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El fin de la legitimidad democrática 

Por Emmanuel Rosas Chávez

  • Reseña de Gibrán Ramírez Reyes, Vida y muerte del populismo. Teoría e historia conceptual (1890-2016), El Regreso del Bisonte/Universidad Autónoma de Sinaloa, Ciudad de México, 2024.

Cuando se habla de populismo se insiste demasiado, quizá hasta la saciedad, en su falta de claridad conceptual. La insistencia no hace menos atinado el señalamiento. Es cierto que el populismo es un término político escurridizo, de fronteras difusas y que se resiste a las definiciones. La falta de acuerdo conceptual en torno a él sería irrelevante si no se tratara de un fenómeno político que ha colmado la conversación pública en los últimos años, sobre todo a raíz de la victoria de Donald Trump en Estados Unidos y el triunfo del Brexit en Reino Unido. Tampoco sería importante el esclarecimiento conceptual si no se corriera el riesgo de reducir al populismo a una simple etiqueta para demeritar adversarios políticos. Sin embargo, tanto las discusiones conceptuales como el uso descalificativo del populismo pierden de vista un aspecto: el populismo es un hecho histórico y, por ende, está atado a condiciones sociales y políticas que es necesario verificar en la realidad. 

La principal virtud de Vida y muerte del populismo, del politólogo Gibrán Ramírez Reyes, es reconocer que el populismo es una forma histórica de la política, de tal suerte que es posible rastrear su nacimiento y divisar su muerte. En específico, el autor sostiene que el populismo es un fenómeno político colateral al periodo histórico en que el gobierno representativo basó su legitimidad en la democracia, es decir, en la idea de la soberanía popular. Para desarrollar ese argumento el libro se divide en dos grandes apartados y en un epílogo: en el primero traza la aparición histórica del término, así como su recorrido en las ciencias sociales; en el segundo perfila una definición del populismo que no sólo considere sus rasgos esenciales, sino la forma en que hay que entenderlo —ideología, lógica política o proceso de subjetivación política—. En las líneas que siguen presento las ideas centrales no sólo ajustándome a la división del libro, sino a su argumento: el populismo es una forma histórica de la política. 

De entrada, el autor elabora una historia conceptual del populismo a partir del análisis de lo que denomina sus seis movimientos. De manera muy esquemática, los primeros tres movimientos tienen que ver con el surgimiento y establecimiento del vocablo populismo en las ciencias sociales. El primer movimiento se refiere a la aparición del término para describir el populismo ruso y el estadounidense de finales del siglo XIX, dos fenómenos históricos distintos que, no obstante, coincidieron en su discurso democrático y reivindicación de la gente común. El segundo movimiento alude a la entrada del populismo a las ciencias sociales entre las décadas de 1930 y 1960 representado por autores como David J. Saposs, Edward Shils y Seymour Martin Lipset. Saposs observó en el populismo una especie de alternativa democrática frente al socialismo y el fascismo, mientras que los dos últimos ya oponen claramente al populismo con la democracia liberal. En el tercer momento autores como Gino Germani y Torcuato di Tella concibieron al populismo como una consecuencia de la transición de sociedades tradicionales hacia la modernidad: el peronismo en Argentina era la realidad que tenían en mente. 

Los últimos tres movimientos del populismo son los de su desarrollo académico en las ciencias sociales. Primero, hubo quienes hablaron del populismo económico, con lo cual básicamente se referían a todo gobierno que no siguiera políticas económicas neoliberales. Aunque se trató de una elaboración teórica rudimentaria, Gibrán Ramírez Reyes destaca el enorme influjo del populismo económico en la opinión pública, pues servía para tachar a los gobiernos de irresponsables económicamente. La respuesta al populismo económico fue el neopopulismo, una definición igualmente poco elaborada que trató de explicar el ascenso de líderes políticos neoliberales, pero con un estilo típicamente populista como Carlos Saúl Menem en Argentina o Fernando Collor de Mello en Brasil. El último movimiento del populismo, y en el que no me detengo demasiado pues ahí se inserta la propuesta de Ramírez Reyes, es el debate en torno a su relación con la democracia. 

