Un diálogo sobre la participación política de las juventudes en el siglo XXI

Por Gibrán Ramírez Reyes y Úrsula Viridiana Córdova Morales 

El siguiente texto es el resultado de un ejercicio de entrevista de la Dra. Úrsula Córdova Morales al Dr. Gibrán Ramírez Reyes para conocer su interpretación sobre la realidad histórica contemporánea de la participación política de las juventudes en México en el marco de la Jornada Universitaria del Conocimiento 2022 de la Universidad Autónoma de Sinaloa. La Dra. Úrsula Córdova participa bajo el rol de entrevistadora activa. 

 Mientras estábamos en el auditorio de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, notamos una distancia entre los estudiantes y nosotros. Se asomaba la clásica sentencia de la apatía juvenil, del desinterés generacional. En charlas posteriores concluimos que lo discutido convenía exponerlo ante colegas, profesores, investigadores, que se interesaran en las representaciones de los jóvenes con respecto a la política.

El propósito del texto es la difusión de una interpretación histórica basada en los tres tiempos; el pasado, presente y futuro. A partir de acontecimientos, procesos, coyunturas, quizá tiempos largos, que nos ayuden a echar luz sobre las problemáticas, inquietudes y preocupaciones de los jóvenes respecto a la política de cara al futuro.

Con el fin de ser fieles a lo discutido en ese ejercicio académico hemos decidido inspirarnos en la organización y la lógica del libro “El Porfiriato y la Revolución en la historia de México”, de Friedrich Katz y Claudio Lomnitz, producto de una prodigiosa conversación grabada con motivo de las celebraciones de los cien años de la revolución mexicana. A continuación, lo expresado.

-Úrsula Córdova: Esta charla bien podría llamarse la juventud, los jóvenes o en términos teóricos más exactos las juventudes en los procesos democráticos en México. Existen formas distintas en las que los jóvenes participan políticamente: lo hacen, por una parte, en formatos convencionales, tradicionales, institucionales, normativos, como en el caso de la política electoral o la militancia partidista, y lo hacen también desde expresiones no convencionales como la protesta en la calle, distintas expresiones artísticas, etcétera.

Hay un fragmento de un texto de Balardini (2000) sobre las juventudes que me gustaría citar porque retrata una época de la participación política de los jóvenes a nivel mundial, que en nuestros tiempos parece difuminarse o haberse difuminado ya. Balardini expresa que “Las imágenes de la juventud idealizada nos llegan familiar y casi naturalmente. Miles de jóvenes agitando pancartas, gritando consignas, manifestándose aquí y allá, ocupando calles, convirtiéndolas en una gran trinchera.” (Balardini: 2000: 7)

Gibrán Ramírez: Se trata de una mitología que procede en buena parte de los años 60, cuando se construyó una estética que quiero resumir en dos rasgos disruptivos: falda corta en las mujeres, pelo largo en los hombres, que fueron producto de una “constelación de interacciones trasnacionales” (Scheuzger, 2018) marcada entre otras cosas por la revolución cubana, la invención de la píldora anticonceptiva, los movimientos de descolonización y liberación nacional, la difusión del uso del LSD y otras sustancias, la guerra fría, la espiritualidad no religiosa y la confluencia de todos estos elementos en un coctel de alegría y erotismo (Avándaro por hablar del ejemplo mexicano) con reivindicaciones políticas concretas en contra del autoritarismo y del estado. En esa imagen, la juventud es la libertad que se rebela contra el estado. Si lo pensamos, es bastante distinto de las formas de representación previas de la juventud, que cambiaron desde entonces en el imaginario y quizás para siempre. Pero no deja de ser eso: una serie de representaciones míticas –recuerden a Roland Barthes— que perpetuó en los medios de comunicación el neoliberalismo y su aparato cultural, por coincidir con los sesentayocheros en su reclamo al estado y en la reivindicación de las libertades frente a él.

Pero si atendemos a los ciclos de protesta y movilización previos, tuvieron un componente de participación de jóvenes muy importante, aunque no se reivindicara como tal. Las movilizaciones sindicales y obreras también tuvieron ese componente, y ni qué decir de las movilizaciones fascistas. Para poner ejemplos ya propios del siglo XX mexicano, Lázaro Cárdenas fue gobernador de Michoacán cuando tenía 25 años y Vicente Lombardo Toledano 29 cuando gobernó Puebla; Álvaro Obregón tenía 34 años cuando gobernó el Distrito Federal y Zapata murió a sus 39, es decir, fue joven –o lo que hoy consideramos joven—  buena parte de su historia revolucionaria. Jorge Eliécer Gaitán se hizo dirigente popular y presidente del congreso de Colombia a los 29 años y ninguno de ellos se ha convertido en un símbolo o icono de la juventud precisamente porque no es desde allí desde donde vivieron y actuaron políticamente. Ninguno llevaba jeans (que ya existían, pero se volvieron símbolo de la juventud algunos decenios después), ni cifraba su discurso en alguna clave generacional. Esas imágenes juveniles son contrapuestas y, naturalmente, quedan fuera del mito del 68, pero también otras que fueron contemporáneas e incluso más importantes para la singularidad del 68 mexicano como la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, o los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional afiliados al Partido Comunista y los estudiantes de secundaria que, en primera instancia, derrotaron en las calles a la policía del Distrito Federal (Rodríguez Kuri, 2019). El escenario simbólico tiende a ocuparlo más bien la UNAM y las juventudes de las clases medias, lo cual tiene sus razones de ser, pero no necesariamente en la historia del movimiento estudiantil, sino en el dos de Octubre, que tiende a sustituirla en la memoria, y en la mitología europea liberal con la que dichas clases medias pueden compartir representaciones.

Protesta en 1968. Archivo UNAM.

