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López Obrador y el corrimiento a la izquierda

Por Héctor Alejandro Quintanar

Izquierda y derecha, conceptos flexibles, no arbitrarios.

Los conceptos “izquierda” y “derecha” sirven para pensar en la discusión pública si los usamos, como plantea Rodríguez Araujo, no como ideologías formales sino como nociones relacionales. Es decir, “izquierda” y “derecha” son palabras que sí pueden tener significado por sí mismas, pero su valor reflexivo mayor está en que definen a actores políticos siempre en relación a la historia y, con la misma importancia, siempre en relación a otros actores políticos.

No se dice, por ejemplo, “soy marxista” del mismo modo que se dice “ser de izquierdas”. En la primera alocución, tenemos un núcleo más o menos claro e histórico sobre qué significa adherirse al marxismo como filosofía económica y política y desde ese horizonte interpretar la realidad y el modo ideal en que ésta debe organizarse. Súplase “marxismo” por “liberalismo”, “neoliberalismo”, “anarquismo” y el proceso sigue siendo el mismo.

No pasa lo mismo con la alocución “ser de izquierda”. En ella, conviven dos elementos que complejizan, más no imposibilitan, la comprensión de qué se quiere decir. La primera es que la izquierda, a diferencia del marxismo, liberalismo y otros, es un concepto más proclive a modificaciones en el tiempo, mientras que los otros tienden a ser más estables. Y ello se debe a su naturaleza relacional.

Y esa naturaleza se acentúa al retomar las palabras de Olivier Reboul en el entendido de que en el mundo de la política, las ideologías, filosofías, idearios, doctrinas, religiones y fenómenos parecidos, son siempre un pensamiento partidista. Es decir, que están en eterno conflicto con otros pensamientos partidistas. Una ideología, sin importar cuál sea, es una serie de preceptos que una parte de la totalidad de la sociedad considera adecuada, valiosa, digna, útil -o adjetivos similares-, para regir la vida en común. Otras partes de la sociedad tendrán visiones distintas, que pueden ir de la diferencia negociable hasta la postura radicalmente opuesta.

La democracia tendría que ser, en un sentido reduccionista, la forma pacífica en que se gestionen esas diferencias. No es éste el espacio para disertar sobre ello. Sólo se apunta para poner de relieve un elemento clave: las ideologías están siempre en disputa con otras ideologías. De ahí que nociones como “derecha” o “izquierda” sirvan para ilustrar esa disputa: el liberal, por ejemplo, suele estar a la derecha del keynesiano, que a su vez, puede estar a la derecha del marxista.

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¿Cuál es sin embargo el parámetro que define esa postura relacional? ¿Cuál es el elemento que señala quién está de qué lado de quién, a qué distancia ideológica de quién o en qué antípodas ideológicas de quién? El concepto clave para ello es, sin duda, la desigualdad, como dijera Bobbio en su libro clásico al respecto. Cuanto más defienda algún tipo de desigualdad, más a la derecha se hace una posición política.

Lo complicado estriba en que la política, como todo en la historia de la humanidad, nada puede ser una cuestión estática. Acciones, actitudes y pensamientos que en algún momento pudieron ser esclavizadores, en otros contextos pudieron ser liberadores y viceversa. Contextualizar es, por ende, el mayor reto de quien reflexiona en los términos de la llamada “geometría política”. En ese sentido, ayuda pensar a los conceptos no en singular, sino como “derechas” e “izquierdas”, para reconocer con ello su pluralidad; y asimismo destacar su flexibilidad ante sí mismas y ante el paso del tiempo.

De ahí que sea un error considerar que “derecha” o “izquierda” son una especie de alocuciones que entrañan un puñado de rasgos inmutables que, como lista de supermercado, al ser observados en algún momento dado en tal o cual personaje son suficientes para etiquetarlo para siempre en algún espectro de la geometría política.

