Ecos de 1968

Por Emmanuel Rosas Chávez

  • Reseña de Jorge Volpi. La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968, Ediciones Era, Ciudad de México, 2019, 451 pp.

La sensación que a uno le queda después de leer La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968, de Jorge Volpi, es que aquel año en México no debió ser lo que fue o, mejor dicho, no debió cristalizar en la imagen de represión que aún pervive. Pero la historia no se hace con antelación, carece de plan maestro y, para ese año, el plan era otro. Por eso es que Carlos Monsiváis se refería a 1967 apenas como un año “premonitorio o prologal”, cuya función era la de anunciar los eventos que habrían de suceder en 1968. Y no es que las palabras del entonces joven cronista tuvieran pretensiones proféticas, no imaginaba el movimiento estudiantil ni mucho menos su doloroso desenlace del 2 de octubre en Tlatelolco. No, lo que tenía en mente eran los Juegos Olímpicos.

Las Olimpiadas del 68 fueron las primeras y, hasta Río 2016, las únicas en realizarse en Latinoamérica. Fuente: «681012 – Radio Times – 12th October 1968 – Mexico Olympics» by Bradford Timeline is licensed under CC BY-NC 2.0

1968 sería, ante todo, el año de las olimpiadas. Lo sabían tanto intelectuales como la clase política; lo sabían, también, los estudiantes. Tragedia aparte, ha explicado Ariel Rodríguez Kuri[1], las movilizaciones que se sucedieron en 1968 tuvieron un aire festivo, fueron una “explosión de vida” como todo acto de desobediencia. Además, el movimiento estudiantil nunca se planteó, siempre siguiendo a Rodríguez Kuri, estropear la fiesta Olímpica, de ahí que lo ocurrido el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas también haya sido un “crimen moral”. Esta sucesión de hechos indica que 1968 es un año que fue y que no debió ser. El propósito del libro de Jorge Volpi, entonces, es hacer una bitácora partir de los ecos que intelectuales y artistas se hicieron de los sucesos de ese año. Para ello, el libro se divide en cinco apartados siguiendo un orden cronológico. No se trata tanto de una historia intelectual, es más bien un diario o una crónica, una en la que se respira más el polvo de los libros y los periódicos de la época que el aroma de los jóvenes en las calles. En lo que sigue, me concentro en algunos temas del libro.

El primer capítulo, que va del 1 al 31 de enero de 1968, es una colección de estampas sobre el presidente Gustavo Díaz Ordaz y los intelectuales de la época, así como una recopilación de las opiniones de los intelectuales sobre las expresiones políticas y culturales del momento. Díaz Ordaz, según lo retrata Volpi, es un presidente que tienen como “su única meta, su única obsesión” el orden, mantener los logros hasta entonces alcanzados por la Revolución. De ahí que cuando empiecen las movilizaciones estudiantiles, argumenta el autor, para Díaz Ordaz todo se trate de “un grupo de conspiradores, de las fuerzas oscuras.” Del otro lado, los intelectuales que discuten en 1968 no son un grupo homogéneo, discurren varías generaciones que abarcan a Vicente Lombardo Toledano, Elena Garro o a Juan García Ponce. Las obsesiones y preocupaciones de cada uno de ellos son varias, Carlos Fuentes, por ejemplo, buscaba que su literatura fuera la de un “cosmopolita que se pretende mexicano” y “un mexicano que se pretende universal”.