Úrsula Córdova: Son una serie de representaciones que nos vienen de una época anterior, quizá de un mundo distinto. En contraparte a esta imagen mítica del estudiante en las calles, luchando por los ideales de una generación, encontramos que, en la actualidad, por lo menos para el caso del México contemporáneo, se reproducen las siguientes sentencias: los jóvenes son apáticos, no participan, no les interesa involucrarse, les aburre, están distraídos por otras necesidades o deseos. Podemos encontrar dichos enunciados en distintos espacios tradicionales y modernos, medios de comunicación convencionales y no convencionales, en las charlas informales de profesores universitarios, en el interior de los hogares.

Sánchez de la Barquera y Arrollo (2014) ha expresado que hay una distancia actual de los ciudadanos y la política en términos generales, en un análisis más amplio de la crisis de representación, participación política y de la acción política vinculada a la cosa pública. Por otra parte, Pierre Rosanvallon(2007), en su teoría de la contrademocracia, considera la apatía o el rechazo institucional a la democracia como parte del mismo proceso democrático. ¿Qué reflexión te genera lo anterior? 

-Gibrán Ramírez Reyes: Contra lo que se pensó en los años 60 y 70, la categoría de juventud es inherentemente despolitizadora y la mitología de la juventud movilizada tiene un componente de época muy marcado que es al final conservador. Me refiero a lo siguiente: una de las condiciones típicamente necesarias de la participación política es la resolución de las necesidades materiales más inmediatas (aunque es un punto que no dejará nunca de discutirse). Y en los años de formación del mito de la juventud movilizada asistíamos a un buen momento del mundo occidental (quizá a uno de los mejores) y también de buena parte del mundo no occidental. La época de posguerra fue una época de progreso, de certeza en el progreso y de demandas políticas más sofisticadas que las necesidades más inmediatas. En México, para volver a nuestro ejemplo, entre 1954 y 1970 la clase media prácticamente se duplicó, hubo crecimiento económico, aumento de la sindicación, de la cobertura de la seguridad social y reducción de la desigualdad (Medina, 2014; Rodríguez Kuri y González Mello, 2010). Los beneficiarios de las nuevas condiciones crearon nuevas expectativas y actuaron. Tenían fe en el futuro y cierta certeza de que vivirían mejor que sus padres. Y con esa fe en sus manos se movilizaron.

El momento actual es muy distinto. Asistimos a una época de particular precarización del empleo, en entornos urbanos como éste, de financiarización de la vivienda y complicaciones en el acceso a ella. Después de la pandemia, los salarios promedio de trabajadoras y trabajadores profesionistas menores de 39 años en el país son de 5,140 para las mujeres y 6,500 pesos para los hombres, y se han fortalecido las brechas de género y de edad en el ingreso según la más reciente Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (Ortiz Rodríguez, 2023). El abandono escolar fue masivo y todavía no lo tenemos cuantificado con precisión. No tenemos ni siquiera la certeza de poder alcanzar el nivel de vida de nuestros padres –es decir, que vivimos entre certidumbres cada vez más cortas. Mi abuela tuvo 9 hijos y todos tuvieron educación superior. Ella era costurera y mi abuelo carpintero. Con fe en el futuro los mandaron a estudiar y hubo un estado nacional que respondió por esas expectativas. Con todas las condiciones de privilegio que ahora tengo, creo que es un escenario que no podría lograr. ¿Ustedes podrían hacerlo?, ¿podrías hacerlo tú, Úrsula, siendo profesora de tiempo completo, en caso de que aspiraras a ello?

Sin embargo, las y los jóvenes, sobre todo los estudiantes, han levantado la voz todavía recientemente. En México vivimos un ciclo importante en el sexenio pasado, que empezó con movilizaciones en el IPN, que estalló en la campaña electoral de 2012, en la Universidad Iberoamericana, que prendió primero entre estudiantes de universidades particulares ricas y que continuó después en el gobierno de Peña Nieto a raíz de los indignantes sucesos del caso Ayotzinapa. Creo que la movilización comenzó con algo de fe en el futuro –y que en buena medida por eso surgió en la Ibero– y terminó con un cariz defensivo ante la realidad de la violencia y la desaparición forzada, aunque la indignación frente a Peña Nieto integrara buena parte del combustible de la indignación. Sin posibilidades materiales de fe en el futuro, las motivaciones de la movilización se vuelven más oscuras y tristes, defensivas como ya dije. Y eso puede explicar la limitación de la potencia de algunas movilizaciones estudiantiles que atestiguamos en 2022. En el Instituto Politécnico Nacional, los agravios de los jóvenes dolidos por las dificultades de la incorporación a una educación digna fueron fragmentados y usufructuados por el poder y por aspirantes presidenciales. Algo similar ha sucedido en la UNAM, donde la burocracia se ha acostumbrado a una universidad con presupuesto, pero sin estudiantes, o con los estudiantes abandonados detrás de una pantalla.