Pensemos, por ejemplo, en el caso de  la religión y, de manera particular, el catolicismo. Históricamente hemos encontrado que la cúpula y preceptos generales de ese credo han tendido a la derecha. La explicación es clara: como todos los conservadurismos, muchas religiones, incluida la católica, suelen pensar al mundo como un proyecto divino que desde su origen es ordenado, jerárquico, orgánico e inmóvil. La conducta humana debe regirse para conservar ese orden. Resulta tentador, pues, pensar que por siempre y para siempre, el catolicismo y sus instituciones han propendido para acentuar ese modelo desigual y conservador y que nunca ha habido excepciones.

Sin embargo la realidad siempre termina por romper los moldes de los conceptos y las cosas resultan más complejas. Si lo católico siempre ha tendido a lo conservador, ¿cómo se explican pasajes importantísimos de la historia de ese credo en el Tercer mundo? Algunos ejemplos: la resistencia contra la sangrienta dictadura militar  Argentina en los años setenta en la provincia de la Rioja era encabezada no por un guerrillero marxista sino por un obispo gregoriano, don Enrique Angelelli.

En la historia contemporánea mexicana, una de las organizaciones que con mayor ahínco promueve la equidad de género y derechos reproductivos y concientización sobre la necesidad de la maternidad deseada como ideal (y que aparte colabora en la publicación de extraordinarios libros críticos contra el papado conservador de Wojtila y Ratzinger), está conformada nada menos que por mujeres religiosas: las Católicas por el derecho a decidir.

Del mismo modo, una de las fuentes que con mayor firmeza combatió la dictadura salvadoreña en los años ochenta fue un sacerdote: Monseñor Romero –canonizado recientemente por Jorge Bergoglio-, que, para más complejidad, inició su carrera eclesiástica como un pensador más proclive a las bibliotecas que a las resistencias políticas. Si bien siempre fue un humanista, fue en el pináculo de su carrera cuando empezó a correrse hacia posturas más combativas, precisamente porque la intolerable dictadura que vivía su país marcó esas circunstancias. Si se quiere, podemos decir que se fue haciendo a la izquierda.

Basten estos ejemplos para ilustrar el punto: mientras que izquierdas y derechas son nociones relacionales, valen para la reflexión si las miramos como roles que se desempeñan en algún contexto histórico dado y no cómo etiquetas inmóviles que se pueden blandir de dientes para afuera. Saber si algún actor político es de derechas o de izquierdas se sabrá menos si nos limitamos a sus palabras y más si  miramos hacia sus actos, el contexto de sus actos, sus alianzas, sus repudios, sus fobias, sus filias, sus insistencias, su agenda… todo ello en función del papel que jueganjueguen en el tiempo y la persistencia de ello en el tiempo. Así, quien en su vida política haga más por combatir las desigualdades y asimetrías, económicas, políticas, sociales, en favor de un piso parejo y la equidad estará, pues, haciéndose a la izquierda. Valga esta postura de partida para observar dónde ubicamos al actual gobierno mexicano.

López Obrador hasta antes de 2018: por la pista de la soberanía y a favor de sectores vulnerables

Como ocurre en cualquier postura ideológica, las personas no nacen liberales o marxistas, anarquistas o conservadores, demócratas o fascistas. Con las ideologías no se nace: se hacen en el camino biográfico y casi siempre, como nos enseña Luis Villoro, se construyen, entre otras cosas, a partir de valores políticos blandidos al percibir carencias sociales, que se detectan en momentos clave de la formación biográfica y que, eventualmente, consistirán en objetivos dignos de ser subsanados, corregidos, resarcidos.

La biografía de López Obrador es un campo de estudio muy construido ya desde diversas áreas: el periodismo, la historia, la ciencia política, la sociología y hasta el cine documental. En ese campo, abundan los buenos aportes que rompen con la mitología de la “objetividad”. Héctor Zagal y Alejandro Téllez, pese a ser muy críticos del tabasqueño, escribieron en conjunto una buena y bien documentada semblanza del entonces Jefe de Gobierno. Asimismo, Jaime Avilés y Jorge Zepeda Patterson, explícitos simpatizantes de AMLO, confeccionaron sendas biografías rigurosas y bien hechas que dan un panorama abarcador de qué clase de político ha sido López Obrador.