Las olimpiadas mexicanas se desarrollaron en un contexto de contracultura, defensa de los derechos civiles y protestas contra el racismo y la Guerra de Vietnam. Fuente: «Three Proud People» by Newtown grafitti is licensed under CC BY 2.0

En los siguientes dos capítulos se da cuenta de las opiniones de los intelectuales mexicanos respecto al cambio cultural y los acontecimientos políticos del panorama internacional. En este punto considero que, en el afán por hacer un retrato completo de 1968, Volpi se detiene demasiado en el mundo de la contracultura, los hippies, la música de los Beatles o el cabello largo, pues creo que eso no era lo central en las discusiones intelectuales y mucho menos en las de los estudiantes.[2] Algo similar ocurre con la importancia que el autor da al pensador alemán Marcuse, pues más allá de que el filósofo haya estado en México y de la influencia que le reconocieron algunos líderes estudiantiles europeos, me temo que su influjo en el movimiento estudiantil mexicano fue escaso. El propio Volpi reconoce en su epílogo que fueron muy pocos “quienes comprendían a Marcuse y se lanzaban contra la alienación”. Más interesantes son las lecturas de los intelectuales sobre las movilizaciones en Europa, en las cuales domina la sensación de que aquello aquí no pasaría.

Los últimos dos apartados son más un recuento de daños. Se recogen las voces de los intelectuales sobre los sucesos estudiantiles a finales de julio y hasta el 2 de octubre. Desde luego, las opiniones no son homogéneas, van cambiando conforme se desarrollan los acontecimientos. Acaso el momento de mayor acuerdo intelectual fue el posterior al Informe de Gobierno del 1 de septiembre, pues prácticamente toda la prensa, escribe Volpi, se llenó de “elogios hacia la fortaleza y serenidad expresadas por el presidente.” También se cuenta el intento por dotar al movimiento con un aire de “siniestra conjura internacional, comunista e intelectual.” Al final, creo que el llamado más elocuente de Volpi es hacer un ajuste de cuentas con lo que podría llamarse la memoria intelectual del 68, pues invita a dejar de “explicar todas las transformaciones que el país ha experimentado a partir de 1968.”

En este sentido, diría que La imaginación y el poder es un libro de ecos no sólo por recuperar el clima intelectual de 1968, sino por invitarnos a escuchar nuestra propia voz. En alguna ocasión en la universidad, un profesor preguntó a mi clase por el significado que los hechos de aquel año tenían para nosotros. Confieso que entonces el 68 era para mí un simple eco, si por tal entendemos un sonido que se percibe lejano, débil y confuso. También eco por la reiteración: el 68 se confundía con Acteal, Aguas Blancas, Atenco y ya entonces con Ayotzinapa.[3] Y en esto último, concluyo, quizá esté la potencia de mantener viva la memoria del 68. Una memoria que sirva -parafraseo las palabras de aquel profesor[4]– para hacer frente a los agravios del presente.

 

 

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[1] Ariel Rodríguez Kuri. “68. La otra visión”, Nexos, 1 de septiembre de 2018. Disponible en: https://www.nexos.com.mx/?p=39153#ftnref11.

[2] Es probable que la década de 1960 haya sido la de más impacto cultural en occidente durante el siglo pasado. En esos años, explica Tony Judt, se experimentó la mayor brecha cultural entre los jóvenes y sus padres. Los jóvenes ya no reivindicaban la justicia social, sus reivindicaciones eran individuales. Véase Tony Judt. Algo va mal, Debolsillo, Madrid, 2019. Sin embargo, sería impreciso aplicar esta imagen a los jóvenes mexicanos del movimiento estudiantil, sus preocupaciones eran otras pues habitaban otro 1968. Por eso, dice Rodríguez Kuri en su artículo ya citado, si hubiera que comparar sus reclamos sería con los del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, pues las demandas de ambos eran por derechos y garantías constitucionales ya establecidas.

[3] Hay quienes argumentan que la incorporación de otros episodios violentos al marco de la masacre de Tlatelolco tiene como consecuencia una distribución desigual de la memoria. Véase Fernando Escalante Gonzalbo y Julián Canseco Ibarra. De Iguala a Ayotzinapa: La escena y el crimen, Editorial Grano de Sal, Ciudad de México, 2019.

[4] Gibrán Ramírez Reyes. “Memoria y olvido”, El Sur, 4 de octubre de 2017. Disponible en: https://suracapulco.mx/a-la-carga-2/.

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