También juega un papel desmovilizador la rápida decepción de los jóvenes por el proyecto de cambio que en 2018 encabezó López Obrador. Según encuestas de Alejandro Moreno (2022), el apoyo de jóvenes entre 18 y 29 años disminuyó de forma importante entre 2018 y 2021, y el apoyo a Morena es sensiblemente menor (dependiendo los estados, puede bajar de 6 a 34 puntos porcentuales) entre personas jóvenes (18 a 29 años) y adultos maduros y ancianos (50 y más). Si es complicadísimo tener fe en el futuro; si las movilizaciones del #YoSoy132 a Ayotzinapa no lograron cambiar las grandes tendencias negativas del país, aunque contribuyeran a reformas importantes (Varela y Hernández, 2017); y si tampoco la aparente insurgencia electoral que propició el triunfo de López Obrador resultan esperanzadoras para las personas jóvenes, el futuro es un lugar del que más bien hay que protegerse. Y, quizá la forma de hacerlo, es concentrarse en el presente, en lo inmediato, en lo cercano y hasta en lo individual. Es posible que esté sucediendo lo mismo en otras latitudes, derivado de los movimientos que se desprendieron indirectamente de la crisis financiera y económica de 2008. La esperanza defraudada trae irremediablemente momentos de reflujo y repliegue.  Sucedió lo mismo con la llamada Primavera árabe, que en algunos casos contribuyó inesperadamente al surgimiento o perpetuación de los regímenes autoritarios que comenzaron combatiendo. También pasó en el caso de los indignados españoles, cuyo movimiento parió, entre otros, el icónico colectivo Juventud sin futuro. En el caso de muchos países periféricos y, por ejemplo, del nuestro, lo que está en juego no son solo las posibilidades del futuro, sino la posibilidad de viabilidad –económica, política, social— de nuestros países. Eso es mucho menos sexy que la utopía y es, por lo tanto, desmovilizador. El colectivo y el futuro son más amenazantes que esperanzadores; a cambio, nos refugiamos en individuos y presentes a los que abrazamos.

Supongo, pero sólo supongo, que la participación, particularmente en nuestros entornos universitarios, puede construirse desde la exploración colectiva del dolor. ¿quiénes pasamos crisis de salud mental y de salud física estos últimos años?, ¿a quiénes significó la pandemia gastos catastróficos, pérdida de ahorros y deudas?, ¿quiénes perdieron amigos o familiares recientemente?, ¿qué problemas se agudizaron en esta crisis social mundial?, ¿quiénes perdieron bienes materiales, el trabajo o una parte de sus ingresos?, ¿de qué hay ganas o miedo?, ¿cómo exploramos horizontes colectivos realistas?

«CIDH visita Ayotzinapa» by Comisión Interamericana de Derechos Humanos is licensed under CC BY 2.0.

-Úrsula Córdova: Eduardo Galeano, en el documental, El orden criminal del mundo, reflexionaba que estamos viviendo desde hace tiempo en el miedo, el miedo cada vez más paralizante, miedo a perder el empleo, a no conseguirlo, a la incertidumbre misma, debido a la precarización de la vida material que mencionas. En ese sentido Balardini, Wring, Harvey y Jameson, nos explican que el cambio de modelo económico y su impacto en la transformación de representación ideológica del mundo, a finales de los setenta y principios de los ochenta, creó una nueva realidad. Los cambios que caracterizan a la época posmoderna (Jameson, 2002), donde el ser humano ingresa a un estadio de temporalidades distintas a las construidas en la modernidad, siendo ahora todo planteado como rápido, fugaz, temporal, en un solo momento histórico: el presente. David Harvey retoma a Lyotard para señalar que la condición posmoderna expresa que todo aquello que era permanente, ahora se vuelve efímero, el “(…) contrato temporal sustituye a las instituciones permanentes en la esfera profesional, emocional, sexual, cultural, internacional y familiar, así como también en los asuntos políticos” (Harvey, 2005: 10). Esta idea del presente constante y cambiante bajo la posmodernidad, es contraria a un sentimiento de permanencia que mina las viejas estructuras tradicionales de relaciones laborales, familiares, mercantiles, siendo muy funcional a la dinámica del mercado neoliberal. Bajo esta gran explicación del cambio de época, ¿estas de acuerdo en esta interpretación y cómo ha afectado particularmente a las juventudes y sus expresiones políticas?

-Gibrán Ramírez: Estoy de acuerdo. Como lo he señalado, hay una cierta confluencia entre la mitología juvenil del siglo XX en los años sesenta y la emergencia del neoliberalismo y, desde luego, entre éste y el debilitamiento de instituciones de socialización fundamentales como el trabajo y la escuela; a su vez, esto ha contribuido a la incertidumbre, al miedo al futuro, al inmediatismo y al individualismo, como expuse anteriormente. La juventud resultó cómoda a este discurso porque se ofrece como una identidad revolucionaria alternativa al proletariado –la revolución permitida o bien vista, digamos. Es un colectivo efímero, unido por una condición etaria, transitoria, que, al contrario de otros actores colectivos, como los sindicatos, los partidos políticos, no está unido por otro tipo de intereses permanentes; los jóvenes como colectivo desaparecen con la incorporación definitiva al engranaje de la economía política y no generan unidad alrededor de ningún ideario, mucho menos de peligrosas ideas socialistas o de izquierda. Se trata de un colectivo bastante compatible con el individualismo del modelo neoliberal, siempre que se reivindique la originalidad y la singularidad que se presumen como características de los jóvenes.

-Úrsula Córdova: ¿Cómo describirías o caracterizarías y quizá explicarías el papel, la presencia, la participación política de los jóvenes en México en términos históricos? De manera sintética, si tuviéramos que hacer un ejercicio de la historia de la participación política de los jóvenes en los procesos democráticos en México, ¿cuál sería para ti esa historia?

-Gibrán Ramírez Reyes: En el siglo XIX y particularmente en su segunda mitad, al mismo tiempo que la nueva noción de adolescencia iba asentándose en el imaginario de las elites, la participación de los jóvenes tuvo primordialmente dos cauces. Para las clases populares fue más importante la figura de los batallones infantiles y escolares, integrados desde la escuela primaria y que implicaban la preparación para la defensa armada de la nación (Meza Huacuja, 2018). Los niños recibían preparación física y, después, entrenamiento en el manejo de las armas, que exhibían a veces en actos cívicos. Por su parte, el auge del positivismo trajo consigo la fundación de la Escuela Nacional Preparatoria, un espacio que, como su nombre indica, buscaba preparar a las elites mexicanas para cuando les llegara la ocasión de gobernar. En ambos casos el paso a la adultez se consideraba algo abrupto y la participación tenía ese carácter de urgencia, ya fuera para integrar tropa, ya fuera para tomar decisiones informadas. Como una disidencia que buscaba incluir a las artes y humanidades en la formación de la Nacional Preparatoria, surgió en 1909 el Ateneo de la juventud, un hito en la formación de la participación propiamente juvenil en México (Vargas Lozano, 2010).