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Con base en esas fuentes documentales y a otros elementos historiográficos, bien podemos resaltar en la trayectoria de López Obrador algunos elementos que han estado presentes de manera persistente. Por razones prácticas, se señalan cuatro que en sí mismos tienen una importancia fundamental.

La persistente definición por el soberanismo:

En sus tiempos de estudiante universitario en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, AMLO participaba poco en las bregas efervescentes donde con pasión se discutía el marxismo. Sin embargo, en ese momento hacía suyas las causas de trabajadores del rubro energético, al apoyar movilizaciones obreras conducidas por el líder electricista Rafael Galván. Ello sería una apertura de puertas hacia un corredor ideológico persistente en su biografía.

Como funcionario en Tabasco y como líder partidista local, aún en el PRI, el tabasqueño se identificó con el ala nacionalista del partido y su posterior sumatoria a la Corriente Democrática liderada por Cuauhtémoc Cárdenas fue una consecuencia esperable.

Más tarde, luego de su tránsito a la oposición férrea del perredismo tabasqueño, López Obrador hizo de Pemex una bandera constante: sea para defenderla como empresa pública crucial para la soberanía energética (como lo expuso como candidato a gobernador de la entidad en 1988 y 1994); sea como parte de su agenda como líder partidista opositor (donde los comités de base del perredismo cuando era dirigente local en Tabasco, destinaban recursos para apoyar y asesorar a trabajadores petroleros); o para denunciar la mala administración de la paraestatal, donde sobresale la defensa de campesinos cuyas parcelas se veían afectadas por la contaminación hidráulica en el estado.

Como líder nacional perredista, ya en 1996, López Obrador de nuevo subraya la necesidad de rehacer a Pemex como una “palanca de desarrollo nacional” y procura la defensa de esa agenda.

En su campaña presidencial de 2006 la soberanía energética se vuelve un punto crucial en su entonces Proyecto alternativo de Nación, y, tras el fraude de ese año, la Convención Nacional Democrática –—figura de protesta contra los resultados electorales—- de septiembre en el zócalo, hizo hincapié en activar la movilización en caso de una eventual intentona de privatizar Pemex.

Cuando poco después Calderón, en efecto, pretende en abril de 2008 una reforma petrolera que privatice la paraestatal, el activismo político encabezado por AMLO no sólo se reactiva, sino que de su organización territorial y sus reflexiones para criticar a la propuesta calderonista, se construye una raíz fuerte del partido que luego será Morena: un comité de intelectuales y una estructura organizativa que dará vida logística al futuro partido, y la base fundamental de su ideario político.

Tras la elección de 2012 y la propuesta privatizadora de Pemex emitida por Peña Nieto, de nuevo López Obrador encabeza un movimiento de resistencia a tal cambio constitucional. En ambos casos, 2008 y 2012, el único actor político que rechazó ambas iniciativas privatizadoras fue el movimiento encabezado por López Obrador.

La persistente definición por orientar recursos a programas sociales

Desde sus primeras funciones como empleado público en el Instituto Nacional Indigenista, la idea de trabajar en campo y con apoyos directos que beneficien a grupos vulnerables ha sido una constante en la biografía del tabasqueño. En la Chontalpa al inicio de su carrera pública, mediante programas como la construcción de chinampas cultivables y “créditos a la palabra”, aparece como un funcionario que pone el acento en apoyos de ese tipo para generar condiciones mejores en los beneficiarios.

Ulteriormente, como líder partidista local y nacional del PRD, de nuevo pone recursos del partido en causas de este tipo, fuera para canalizar finanzas partidistas a la asesoría de trabajadores de Pemex o al solicitar a los legisladores perredistas la donación de parte de su sueldos para, con ello, crear programas de apoyo a las viudas de centenas de asesinatos políticos de militantes de ese partido en el sureste mexicano.

Como Jefe de Gobierno, en 2000, ahondóaría  en esa inercia mediante la creación y difusión de diversos programas sociales, en donde sobresalen tres: la pensión universal a Adultos mayores; a Madres solteras y becas a estudiantes, cuestiones que se convertirían en mecanismos de redistribución de riqueza y que, por otro lado, significarían un peso simbólico: darle una visibilidad y protagonismo a sectores sociales históricamente relegados.

