En uno de sus más recientes libros, Enzo Traverso hace un viaje intelectual a través del concepto de Revolución1. Su objetivo: rehabilitar como categoría para el análisis histórico y político a un concepto deslavado desde fines del siglo pasado. El fin de la Unión Soviética, dice Traverso en otro de sus libros, significó una derrota que arrastró consigo toda una narrativa, una carga de experiencia y un horizonte de expectativas, símbolos, figuras, y también palabras.2
Y es que cuando una palabra que sirve para todo se convierte en una pretendida categoría, se vuelve totalmente inútil. La banalización de conceptos, otrora bien delimitados semánticamente, hace que pierdan su capacidad explicativa tanto del presente como del pasado. Esto, además, puede llevar a los reiterados anacronismos acerca de los cuales la historiografía profesional, con sobrada razón, nos previene. En esta banalización juega un papel importante la clase política al hacer un uso indiscriminado de conceptos para hablar de cosas para las que no fueron concebidos, pero que, evidentemente, tienen una utilidad práctica.
Ahora bien, no podemos renegar de la transformación del sentido de las palabras. Es parte natural de toda lengua su transformación ante nuevas realidades. Querer colocar ataduras semánticas que van en contra de la naturaleza cambiante del lenguaje es una tarea inútil. Las lenguas son entes vivos, se transforman, viven su propia historia. Hay, como dicen los lingüistas, una pragmática de la lengua que explica el carácter polisémico y cambiante de las palabras en su uso ordinario. Algo que la Escuela de Cambridge, además, ha dejado meridianamente claro.
Esto último no significa, sin embargo, que el uso banal de ciertos conceptos y categorías en el lenguaje de la política no dañen el cabal entendimiento de algunos fenómenos de lo político. Es el caso del concepto de populismo, del que Gibrán Ramírez Reyes se ocupa en su más reciente libro, publicado por la editorial de la Universidad Autónoma de Sinaloa.3
El libro de Gibrán Ramírez abre dos frentes, a saber: a) una historia del concepto de populismo, inserta en la tradición alemana de la Begriffgeschichte (historia conceptual), pero sobre todo en la historia conceptual de lo político impulsada en Francia por Pierre Rosanvallon; y, b) una propuesta para la rehabilitación de populismo como categoría de análisis político, realizando una delimitación semántica concisa y clara.
La primera parte encuentra su justificación en la historicidad del concepto. El análisis diacrónico del mismo muestra su devenir desde la Antigua Roma —citando el caso de los hermanos Graco—, pero especialmente su explosión en Rusia y Estados Unidos a partir del siglo XIX, y la profunda vinculación que tuvo con los conceptos de representación y democracia —este último, otro concepto que es merecedor de análisis profundo en el contexto actual del país—.
Si bien populismo se convirtió en un concepto despectivo a partir del siglo XX, este ha tenido una andadura semántica accidentada y hasta convulsa. El tiempo, sin embargo, lo ha difuminado, especialmente cuando, a partir de la entrada en escena del neoliberalismo, populismo se convirtió en un adjetivo negativo, sobre todo por su vinculación con gobiernos de la izquierda latinoamericana. Esta es una de las razones principales de su pérdida de valor analítico, como bien anota Gibrán Ramírez: “Siendo arma arrojadiza, pierde casi todo potencial analítico”. Su simplificada utilización le ha vuelto inútil. La caracterización de populista a todo lo que se aleje de las premisas del libre mercado y la democracia liberal ha ahondado en esa banalización del concepto.
De ahí la importancia de la segunda parte del libro y, a mi parecer, la más importante. Gibrán Ramírez ofrece las herramientas históricas, semánticas y epistemológicas que permiten la rehabilitación de populismo como categoría analítica. Así, el autor coloca al populismo como una forma de subjetivación política con los siguientes rasgos: “a) fundada en un reclamo a la democracia realmente existente, misma que, b) enarbolada en términos morales por uno o más líderes con quienes las bases tienen interacción directa o cuasi directa, c) se caracteriza por la afirmación de la representación de una mayoría popular d) agraviada en su dignidad por una élite a la que se contrapone y que obstaculiza la realización de la voluntad general; una mayoría popular que, además, está e) dispuesta a trascender los límites que la institucionalidad vigente ha establecido para dirimir los conflictos”.