Una vez trazada la historia del populismo, el autor elabora su propuesta conceptual. En sus palabras, su propósito no es plantear la definición correcta y última del populismo, sino tan sólo proponer una mirada útil para analizar prácticas políticas concretas. Con ese objetivo, Ramírez Reyes contrasta algunos de los rasgos que suelen atribuirse al populismo —la modernización, el nacionalismo, el caudillismo y la degeneración democrática— con casos históricos y contemporáneos. Respecto a la idea de que el populismo es sinónimo de nacionalismo el autor expone los gobiernos de Gamal Abdel Nasser en el Egipto de la segunda mitad del siglo pasado y el de Hugo Chávez en Venezuela, quienes apelaron a un pueblo que rebasaba las fronteras de su nación: el pueblo árabe y el latinoamericano, respectivamente. En cuanto al caudillismo y la idea de que el populismo requiere de un liderazgo carismático el autor menciona el ejemplo del partido Podemos en España, el cual no se caracterizó por la preponderancia del liderazgo de Pablo Iglesias. Finalmente, sobre la idea de que el populismo es producto de las demandas de grupos marginados en sociedades en tránsito el autor menciona que en el nazismo fueron los clasemedieros —y no los obreros— quienes se agitaron “en un sentido populista”.

Mención aparte merece la idea de que el populismo es una amenaza para la democracia. Por un lado, el autor recupera el enfoque empírico de Cristóbal Rovira y Cas Mudde, quienes consideran que el populismo —dependiendo del pueblo al que apelen— puede ser una amenaza para la democracia, pero también su corrector. En ese sentido, hay populismos como los nativistas generalmente europeos que suelen ser excluyentes y otros como los latinoamericanos de izquierda que buscan incluir a las partes más desfavorecidas de la sociedad. Por otro lado, Ramírez Reyes debate con autores como Pierre Rosanvallon, Nadia Urbinati y otros que consideran que el populismo es una deformación de la democracia. El autor coincide con los planteamientos de Nadia Urbinati en Yo, el pueblo al considerar que el populismo es un fenómeno exclusivo de las democracias. La diferencia es que mientras Urbinati ve al populismo como un parásito de la democracia que la desvirtúa, Gibrán Ramírez lo considera el centinela que, una y otra vez, recuerda las promesas incumplidas de la democracia. De este modo, Ramírez Reyes sugiere analizar al populismo como un proceso de subjetivación política enarbolado por uno o más líderes que hacen un reclamo a la democracia realmente existente en nombre de una mayoría popular agraviada. 

Aunque no deja de ser una propuesta conceptual valiosa, a mi juicio el aporte más sugerente del libro se encuentra en el epílogo. Hay que recordar que para Gibrán Ramírez Reyes el populismo es una forma histórica de la política. Dicho de otra manera, el populismo alude al periodo en que la legitimidad democrática se injertó en el gobierno representativo (Thomas Paine dixit). El maridaje entre legitimidad democrática y gobierno representativo fue posibilitado por condiciones políticas y sociales como la aparición de los Estados nacionales, el acelerado capitalismo industrial que generó clases sociales marginadas que se organizaron en partidos o sindicatos y, además, medios de comunicación que homogeneizaron la conversación pública para las sociedades enteras. En ese sentido, el autor considera que hoy día esas condiciones son menos claras y, por tanto, es posible vaticinar la muerte de la democracia y también del populismo. Esto no quiere decir, desde luego, que sea la muerte de los gobiernos representativos, pero sí el fin de su legitimidad democrática. 

Emmanuel Rosas Chávez: Politólogo por la UNAM y estudiante de la Maestría en Ciencia Política de El Colegio de México. 

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