POLARIZACIÓN COMO ESTRATEGIA

Por Octavio Rodríguez Araujo

En el proceso electoral de 2006 se dio una polarización político-social sin precedentes en México, pero no fue deliberada.[1] Por un lado estaban los simpatizantes del candidato Felipe Calderón Hinojosa y por el otro lado los de Andrés Manuel López Obrador. Los priistas estaban en esos momentos de capa caída y no les sirvió de mucho haber hecho alianza con el Partido Verde Ecologista Mexicano (Pvem). No fue un acierto que el Revolucionario Institucional (PRI) lanzara como candidato presidencial a Roberto Madrazo. Éste carecía de prestigio y contaba entonces con adversarios (o enemigos) dentro de su propio partido que obviamente no lo ayudarían a desarrollarse como candidato. No parecía ser significativo, y no lo fue.

La contienda electoral de ese año era en realidad entre el Partido Acción Nacional (PAN) y el de la Revolución Democrática (PRD) en coalición con el Partido del Trabajo (PT) y el de Convergencia (PC). Participaron también, por cuenta propia, Nueva Alianza (Panal) y Alternativa Socialdemócrata y Campesina (Pasc), de implantación todavía más reducida que la del PT y PC. Al margen de la formación institucional de partidos hizo presencia también La otra campaña promovida por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), una estrategia simbólica más que otra cosa y que ni siquiera alcanzó sus fines originalmente propuestos.[2]

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En este esquema la polarización social y política entre los ciudadanos fue incluso acalorada, y más porque fue acompañada por una guerra de medios que exageraron sobremanera sus calificativos, especialmente contra el candidato perredista. El “caballito de batalla” de las derechas, simpatizantes sobre todo del PAN, era acusar a López Obrador de ser “un peligro para México” que, de llegar a la Presidencia —se dijo—, le quitaría sus casas y sus televisores a los mexicanos, peor que Hugo Chávez en Venezuela —se añadía con frecuencia—. Empero, en dicha polarización no hubo debate, más bien epítetos, denostaciones, insultos, de un lado y del otro. Mal precedente si se comparan aquellos momentos con los actuales: la polarización preelectoral y poselectoral de 2018 ha sido más pronunciada y sólo semejantes ambas en que tampoco hay debate, solo descalificaciones. Así no puede haber polémica, ya que esta es sustituida por la estigmatización del adversario con lo que, de entrada, se anula no sólo la discusión sino el diálogo entre diferentes maneras  de pensar. “Chairos y fifís han decidido detestarse sin pudor —señaló Ricardo Raphael—; asumen la conversación como un espectáculo envilecido y no como el sitio donde la confluencia de opiniones construye comunidad”.[3]

Cuando el PRI reinició su reconstitución, sobre todo a partir de 2009, la polarización existente en 2006 disminuyó considerablemente. Durante la presidencia de Calderón el PRI aprovechó la mala imagen que proyectaba el presidente, especialmente por su “guerra” contra el crimen organizado que se tradujo en cifras enormes y crecientes de muertos y desaparecidos en todo el país, en tanto que el PRD fue perdiendo simpatizantes por haber sido incapaz de renovarse. Se podría decir que mientras el PRI sacaba ventaja del desprestigio del gobierno panista, el PRD se exhibió como un partido desunido e indisciplinado, sin iniciativas propias y dominado por intereses grupales de las llamadas “tribus” que nunca se disolvieron para fortalecer su organización como un instituto político que había estado a punto de ganar la elección presidencial (si acaso no la ganó). Tal fue la crisis del PRD que sólo un líder carismático podía salvarlo; y ese líder fue de nuevo Andrés Manuel López Obrador (AMLO). El problema, y sólo lo apunto tangencialmente, es que los partidos que se vuelven, surgen o viven a cuenta de caudillos, como dijera hace muchos años Vicente Fuentes Díaz, dependen de estos para existir y si el líder-caudillo les retira su apoyo corren el riesgo de debilitarse en extremo y en ocasiones de desaparecer. [4]

Si para 2006, y sin que nadie se lo propusiera explícitamente, la polarización era entre PAN y PRD, para la siguiente elección el discurso polarizador nació entre las filas de lo que comenzaba a llamarse “lopezobradorismo”[5]. Para los seguidores de AMLO la lucha electoral era entre el PRIAN (la conjunción del PRI y el PAN, no necesariamente aliados) y el PRD y sus asociados. Para el lopezobradorismo la pugna era entre el neoliberalismo, defendido por priistas y panistas, y el antineoliberlismo como bandera de oposición. La polarización, así presentada aunque fuera imprecisa en sus términos, era entre derechas e izquierdas, y no surgió fortuitamente. La idea fuerza del planteamiento era, y así seguiría siendo: ellos o nosotros, dos polos opuestos.

