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El futbol (no) es ajedrez

Por Alejandro Moreno

Hace algunos meses, en ESPN Argentina, Ricardo Antonio Lavolpe tuvo un fuerte debate con Óscar Ruggeri. Los dos defendían posturas (casi) antagónicas no sólo futbolísticas, sino epistemológicas (probablemente sin saberlo). Lavolpe, por un lado, es un fervor creyente del sistema, la táctica, la estructura y la estrategia, las cuales podrían contrarrestar el talento individual para así ganar. Ruggeri, por su parte, consideraba que la capacidad individual es más que suficiente para cambiar el rumbo de un partido, que no se necesita estudiar al rival, ni profundizar mucho en la táctica.

Con un mundial en ciernes, la polémica tomaría mayor relevancia, ya que al dirigir selecciones los directores técnicos tienen menos tiempo para preparar sus partidos y trabajar con sus jugadores. Aunque es verdad que corren la ventaja de que pueden elegir entre un mundo mayor al que no tendrían acceso si dirigieran la inmensa mayoría de clubes. En este sentido, no es lo mismo elegir el “caballo” ganador en una competencia liguera que en un mundial. En la segunda, no suele haber grandes sorpresas en el ganador. ¿Será que en un mundial las individualidades pesan más, por eso la gente se emociona creyendo que los que tienen mejores futbolistas serán los ganadores? ¿Hay un menor margen de maniobra para los que necesitan trabajar más tácticamente y compensar carencias individuales?

El debate inevitablemente me remitió a la polémica entre estructuralismo y agencia. Quizás la famosa frase de Marx sea la que mejor dé cuenta de esta tensión: “los hombres hacen historia, pero no la hacen solamente como les plazca; no le hacen en circunstancias definidas por ellos mismos, sino en circunstancias dadas y transmitidas desde el pasado”. ¿Qué tendría mayor peso –a la hora de un posible cambio social– la estructura o la agencia? Pongamos la pregunta en términos futbolísticos, ¿qué definiría un partido el sistema del equipo o alguna individualidad? En definitiva, se trataría si el azar, la contingencia y la capacidad individual pesan más que la táctica, la estrategia, las piezas de ajedrez y la pretensión de que todo ocurra como si fuese un laboratorio donde podríamos controlar todas las variables.

Podríamos definir a la agencia como la capacidad actual y posible de marcar una diferencia en una situación social concreta, en ese sentido esta podría ser desde un individuo hasta una empresa o una institución. Por su lado, el estructuralismo se concentra en las limitaciones o restricciones que impone el sistema hacia los márgenes de maniobra de la agencia, mientras que una perspectiva centrada en la agencia privilegiaría la autonomía del individuo y su acción sobre la estructura. ¿No pasaría lo mismo en el futbol? Unos intentan a reducir el margen de acción del individuo al grado de buscar neutralizarlo, mientras que otros apuestan por el talento personal para modificar un partido.

De acuerdo con David Howarth, quienes enfatizan la importancia de la estructura en la ciencia social tienden a buscar mecanismos causales, leyes y en última instancia generalizaciones, mientras quienes le dan un mayor peso a la agencia, son más interpretativos y favorecen formas de conocimiento que tienden a darle mayor relevancia al contexto, a la contingencia. De nueva cuenta, en el plano futbolístico podríamos ver algo parecido: existen entrenadores enfocados en la táctica y el sistema; y otros que se concentran en la gestión de grupo, en tener motivado a cada uno de los miembros del plantel. Por supuesto, que esta división es porosa, no estoy diciendo que unos dejen de lado el aspecto motivacional, ni que los otros no hablen de táctica, sino que los entrenadores tienden a inclinar sus acciones hacia alguno de los dos aspectos.

Seguramente en un equipo donde haya más talento, donde haya más egos fuertes y difíciles de conducir, lo más relevante sea el manejo del grupo; mientras que en un equipo con menos talento quizás sea mejor dar todas las herramientas tácticas disponibles buscando neutralizar al rival y así tener alguna posibilidad de ganarle a quien en el papel pareciera mejor equipo. Así como esta dicotomía en la ciencia social, no tendría solución tampoco la tendría en el futbol, pues bajo determinadas circunstancias la victoria de una u otro se podría explicar a partir de la táctica, a partir del azar o de alguna jugada individual aislada.

La polémica entre estructuralismo y agencia no acabaría ahí, pues Laclau se preguntaría: si fuéramos producto de la estructura, estaríamos completamente determinados por la misma dejándonos sin margen de acción, pero ¿qué pasa cuando la estructura que nos determina no es capaz de constituirse por sí sola, si una exterioridad radical con la que no comparte un piso común o una fundación al interior de la estructura es capaz de dislocarla? Si esto último es cierto, no habría estructura que determine las acciones porque la misma es incapaz de constituirse plenamente. Llevemos esta abstracción teórica al plano que nos atañe, el futbolístico: ¿la táctica cambiaría de acuerdo con el rival?, ¿la exterioridad constitutiva sería el rival?, ¿el adversario estaría modificando nuestra identidad?, ¿Esa relación constitutiva sería mutua?, ¿un movimiento de un equipo afecta al otro y viceversa como en el ajedrez?

En determinados momentos, se volvería ajedrez porque un movimiento de uno sería capaz de afectar la estructura del otro y viceversa, pero este movimiento no estaría limitado a la táctica o cambios del entrenador como en el ajedrez, sino que un jugador por si solo podría modificar el rumbo del partido, así como el azar mismo.

En última instancia, quienes se concentran en la estructura pareciera que por momentos únicamente ven a los futbolistas como piezas de ajedrez, casi como instrumentos robotizados que tendrían que seguir las indicaciones dadas dejando sin lugar a la creatividad del futbolista, pero quienes apuestan solamente a la creatividad y la inspiración individual menosprecian el trabajo colectivo, menosprecian que las piezas al interior del equipo pueden jugar un rol de complementariedad si cuentan con un sistema adecuado. En otras palabras, dos jugadores muy buenos podrían no ser complementarios, inclusive podrían chocar por su rol en el campo, por eso la suma de figuras no garantiza el éxito. Sin embargo, aun encontrando la táctica para que fuesen complementarias habría que gestionar los caracteres al interior del grupo en aras de que todos estén motivados y busquen el mismo objetivo.

Si vemos rápidamente los planteles de los países candidatos a ganar el Mundial, encontraremos que no existe una selección que se destaque por tener jugadores de élite en cada posición, quizás únicamente Brasil se acerca. Por esta razón, el trabajo colectivo se volvería más importante, en este menester Argentina y España destacarían más que el resto. No obstante, Brasil cuenta con un número de individualidades que podrían cambiar la historia de un partido en cualquier momento, al igual que Inglaterra. Develar esta tensión entre estructura y agencia, tal vez nos acercaría a conocer el ganador del torneo, ¿quién tendría la mejor suma de talento individual puesta al servicio de una estructura adecuada?

En conclusión, en el futbol no encontraríamos un equipo totalmente dependiente de las individualidades (la agencia), ni un equipo puro que sólo busque ganar a través del sistema táctico dejando sin lugar a la creatividad de los actores. En el plano social, tampoco existiría una estructura incontaminada por la agencia, ni una agencia independiente de la estructura. Es en este sentido en el que encontraríamos un símil entre el futbol, el funcionamiento de las sociedades, de la política y de la vida misma. Quizás, por eso nos guste tanto.

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