Sin demócratas no hay democracia

Por Flavia Freidenberg

El problema: faltan demócratas

La democracia está fuertemente amenazada en todo el mundo. Diversos eventos puntuales han alertado sobre las tensiones que dificultan la convivencia democrática. Los problemas van desde el irrespeto a los derechos y libertades individuales; la falta de transparencia en las decisiones públicas; la desinformación, la impunidad y la corrupción; las debilidades estatales; la desigualdad y la pobreza e, incluso, liderazgos que ejercen el poder de manera autocrática, ignorando los límites constitucionales y polarizando con sus discursos de odio las diferencias entre seguidores y opositores. Cada vez más la democracia funciona como un gran espectáculo: los actores políticos se la pasan peleando, el árbitro sacando amarillas y rojas y la ciudadanía se comporta como si sólo fuera espectadora, harta y agotada de elegir, producir representación con su voto y no conseguir los resultados de bienestar social y público que les prometen. Esas pulsiones autoritarias, y el cada vez mayor descontento de la ciudadanía con los resultados de la democracia, están poniendo a prueba a las mismas democracias.

«Donald Trump» by Gage Skidmore is licensed under CC BY-SA 2.0

El último informe sobre la Libertad en el Mundo de 2021 de Freedom House ha alertado además sobre el retroceso de los niveles de pluralismo en las últimas décadas. De los 195 países independientes evaluados, 73 experimentaron un deterioro en su calificación, el margen más amplio de este tipo durante el período de 15 años. Ahora hay 54 países No Libres, que representan el 38 por ciento de la población mundial, la proporción más alta desde que comenzó el deterioro. Tras años de democratización, sabemos que hacer elecciones libres, competitivas y certeras no alcanza, aún cuando hacerlas es parte fundamental de la democracia. La experiencia latinoamericana nos ha enseñado que la gente puede usar toda la logística organizativa de la democracia para elegir en las urnas a líderes que ejercen el poder de manera autócrata, que achican los niveles de pluralismo, que fomentan el odio, que no respetan la diversidad ni a las reglas que aseguran la vigencia del Estado de Derecho.

Estos resultados muestran que no hemos sido capaces de desarticular los deseos autoritarios y los impulsos personalistas de liderazgos ni tampoco de garantizar la vigencia del Estado de Derecho, asegurar las condiciones de diálogo sobre temas fundamentales -sin que eso suponga enfrentamientos ni peleas- ni tampoco hemos sido capaces de educar en cuestiones claves que aseguren un mayor capital social. Esta idea tan simple se complejiza aún más cuando es la propia ciudadanía la que elige, a través de las urnas, liderazgos que buscan desarticular las reglas de juego que han sido consensuadas o que, bajo el argumento de querer mejorar los rendimientos democráticos, se atenta contra los valores básicos de la convivencia republicana y la división de poderes. Si bien es importantísimo votar y elegir de manera periódica y alternada gobernantes, la democracia necesita de una serie de valores, actitudes, expectativas y prácticas cívicas. Y ello tiene que ver con lo que se enseña y con lo que se aprende.

De lo que enseñamos a lo que aprendemos: qué deberían saber y qué deberían aprender las y los demócratas

Sabiendo que las y los demócratas son imprescindibles para la salud de la democracia, hemos hecho o exigido muy poco (o al menos no lo suficiente) para que el Estado (no los gobiernos) apuesten por ellos; inviertan en programas y tecnología educativa que fomente valores democráticos y se comprometan a no abusar de estrategias formativas de manera sesgada o partidaria, que solo refuerce un modo de ver o pensar las cosas y no el pluralismo que la democracia exige. Hemos dado por sentado esta idea (la de la necesidad de demócratas) como si fuera una ley absoluta y nos hemos convencido que la simple experiencia de hacer elecciones alcanzaría para que las personas aprendieran las prácticas y las rutinas de las elecciones y, con ello, se convirtieran en defensores de la democracia. 