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Si para 2006 el PRI había pasado a ser la tercera fuerza electoral y el PRD (con PT y Convergencia) oficialmente la segunda, para 2012 el PAN ocupó el tercer lugar y el PRI el primero con una notable recuperación de más de diez millones de votos en esos seis años. El PRD, con los mismos aliados que en 2006, logró superar en 2012, con poco más de un millón de votos, los sufragios obtenidos seis años antes[6]. Para muchos analistas y observadores no fue el PRD el que logró tal ascenso, sino su líder político y candidato. La elección presidencial de 2018 así lo demuestra: el PRD como tal obtuvo menos de un millón y medio de votos en tanto que Morena, partido creado por AMLO unos años antes[7], alcanzó por sí mismo 24 millones y medio, más los sufragios para sus aliados. Fue tal el desastre del PRD que en la pasada elección presidencial (en 2018) obtuvo menos votos que el PT, considerado desde su fundación uno de los partidos pequeños.

El arrollador éxito de Morena agudizó todavía más la intencional polarización política y social iniciada deliberadamente por los lopezobradoristas. Estos dicen que no fue intencional, que la sociedad ya estaba y siempre ha estado polarizada, y es cierto en varios sentidos, pero con excepción de los partidos anticapitalistas y socialistas que han seguido (aunque sea sólo en el discurso) la línea de la lucha de clases, los partidos del sistema, es decir que no son anticapitalistas ni socialistas, no manejaban en México un discurso de enfrentamiento social entre pobres y ricos, entre “morenos” y “blancos” y otros calificativos de ese tenor. Vaya, ni siquiera el EZLN, que es una organización armada indígena y defensora de los pueblos originarios del país, ha discriminado a los rubios de tez “blanca”, a los propietarios de bienes, a los intelectuales con relativos privilegios en la escala social, etcétera. Para los zapatistas la pluralidad es una realidad y su idea, a pesar de decirse anticapitalistas, es formar un mundo donde quepan todos los mundos, es decir la inclusión y no la exclusión, la tolerancia al otro y a la otredad (más en el discurso que en la realidad, vale decir).

Podría expresarse que el tema de la polarización es secundario, pero no lo es. Bien usado es un arma muy poderosa, en especial si entre amplios sectores de la población hay rencores sociales por la opresión y la exclusión propias del capitalismo. Éste, como es bien sabido desde los estudios de Marx, Engels y otros socialistas, es intrínsecamente injusto con quienes carecen de los privilegios que otorga el poder de clase de los poseedores de bienes de producción y de sus colaboradores cercanos. El problema de la polarización, en mi opinión, es que se presta a conductas exageradas e irracionales como enfrentar a una persona porque no es morena (mestiza o indígena), porque tiene bienes de los que carece la mayoría de la población, porque estudió en una universidad privada (y peor aún si es extranjera), etcétera.

Cito un ejemplo absurdo de este tipo de conductas que fue publicado en algunos medios y que en lugar de mover a risa preocupa seriamente por su irracionalidad y sus consecuencias que ya estamos viendo: La cabeza de una nota en El Universal (23 de noviembre de 2018) dice: “Critican a diputada por mascada de lujo”. Se trató de una mascada de marca, usada en ese momento por la diputada morenista en Ciudad de México, Lilia Rossbach. Lilia, viuda de José María Pérez Gay, amigo personal de López Obrador y su consejero en asuntos internacionales, era y es empresaria y nunca lo ha ocultado (actualmente es embajadora de México en Argentina). A sus compañeras de partido no les gustó que usara dicha mascada y la criticaron con severidad, tanta que la diputada Rossbach se sintió obligada a declarar: “Es algo muy desafortunado, me siento muy apenada y no fue jamás mi intención”. En entrevista con El Universal, la ex diputada constituyente aseguró que la mascada fue un obsequio de una amiga española, y añadió: “Entiendo que la gente está harta, enojada y lo compro, tienen la razón”. Comentó que tenía 52 años de trabajar y que bien podría adquirir un accesorio de este tipo con sus propios medios, pero reiteró: “Fue un regalo de una amiga muy querida, es española, con la que viví tres años atrás, eso es todo”.