El proyecto presidencial que López Obrador enarboló en 2006, 2012 y 2018 tuvo cambios diversos por obvias razones: los cambios en el escenario político en cada una de esas coyunturas. Sin embargo, en todas ellas, el proyecto político del tabasqueño siempre consideró esos mecanismos de redistribución como algo crucial.

Más que meros paliativos, estos mecanismos emergen como una cuestión mayor: al detentar un carácter universal, se asume en ellos un elemento de principio ideológico más que de tecnocracia, al considerar que sectores históricamente vulnerables, sin mayor filtración, accedan a un programa social, que así se torna en un derecho y no en un simple

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apoyo.

Detrás de estos mecanismos de redistribución de riqueza no hay una reestructuración fiscal o un aumento de deuda pública que, eventualmente los vuelva inviables. La base de su solidificación ha sido un mecanismo igualitarista: la reducción de privilegios y gasto corriente en el gobierno y la transferencia de lo ahí ahorrado a ese tipo de gasto social en derechos.

Hay diversos elementos para reflexionar cuáles son las inspiraciones políticas que labraron en el actual presidente de México una inclinación por este tipo de ideas y proyectos. Se puede discutir sobre si en ellos hay un peso mayor de sus primeros mentores (Rodolfo Lara, Carlos Pellicer, González Pedrero, Julieta Campos); si en ellos hay un peso fundamental en lo aprendido –más intuitivamente que teóricamente- en las aulas universitarias; o, acaso, como ha sugerido Carlos Illades, si en ello hay un peso del cristianismo de izquierdas, que ha sido de suma importancia en la historia política mexicana.

Mientras ese debate puede extenderse, un punto nodal resalta: ambas posturas ideológicas y programáticas de López Obrador, en tanto pretenden el aparejamiento de piso a favor de sectores vulnerables, y pugnan por un estadio donde se dependa menos de la competencia mundial y más en los propios recursos en el ámbito  energético, son claros elementos que han jugado un papel a la izquierda. Y ellos no han sido discursos circunstanciales en López Obrador, sino temas constantes en su identidad política.

López Obrador en el gobierno: el corrimiento relativo a la izquierda

La elección de 2018 significó un sacudimiento sin precedentes en la historia de la democracia mexicana, cuando López Obrador ganó la  presidencia de la república con más de 30 millones de votos. Más allá de reflexionar las razones de ese hecho histórico, se pueden mirar algunos puntos nodales de lo que ha significado su gobierno.

En un proceso histórico de tiempo presente, es arriesgado sacar conclusiones por el hecho mismo de que ciertos cambios son esperables. Sin embargo, vale la pena correr tal riesgo con tal de aportar algo a la reflexión sobre la geometría política y su estadio actual en México.

No fue casualidad que la primera acción relevante de López Obrador se haya dado aún como presidente electo, al convocar a un sondeo que definiera si la construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México debía proseguir o cancelarse, cuestión que al final se votó por la segunda opción, en un gesto que parecía dar un mensaje presidencial tan técnico como político: distanciarse de la élite económica que arropó al peñanietismo.

Ya como presidente constitucional, su primera acción de impacto fue reveladora: recuperar la seguridad en la infraestructura gasolinera de Pemex, acosada por la ordeña ilegal, hecho que no sólo entrañaba un elemento obvio de combatir un crimen, sino también un trasfondo ideológico al tratar de fortalecer una empresa paraestatal.

A la par de ello, el gobierno de López Obrador ha implementado una serie de medidas ya distintivas de su gobierno, donde destacan tres con un claro sentido a la izquierda: la implementación de ciertos programas sociales como derechos; el aumento considerable al salario mínimo y los mecanismos de integración a jóvenes al ámbito laboral y educativo.

Independientemente de los claros y las trabas de estas acciones, tienen ya una fortaleza común: han puesto a sectores vulnerables, de nuevo, como protagonistas de un proyecto de nación que se ha construido con algunos principios inamovibles y con cambios coyunturales desde hace casi tres lustros y con un diagnóstico hecho a ras de suelo.

