La historia del movimiento latinoamericano de derechos humanos tiene un sello de origen: la originalidad de una lucha que nació con el género. Centenares de miles de mujeres, madres, hermanas, tías, hijas, sobrinas, primas que salieron a las calles e inventaron múltiples formas de denunciar el terrorismo de Estado (u otras formas de violencia en años más recientes).
Desde el Cono Sur
En el marco de la doctrina de la seguridad nacional, los países del Cono Sur latinoamericano asistieron a un ciclo de dictaduras militares inolvidable para la región. Desde 1964 en Brasil, 1966 en Argentina, 1973 en Uruguay y Chile, y nuevamente en Argentina en 1976, se desplegó un sistema represivo sin parangón en la historia del siglo XX. Articulados en torno a un plan de exterminio, se dispusieron diferentes dispositivos de silenciamiento y tortura, cárcel, exilios y destierros, secuestros clandestinos y desaparición de personas, que en cada país adquirieron características específicas. La represión fue masiva, dirigida a aniquilar a todos aquellos que fuesen considerados “peligrosos” por el poder estatal, así como a generar un impacto reticular en el lazo social que produjera aislamientos, silencios y mecanismos de autopreservación.
Sin embargo, las resistencias no tardaron en hacerse oír. Mujeres en la región y en el exilio comenzaron a trabajar activamente para la denuncia de los crímenes que se estaban cometiendo y para la búsqueda de sus hijos y nietos desaparecidos. En Argentina, por ejemplo, las madres comenzaron tempranamente a recorrer las delegaciones policiales y los hospitales, y a presentar recurrentemente un sinfín de habeas corpus en los tribunales. En este camino, en 1979 se constituyeron en Madres de Plaza de Mayo. A contrapelo de las narraciones clásicas, las Madres no fueron el resultado del pasaje de “la casa a la plaza”, pues muchas de ellas venían de familias vinculadas al campo político, ya sea por ser descendientes de exiliados españoles, huidos de la guerra civil, o por contar con experiencias de participación social previas en escuelas, sindicatos, etc.(1) Su activismo durante la dictadura en Argentina también se fortaleció a partir de la colaboración con las Madres en el exilio, algunas de las cuales fundaron organizaciones de fuerte impacto público internacional, como Cosofam (Comisión de Solidaridad con Familiares de Desaparecidos en Argentina) y que gestaron desde afuera una gran red de militancia humanitaria para que los testimonios de la desaparición fuesen escuchados e incidieran favorablemente en su lucha.
En Chile, Brasil y Uruguay, las mujeres también fueron pioneras en la denuncia de la tortura y de las denigrantes condiciones carcelarias. En Uruguay, por ejemplo, tejieron toda una red de solidaridad desde diferentes ámbitos (político-partidarios, sindicales, profesionales, religiosos y domésticos) para sumarse a la lucha antidictatorial, con formas de protesta como los caceroleos y las marchas. Asimismo, en Brasil, el Movimento Feminino pela Anistía fue una de las expresiones más claras del liderazgo de las mujeres en el reclamo por la liberación de los presos políticos y el retorno de los exiliados, finalmente alcanzado en 1979. Además de atender los efectos jurídicos y psicológicos producidos por el terrorismo de Estado, las mujeres chilenas también se destacaron por liderar otros espacios de participación popular. Por ejemplo, frente a la profunda crisis económica que vivió el país en los años ochenta, encabezaron diferentes equipos, talleres y programas para la contención, alimentación, alfabetización y autogestión de emprendimientos en diferentes espacios territoriales.
Las mujeres fueron “agenciadoras” de cambios políticos (2), pues no sólo sostuvieron la exigencia de verdad y justicia frente a la represión estatal, sino que fueron faros que alumbraron otros problemas sociales. Así, la pobreza, la falta de salud y de acceso a la educación también fueron tópicos denunciados como violaciones a los derechos humanos.
Las mujeres del Cono Sur marcaron las huellas de la resistencia, pero también fueron un blanco privilegiado de la represión estatal y muchas de ellas continúan desaparecidas. Las que sobrevivieron a los secuestros y torturas, y dieron sus testimonios sobre los vejámenes sufridos, tempranamente pusieron en palabras aquello tan difícil de escuchar: que ellas también fueron violadas, abusadas sexualmente y denigradas por el poder estatal. Pero debieron pasar más de treinta años para que se iniciaran procesos de justicia sobre las violencias sexuales que sufrieron en el marco del terrorismo de Estado. Esto es parte de su lucha actual.
