"Hay un tribunal de vivos que, luchando contra olvidos providenciales y oportunos retrasos, trata de administrar justicia y otro tribunal de muertos que espera que se la hagan".
Roberto Saviano, Los valientes están solos.
Ante la muerte no hay justicia que valga. Imposible resarcir el daño. ¿Cuál es el castigo que debe recibir aquel que administra la muerte? ¿Y qué pasa cuando aquellos que deberían encargarse de castigar la muerte son, a su vez, asesinados?
Roberto Saviano, autor de Los valientes están solos, nos da claves para entender el fenómeno criminal a través de la literatura periodística. El relato novelado tal vez cuente con ventajas frente al puramente periodístico. La literatura tiene una capacidad lírica, romántica y memorable. Imposible competir.
La radiografía de la realidad criminal italiana es narrada a través de la figura magnética del juez Giovanni Falcone. Figura heroica para la generación que vivió y creció en los ochenta y noventa: un hombre frente al fenómeno de la mafia, mismo que era difuso a propósito.

Falcone se enfrenta a la incomprensión. Pareciera que solo él alcanza a dimensionar la realidad del problema mafioso. No son pequeñas células criminales, dice Falcone, sino un entramado que se esparce y envenena todas las realidades de la vida italiana: la política, la social, la cultural, la económica.
El Estado no ha escapado a esta red criminal; al contrario, ha sido su acompañante. No se puede diferenciar lo sano de lo podrido: “Se diría que este Estado está enfermo, que algunas de sus células se revuelven contra él, que su sistema inmunitario es un aparato residual, que el mismo organismo aparta, abandona, debilita, que va deteriorándose poco a poco, mutación tras mutación, hasta que resulta difícil distinguir la parte sana de la podrida”.
Falcone puso a Italia frente a un espejo: lo que creemos que somos no existe, nuestra realidad es más oscura y triste de la que imaginamos. A diferencia de la creencia, extendida en el país por esas fechas, de que la mafia era un problema meramente siciliano (y casi exclusivamente palermitano), Falcone muestra la red de conexiones económicas y políticas al más alto nivel: “Quien piense que puede combatir a la mafia en el terruño palermitano y sin hacerlo en el resto de Italia, se equivoca”, dice el general Dalla Chiesa, quien a la postre sería asesinado por órdenes de Cosa Nostra.
Y es que el entramado mafioso logra llegar allí donde el Estado no puede; los hombres del subsuelo, que llegan a las más altas cúpulas mafiosas, entienden lo que significa la ausencia de Estado pues la han vivido en carne propia. La protección al empresario es un buen ejemplo. “He entendido una cosa, muy simple pero acaso decisiva: gran parte de la protección, de los privilegios que ofrece la mafia, que desde luego pagan los ciudadanos, no son más que derechos elementales de esos ciudadanos. Garanticémoselos, quitémosle este poder a la mafia, hagamos que los que dependan de ella sean nuestros aliados”, dice el mismo general Dalla Chiesa.

El problema era convencer a los italianos que la mafia era a thing. Probar su existencia, ya de por sí difusa y en el subsuelo, era complicado. “Si no se lían a tiros, esta gente cree que la mafia no existe”. Dejar atrás el mito de los pequeños grupos delincuenciales y poner en el imaginario colectivo a Cosa Nostra fue uno de los resultados del llamado Maxiproceso en Italia. Era una carrera contrarreloj, en el parecer de Falcone. Su mayor desesperación seguramente fue que, a excepción de algunos cuantos colegas cercanos, la gente no creía —o no quería creer— que su país era controlado por delincuentes. “El verdadero drama es que, mientras el humo se eleva de estas ruinas […] aún hay quien cree que en esta Babilonia se puede vivir bien, puede buscarse un rinconcito tranquilo, un refugio al que las llamas nunca lleguen y, si algún día llegan, no pasa nada, bastará con mirar para otra parte”.
Los estereotipos del mafioso también iban en contra de la posibilidad de dimensionar el problema. En el pensamiento colectivo el delincuente era el rudo hombre sureño y armado; la relación entre ese grupo y los empresarios y líderes políticos se encontraba fuera de su imaginación: “Para ellos, la mafia son los que disparan con pistolas”. De ahí, por ejemplo, la creencia del milanés común de la mafia como un problema meramente siciliano. Falcone tenía claro, por otra parte, que la vida económica milanesa no casaba con la realidad del país: “Las bandas mafiosas se dedican hace tiempo al tráfico de heroína y cocaína en Milán, pero necesitan lavar el dinero en negocios legales, por lo que se sirven de empresarios milaneses muy activos en el sector de la construcción que, a su vez, usan los contactos que tienen en las altas esferas de la política local. Es un modelo de éxito que puede repetirse donde se quiera”.
Antonino Caponnetto, magistrado que quedó al frente del Maxiproceso después del asesinato de Rocco Chinnici, lo dice claramente: “No están preparados, Giovanni, no están culturalmente preparados para enfrentarse al fenómeno mafioso”. ¿Dónde caben personajes como Michele Greco, el capo mafioso que, decía, era un simple agricultor? El pensamiento colectivo no podía casar esa imagen con la de una estructura compleja como la que Falcone quería descubrir frente al público italiano. Giovanni pagó la incomprensión con la vida, pues fue asesinado en mayo de 1992.
¿Hemos nosotros dimensionado el problema? ¿Hemos atado los cabos que unen la vida criminal con la vida económica, social y política del país? Se menciona al Maxiproceso como una posible vía para acabar con el crimen organizado en distintos países. Así como el modelo criminal mafioso podía ser exportado, creían algunos, también las estrategias para acabar con él podrían ser imitadas. La realidad es mucho más compleja, pues nuestro sistema judicial no podría soportar una tarea como la del Maxi. Menos hoy, que está en el aire el futuro del poder judicial a propósito de las próximas elecciones de jueces y magistrados.
Tal vez el propio proceso judicial italiano contra la mafia esté, incluso, idealizado como consecuencia de la romántica figura de Giovanni Falcone. El libro de Saviano nos demuestra que, en gran medida, el Maxi fue posible a pesar del poder judicial italiano, mismo que se encontraba cooptado, o bien se sentía incapaz de combatir a la mafia. Los valientes están solos, dice Saviano. La tarea mastodóntica de Falcone solo fue posible porque fue valiente, aun sabiendo que estaba solo. Su muerte lo convirtió en un mártir en la lucha contra la mafia, y ayudó a colocar en el imaginario colectivo la idea del crimen organizado como un fenómeno simbionte del Estado.
Así, en parte cumplió su cometido: “El despacho de Giovanni Falcone está en orden. Lo ha dejado todo atado”.

Ricardo Arredondo Yucupicio. Los Mochis, Sinaloa (1997). Historiador. Ha publicado en la revista nexos. Colaborador de la Revista de la Universidad Autónoma de Sinaloa y de Revista Presente. Recientemente defendió su tesis de grado sobre José C. Valadés y el concepto de Revolución en México.