El proyecto señalado no puede estar libre de contradicciones, como no lo está ninguna alianza que aspire a ganar el poder en un contexto como el mexicano de 2018, donde  el movimiento encabezado por López Obrador pareció apostar a una inclusión amplia que no se limitara a los votantes de izquierdas, para con ello ganar contundentemente la competencia electoral y, a la luz de lo acaecido en 2006 y 2012, reducir la posibilidad de que hubiera un triunfo fraudulento.

En esa contradicción, sin embargo, han ido como puntales de la agenda tanto la preocupación –y acciones- por sectores económicamente vulnerables como la ponderación sin ambages de la soberanía energética, cuyo fortalecimiento es aún un camino escabroso que puede encontrar trabas –como el reciente rechazo legislativo a la Reforma Eléctrica- a pesar de esfuerzos que parecen concretarse, como la compra de una refinería de petróleo en Estados Unidos y la construcción de otra en territorio nacional.

Esos dos hechos no son aislados ni secundarios en el proyecto lopezobradorista, sino que son plausiblemente explicables por la trayectoria política del tabasqueño como líder regional y como Jefe de Gobierno, donde sin ambages los ha labrado como banderas icónicas de su forma de entender el mundo y deseos de gobernar el país.

La contradicción y amplitud del proyecto del actual presidente ha incluido también una relación tersa con empresarios; limitar la restructuración hacendaria a cobrar impuestos largamente postergados y no dar celeridad a políticas programáticas de equidad de género y derechos reproductivos, entre otras cuestiones que ponen en entredicho la pureza ideológica que muchos –sobre todo desde fuera y desde la izquierda testimonial- suponen en el lopezobradorismo.

La realidad es que las pistas priorizadas en el proyecto de López Obrador son en sí mismas rasgos también de las izquierdas nacionalistas del Siglo XXI en América Latina. Y, aparte de ello, inclinan el péndulo del gobierno mexicano a la izquierda por sí mismo y también en el juego principal de la geometría política: de manera relativa.

En ese sentido, López Obrador ha significado un corrimiento a la izquierda indudable con respecto a sus antecesores, y el papel que juegan algunos elementos centrales de su proyecto son indudablemente inclusivos. Perder de vista ello para exigir una pureza ideológica que ni el movimiento político ni su dirigente han profesado nunca es desconcertante, como también lo es negarle esa condición a la izquierda, o peor, acusarlo de ser “de derechas” a partir de anécdotas o acciones cuya relevancia no se acredita en el tiempo.

Y aquí el ejemplo toral que resulta revelador es la crítica a la alianza de Morena con el evangélico Partido Encuentro Social en 2018, que le valió a López Obrador ser acusado de “ultraderecha” o cosa parecida, sin considerar los hechos: en el futuro inmediato y a mediano plazo, nada de la agenda ideológica conservadora de ese partido ha sido apoyado o promovido por los legisladores de Morena, a la par de que el líder del PES en 2020 se mudó a la alianza Sí por México mientras su partido quedó a la deriva. Ante este esperable e irrelevante suceso, bien podría decirse que acusar a AMLO de ultraderecha por esa alianza coyuntural sería tan disparatado como haber acusado a Cuahtémoc Cárdenas de ultraderechista porque en 2000 la alianza que lo postuló incluía al Partido de la Sociedad Nacionalista.

En suma, la reflexión del papel que juega y ha jugado López Obrador como gobernante está aún por escribirse. Pero ya hay elementos sólidos –por su larga duración y su prioridad- que definen al hoy presidente como un personaje que ha tratado de jugar a la izquierda no sólo desde 2018, sino desde hace más de cuatro décadas. Se puede caracterizar ese izquierdismo como intuitivo, poco teórico, insuficiente o enclavado en las demandas nacionalistas y protodemocráticas de la recta final del Siglo XX. Pero regatearlo o negarlo con base en hechos aislados o procesos que no se concretaron, parece ser más un intento por descalificar a un personaje antes que comprenderlo.

 

 

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