En México
Casi al mismo tiempo en el que se instalaba la Doctrina de Seguridad Nacional en el Cono Sur, México experimentaba lo que se ha llamado (malamente) “guerra sucia”. Este concepto denomina, en parte, la estrategia estatal de persecución de disidentes y opositores políticos. El Estado utilizó como herramienta la desaparición transitoria de las personas que detenía, es decir que la detención-desaparición de opositores no siempre fue definitiva (3). Aún así, por lo que se sabe hasta el momento, de este periodo permanecen desaparecidas, por lo menos, un millar de personas.
Como respuesta, y al igual que en Argentina, las madres de los detenidos-desaparecidos fueron las primeras en organizarse. En 1977 se organizó el Comité ProDefensa de los Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México, fundado por Rosario Ibarra de Piedra y que, posteriormente, se convirtió en el Comité ¡Eureka! Un año después, en 1978, se fundaron otros colectivos, como la Asociación de Familiares Detenidos, Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a Derechos Humanos en México (AFADEM) y la Unión de Madres con Hijos Desaparecidos en Sinaloa. De manera cariñosa y respetuosa, se les llama “las doñas”, aludiendo a su edad, su jerarquía simbólica, su género y su maternidad.
Los colectivos surgidos en el marco de la persecución contra opositores y disidentes políticos llevan más de 40 años de búsqueda incansable y muchas veces solitaria. Varias “doñas” han fallecido sin saber qué sucedió con sus seres queridos. Mantienen en pie de lucha la consigna “vivos se los llevaron, vivos los queremos” esperando poder encontrarlos y honrar su memoria.
Trágicamente, la historia de la desaparición en México no se circunscribe a este tiempo compartido con Argentina, ni a las circunstancias histórico-políticas descritas. A lo largo de las décadas se han acumulado las víctimas. Las razones son múltiples. Las características del fenómeno de la desaparición en México a veces se comprenden por los años en los que sucede (por ejemplo, con la declaración de la guerra contra el narcotráfico en el 2006), por las características de las víctimas (las niñas y adolescentes desaparecidas y asesinadas en Ciudad Juárez durante los noventas). Explicar dicho fenómeno excede a este breve escrito; sin embargo, en esta historia compleja y larga, resurge una y otra vez un actor social y político: las buscadoras, las doñas, las madres, las mujeres.
Hablar de las buscadoras en México es un reto enorme porque sus historias corren paralelas al fenómeno de la desaparición de sus seres queridos. Hay que explicar a dónde van los desaparecidos y qué pasa con ellos, quién los desaparece y quiénes son para hacer justicia a la historia de las miles y miles de mujeres que a lo largo y ancho del país se han encontrado en la búsqueda. Este camino recorrido en conjunto ha tenido algunos triunfos importantes. Gracias a la insistencia de los colectivos se publicó La Ley General de Víctimas (2017). Sus demandas constantes han tenido como consecuencia la conformación de nuevas instituciones locales y nacionales dedicadas a la búsqueda. Pero su trabajo no se queda ahí. El compromiso con las personas que buscan a quienes llaman “tesoros”, “mariposas”, “promesas”, “corazones” no es una labor que dejen exclusivamente a las autoridades, que siguen teniendo deudas enormes en la localización, la implementación formal de las leyes, el funcionamiento de las comisiones, la garantía de seguridad, la restitución de restos, la construcción de políticas de memoria. Ellas lo saben y ellas salen casi todos los días a campo a buscar.
Si ya encontraron, buscan a los que faltan, salen, igual caminan desiertos que montes, parajes, riachuelos y canales de aguas negras buscando. Ellas han aprendido disciplinas y saberes que coadyuven en sus esfuerzos de rastreadoras, como a veces se llaman. Y se han vuelto expertas en antropología forense, en cadenas de custodia, en derechos de las víctimas buscando, buscando y encontrando, cuando la suerte las acompaña. La resistencia frente a la impunidad, frente a la desazón, se hace buscando y recordando. En la memoria de estas búsquedas están surgiendo proyectos muy importantes: por ejemplo, “El recetario para la memoria” (4), donde las mujeres explican las recetas favoritas de sus seres queridos, la publicación sobre las búsquedas en el desierto de Sonora “Nada detiene al amor” (5) o los podcasts “El hilo: las madres del desierto” (6) y “El agua hablará” (7).
