Seguro que la mayoría de nosotros, al oír hablar de la ciencia ficción, nos imaginamos mundos futuristas de espigadas torres metálicas, toda clase de naves espaciales surcando el espacio, y una apabullante tecnología que nos deslumbra. Este es, en parte, su propósito. Imaginar un futuro, más o menos lejano, pero en todo caso alejado de nuestro presente. Y sin duda es la idea que muchos tenemos en la cabeza al pensar en este género literario.
Sin embargo, al repasar el catálogo de autores que conforman este género, este intento de definición rechina a nuestros oídos. Desde Ray Bradbury, uno de los autores más conocidos de ciencia ficción, y sus Crónicas marcianas(1950)[1] —donde, salvo por el hecho de que milagrosamente un cohete haya sido capaz de llevarles a Marte, los personajes de la obra viven en un segundo Oeste norteamericano que tiene la misma estética que el original— hasta sagas literarias que han sido recientemente adaptadas al cine como Dune (1965)[2] —cuya estética medieval va más allá del ámbito decorativo para construir un universo neo-feudal en el que es, precisamente, el pasado el que parece imponerse sobre la narración— la visión sobre el futuro en la que pensábamos inicialmente parece romperse ante nuestros ojos. Sería posible, sin duda, considerar estos casos como rara avis dentro de la clasificación; textos que, por un motivo u otro, no logran encajar dentro de las —demasiado a menudo— estrechas concepciones que se construyen desde la Academia. Pero estamos hablando de un género popular cuyo estudio es más bien reciente y, además, se trata de un problema que podemos encontrar en la mayor parte de las obras de ciencia ficción.
Entonces, ¿todos esos robots, cruceros espaciales, marines de armaduras impactantes o ciudades de tecnología inimaginable no pueden ser una manera de imaginar nuestro futuro? Por supuesto, la ficción no solo permite esto, sino que existe un número no desdeñable de ejemplos —dentro un subgénero denominado hard— cuyo objetivo es, precisamente, partir de los conocimientos científicos actuales para, gracias a la capacidad imaginativa que ofrece la ficción, proyectar cómo serán los avances tecnológicos que podrían ver, algún día, las generaciones futuras. La Trilogía de Marte (1992-1996)[3], de Kim Stanley Robinson, es un caso paradigmático al respecto. A lo largo de las tres novelas de la saga, diferentes disciplinas —desde la geología o la medicina hasta la sociología— son desarrolladas ante los ojos del público lector en un despliegue que procura acercarse a cómo podrían desenvolverse estas especialidades dentro de un siglo, así como los cambios tecnológicos que serían capaces de ofrecer al ser humano y a su adaptación a la vida en Marte. La amenaza de Andrómeda (1969),[4] de Michael Crichton, también explica, en esta línea, cómo podría la humanidad enfrentarse a un virus extraterrestre a partir de los conocimientos actuales al respecto. Se trata de dos ejemplos de cómo esta proyección científica no solo es posible, sino de la capacidad que ofrece la ficción para indagar sobre un futuro que, de esta manera, puede resultar no tan desconocido o impredecible.
Desde Bradbury y su reconstrucción de las tierras centrales de EE. UU. en suelo marciano, o de la saga de Star Wars y su lucha contra el fascismo, buena parte del aparataje científico y los deslumbrantes avances tecnológicos que se muestran en las obras del género resultan, en demasiadas ocasiones, poco más que un decorado sin fundamento científico por detrás. Frente a la cercanía cronológica que muestran las obras del subgénero hard, minoritarias dentro del conjunto de las novelas del género, la ciencia ficción busca explorar nuestras sociedades, mientras utiliza la distancia temporal como un instrumento más del ornamento. Se trata de ficciones que, como en el caso de la saga de libros The Expanse (2011-2021),[5] escrita por Daniel Abraham y Ty Frank bajo el pseudónimo conjunto de James S. A. Corey —recientemente adaptada a una serie televisiva con el mismo título, desarrollada por Mark Fergus y Hawk Ostby—, se centra más en la cuestión sobre las relaciones humanas y el examen de nuestras sociedades actuales que en los posibles cambios que pueda tener la tecnología en sí misma. La colonización del Sistema Solar se convierte así en el decorado ideal para criticar tanto el origen y desarrollo de los conflictos bélicos como los problemas de geopolítica que se originan a raíz de la lucha por los recursos.
Temáticas como la colonización y la opresión de diferentes comunidades políticas se entretejen dentro de las constantes disputas entre las dos grandes superpotencias del momento, la Tierra y Marte, cuyos gobiernos se mueven en medio de una guerra fría permanente entre la metrópoli y la antigua colonia emancipada. Mientras tanto, un tercer actor político que surgirá y crecerá en poder a lo largo de la saga, el Cinturón, agrupa todos los asentamientos situados a partir del cinturón de asteroides y clama por reivindicar unos derechos políticos y una autonomía que se les intenta negar. La ruptura de esta dependencia política y económica entre el Cinturón y los dos planetas será analizada en la obra a partir de la dicotomía entre terrorismo y lucha por la libertad. El discurso se convertirá, de esta manera, en el arma idónea para mostrar, ante el público, cómo un mismo fenómeno puede ser visto de manera diferente según quién cuente la historia. Y todo ello a través de una trama que habla demasiado de nuestro presente político, mientras los propios autores justifican el desarrollo tecnológico que ha hecho posible la exploración y colonización del Sistema Solar a través de su utilidad ficcional.
