su campaña presidencial en 1952, pese a que Villaseñor y Bassols dejarían el Partido Popular a causa de aceptar la diputación de Ignacio Pesqueira tras el fraude electoral en Sonora de 1949. Quizás Revueltas permaneció al lado de Lombardo porque consideraba que dicha diputación era una posición estratégica, ya que, desde el congreso, Pesqueira luchó por impulsar una reforma electoral que incluyera la representación proporcional[25]
Así pues, la historia de ambos personajes está incompleta. En el caso de Lombardo, aunque abundan textos biográficos, la mayoría se centran en sus orígenes, la década de los treinta y los cuarenta sin reparar en sus aportaciones democráticas, para después hacer un rápido recorrido de los últimos años del “oportunista”, sin explicar con detenimiento las razones de la última época del lombardismo, así como las diferentes organizaciones que surgieron en su seno, algunas, incluso, guerrilleras. En el caso de Revueltas no hay casi nada sobre su participación política durante sus años en el lombardismo y las razones que lo llevan a romper con éste. Probablemente, como sugiere Rodríguez Kuri, si pudiéramos comprender esos años, entenderíamos mejor sus planteamientos, a veces gramscianos, a veces leninistas.
Pero, sobre todo, una lectura menos maniquea de ambos personajes permitiría rescatar elementos de esa izquierda que son necesarios en nuestro presente: las discusiones sobre los partidos políticos, la elaboración programática, la vocación democrática y la disposición de tener debates públicos francos independientemente de las posturas encontradas. Más allá de la representación cultural que expongo en este ensayo, existió una izquierda que, con el lenguaje del marxismo-leninismo propio de su época, construyó alternativas específicas para la realidad del país y luchó por una democratización en donde se conjugaran las libertades políticas con los derechos sociales y la igualdad. Más que “rendir cuentas” con Lombardo y Revueltas, hace falta reconciliarnos con esa parte de nuestra historia y construir una izquierda diferente a la que imaginó Roger Bartra.
[1] Fernando Escalante y Julián Canseco Ibarra hablan de una cultura antagónica originada en 1968, definida como un conjunto de entendidos, valoraciones, actitudes que implican “la fundamental ilegitimidad del gobierno y, consecuentemente, la fundamental legitimidad de cualquier forma de protesta o de resistencia”, Fernando Escalante y Julián Canseco Ibarra, De Iguala a Ayotzinapa: la escena y el crimen, El Colegio de México, México, 2019, p.39. Esta cultura antagónica se manifiesta también en el ámbito intelectual de izquierdas y derechas, en México y el mundo, en donde el Estado se convirtió en un ente perverso y autoritario, mientras que las expresiones particulares, esto es, sociedad civil, organizaciones comunitarias e individuos se entienden como entes virtuosos. Al respecto revisar: Fernando Escalante, Historia mínima del neoliberalismo, El Colegio de México, México, 2016; y Michael Warner, Público, públicos y contrapúblicos, Fondo de Cultura Económica, México, 2012.
[2] Sobre la construcción cultural post-68, Eugenia Allier explica cómo el discurso de la transición a la democracia, al referirse al 68, pasó de la denuncia a la memoria del elogio. Véase: Eugenia Allier Montaño, “Presentes-pasados del 68 mexicano. Una historización de las memorias públicas del movimiento estudiantil, 1968-2007”, Revista mexicana de sociología, vol. 71, núm., 2009, pp. 287-317.
[3] Me parece que, siguiendo a Fernando Escalante en su Historia mínima del neoliberalismo, el debate más importante en las derechas se había dado en la década de los cuarenta y para la coyuntura post-1968 los postulados principales ya estaban claros: la supremacía de lo privado sobre lo público, el mercado como una forma de organización superior moral y técnicamente a cualquier otra, y la participación del Estado en el establecimiento de un marco legal que permitiera el libre desenvolvimiento del mercado.
[4] Sobre el amplio mosaico de izquierdas que surgieron a raíz del 68, sugiero revisar el texto de Rodrigo Moreno próximo a publicarse en Revista Presente.
[5] Al respecto revisar Luciano Concheiro, “Historia Mínima de…El Machete”, en Machete. Revista Mensual de Cultura Política, Fondo de Cultura Económica, México, 2016.