Ser buscadora en el contexto mexicano es un reto inconmensurable porque todo se enreda, se combina y convive: las dinámicas locales (del crimen y la política), las diversas características socioeconómicas de las víctimas, los perfiles de los victimarios, las topografías cambiantes de las búsquedas, el acceso desigual a los recursos de búsqueda, la respuesta disímiles e inconstantes de las instituciones, incluso la mirada de las autoridades y la sociedad sobre los casos. Son más de 40 años de búsqueda en la que el contador oficial de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas (CNB), el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), aumenta todos los días. Los colectivos de mujeres buscadoras acogen a madres, hermanas, esposas que empezaron a buscar hace poco o que llevan más de 20 años en este doloroso recorrido. En estos espacios hay mujeres que pierden todo y reorganizan su vida en la búsqueda, abrazan la consigna “vivos se los llevaron, vivos los queremos” porque, aunque no lo digan y aunque se hagan expertas en saberes forenses su primera demanda a las instituciones es la “búsqueda inmediata en vida”. Y así, con esa tenacidad, han transformado las leyes mexicanas de manera que, en un país con más de 80,000 personas desaparecidas, ya no es necesario esperar 72 horas entre el momento en que las autoridades tienen conocimiento de un caso y el momento en que están obligadas a buscar.
Ellas han modificado la manera en la que las instituciones buscan a las personas reportadas como desaparecidas en México. Están al frente de las búsquedas en las que es una constante escucharlas decir “ya no tengo miedo”. Y por supuesto que esto ha costado vidas. En el norte del país el crimen organizado, bajo la mirada de las autoridades locales, buscadoras han sido asesinadas. Y sin embargo ellas siguen. Su tenacidad, su resistencia, ha creado leyes e instituciones, ellas son la primera línea de la defensa por los derechos humanos en México.
1 Nos referimos aquí al trabajo de Emilia Nieto titulado “Y también ‘Madres’”: un acercamiento a las memorias y experiencias políticas de Aída Bogo de Sarti y Adelina Dematti de Alaye, Madres de Plaza de Mayo”, Tesis de Licenciatura en Sociología, Universidad Nacional de La Plata, 2017. En línea: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/library?a=d&c=tesis&d=Jte1468
2 Remitimos al concepto del doctor Javier Lifschitz, que da cuenta de la acción creativa y resistente de distintos actores sociales frente al poder estatal, ya sea dictatorial o democrático. El “agenciamiento” implica un posicionamiento ético-político cuya finalidad es interpelar al Estado. Véase La memoria política y sus espectros: El terrorismo de Estado en América Latina, Editorial Académica Española, 2015.
3 Camilo Vicente Ovalle hace un recuento de la dinámica de la desaparición forzada durante la guerra sucia; estrategia dirigida principalmente hacia los miembros de la Liga Comunista 23 de Septiembre. En su trabajo, Camilo Vicente desarrolla las características de la desaparición transitoria y sus diferencias con la detención-desaparición definitiva. Véase [Tiempo suspendido] Una historia de la desaparición forzada en México, 1940-1980, Bonilla Artigas Editores, Ciudad de México, 2019.
4 Proyecto “Recetario para la memoria”. En línea: https://www.recetarioparalamemoria.com/en/inicio
5 Wendy Vanesa Rocha Cacho (coord.), “Nadie detiene al amor. Historias de vida de familiares de personas desaparecidas en el norte de Sinaloa”, GIASF/UNAM/CIESAS/Hermanas en la Sombra/Buscadoras del Fuerte/Rastreadoras de la Fe y Esperanza/FUNDAR, 2020.
6 “Las Madres del desierto”, El Hilo. En línea: https://podcasts.apple.com/mx/podcast/el-hilo/id1504713161?i=1000509811227
7 El agua hablará. En línea: https://open.spotify.com/show/0xTDSskzi6FCqMYjAIhDRH?si=LdIDzaddTB6BgkyzYr6O9w&utm_source=whatsapp&nd=1