Como he dicho, la Revolución Mexicana, pero también los procesos de cambio previos, tuvieron una importante participación de jóvenes que, sin embargo, no necesariamente encontraban en esa condición una reivindicación. Participaban en su cualidad de adultos que eran. Ya en la formación del régimen de la Revolución, quizá por influencia de los partidos fascistas que ofrecían un horizonte disciplinario para la juventud, los órganos juveniles comenzaron a popularizarse. Desde el principio, para el PNR, Plutarco Elías Calles propuso la creación de una Confederación de Jóvenes Revolucionarios de México. También con inspiraciones fascistas, el PAN formó su Acción Juvenil desde 1946 (si bien el primer comité ejecutivo del PAN estuvo integrado primordialmente por jóvenes y hubo un importante antecedente en la Asociación de la Juventud Católica Mejicana formada en 1913, como refiere Gardet [2018]) y las juventudes del partido comunista existieron desde 1919 (Ávila, 2020).

El actor más persistente de esta historia y también el menos estudiado es la Federación de Estudiantes Campesinos de México, que se convirtió en un representante reconocido por la Secretaría de Educación Pública desde finales de los años 30 (López Macedonio, 2018). Todas estas mediaciones partidistas e institucionales subyacen a la emergencia del ciclo de la protesta (entre 1954 y 1968), el año en que, merced a la dimensión global de las protestas y la circulación vertiginosa de nuevos discursos sobre la juventud, que he referido más arriba, se concibe la participación juvenil no solamente por fuera del estado, sino, en alguna medida, contra el estado.

 Desde ahí y a partir de 1971 hay dos ramas de participación: una intensamente institucional, derivada de la incorporación de jóvenes a más espacios de representación política para atemperar los efectos negativos de la represión a los estudiantes y otra guerrillera que deriva también en una salida institucional después de la guerra sucia y la amnistía.

Es la generación de la transición a la democracia y las que comenzaron su formación política a su amparo, generaciones que en buena medida siguen ocupando hoy algunos de los principales espacios de participación y representación política, relegando a las juventudes a la participación específicamente juvenil o bien, subordinada.

En el presente, el ciclo de protesta juvenil más potente se extendió del movimiento #YoSoy132 a las protestas contra el gobierno de Peña Nieto por la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, como ya dije antes. Es una síntesis demasiado gruesa, aproximada, para la que no soy el más capacitado, pero que puede dar una idea a los estudiantes con curiosidad de dónde pueden buscar más al respecto.

-Úrsula Córdova: ¿Consideras que la historia de la construcción del sistema político mexicano posrevolucionario, con sus características particulares ha incidido en la formación de culturas políticas juveniles alejadas de la participación política institucional del Estado?

-Gibrán Ramírez: Según lo que acabo de decir, fue lo contrario. El régimen de la revolución tuvo siempre un espacio reservado para los jóvenes. Las personas jóvenes tenían canales de participación y vías de acceso al poder. Augusto Gómez Villanueva, Manuel Bartlett, o Porfirio Muñoz Ledo accedieron por esas vías al poder y ahí siguen. Pero también los movimientos del ciclo de la protesta interpelaban al estado y actuaban buscando conseguir su respuesta. El régimen de la transición a la democracia, que coincidió con el tránsito al neoliberalismo, sí que procuró la participación fuera del estado, pero también fuera de los sindicatos, partidos y las mediaciones institucionales.

-Úrsula Córdova: Si el sistema político posrevolucionario tenia espacios reservados para los jóvenes, para su participación y representatividad, ¿cómo se explican, guardando las proporciones históricas y temporales, la represión del 68 y la desaparición de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa? 

-Gibrán Ramírez Reyes: Cualquier régimen, el que sea, es una mezcla de coerción y consenso, de modo que las vías institucionales de representación y gestión del conflicto no garantizan nunca su falta. Además, no se trata del mismo régimen, del mismo sistema político. Quizá lo único que tienen en común 1968 y el crimen de Iguala es la Federación de Estudiantes Campesinos y Socialistas de México y la participación del ejército mexicano. El 2 de octubre de 1968 fue una anomalía histórica –aunque se volviera después mucho más frecuente, durante la guerra sucia— de un régimen que controlaba de otras formas la disidencia y la protesta. Para mí fue muy ilustrativo el testimonio de Saúl López de la Torre (2001), que fuera en su tiempo dirigente de la Normal Rural de Mactumactzá, en Chiapas. Allí refiere cómo, al organizar una red de protesta contra una reforma educativa, fue, primero, infiltrado en el grupo que estaba organizando; después, detenido en una instalación militar; posteriormente, exiliado de Chiapas, y sólo cayó preso y fue torturado hasta que incursionó en la opción armada que sigue reivindicando como legítima. La condición de ese tipo de autoritarismo es un estricto control vertical de la información y del aparato de gobierno, de todas sus capacidades institucionales. De hecho, por eso podemos atribuir a los más altos niveles del poder ejecutivo y al cuerpo de guardias presidenciales la masacre del 2 de octubre. El crimen de Iguala tiene condiciones muy diferentes, quizá en algunos casos opuestas. La competencia pluralista por el poder implica también la competencia económica (Ugalde y Casar, 2019) que propicia que los poderes económicos regionales establezcan arreglos con los actores de los diversos órdenes de gobierno y las fuerzas militares, legales e ilegales. Jacques Coste sugiere que una parte de la violencia del presente se debe precisamente a que, durante el cambio de régimen bautizado como transición a la democracia, no hubo una reforma de las instituciones militares. Así, mientras los mecanismos de intermediación entre el estado y los jóvenes del campo, como la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, fueron debilitados casi hasta extinguirlos, la política electoral, en lugar de potenciar la representatividad democrática, fortaleció la de los poderes económicos, de los cuales los más grandes cuentan con garantías militares de oficiales de un ejército menos controlado por el poder político y con antiguas relaciones con los actores de las economías ilegales.

