La lección de Victoria y Lucía (reseña de A veces despierto temblando)

Por Emmanuel Rosas Chávez

  • Reseña de Ximena Santaolalla, A veces despierto temblando, Literatura Random House, Ciudad de México, 2022, 303 pp.

En Elizabeth Costello, ese libro impostor en el que el sudafricano J.M. Coetzee parece hilvanar relatos que más bien son ensayos para finalmente construir una novela, una escritora australiana ya entrada en años —la misma que da el título al libro— va de ciudad en ciudad dictando conferencias sobre temas como las fronteras entre ficción y realidad, la sexualidad y el erotismo, la singularidad de las letras africanas o las vidas y los derechos de los animales. Entre los temas que explora Costello, el que me interesa es el de su charla «El problema del mal» acerca de la cuestión del mal en la literatura.

Resumo: han invitado a Costello a dar una conferencia en Ámsterdam sobre “el eterno problema del mal”. Al momento en que le llega la invitación se encuentra “bajo el influjo maligno” de Las horas espléndidas del conde Von Stauffenberg, novela del autor inglés Paul West. El libro trata sobre el intento de asesinato de Hitler y la posterior ejecución de los fallidos conspiradores. La minuciosa descripción de dicha ejecución a la escritora australiana le parece obscena, al grado de que la impresión que le dejan esas páginas oscuras se convierte en el tema central de su discurso, pues está convencida que hay ciertas cosas —esas páginas, por ejemplo— que “deben permanecer fuera de escena”. La tesis central de sus palabras es que la literatura, así como puede hacernos mejores, también es capaz de hacernos peores y resultar peligrosa.

Todo esto viene a cuento de A veces despierto temblando, la primera novela de Ximena Santaolalla y de la que podría afirmar, al igual que Elizabeth Costello dijo a un impasible Paul West, que se trata de un libro que “dejó una marca en mí como si fuera un hierro de marcar ganado. En algunas páginas ardían los fuegos del infierno”. La novela tiene múltiples niveles temporales y espaciales, pero todos confluyen en el genocidio de poblaciones indígenas y demás atrocidades perpetradas durante la dictadura de Efraín Ríos Montt (1982-1983) en Guatemala. Sería difícil resumir en pocas líneas la historia de A veces despierto temblando, porque más bien se trata de un montón de historias tejidas por el hilo del dolor, la desazón y el asco de lo que cuentan.

Los personajes de A veces despierto temblando son trágicos porque son contradictorios, pues Ximena Santaolalla tiene la virtud de presentarnos personajes complejos, de carne y hueso, que incluso en su violencia y su maldad son capaces de encontrar un resquicio de compasión, heroísmo y redención. En un primer plano aparecen Ocelote, el Dedos y el Gavilán, quienes se encuentran en Fort Hood, Texas (Estados Unidos) recibiendo entrenamiento para “ser armas de matar” por parte del comandante kaibil Francisco Chinchilla. A pesar de su brutalidad, uno llega a empatizar con Ocelote y el Dedos, pues el primero se incorporó al ejército por hambre y quizá su destino habría sido otro de no haber sido entrenado para “beber del dolor ajeno”, mientras que el Dedos vive atormentado con su pasado de carcelero y asegura que lo único que busca es “olvidar lo que aprendí allá, olvidar la G2.” No ocurre lo mismo con Gavilán y el comandante Chinchilla, quienes parecen disfrutar de las atrocidades que cometen. En este punto la novela se cuestiona: ¿la crueldad es inherente al ser humano o es como una enfermedad que se contagia? ¿O acaso es como dice don Yunuen, el Ocelote, que “rodeado de mierda, uno ya no ve la mierda”?

A través de las voces de los personajes, tanto víctimas como perpetradores, uno desciende a los infiernos y corre el riesgo de quemarse. Página tras página ocurren violaciones (“hago como que se me sube el muerto”), torturas (“azote a quien no use español”, “la mojan, la ponen de rodillas, la amarran”) y degradaciones (“te dejé todo meado a tu Ocelote”) ante las que uno no hace más que cerrar los ojos, fruncir el ceño y sentirse contaminado, sucio, como si en lugar de palabras el libro mostrara fotografías, imágenes que deben permanecer fuera de escena. Y sin embargo todo esto no resulta obsceno, al menos no en el sentido de Elizabeth Costello, porque duele, lo cual es muy distinto pues quiere decir que las escenas no provocan morbo o truculencia, sino que se padecen. Ximena Santaolalla no habría superado ese riesgo —el cual habría reducido su libro a una novelita de entretenimiento, incluso capaz de corromper al lector con la violencia de algunas de sus escenas— sin la lección de dos de sus personajes, Lucía y Victoria. Lucía Flaquer es una joven periodista del diario La Aurora que, pese a los peligros que le supone, está empeñada en publicar su investigación sobre los crímenes de un coronel, pues a diferencia de Camilo, el director del periódico, sabe que el pasado siempre nos incumbe y que la palabra suele ser la última arma que tienen las víctimas. Sobre todo, esa es la lección que deja Victoria Justina Tecu —originaria de Itz’Pichil y sobreviviente de las masacres de 1982 y 1983—, que al recordar la pregunta de su sobrina Aruma sobre quién va a reponer a todas las personas muertas de su pueblo resuelve que la palabra y el testimonio se encargarán de ello: “Yo no sabía qué o cómo contestarte, Aruma; pero hoy quiero reponerte, hermosa y brillante. Reponerte hablando de vos.” Ahí radica la belleza de esta desgarradora novela.

Huelga decir que A veces despierto temblando también es bella en su construcción. Cada capítulo lleva el nombre de un personaje y es narrado por él, y debido al realismo que alcanzan las voces bastaría con leer la primera frase para saber quién está hablando. También se trata de una novela-rompecabezas que produce una satisfacción similar a la de La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, cuando al final se descubre que la voz enigmática corresponde a El Jaguar, sólo que en este caso conforme pasan las páginas uno va encajando a los personajes y a sus historias hasta pintarse un cuadro completo. A veces despierto temblando es literatura en estado puro, esa que nos pone en el lugar de otros y que es capaz de transformar vidas porque cambia la concepción del mundo de quien la lee. No exagero al decir que es la mejor novela mexicana que he leído en los últimos años, y si no afirmo que es la mejor de las que se han escrito es porque antes tendría que haber leído todas. Todos deberíamos dolernos leyéndola.

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