- Reseña: Mauricio Magdaleno, Cuentos de la Revolución Mexicana, México, Universidad Autónoma de Querétaro, 2017, pp. 148.
La Revolución Mexicana no sólo dejó cambios políticos, sociales, económicos y culturales, también legó en la literatura una corriente como la novela de la Revolución, en donde se tienen nombres tan importantes como: Mariano Azuela —Los de abajo (1916)—, Martín Luis Guzmán —La sombra del caudillo (1929)—, Nellie Campobello —Cartucho (1931)— o Rafael F. Muñoz —Vámonos con Pancho Villa (1931)—, por nombrar a algunos. En dicha corriente, la Revolución Mexicana es el tema central y los protagonistas son el caudillo, los movimientos revolucionarios o el pueblo.
Dentro de tan destacados nombres se encuentra el de Mauricio Magdaleno, quien también es conocido como guionista y por haber formado mancuerna con el director Emilio “El Indio” Fernández y el camarógrafo Gabriel Figueroa en películas de gran trascendencia como Salón México (1948) y Pueblerina (1948). En Cuentos de la Revolución Mexicana (2017) —cuyo estudio preliminar y selección de los cuentos estuvo a cargo de Conrad J. Arranz—, se muestra la destreza del escritor zacatecano a la hora de narrarnos diferentes episodios ocurridos durante la Revolución, no precisamente en los campos de batalla, sino en el pueblo, dentro de la “bola”.
En el primer cuento de la selección, “Teponaxtle” —que es un instrumento musical prehispánico—, el narrador protagonista forma parte del ejercito zapatista y es contundente cuando interpela a un licenciado jacobino que hablaba mal de los revolucionarios; el zapatista menciona los ideales de los que siguen a Zapata: “—Mire, amigo; déjese de cuentos. Aquí andamos peleando lo nuestro y nada más, y ninguno somos protestantes ni masones. Estamos contra el clero porque ése nos la debe, como los ricos; pero no contra la fe de los mexicanos.” (p.39.) Cuando un indio hizo sonar en el río su teponaxtle, van sucediendo acontecimientos importantes para el protagonista y sus amigos. Primeramente, es el clima, que va pasando de la negrura de una tormenta que se acerca, el graznido de las aves que se sentían amenazadas y los primeros relámpagos que avecinaban una tormenta. Después de un mal augurio llegaron los sonidos de la lluvia y los truenos en conjunto con balazos: habían caído en una emboscada. El instrumento musical sirve en este relato como la voz de mando de la batalla, aun a sabiendas de que el pueblo y los indígenas estuvieran del lado del ejercito Libertador del Sur; el origen prehispánico del instrumento remite a la lucha cruenta que se daba en aquel entonces.
El segundo cuento —probablemente el más conocido de Magdaleno— es “El compadre Mendoza”, cuya aparición llegó a la pantalla grande por parte del director Fernando de Fuentes en 1934 —es la segunda película de la llamada “Trilogía de la Revolución” junto con El prisionero trece (1933) y ¡Vámonos con Pancho Villa! (1936)—; Rosalío Mendoza es un terrateniente que tiene amistad con los zapatistas y con el gobierno federal; se encuentra de un lado o del otro de acuerdo con sus intereses. Después de que el general zapatista Felipe Nieto le haya salvado su vida, Rosalío y el general se hacen compadres; tienen una gran amistad hasta que Rosalío le ofrece una comida en su casa para conversar con el coronel Belnáldez —que forma parte de los carrancistas— para crear una alianza en favor de la patria. Finalmente, Belnáldez asesina a Nieto y Mendoza huye para salvar a su familia sabiendo que traicionó a su compadre. El poder y la codicia son unos de los tópicos más imperantes dentro de la narrativa de la Revolución, pero Magdaleno le suma una crítica a la sociedad terrateniente que no dejó del todo su poder durante la Revolución y apuntaba a uno u otro bando según quién tuviera el poder.
Los indígenas también son parte fundamental de los cuentos, como muestra se encuentra “El baile de los pintos”, en el que los habitantes —indígenas y campesinos mestizos— de una ranchería buscan venganza después de que sufrieran un saqueo:
Conocieron el terror de los sitios por hambre, cuando la población victimada a los odios feroces de la guerra, se echaba al monte a arrancar papayas y quelites, a riesgo de ser asesinada; y los días de saqueo en que caían las hordas quemando y rodando sobre las mujeres que encontraban, y luego las ejecuciones en masa de los del Gobierno, a la orilla de los ranchos o en plena plaza de armas, y las largas filas de mezquites y parotas doblándose al peso de los ahorcados. (p.92)
En “Leña verde” la Muerte es la protagonista, pues el protagonista, de nombre Maclovio, ha perdido a dos hijos y a un nieto durante la Revolución. El único que le sobrevive es un nieto de nombre Faustino, un niño curioso que le va haciendo preguntas difíciles al abuelo que no sabe responder: “¿Por qué los indios cargamos siempre la leña y los otros cristianos no?” (p.109) Después de ser azotado por las tropas zapatistas y los federales, sin que el pobre Maclovio estuviese del lado de algún bando, Faustino fallece de frío, lo único por lo que aún tenía sentido su vida. La Revolución se lo llevó todo, aunque estuvieran “seguros de que con no meterse en líos estaba todo arreglado” (p.108).
El último cuento de la selección es “Palo ensebado”, narrado por una voz omnisciente, pero en el que abundan las expresiones populares: “—Quesque dice que tiene que venir a reclamarle lo suyo a su güena mercé, amo don Teófilo…” (p.125) Además, resalta un toque religioso, pues la historia de Asunción Moreno, un hombre alzado contra su patrón, tiene su clímax durante la fiesta de Nuestra Señora del Refugio. Este toque es importante, ya que se demuestra en la fiesta —copada por todo el pueblo, incluidos los otros trabajadores— el poder que aún ejerce don Teófilo, aunque la Revolución siga su curso, puesto que uno de los ideales de la Revolución era terminar con el caciquismo.
Con excelsa maestría, Mauricio Magdaleno consigue describirnos un episodio histórico lleno de controversias, traiciones, alianzas y poder, que nos siguen permeando hasta ahora. Sin embargo, como se ha mencionado, no se limitó al campo de batalla, porque le importaba narrar los sucesos del día a día de la mayoría de los habitantes, del pueblo. El indígena, el anciano, el padre de familia, el general, los niños y otros personajes ejercen su visión a través de la escritura de Magdaleno, quien muestra algunos sucesos de la Revolución y, posteriormente, de la Guerra Cristera casi como transcripciones de los hechos ocurridos: la acción transcurre sin aspavientos, pero con un curso directo a un final trágico, un suceso trágico que estuvo lleno de vicios, contradicciones, alianzas y traiciones, muerte, miseria y crueldad.
Aunque hoy en día seguimos preguntándonos si hubo un ganador entre las partes involucradas, parece que la que obtuvo un triunfo definitivo fue la literatura, la literatura de la Revolución Mexicana.
Semblanza
Omar Campa Velázquez (Ciudad de México, México, 1989). Es licenciado en Filosofía por la uam-i y en Lengua y Literaturas Hispánicas por la unam. Algunas de sus obras se han publicado en revistas y periódicos. Actualmente cursa la maestría de Letras Mexicanas en la unam, especializándose en literatura mexicana del siglo xxi, las enfermedades físicas y trastornos mentales dentro de la narrativa latinoamericana y la convergencia entre cine, filosofía y literatura.