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Quiero enfatizar lo absurdo del incidente, tanto por parte de las diputadas que reprobaron el uso de una mascada de lujo como por la aludida que debió decir (por ejemplo) sí, la tengo y no es de incumbencia de nadie. En lugar de una respuesta de este tipo cayó en la trampa de la polarización deliberada en el seno de su propio partido y se disculpó como lo hubiera hecho un militante del partido comunista en los peores años del estalinismo cuando estaban de moda las autocríticas denigrantes e inadmisibles. Dicho sea de paso, muchos de los colaboradores de López Obrador así como diputados y senadores de Morena estudiaron en universidades privadas y/o extranjeras de gran prestigio, pero nadie les dice nada porque gozan de la cercanía y aprobación del líder.[8] Y más, nadie critica a la esposa del presidente por no ser morena ni por haber estudiado comunicación en una universidad privada y de jesuitas: la Iberoamericana de Puebla.

La polarización como arma política es muy peligrosa por los incidentes y acciones que puede desencadenar. Da o acrecienta el poder de quien la usa ideológicamente, pero induce a conductas sociales y políticas que caen con frecuencia en la esfera de la irracionalidad e incluso de la barbarie. Piénsese en el revanchismo que provocó el Tratado de Versalles en el pueblo alemán después de la Primera Guerra Mundial, además de la situación de pobreza extrema a la que fue orillado ese país como consecuencia de haber perdido la guerra. ¿Qué hizo Hitler para convertirse en el gran líder del pueblo alemán? Dicho esquemáticamente, en primera instancia promovió el sentimiento de revancha, en segundo lugar el orgullo de ser alemán y en tercer término inventar un enemigo visible para quienes se sintieran alemanes “puros” (exacerbación del racismo): los comunistas, los judíos, los gitanos, principalmente. ¿De qué se valió para sus propósitos? Del odio, de la sed de venganza, de la supuesta pureza racial, de los camisas pardas reclutados entre el lumpen (alemán), de la intolerancia en suma. No debe olvidarse que los logros de Hitler con sus movilizaciones populares, sobre todo de obreros, y en el crecimiento económico, fueron elogiados inicialmente incluso por gobiernos y empresarios autocalificados como democráticos y “del mundo libre”. Un paradigma, hasta que Alemania comenzó a extenderse militarmente por el territorio europeo. El desenlace es más que conocido para detenernos en él. Lo que me interesa destacar con este ejemplo extremo, que no uso para fines comparativos[9], es que la polarización social puede desembocar en situaciones harto peligrosas y si además se fomenta desde la principal tribuna del país, en nuestro caso desde la Presidencia de la República, no puede menospreciarse. Llamar “fifís” y “conservadores” a quienes tienen más recursos que otros o que simplemente no comulgan con la ideología del líder es denostar a los adversarios, es convocar también a sus seguidores a repudiar a quienes no son pobres (salvo que sean aliados del gobierno como Romo, Slim, Salinas Pliego y otros grandes empresarios[10]). Es invitar a sus seguidores a criticar el uso de mascadas de prestigiadas marcas, es polarizar un país en términos raciales (morenos contra rubios de ojos claros), económicos (pobres contra ricos), ideológicos (“progresistas” contra “conservadores”), etcétera. El tema es, en síntesis, divide y vencerás, reforzar la idea de que la afirmación del “nosotros” se da con la exclusión de los demás, vistos como enemigos aunque el presidente y sus voceros los llamen adversarios. Los “otros”, aunque no tengan que ver con el asunto, serían defensores por acción, omisión o intereses, del neoliberalismo y, por lo mismo, enemigos de la llamada Cuarta Transformación que aspira a construir un nuevo régimen (poco preciso en sus términos[11]).