-Úrsula Córdova: ¿Qué significa el movimiento estudiantil del 68 para la historia de la participación política juvenil, sigue teniendo un legado?

-Gibrán Ramírez Reyes: Tiene un legado indiscutible en la caracterización y construcción teórica de la democracia mexicana: caracterizó las opresiones de una generación a manos del mismo estado que les había procurado educación, desarrollo y expectativas.

A la luz del autoritarismo de dicho periodo, experimentado en carne propia, la generación post 1968 leyó toda la historia política de la post revolución como un largo y continuo autoritarismo violento. De los ideólogos del régimen de la transición, José Woldenberg nació en 1952, Enrique Krauze en 1947, Héctor Aguilar Camín en 1946, Jorge Castañeda en 1953, Roger Bartra en 1942, por mencionar a algunos. Considero ideólogos a quienes hicieron no solo planteamientos originales, que formaron el sentido común de la mayoría de los comentaristas, sino que además pensaron propuestas para la reforma del país que se llevaron a la práctica. Tenían entre 1 y 12 años cuando el ciclo de la protesta comenzó. Entre 4 y 16 cuando sucedió la represión a profesores y ferrocarrileros. Y, en 1968, cuando la matanza, tendrían entre 15 y 27. Tres años después, en el jueves de corpus, tenían entre 18 y 30 años ¿Cómo un joven de esos años, que además milita políticamente, no se convencería de que México es un país de un color, de un partido, de un hombre y de una institución (la presidencial)?

Esa lectura más bien simplona de la historia política del presente (que de alguna manera igualaba el mandato de Echeverría como secretario de gobernación y como presidente de la república al desempeño de todo el régimen de la revolución mexicana) trajo consigo, sin embargo, algunas consecuencias positivas, como la limitación de la actuación de los gobiernos ante los movimientos estudiantiles, la incorporación de estudiantes a los órganos de gobierno de universidades durante los años setenta y la apertura del gobierno a jóvenes activistas de izquierda provenientes de partidos legales, ilegales, tolerados y guerrillas. Es decir, a partir de entonces comenzaron a conquistarse mayores espacios de pluralidad política y libertad de expresión. Todo ese pensamiento subyació a la serie de reformas político-electorales que han dado en nombrarse transición a la democracia, que tuvieron como una de sus conquistas principales, por decirlo alegóricamente, casillas electorales fuera del control del gobierno y el partido mayoritario. Ese legado institucional, construido por la generación de ese movimiento, existe todavía objetivamente –aunque el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha avanzado mucho en su destrucción.

No está tan claro que lo mismo suceda con la memoria. 1968 y 1971 parecen años y agravios muy lejanos para los jóvenes mexicanos. Quizá la última generación que recreó esos agravios en experiencias, es decir, que uso la construcción simbólica de aquellos para entender estas, fue la de las movilizaciones del #YoSoy132 a Ayotzinapa. Los actuales embates contra el legado de pluralismo protegido del poder ejecutivo parecen dar cuenta de que no hay reflejos memorísticos de defensa. Hay legado, pero la memoria flaquea. 

-Úrsula Córdova: Me genera una suerte de inquietud académica la interpretación que le otorgas a la generación de los jóvenes que crearon una reinterpretación del sistema político mexicano como autoritario dado los acontecimientos políticos represivos de los que fueron testigos. Argumentas que parte de esa experiencia los lleva a construir una historia política que posteriormente tiene un legado. ¿De qué otra forma caracterizarías al sistema político mexicano posrevolucionario? ¿Existen otras formas de interpretarlo, de entenderlo más allá del autoritarismo?

-Gibrán Ramírez: Critico de la elaboración teórica de la “transición la democracia” lo poco que quiso o pudo saber de la política real y la falta de complejidad con que se contó la historia del régimen de la post revolución. No digo, de ninguna manera, que el régimen no haya tenido una serie de prácticas autoritarias ominosas (y alguna idea podemos tener leyendo documentos de memoria, como la de Gonzalo N. Santos), sino que no fue únicamente un régimen autoritario, y que se habla muy poco de la otra parte, la consensual, de las intermediaciones como las que hemos contado aquí. Lo que sostengo es que transitamos de un autoritarismo de partido hegemónico a un pluralismo autoritario, y que la narrativa de la transición a la democracia nubla más de lo que alumbra. En esta conversación hemos hablado principalmente de las juventudes y la política y, en efecto, el 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971 son días de luto para la participación política de las juventudes, del mismo modo que la Guerra Sucia es un agravio histórico cometido en contra de personas mayoritariamente jóvenes. Sin embargo, hay algo mal en nuestra interpretación cuando consideramos aquellos tiempos como de mayor represión a los jóvenes que los actuales. En efecto, el agente represor de este régimen no es necesariamente gubernamental (aunque en el crimen de Iguala esté ya acreditada la participación de oficiales del ejército), pero la restricción a la libertad y el ejercicio efectivo de los derechos de las personas jóvenes son mayores en el autoritarismo del presente que en el del pasado, aunque ahora las personas puedan tatuarse, teñirse el pelo o drogarse con más libertad aparente que en el pasado. Lo mismo puede decirse de casi cualquier aspecto de los que componen una democracia. ¿Había menos libertad de expresión en ese México, en el que le dio el golpe al Excélsior de Scherer, con un control férreo de la prensa o en el actual en que matan periodistas locales sistemáticamente, cada vez más, aunque ahora cualquiera pueda decir en sus redes sociales lo que le venga en gana?, después de la reforma política modernizadora de Ávila Camacho que ha relatado con tanto acierto Soledad Loaeza (2013) ¿había más o menos asesinatos en los procesos electorales que ahora?, los intereses y demandas de lo que solemos llamar el pueblo de México, ¿avanzaban mejor dentro de las instituciones con el sistema de intermediaciones construido por aquel régimen o lo hacen mejor ahora? Creo que todas son preguntas válidas y que responderlas nos puede dar una mejor idea del país que tenemos, las necesidades y las posibilidades reales de desarrollo.