Esta propuesta aleja al concepto de su etiquetación como una ideología; los populismos pueden ser de derecha o de izquierda —incluso, como se menciona en el libro, pueden ubicarse en el centro ideológico—. Su uso como “arma arrojadiza”, empero, lo convirtió en una característica vinculada a la izquierda latinoamericana. Ya algunos casos recientes en Europa y, especialmente, en los Estados Unidos, han desacreditado esta idea auspiciada, sobre todo, por la vinculación entre medidas económicas estatistas y el concepto de populismo.
Habilitar al concepto para la discusión pública, así como para el análisis político, histórico y sociológico, como lo intenta hacer Traverso con el concepto de Revolución, abonaría al ordenamiento del terreno revuelto por años de discursos políticos burdos, ahistóricos, anacrónicos y polarizadores (y aquí valdría incorporar al análisis la óptica de la corriente conocida como políticas del pasado). ¿Qué significan hoy conceptos como liberal, conservador, neoliberal, justicia, democracia? ¿No han perdido también estos sus fronteras semánticas debido a su uso excesivo para referirse a realidades tan disímiles —e incluso contradictorias—? La historiografía tiene su tarea, desde las trincheras de la historia intelectual, la historia conceptual y la historia de las ideas, para incidir en el discurso público poniendo sobre la mesa las cartas con las cuales se está jugando.
No se trata, desde luego, de un problema exclusivamente mexicano. ¿Dónde están las fronteras semánticas de conceptos como fascismo, nación o genocidio, por mencionar algunos? La búsqueda de esta estabilización semántica a la que apela Gibrán se da en un contexto ad hoc, donde el trumpismo vuelve a la Casa Blanca, donde la derecha francesa vuelve por sus fueros, y con América Latina frente a fanáticos de todos los espectros políticos. Y cada uno de ellos tendrá que ser revisado en sus semejanzas, pero también en su irreductible singularidad.
De ahí que el esfuerzo emprendido por Gibrán Ramírez deba sumarse a una tarea que, partiendo de la historiografía, se proponga incidir en la realidad. Al final de cuentas, siguiendo a Reinhart Koselleck, padre de la historia conceptual alemana, los conceptos son reflejo, pero a la vez agentes de la realidad política y social. Son determinados, pero a la vez son determinantes. Como lo estableció el viejo Giddens: son estructurados y, al mismo tiempo, estructurantes de la realidad. De ahí que su significado sea rebatido por distintos grupos, que buscan asirse a ciertos conceptos, así como etiquetar al contrario de otros.
El autor también coloca los primeros cimientos para la construcción de la red conceptual en la cual se inscribe el concepto populismo. Para esto hay que entender que los conceptos no se encuentran aislados, sino que se relacionan con otros conceptos que se otorgan sentido mutuamente. Así, como lo menciona el autor, no podemos entender el concepto de populismo si no dimensionamos la distancia fluctuante que ha tenido con conceptos como democracia, representación y, valga mencionarlo en honor a la obviedad etimológica, pueblo.
Moviéndose entre la teoría política y la historia conceptual, el nuevo libro de Gibrán Ramírez es un aporte valioso por necesario para el presente político de México. El autor no ofrece respuesta a si el gobierno anterior o el actual es populista, sino que busca establecer las condiciones lingüísticas para poder responder a esa pregunta a través de análisis posteriores. Es decir, Gibrán nos ofrece una herramienta para que hagamos uso de ella y avancemos, en los términos de Jürgen Habermas, en la aproximación a una situación ideal de habla, tan ajena en estos días a nuestra discusión pública.
Ahora, toca a la opinión pública —otro concepto problemático— recoger la pelota. En la medida en que establezcamos criterios mínimos para el debate, dignificaremos la discusión pública. ¿Es suficiente para dignificar la política? No, pero es un comienzo. Aunque a las palabras se las lleva el viento, tratemos de retenerlas como cometas.
- Enzo Traverso, Revolución. Una historia intelectual, Madrid, Ediciones Akal, 2022. ↩︎
- Enzo Traverso, Melancolía de izquierda: marxismo, historia y memoria, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2022. ↩︎
- Gibrán Ramírez Reyes, Vida y muerte del populismo. Teoría e historia conceptual (1890-2016), Ciudad de México, El Regreso del Bisonte/Universidad Autónoma de Sinaloa, 2024., ↩︎