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El esquema parece demasiado general, y lo es como también son imprecisos y relativos los conceptos a los que se refieren los polos del planteamiento discursivo, pero es efectivo y le da popularidad al líder además de una supuesta identificación con él o con lo que muchos creen de él o quieren ver en él. Se acude a los sentimientos y emociones de la gente, no al debate y al razonamiento. Y los sentimientos son más actos de fe y subjetivos que de razón, como bien los saben los líderes desde la antigüedad hasta ahora, religiosos o no. El tema es que cuando la muchedumbre está harta y eventualmente desesperada por su condición, un buen ofrecimiento, bien dicho o entendible para todos, es motivo de esperanza y la esperanza es, antes que otra cosa, un asunto de fe: creo en él, ¿por qué?, porque sí y porque necesito creer en algo-alguien. Si no fuera así los ministros de culto no tendrían nada que hacer en la Tierra: representan a la deidad, sea cual sea y en la época que sea, y con los dioses no se discute.

Esta polarización en el México de ahora ha sido bien capitalizada políticamente por el líder y esto se comprueba por los índices de popularidad, aceptación y simpatía que tiene según las encuestas conocidas. Dicho de otra manera, en la polarización actual se percibe un fenómeno que geográfica e históricamente no es único: que en uno de los polos están quienes se sienten mayoría, una “mayoría” de alguna manera sujeta al líder o que gira a su alrededor, y en el otro polo una posible oposición (o indiferencia) que, para beneficio del anterior, es minoritaria electoralmente hablando, carece de unidad, coordinación y afinidad de motivos. Así las cosas, dicha polarización entraña un peligro: que el líder, en este caso el Presidente de la República, tenga demasiado poder y éste resulte altamente concentrado[12], con lo que la democracia como expresión política que limita el poder personal del gobernante mediante contrapesos, corra el riesgo de verse disminuida y de terminar cediendo a formas autoritarias y hasta autocráticas de la representación política permeada de una fuerte dosis de populismo. Tal vez con esto en mente fue que Leo Zuckermann escribió que “si desde el poder se siembra la división de los mexicanos, al final van a cosechar eso, para bien y para mal”[13], esto es —interpreto—, no la unión de los mexicanos en la pluralidad sino un México más dividido en 2024 de lo que estaba en 2018 y 2019, pero sin un líder del tamaño de López Obrador y con un partido (Morena) que ha demostrado necesitar a ese líder para mantenerse con cierta consistencia. En esta lógica, por lo tanto, no puede pasarse por alto que pueda surgir un nuevo líder (o al menos un dirigente) que en la próxima elección presidencial sume a su causa todos los fragmentos del antilopezobradorismo que prefieran cualquier rectificación, por amarga que sea, con tal de sacudirse el peso de lo que se construya bajo la bandera de la llamada Cuarta Transformación.[14] En toda división de la sociedad, particularmente si es auspiciada desde el poder, alguien sale siempre lastimado y puede reaccionar de manera inesperada y hasta indeseable como ocurrió, por ejemplo, en Argentina en 2015 con Mauricio Macri apoyándose en los antikirchneristas.

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[1] En la elección presidencial de 2000 se dio la primera alternancia partidaria en el México dominado por un solo partido desde 1929. En vez de que se diera la polarización política que algunos analistas pronosticaban, hubo aceptación generalizada de que la pluralidad en el país había llegado para quedarse. No hubo conflictos que se tuvieran que lamentar desde el ámbito político.

[2] Véase Octavio Rodríguez Araujo, México en vilo, México, Jorale/Orfila, 2006 (1ª edición) y 2008 (2ª edición ampliada), en donde se analizan las campañas de los partidos pero también de La otra campaña.

[3] Ricardo Raphael, “Chairos vs. Fifís”, El Universal, 5 de noviembre de 2018. Chairo es “s y adj (Ofensivo) Persona que defiende causas sociales y políticas en contra de las ideologías de la derecha, pero a la que se atribuye falta de compromiso verdadero con lo que dice defender; persona que se autosatisface con sus actitudes.” Diccionario del español de México. Fifí es Persona presumida y que se ocupa de seguir las modas. Diccionario de la Real Academia Española.