Ya que lo importante no es cómo funcione el revolucionario motor Epstein ―la clave que se ofrece en la obra para que haya sido posible construir naves espaciales capaces de cruzar el Sistema Solar en varios meses―, sino que este lo haga: “Very well. Efficiently”[6] (Corey, 2011: 571),[7] como los propios autores afirman. El ambiente de invenciones tecnológicas y el aparataje científico se convierten, de esta manera, no en una forma de proyectar la ficción hacia el futuro, sino de cuestionarse sobre el presente a través del extrañamiento; de tal manera que el público lector deje atrás parte de su posible desconfianza ante una crítica sobre nuestra sociedad actual que fuera ambientada en la contemporaneidad.
Entonces, si la ciencia en sí misma es ficcionalizada hasta ser desposeída, en la mayoría de los casos, de su enlace con la realidad, ¿qué definición podríamos encontrar para englobar a todas las obras del género? Investigadores como Darko Suvin[8], Eric Rabkin[9], Julián Díez y Fernando Moreno[10] nos ofrecen una respuesta. La división con las obras de literatura realista se puede encontrar en la existencia dentro de estas narrativas de un elemento diferenciador que impide que la diégesis (la ficción creada por el autor) pueda ser posible en nuestro mundo ―ya sea pasado o presente―. Este componente ―denominado técnicamente nóvum― no rompe las reglas de nuestra realidad, ni tiene por qué ser una proyección científica de las mismas, pero sí debe ser posible, si se dieran las condiciones necesarias para ello. En esta línea, el mero hecho de situar una obra en el futuro ya podría ―quizá con otros rasgos añadidos― funcionar como nóvum, y convertir una obra en ciencia ficción. De la misma manera, la modificación del pasado ―ya sea a través del steampunk y su desarrollo extraordinario de las máquinas a vapor, o del cambio en algún momento de la historia que da origen a las ucronías― también permite ampliar la nómina de obras del género en un contexto diferente al recurrente marco futurista.
La ciencia ficción como arma: Margaret Atwood y sus advertencias.
Ahora que hemos planteado una propuesta sobre la ciencia ficción que se aleja de la indagación sobre el futuro, podemos preguntarnos por la función de muchas de estas obras. Si no se trata de una manera de escapar de nuestra contemporaneidad, o explorar lo inexplorable a través de la diégesis, ¿cuál podría ser su objetivo? Este deberá ser buscado, por supuesto, en la singularidad de cada una de las obras. Pero la capacidad que muestra la ciencia ficción para separarnos de la realidad que nos rodea gracias al alejamiento temporal y espacial sirve para lograr que una crítica a nuestra contemporaneidad pueda resultar mucho más efectiva que si esta fuera realizada de manera directa. En un mundo en el que las fake news y la desinformación tienen cada vez más preponderancia, en el que la ficción y la realidad parecen confundirse, en muchas ocasiones, dentro del discurso transmitido por los medios de comunicación (Willsey, 2018; Yerlikaya, 2020),[11] y en el que la polarización ideológica amenaza muchas de nuestras democracias, el recurso a la crítica indirecta de la sociedad y del poder político pueden ser usados por la ficción para transmitir una alerta o denuncia que, de otra manera, serían más difícilmente recibidas.
Así como la denuncia acerca de la corrupción del poder estadounidense que ha llevado a cabo el periodista Julian Assange le ha supuesto una persecución judicial de gran envergadura mediática, los desafueros y la violación de los Derechos Humanos que EE. UU. y sus aliados han llevado a cabo en guerras como las de Irak (2003-2011) o Afganistán (2001-2021) pueden ser explicados, a través de la ciencia ficción, sin que la mención directa a estos conflictos y sus actores quede patente en el texto. No se trata más que de un ejemplo de esta capacidad de crítica, pero los abusos y la violencia sistemática de una superpotencia militar sobre la población civil de un territorio rico en recursos naturales centra la trama de novelas como Iris (2014)[12], del escritor boliviano Edmundo Paz Soldán. A lo largo de esta narración, el hecho de que el argumento gire en torno a los intereses económicos de las fuerzas de ocupación de una corporación denominada SaintRei ―dependiente de una superpotencia llamada Munro―, mientras lucha contra la resistencia organizada de la población local sometida a los abusos continuos y a la falta de respeto por la integridad humana que muestran sus militares no esconde, a mi modo de ver, la denuncia de la violencia continua del sistema político económico contra el individuo, que no duda en ser calificado como terrorista si con ello sirve a los intereses del opresor.