-Úrsula Córdova: ¿Constitucionalmente los partidos políticos y el INE tienen la responsabilidad de fomentar la cultura cívica entre sus ciudadanos, cual es tu reflexión historica sobre su quehacer en relación a los jóvenes y a la cultura política institucional?

-Gibrán Ramírez: Tanto las estructuras partidistas cuanto las instituciones han creado un corral para los niños, no un espacio de participación para los jóvenes. Hablan de fiestas, diversidad sexual, métodos anticonceptivos, pero no de trabajo o acceso a la vivienda, de problemas de crédito relacionados con edad, de seguridad social, de brecha salarial o de falta de acceso a otros derechos básicos. El corral de la juventud sirve a manera de entrenamiento orientado a jugar a hacer política. En los concursos de debate no van jóvenes a confrontar sus ideas y creencias, sino a escenificar un debate con posturas previamente asignadas (es decir, se les educa en la certeza de que hacer política es simular), y lo que los órganos juveniles deciden suele tener ese carácter de juguete, provisional o de entrenamiento. El corral infantil-juvenil sirve usualmente a las cúpulas para mantener su dominio, y, salvo en algunos partidos políticos donde hubo una evidente circulación generacional de las elites (el PAN), el espacio de la juventud fue alargándose para que la gerontocracia no fuera desplazada.

-Úrsula Córdova: Haciendo una revisión rápida de las políticas de inclusión de los jóvenes de los partidos políticos, la mayoría de ellos a nivel nacional y local, tienen en su organigrama grupos para los jóvenes, la más antigua quizá sea Acción Juvenil de Acción Nacional. Sin embargo, en varios casos, no funcionan de manera institucionalizada o real, sólo se cumple la cuota o el membrete de manera simulada. La pregunta sería: ¿por qué hay un desinterés por parte de los partidos por considerar a los jóvenes?

-Gibrán Ramirez: No les parece que sea una condición para sobrevivir ni para mantener el poder, si bien con el movimiento #YoSoy132 hubo una presión para incorporar jóvenes en sus estructuras de poder (y en los medios de comunicación). Por otra parte, incorporar jóvenes siempre supone una forma de perder el control, sobre todo si no hay un involucramiento intergeneracional establecido en una labor de formación o educación política. Incorporar jóvenes a quienes las elites actuales no reconocen ni desde el magisterio ni desde el parentesco, supone un riesgo que casi ninguna cúpula está dispuesta a aceptar. Es una modalidad de la ley de hierro de las oligarquías en los partidos políticos.

-Úrsula Córdova: Tu eres parte de una nueva generación de militantes jóvenes. Al interior de Morena participaste para ser dirigente nacional, ¿cómo viste, sentiste o interpretaste tu condición de joven en la apreciación y el trato que recibiste, experimentaste la exclusión de la que hablabas con anterioridad?

-Gibrán Ramirez: Competí para ser dirigente de Morena en el año de 2020, con treinta años cumplidos, después de graduarme del doctorado y con una trayectoria en el obradorismo de a pie desde su surgimiento en 2004, con el caso del Paraje San Juan, y el recorrido desde el gobierno legítimo al movimiento en defensa del petróleo y de ahí a la formación de Morena como asociación civil y como partido. Mi militancia siempre fue vista con sospecha dentro y fuera de los círculos estudiantiles, desde que acompañaba a mi mamá a las reuniones vecinales de comités o ayudábamos a formar estructuras de representación del voto. Eso comenzó a cambiar radicalmente en el año 2012, cuando el #YoSoy132 estalló, primero, en la Universidad Iberoamericana en ocasión de la protesta tan espontánea contra Enrique Peña Nieto, como plena de enjundia y una decisión absolutamente inesperada. A partir de ese momento, Morena, nuestra asociación civil, pero también otros partidos y la sociedad en general, experimentó una aparente apertura a voces jóvenes, lo que derivó, por lo menos, en un cambio en los medios de comunicación.

«#Yosoy132 (36)» by MaloMalverde is licensed under CC BY-SA 2.0.

Esa doble apertura y mi militancia universitaria permitieron que me hiciera un lugar en los medios de comunicación y en debates donde debía representar a Morena. Cuando se trataba de esas actividades y otras como integrar a jóvenes universitarios en la militancia, el partido recurría a mí, entre otros, con cierta frecuencia. Sin embargo, eso no hizo que mi relevancia política fuera diferente a la de antes y seguí realizando labores de representación de casilla, cursos y pláticas a militantes jóvenes, apariciones testimoniales en candidaturas imposibles: las cosas normales de un joven metido en la política. Sin embargo, la militancia de espacios universitarios combinada con la importancia de los medios y algunos debates me hicieron obtener reconocimiento entre los dirigentes del partido y simpatizantes que seguían los medios.