[4] Uno de los pioneros del estudio de los partidos en nuestro país fue Fuentes Díaz con su libro publicado en 1956 bajo el título Los partidos políticos en México. En ese libro menciona a los partidos caudillistas y hace énfasis en su carácter poco institucional y dependiente de la voluntad del caudillo. Cuando López Obrador, después de las elecciones de 2012, se percató que el PRD tenía un futuro incierto creó su propio movimiento: Regeneración Nacional, que luego se convertiría en partido bajo el nombre definitivo de Morena (acrónimo de Movimiento Regeneración Nacional), y hace no mucho tiempo llegó a decir que si Morena se echaba a perder renunciaría a él (Excélsior, 29 de agosto de 2019), sabedor sin duda del papel decisivo de un líder-caudillo en un partido poco consolidado.

[5] A ciertos movimientos y partidos de corte populista no es extraño que se les distinga por el nombre de su líder que con frecuencia es un caudillo: peronismo, varguismo, cardenismo, trumpismo, lopezobradorismo, para poner algunos ejemplos conocidos. La personalización del jefe en un movimiento o partido no es la única característica de las muchas que tiene el populismo, pero sí es una de las más frecuentes y destacada por autores como Kurt Weyland. Para este autor el populismo clásico “corresponde a la primera incorporación de

sectores excluidos, cuando los líderes crean instituciones y organizaciones tales como partidos y sindicatos”, y este tipo de populismo suele ser personalista y carismático incluso como forma de gobernar. Ver Carlos de la Torre, “El populismo latinoamericano, entre la democratización y el autoritarismo”, Nueva Sociedad, junio de 2013, p. 5 (versión pdf en Internet).

[6] De 14 756 350 sufragios en 2006 a 15 896 999 en 2012.

[7] Su registro oficial como partido fue el 9 de julio de 2014.

[8] Siete secretarios de Estado estudiaron en universidades extranjeras de primer nivel, algunas públicas y otras privadas pero todas con colegiaturas mensuales, en 2020, entre 19 mil y 108 mil pesos. Dos más estudiaron en el Tec de Monterrey cuya colegiatura mensual del año citado era de alrededor de 21 mil pesos.

[9] El nazismo, como es bien conocido, usó el sistema democrático para ascender y alcanzar el poder, pero una vez en éste abolió las elecciones y sustituyó la legitimidad, que le dio la política en un principio, por una estrategia de terror y de miedo generalizado que obviamente suprimió todas las formas de libertad existentes, es decir negando la democracia en todas sus formas. El populismo del lopezobradorismo, en cambio —y como todos los populismos (Nadia Urbinati)—, encuentra su “clave definitoria” en la legitimidad electoral y en la no sustitución de la democracia por una tiranía. Que esa democracia se desfigure, como también diría Uribinati, no quiere decir que desaparezca, simplemente es de otro tipo y frecuentemente acentúa la polarización entre quienes se sienten incluidos y quienes son excluidos en el ámbito de las nuevas hegemonías. Véase Gustavo Gordillo, “AMLO y los obradoristas: yo, el pueblo”, La Jornada, 28 de diciembre de 2019, Apud Nadia Urbinati, Me the people, Cambridge, Harvard University Press, 2019.

[10] En México, en el primer año de la Cuarta Transformación, los empresarios Carlos Slim […], Ricardo Salinas Pliego […], Sara Mota de Larrea […] y Juan Beckmann […], agregaron de manera conjunta 14.53 mil millones de dólares (mdd) a sus fortunas.” https://www.milenio.com/negocios/asi-les-fue-en-2019-a-slim-salinas-y-otros-millonarios-de-mexico, consultado el 1 de enero de 2020.

[11] El mismo AMLO ha dicho que el nuevo régimen sería “posneoliberal”, concepto sin definición que puede significar cualquier cosa.

[12] “La polarización es lo que hace del populismo una ideología de concentración (de poder y opinión) en lugar de una ideología de distinción y dispersión o simplemente antagonismo.” Nadia Urbinati, Democracy Disfigured. Opinion, Truth, and the People, Cambridge, Harvard University Press, 2014, p. 131.

[13] Leo Zuckermann, “Un Presidente que polariza hasta en las tragedias”, Excélsior, 7 de enero de 2019.

[14] El triunfo de AMLO en 2018 no es discutible, pero no debe olvidarse que aun así sólo votó por él un tercio de la ciudadanía inscrita en el padrón electoral.

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