¿Qué habilidades y competencias debemos aprender para ser demócratas y no sólo electores? ¿Qué debemos enseñar?  Las claves formativas suponen una serie de habilidades, competencias y conocimientos que deberían contribuir a impulsar una mayor autonomía política, capacidad de agencia, respeto a la diferencia y control político de las personas que conviven en un territorio determinado. Si somos capaces de identificar aquello que una ciudadana o ciudadano debe saber, resultará más sencillo y claro impulsar lo que las escuelas, la familia y los medios de comunicación de masas deberían enseñar para contribuir en la formación cívica de las personas.

Primero: conocimientos. El ejercicio de la ciudadanía, sea cual sea el criterio que se use para definirla como tal, supone que todes tenemos las mismas oportunidades para influir en el destino de la comunidad. Cuando una persona se convierte en ciudadano/a se le reconocen derechos y también una serie de responsabilidades y obligaciones respecto a su comunidad. Si bien la ciudadanía nos iguala y nos da autonomía, también nos exige contar con conocimientos sobre cómo son las cosas y sobre lo que puedo (y debo) hacer por mi entorno. Conocer cuáles son las reglas de juego, cómo se ponen en práctica y qué consecuencias generan sobre mí, sobre los otros y sobre las instituciones es lo que precisamente nos convierte en ciudadanos y ciudadanas. Es imposible respetar lo que no se conoce. De ahí que estos aprendizajes nos ayudan a comprender normas comunes y prácticas de convivencia. Pero no se trata sólo de conocer valores y creencias, sino de absorberlos y aprehenderlos para que formen parte de nuestras rutinas diarias.

«Ato contra Bolsonaro em SP» by Brasil de Fato is licensed under CC BY-NC-SA 2.0

Segundo: empatía, verdad y aprender a escuchar. La ciudadanía se construye también a partir del reconocimiento del otro, del respeto mutuo, de la capacidad de diálogo y de crítica y de generar compromisos de aceptabilidad de la diferencia. No se trata sólo de conocer las reglas de juego (por ejemplo, la Constitución o las leyes) sino de poner en práctica esas reglas. Estas ideas suponen una serie de habilidades básicas como las de saber leer, relacionar información, comprender lo que se lee, intercambiar ideas, escuchar y decir la verdad. Aprender estas habilidades debería ser básico para la construcción de ciudadanía. ¿Cómo voy a aceptar a los otros, con los mismos derechos y las mismas obligaciones, si no les conozco, si no entiendo lo que dicen, si no les escucho ni comprendo, sino hablo con ellos o si uso estereotipos o prejuicios al evaluar sus decisiones o acciones? Si bien cada persona tiene derecho a pensar como quiera, a decir lo que quiera y también a estar en desacuerdo con lo que quiera, sin que se le coloque al margen de la conversación, se le cancele o se lo estigmatice bajo discursos de odio, también es su responsabilidad aprender a escuchar, a ponerse en el lugar del otro y a tener capacidad afectiva de vivir una realidad ajena. Esa es la base del pluralismo: escuchar, entender, ser empático y reconocerse. 

Tercero: capacidad de agencia, competencia y cooperación. El interés en la política y la eficacia política son dos actitudes claves que una persona debe tener para ejercer la ciudadanía activa. Los individuos no viven solos, sino que están sujetos a la influencia de su entorno. El interés en lo que pasa es clave. Cuando las personas tienen interés en la política se consideran competentes para participar en ella (sentimiento de eficacia interna) y reconocen que cuentan con habilidades como actores políticos para influir en ella. La probabilidad de que una persona participe se incrementa si además percibe que el sistema político es sensible a sus demandas (sentimiento de eficacia externa) o se siente cercano a algún grupo o partido político (identificación política) que le ayude a movilizar sus recursos hacia la consecución de alguna meta colectiva. El interés en la política se puede cultivar en el contacto con amigos, colegas, familiares y personas con intereses compartidos, lo que contribuye a conocer lo que pasa y a desarrollar habilidades colaborativas que llevan a pensar que uno tiene capacidad para cambiar las cosas. La participación en asociaciones a nivel local, como nos enseñó Tocqueville o más recientemente Robert Putnam, contribuye al desarrollo de todas estas habilidades sociales para aprender a competir, a defender nuestras ideas, a colaborar y cooperar con otros y a aceptar que en el juego democrático unas veces se gana y otras se pierde. La aceptabilidad de la derrota es una de las cuestiones más difíciles de aprender y es una pieza clave del puzzle democrático.