Una vez que había logrado eso y la proyección que me dio un cargo internacional que ocupé, decidí presentar un proyecto sobre lo que a mí me parecía que hacía falta para que Morena se convirtiera en un partido verdaderamente democrático. Observaba disposición de ciertos dirigentes y militantes jóvenes y se dio la coyuntura de que la elección se realizaría por encuesta y la realizaría el INE, de modo que calculé que mis contactos en los medios y mi aparición en diversos programas nacionales me ayudarían a hacer un papel serio. Quería mostrar que la democracia implica la posibilidad de saltarse la fila de las antigüedades y los parentescos, y de que las personas jóvenes seamos también, después de los 18 años, tratados como adultos de pleno derecho, que podemos plantarnos en la arena pública y hablar de tú a tú. Además, genuinamente, me preocupaba el rumbo del movimiento político.

Se trató sin duda de algo muy disruptivo en una narrativa mediática que estaba ya prefabricada y consolidada. Eso me permitió ganar buena parte de la conversación en redes sociales e internet, pero me hizo ser prácticamente inasimilable para las burocracias partidistas tradicionales. Como reflexionábamos en una pregunta anterior, en los partidos suelen encumbrarse jóvenes que tienen ya vínculos familiares o de interés con grupos políticos, y son valorados en función de la obediencia, no de la libertad u otras virtudes. Los secretarios jóvenes del gabinete se caracterizan por su abolengo y su obediencia. Nunca han retado a nadie ni criticado a nadie de los que ostenta el poder en Morena. Luisa Alcalde –la secretaria del trabajo— es, por ejemplo, hija de la dirigente Bertha Luján y el importante laboralista Arturo Alcalde. El secretario de desarrollo agrario, territorial y urbano es Román Meyer Falcón, hijo de los encumbrados académicos Lorenzo Meyer y Romana Falcón. Zoé Robledo es hijo del ex gobernador de Chiapas, Eduardo Robledo, o el recientemente nombrado subsecretario Alejandro Encinas Nájera, hijo de Alejandro Encinas Rodríguez.

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Hay otro sector importante de jóvenes –y no sólo jóvenes— que son a los que se convence de que la labor primordial es la de repartir volantes, pegar calcas y tocar puertas. Diríamos que, para ese sector (lo llamaremos la militancia abnegada), la labor de propaganda o prédica es la que constituye el mérito y entonces te dicen que lo que importa es cuántas puertas hayas tocado o cuántos periódicos Regeneración hayas repartido.

El que es ajeno a esa dos hipótesis, es decir, ni pertenece a los círculos sociales de la cúpula, no se disciplina ante ellos o no tiene un larguísimo historial como militante de tiempo completo, es inmediatamente desconocido por quienes se favorecen de una jerarquía que se da entre otras cosas por la edad. De tal manera, la posición de joven es desventajosa, porque la posibilidad de una larga militancia abnegada es sólo eso, una posibilidad. Y si la confianza –que me gusta definir a la manera de Tilly, como una relación en que dos o más personas ponen en riesgo algo juntos— no se tiene por otros medios o estructuras sociales como la estructura de parentesco, la persona joven se convierte de inmediato en un objeto de sospecha y de ataque. 

Tener un origen desconcertante por esa juventud, llevó a que algunos de los intelectuales y dirigentes tradicionales del partido, como Bertha Lujan o Pedro Salmerón, a desconocer mi militancia e, incluso, a inventarme vinculaciones políticas con el salinismo, porque mi padre se dedicó a la investigación educativa en la SEP durante diversos gobiernos, entre los que estuvo, sí, el de Salinas, pero también el de Fox o el de AMLO (debo decir que mi padre sigue dedicándose a lo mismo). Incluso Porfirio Muñoz Ledo, el candidato que más me atacó en los medios de comunicación, sospechaba genuinamente de mí, llamaba a secretarios de estado para saber quién estaba detrás de mí, y se hacía las hipótesis más deschavetadas –algo por lo que ya me ofreció una disculpa. Y fueron esas las mismas razones que permitieron que pudieran excluirme sin ningún tipo de consecuencia, borrar mi presencia de la contienda de un plumazo, aunque varios medios de comunicación hubieran registrado, con estudios serios, que ocupé el tercer lugar en relevancia mediática, prácticamente empatado con el segundo lugar (Pérez Escamilla, 2020); el tercer lugar de preferencia entre militantes y simpatizantes del partido por encima de Yeidckol Polevnsky, ex secretaria general del partido, y el segundo en balance de opinión positiva entre la población general sumando +6, sólo detrás de Mario Delgado (Moreno, 2020). Tomo los números de Alejandro Moreno, a quien no conozco personalmente, por ser un encuestador prestigiado que ha formado parte de esfuerzos demoscópicos reconocidos mundialmente como la Encuesta Mundial de Valores, un referente ineludible para los estudiosos de la cultura política en todo el mundo que fue iniciada por Ronald Inglehart.

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  • Imagen tomada del periódico El Universal, página A9, Viernes 25 de septiembre de 2020

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-Úrsula Córdova: En respuestas anteriores mencionas o visualizas con cierto desaliento o pesimismo el horizonte que invariablemente viene, la precarización material que provoca incertidumbre y quizá una especie de decepción latente sobre la realidad del presente pero más claramente sobre el futuro, porque la falta de certeza del presente nos lleva a la evasión, a la enajenación, a la cosificación o a convertirnos en objetos de un sistema aniquilador de los sueños, ¿Es así?, ¿realmente no hay más que hacer por este futuro?, no podemos… los jóvenes, ¿no pueden hacer algo con la libertad que les queda? A tu juicio, ¿Cuál sería el camino político para que los jóvenes puedan recobrar el sentido de esperanza en poseer una calidad de vida justa y democrática y no sólo como un sueño, si no como una posibilidad real?