[6] Roger Bartra, “Lombardo o Revueltas”, Nexos, 1 de julio de 1982, en https://www.nexos.com.mx/?p=4072
(consultado el 25 de septiembre de 2021)
[7] Lombardo dio una conferencia a las juventudes del Partido Popular Socialista el 25 de septiembre de 1968, en el que critica duramente a Herbert Marcuse y Eric Hobsbawm, entre otros. Al respecto véase: Vicente Lombardo Toledano, “La juventud en el mundo y sus deberes históricos”, en Obra histórico-cronológica, Tomo VI, Volumen 24. Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales, Vicente Lombardo Toledano, México, 2015, pp. 183-202.
[8] Véase: Vicente Lombardo Toledano, “Summa”, en Obra histórico-cronológica, Tomo VI, Volumen 15, Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales, Vicente Lombardo Toledano, México, 2012, pp. 23.
[9] Véase: Héctor Aguilar Camín, “Revolú. Una memoria personal”, en Claudio Lomnitz (coord.), Historia colectiva de medio siglo (1968-2018), UNAM, México, 2018, pp. 24.
[10] Carlos Illades, La inteligencia Rebelde, Océano, México, 2011.
[11] Octavio Rodríguez Araujo, Las izquierdas en México, Orfila, México, 2015, pp. 139.
[12] Daniela Spenser, En combate: la vida de Lombardo Toledano, Debate, México, 2018, pp. 431.
[13] Héctor Aguilar Camín, 2018, p. 43.
[14] Luis N. Navarro (@Ihan85), Twitter, 19 de noviembre, 2018, en https://twitter.com/lhan55/status/1064624384588025857?s=08 (consultado el 20 de septiembre de 2021).
[15] Al respecto dice Ariel Rodríguez Kuri: “a los estudiosos de la protesta estudiantil de 1968, y en general a los historiadores del México contemporáneo, nos ha resultado arduo reconocer que los gobiernos de la postrevolución fundaban buena parte de su fortaleza en la legitimidad y el consenso”. Ariel Rodríguez Kuri, Museo del universo. Los juegos olímpicos y el movimiento estudiantil de 1968, El Colegio de México, México, 2019, pp. 363.
[16] Robert P. Millon, Vicente Lombardo Toledano (Biografía intelectual de un marxista mexicano), Talleres Gráficos de Librería Madero, México, 1964.
[17] Un análisis detallado sobre el programa del Partido Popular lo realizo en Hugo Garciamarín, “El lombardismo: entre el oficialismo y la leal oposición. (1946-1952)”, De Política, núm.9, julio-diciembre, 2017.
[18] José Revueltas, México: democracia bárbara, Editorial Posada, México, 1975.
[19] Ariel Rodríguez Kuri, Historia Mínima de la Izquierda en México, El Colegio de México, México, 2021, pp. 110. Las cursivas son mías.
[20] Cabe mencionar que la omisión de estos años es un acto consciente y no un descuido. En 1983, un año después del texto “¿Lombardo o Revueltas?”, Bartra presentó una ponencia sobre la Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, en un evento organizado por CEMOS. Ahí, haciendo uso de los debates, criticó nuevamente al lombardismo por su interpretación de la historia, hizo menos sus planteamientos sobre la democracia y exculpó a Revueltas —que, en sus palabras, en ese entonces era “más lombardista que el mismo Lombardo”— insinuando que el poblano se aprovechó de su juventud y espíritu renovador, así como por ser “el maestro del zigzag”. Véase: Roger Bartra, “El marxismo al pie de la horca”, La izquierda en los cuarenta, Ediciones de Cultura Popular, México, 1985, pp. 7-26.
[21] Al respecto véase: Soledad Loaeza, “La reforma política de Manuel Ávila Camacho” Revista Mexicana, Vol. LXII, núm., 1213, 2013 y Garciamarín, 2017.
[22] Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, Participación de José Revueltas, Centro de Estudios Filosóficos, políticos y sociales, Vicente Lombardo Toledano, México, p. 370.
[23] Vicente Lombardo Toledano, “Homenaje al escritor José Revueltas” en Obra histórico-cronológica, Tomo V, Volumen 5, Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales: Vicente Lombardo Toledano, México, 2001, pp. 87-89.
[24] Un análisis al respecto puede encontrarse en Gibrán Ramírez, Izquierdas, democracia y democratización en México (1946-1967), Tesis para obtener el título de Maestro en Ciencia Política, El Colegio de México, México, 2015.
[25] Al respecto véase: José Fernando Ayala López, “La emergencia de la oposición política en México, 1949-1952. Dos propuestas de reforma electoral”, Historia y Memoria núm.14, 2017, pp. 127-165.