Cuarto: habilidad para ejercer control. Las elecciones permiten seleccionar a una serie de personas para que ejerzan cargos públicos. Las personas votan, los partidos compiten y los árbitros marcan la cancha y cuentan los votos. Así se produce representación. Esta es la dimensión que más hemos aprendido a usar de las democracias. Estos procesos suponen que las personas están informadas (conocen a quienes eligen, saben qué pueden hacer y qué no y también qué políticas impulsan); son capaces de evaluar la responsabilidad que tienen las y los políticos cuando ejercen los cargos (identificabilidad y responsiveness) y estos, a su vez, rinden cuenta de sus actos (accountability). Esto significa que las elecciones, además de ser un instrumento de selección de élites, son un mecanismo de control político. Las elecciones permiten premiar y castigar (en las urnas) a quienes nos representan. Y esta no es una cuestión menor.

Educación Cívica

La democracia supone certeza en las reglas e incertidumbre en los resultados, como señala Adam Przeworski, e implica una serie de habilidades y saberes que permitan contar con una ciudadanía informada, empática, sorora y crítica; dispuesta a invertir tiempo y recursos en el modo en que se toman las decisiones públicas (no únicamente las políticas) y capaces de respetar a los que no comparten los mismos valores y las mismas posiciones sobre los diversos temas sobre la base de unas metas comunes y compartidas. Esta idea -que para algunos puede resultar ingenua- supone refundar el modo en que entendemos y ejercemos el poder, procurando más cercanía real entre representantes y representados, cambiando el modo opaco, jerárquico y excluyente en que se toman decisiones dentro de los partidos políticos e innovando de la mano de las tecnologías de la información, haciendo que la ciudadanía pueda participar en tiempo real de las decisiones partidistas e institucionales (consultas a través de apps y redes sociales sobre votaciones, temas y agendas, entre otros).

Los Estados latinoamericanos deberían revisar las estrategias que han desarrollado hasta ahora para la formación cívica de la ciudadanía y reevaluar el tipo de saberes y formas de enseñanza que se han desarrollado para centrarse en identificar las habilidades y competencias que se requieren. A la luz de los resultados, las democracias necesitan demócratas. Las personas deberían apropiarse de la cosa pública y ejercer procesos de vigilancia ciudadana. Para ello, se deberían procurar herramientas, desde las infancias y en colaboración con las familias, que enseñen a compartir, dialogar y discernir, a generar puentes con quienes piensan distinto, a detectar el abuso del poder y a rechazar cualquier forma de violencia

El modo en que los actores políticos juegan el juego de la democracia es consustancial a la propia capacidad de resiliencia de la democracia. Si los actores se la pasan gritando, pegando patadas, haciendo berrinches, falseando la información, haciendo acusaciones falsas, desconociendo o violentando las reglas de juego, entonces, los buenos árbitros deberán sacar amarillas y rojas y así no hay democracia que sobreviva. Nada que valga la pena puede sobrevivir mucho tiempo a golpe de tarjetas rojas. El desafío es claro. Se trata de priorizar el desarrollo de una estrategia nacional de educación cívica, elaborada de manera participativa, colaborativa y plural, que eduque de manera multidimensional, interseccional y diversa a la ciudadanía, donde se privilegie el papel de la ética pública en las relaciones de poder, la vigencia efectiva del pluralismo y la construcción colaborativa de las instituciones.

  • La autora forma parte del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
  • También es integrante de la Red de Politólogas #NoSinMujeres
  • Twitter: @flaviafrei
«Jair Bolsonaro (PSL) e Donald Trump encontram-se em Nova York, antes da abertura da Assembleia Geral das Nações Unidas. ‘Obrigado pela consideração, presidente’, disse Bolsonaro no Twitter (Foto: Alan Santos/PR)» by Brasil de Fato is licensed under CC BY-NC-SA 2.0
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