-Gibrán Ramírez: Me remito siempre al consejo gramsciano: mantener el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. Lo primero que tenemos que establecer es el estado actual de las cosas en el país y las proyecciones tendenciales para saber cuál es el país que tenemos y las posibilidades y obstáculos para su desarrollo. Las ciencias sociales en el país deberían abocarse mucho más ordenadamente a esa tarea. Una vez que tengamos claro ese futuro que nos espera de mantenerse todas las tendencias tal y como van, tenemos que comunicarlo de manera clara y didáctica sin consumirnos en las pasiones políticas del día a día. La acción política en las juventudes, sin embargo, no surgirá espontáneamente, sino que habrá que estimularla desde la experiencia en los ámbitos de interés de los sujetos. Un poco más arriba recordé que en los concursos juveniles de debate se acude a simular: sobre temas asignados previamente por las convocatorias se sortean posiciones para defender más o menos demagógicamente, lo que no importa, porque al final el debate no tiene ninguna consecuencia real. Debe de procederse exactamente al revés. Las niñas y niños deben tener palabra sobre aquello que les afecta o les importa. Su voz ha sido la gran faltante en esta época triste. No se les consultó para cerrar las escuelas, y tampoco para volver a abrirlas, pues en el orden de prioridades estuvieron antes los empresarios de diversos ramos. Impulsar la participación de las infancias (y no representar su voz mediante las madres y padres de familia) es clave para el futuro y el espacio institucional en el que eso debería empezar es la escuela pública, donde las niñas y niños deberían tener formas institucionales de deliberar y comunicar sus preocupaciones y opiniones. Asimismo, hay que explorar en los dolores compartidos los problemas de la época para así convertirlos en demandas políticas. Estimo que nuestro papel como docentes universitarios, Doctora Córdova, quizá debe consistir más en escuchar y conducir las conversaciones de manera informada que en dictar cátedra o impartir seminarios como nosotros los cursamos, como si no nos estuviera pasando por encima una crisis mundial configurada en México de manera particularmente violenta –o quizá habrá que hacer ambas cosas—, pero es una reflexión a la que quiero invitar a los colegas.

***

Finalmente  a manera de cierre, se le preguntó a los estudiantes de licenciatura sobre su participación política institucional y no convencional, encontramos silencios, algunos con tintes de apatía, desinterés, otros con dudas por participar, de cualquier forma habia distancia. El famoso alejamiento que nuestros colegas investigadores describían cuando adjetivaban a los jóvenes y su participación en la política. 

La invitación- reflexión que realiza el Dr. Ramírez a escuchar a los niños y a los jóvenes, es esencial, y se vuelve más apremiante en espacios que durante mucho tiempo han sido olvidados, en dónde el desinteres, y los silencios del Estado de manera crónica, han ido minando la confianza, el bienestar y la justicia social para estos niños, los que fuimos, los que son, los que serán los jóvenes en tiempos constantes. Se vuelve un reto, en un mundo en convulsión por la violencia, la desigualdad y la explotación, el dejar de imponer las  necesidades o proyecciones de vida adulta de un sistema creado. Eso no es más que una forma maniquea de control social excluyente. 

Se mencionó con anterioridad que los partidos políticos no incluyen realmente a los jóvenes porque no es conveniente. Ser comprensivos e intentar interpretar la cosmovisión de las distintas representaciones que poseen los jóvenes y los niños sobre la realidad es un reto necesario, aunque desafortunadamente en los distintos órdenes de la vida adulta no hay interés, voluntad o conocimiento. Entenderlos y guiarlos con paradigmas democráticos y justos es nuestro desafío. Nosotros como docentes, como investigadores de Ciencias Sociales tenemos el compromiso de difundir el conocimiento que generamos, que aprendemos, y dar el paso de construir el conocimiento con el otro. 

Hay que reflexionar sobre las diversas dimensiones de las necesidades de los jóvenes en su proceso de búsqueda existencial no solo la que se piensa a partir de de la satisfacción material de la vida, la que nos permite la vida digna, alimentación, salud, vivienda, trabajo,  también incluir la protección y motivación de las las necesidades de orden simbólico, desde  las más idealizantes desde su abstracción hasta su concreción como la libertad, en todos los sentidos, la democracia en todas sus dimensiones y otras de caracter existencial, las corporales,  las de creación intelectual, las emocionales afectivas. Cómo crear, motivar ó generar lazos de amor genuino entre la sociedad, entre lo individual y lo colectivo. Los jóvenes en su ejercicio de búsqueda, experimentación y en la persecución de la felicidad manifiestan diversas formas o maneras de representar dichas necesidades. Cabría preguntarnos cómo ha respondido el Estado en el tiempo y la política frente a ello. 

Por otro lado las ciencias sociales también conviene que se planteen el objetivo alto que tanto  hombres como mujeres alcancen la felicidad y  el bienestar social. Para ello quizá sea necesaria la invitación de la unificación interdisciplinaria que logre escuchar y guiar a los jóvenes por medio de preguntas, por medio de sus maestros, de los investigadores
para transformar el paradigma educativo. 

Si el futuro material es incierto, si el horizonte de las expectativas de futuro es desconocido, si la duda aleja la certeza y la confianza del porvenir es lejana no queda más que trabajar más arduamente en el legado simbólico a nuestros hijos, a los jóvenes, con todo lo que ello implica. No hay legado más prodigioso que la creación simbólica de las ideas y las emociones desde las que tocan el intelecto, las que cimbran el alma, hasta las que erizan la piel y el cuerpo y que buscan alcanzar la justicia en todas las dimensiones del ser.

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Este texto fue retomado por EL COTIDIANO. Año 38, número 239, mayo-junio de 2023 con permiso de los autores».

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