50 poéticas propias para sobrevivir en el desierto

Por Celia Corral Cañas

  • Reseña de Jorge Arroita y Alejandro Fdez. Bruña (eds.), Cuando dejó de llover. 50 poéticas recién cortadas, Editorial Sloper, Palma de Mallorca, 2021.

Ha llovido mucho desde que Ben Clark escribió el verso “Llovía en todo el siglo xxi”[1]. Ahora, que hace tiempo que ha amainado, los hijos de los hijos de los hijos de la ira presentan una antología de un nuevo paisaje lírico diverso, plural y, sobre todo, vivo.

La ira queda lejos ya, como la lluvia. Bisnietos de la guerra, tataranietos del comienzo de otro siglo en el que también llovió y en el que también dejó de llover, los protagonistas de este proyecto nos comparten sus cincuenta poéticas —que no poetas—, sus cincuenta propuestas líricas con las que enfrentarse a la aridez del desierto o defenderla. Bajo esta premisa climática se construye esta red de poetas nacidos entre 1984 y 2001, dos años paradigmáticos y distópicos; una red de poetas irregular, como irregular es el lector —ya se sabe, nunca deja de llover a gusto de todos—, una antología brillantemente introducida por el prólogo de Ben Clark y cerrada y de nuevo abierta con el epílogo de Luna Miguel.

Las cincuenta poéticas —que no poemas— de esta antología muestran una vocación independiente y, a su vez, colectiva, amparada en el desamparo y en la idea de que, como especifican Jorge Arroita & Alejandro Fernández Bruña en Nota de los editores, “Nuestro paradigma no es el de la inundación, el de la sobreabundancia, sino el de la sequía […] nuestra generación creció en medio del descampado de la crisis, sin ningún lugar fijo donde posar nuestros pies y dejar algún tipo de huella” (p. 18). Quizá Cuando dejó de llover sea una respuesta a ese panorama desolador, un intento exitoso de dejar huella, de contar la experiencia de vivir con un pie en el aire, una respuesta múltiple —o cincuenta respuestas múltiples— de estos “hijos de la anhedonia, de la apatía, de la nada” (p. 19). El espíritu posmoderno —o posposmoderno— del que son descendientes —o de cuyos descendientes son descendientes— de ese nihilismo con que se autodefinen se percibe también en los distintos temas sobre los que con gran destreza han logrado los editores estructurar este libro, esas ramas en las que conviven los poemas: La primera persona del plural, el principio de incertidumbre, la sintomatología de la derrota, las intermitencias, Narciso y el espejo, la despedida de la materia. Encontramos, por tanto, una unidad desde la apología del individualismo en la relación entre el sujeto lírico y su contexto, entre el yo y el mundo, en un planteamiento en el que el yo siempre es distinto y el mundo siempre es el mismo. Y la relación entre ese mundo yermo y el yo sediento que habita y disiente en él, ese problemático vínculo en constante tensión, invita al yo a la crítica y también a la autocrítica —léase, para empezar, la propia portada, esa imagen de Banksy contextualizada en el lenguaje icónico de las redes sociales—, a la búsqueda, si no de un lugar, al menos de un tiempo.

La importancia del tiempo se aprecia ya en el título, desde el adverbio temporal “Cuando” o el uso del pretérito indefinido para señalar el corte abrupto, la distancia, hasta las connotaciones de actualidad de ese “recién cortadas” que alude a la naturaleza aún viva y fresca de las flores de este ramo y que recuerda a la “Oda a la juventud recién cortada” del poema “Campus” de Ben Clark[2]. Las relaciones temporales son esenciales en esta generación de poetas que utilizan los referentes para autorretratar su propio carácter y reivindicar una habitación propia, una poética propia en el planeta de la literatura. La singularidad nace en conexión con referentes culturales poéticos, literarios, filosóficos, artísticos, en conexión con la intertextualidad con sus propios contemporáneos —sin olvidar la autocita—, con el deseo de homenajear, parodiar o responder a otros que también homenajearon, parodiaron o respondieron a otros, en un eclecticismo cultural en el que todo es susceptible de formar parte de un diálogo abierto y en apariencia espontáneo.

Esta primera persona del plural respira en las bellas y necesarias contradicciones: del desarraigo a la inspiración en las raíces, de la raíz al corte, del reconocimiento de la tradición a la exhibición de la novedad, de la distinción de cada voz a la identidad colectiva. Resulta esta última la contradicción más significativa porque revela la riqueza de la heterogeneidad de estos cincuenta poetas, de cada uno de ellos y de sus cincuenta poéticas. En este sentido, no es casualidad el epígrafe del libro: “Y nosotros que somos muchos, cada uno dividido en muchas partes” (p. 13), y que evoca la palabra de San Agustín, pese a la apostasía manifiesta de algunos de los poetas aquí reunidos. Tampoco es casual el título del epílogo de Luna Miguel: “A una generación la construyen todas sus voces; a una voz la construye toda su generación” (p. 157). Curiosa es también la decisión de que el nombre del poeta aparezca después del poema, como la firma de una obra de arte, cediéndole el protagonismo al poema por encima del poeta, otorgándole la prioridad a la palabra.

Si siempre que llueve escampa y, como asevera Gertrude Stein en la cita final, “Lo relajante de la historia es que se repite” (p. 163); podemos preguntarnos de qué serán padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos estos hijos de los hijos de los hijos de la ira cuando llueva de nuevo y cuando deje de llover. Mientras tanto, sólo podemos cobijarnos de la sequía compartida —una sequía compartida que es, como todo y como todos, contradictoria y relativa, según si se observa desde el punto de vista del oso Kodiak del sur de Alaska circunstancialmente vegetariano, del salmón rojo que nada a contracorriente o de las bayas de saúco— en estas cincuenta poéticas recién cortadas y, sobre todo, en el ramo que construyen juntas; en estas cincuenta formas distintas de sobrevivir en un mismo desierto.

 

«Alone» by Crunchy Footsteps is licensed under CC BY 2.0

 

 

[1] Ben Clark, Los hijos de los hijos de la ira, Ediciones Hiperión, Madrid, 2006; Delirio, Salamanca, 2017.

[2] Ben Clark, La mezcla confusa, Universidad Popular José Hierro, San Sebastián de los Reyes, 2011.

Más artículos
Victorias tristes