La conexión con nuestro presente nos lleva así, para terminar nuestra reflexión, a la turbulenta política norteamericana de estas últimas semanas. Como si de un aviso no escuchado se tratara, Margaret Atwood utilizaba hace ya más de tres décadas la ciencia ficción para transmitir, a través de su novela El cuento de la criada (1985)[13], la necesidad de luchar por los Derechos Humanos de manera constante e impedir que estos ―aunque a muchos les pudiera parecer, a priori, inimaginable― puedan ser revertidos. El universo distópico que nos presenta esta obra ―aunque construya su nóvum en torno a un aumento extraordinario de la infertilidad que reduce, de manera drástica, el número de bebés nacidos― procura, en esencia, mostrarnos lo fácil que puede llegar a ser la pérdida de todo tipo de derechos básicos y el retroceso a épocas donde el fanatismo religioso era la norma. Atwood hace uso de este género para intentar alertar sobre el peligro que tienen decisiones como la reciente pérdida del derecho al aborto que se ha vivido en EE. UU., después de que la Corte Suprema decidiera revertir la sentencia Roe v. Wade tras cincuenta años y dar vía libre a la involución que se está viviendo en muchos de los estados del país.
Muchas de las obras de ciencia ficción se alejan, por lo tanto, del futuro en el que ellas mismas se incluyen, para mostrarnos nuestro propio presente con otros ojos. La seguridad de la que disfrutamos ―aunque todavía quede mucho por luchar― tras haber obtenido derechos y protección para las mujeres, para los extranjeros o para la comunidad LGTBI+, así como la defensa ―aunque imperfecta― del individuo ante los poderes políticos y económicos no solo no está asegurada, sino que estamos viendo cómo puede desaparecer ante nuestros ojos de manera aparentemente repetida. La defensa de las libertades básicas que tenemos como seres humanos en un mundo dentro del cual el capitalismo se muestra cada vez más voraz es contraatacada, de esta manera, gracias al discurso de unas ficciones que buscan remover la conciencia de su público lector y permitirle reaccionar ante los peligros que le rodean. Pues, como pone Atwood en boca de Lydia ―uno de los personajes principales de su obra y responsable de buena parte de las barbaridades que se relatan en su universo―: “How can I have behaved so badly, so cruelly, so stupidly? you will ask. You yourself would never have done such things! But you yourself will never have had to”[14] (Atwood, 2019: 403).[15]
[1] Ray Bradbury, Crónicas marcianas, Minotauro, Barcelona, 2007.
[2] Escrita por Frank Herbert, la historia continúa con El mesías de Dune (1969), Hijos de Dune (1976), Dios emperador de Dune (1981), Herejes de Dune (1984), y Casa Capitular de Dune (1985), obras a las que posteriormente se sumaron las trilogías Preludio a Dune (1999-2001) y Leyendas de Dune (2002-2004) y las novelas Cazadores de Dune (2006) y Gusanos de arena de Dune (2007), escritas por Brian Herbert y Kevin J. Anderson.
[3] Novelas cuyos títulos en castellano son: Marte rojo (1992), Marte verde (1994) y Marte azul (1996)
[4] Michael Crichton, La amenaza de Andrómeda, Debolsillo, Barcelona, 2016.
[5] Se trata de una saga compuesta por nueve novelas, cuyos títulos en castellano son: El despertar del Leviatán (2011), La guerra de Caliban (2012), La puerta de Abadón (2013), La quema de Cíbola (2014), Los juegos de Némesis (2015), Las cenizas de Babilonia (2016), El alzamiento de Persépolis (2017), La ira de Tiamat (2019), y La caída del Leviatán (2021).
[6] [Muy bien. Eficientemente]
[7] James S. A. Corey, Leviathan Wakes, Orbit, Nueva York, 2011.
[8] Darko Suvin, Metamorfosis de la ciencia ficción, Fondo de Cultura Económica, México, 1984.
[9] Rabkin, Eric, “Science Fiction and the Future of Criticism”, PMLA, 119, 2004, pp. 457-473.
[10]Julián Díez y Fernando Moreno (Eds.), Historia y antología de la ciencia ficción española, Cátedra, Madrid, 2014.
[11] Willsey, K. “«Fake Vets» and Viral Lies: Personal Narrative in a Post-Truth Era”, The Journal of American Folklore, 131, 2018, pp. 500-508; Yerlikaya, Turgay, “Social Media and Fake News in the Post-Truth Era”, Insight Turkey, 22, 2020, pp. 177-196.
[12] Edmundo Paz Soldán, Iris, Alfaguara, Madrid, 2014.
[13] Margaret Atwood, The Handmaid’s Tale, Vintage, Londres, 1996.
[14] [¿Cómo he podido comportarme tan mal, tan cruelmente, tan estúpidamente, os preguntaréis? ¡Tú nunca habrías hecho nada parecido! Pero tú nunca te has visto en la misma situación]
[15] Margaret Atwood, The Testaments, Chatto & Windus, Londres, 2019.