Syn bioó sis: la efervescente mirada de Roberta Fonseca

La autora de la muestra fotográfica es bióloga (UDLAP), fotógrafa y realizadora audiovisual.

Roberta Fonseca es bióloga (UDLAP), fotógrafa y realizadora audiovisual. Originaria de Cocoyoc (Morelos), ha logrado conjugar en sus dos pasiones (la imagen y la naturaleza) una forma de comprender el mundo como efervescencia. Su trabajo es optimista y colorido, busca encontrar los lugares en los que seres humanos viven en armonía con su entorno, pero no se aleja de la realidad que acecha todo lo que vive. Vida y muerte, luz y oscuridad, plenitud y ausencia se encuentran en su fotografía de la misma forma en que aparecen en la vida diaria, casi espontánea e inevitablemente.

Su obra fotográfica, informada por su formación como realizadora de cine documental, está centrada en las relaciones entre ser humano y naturaleza, a través de las cuales explora las diversas facetas del colorido natural del paisaje y la fauna silvestre, la naturaleza cíclica de la vida en el mundo animal, y lo extraordinario y desconocido de las formas, texturas y pigmentos que embellecen desde los desiertos hasta los plumajes más espectaculares de las aves.

Phoenicopterus ruber

De las tres variedades del género de los Phoenicopterus (flamencos en español y flamingos para los despistados anglófilos) el Phoenicopterus ruber, cuya distribución abarca una pequeña zona delimitada por el Caribe (de allí que se llame también «flamenco del Caribe»), es el más vistoso de todos los flamencos debido a la variedad de coloración que puede tener su plumaje: desde la palidez de un rosa hasta la intensidad del carmesí. En estas dos fotografías, el flamenco, esbelto y fastuoso, desaparece tras sus plumas y reaparece en el contraste con la oscuridad del agua que lo rodea: una isla de color se yergue sobre un espejo verdinegro. Este par de instantáneas acercan y llevan al observador a sentirse como una suerte de voyeur, inmiscuyéndose en un momento de intimidad en el que las texturas, las formas y los colores se sintetizan en un mismo cuerpo por primera vez. 

Syn bioó sis 

La vida acaba con la muerte, la muerte nace de la vida y alimenta de nuevo a la vida; el ciclo nunca termina. No puede existir una sin la otra; ese es el orden natural; sin embargo, la muerte y la vida siguen deslumbrándonos y sorprendiéndonos día a día, como si se tratase de la primera vez. Esta pequeña serie se centra en el blanco del hueso visto sobre el blanco del fondo: luz total ante la que la muerte, tan insignificante como el pequeño brote de vida que se abre paso por los orificios óseos, pierde protagonismo frente a la esperanza. Su título, Syn bioó sis, juego de palabras, nos recuerda la interdependencia de los opuestos para la pervivencia de la vida.

Cierra este ciclo una imagen titulada Omnia mutantur, nihil interit (Todo cambia, nada permanece). Un cuerpo desnudo se aferra llorando al cadáver de un árbol caído en la mitad de un claro. Las ramas desprovistas de hojas y el cuerpo desprovisto de ropa son una antítesis fortuita y un paralelismo buscado; la contradicción de que el cambio es la única constante; de que el llanto por la muerte es poco más que un llanto por la vida; que entre más vivimos, más cerca estamos de no hacerlo más. 

Super Bloom 

La bahía de San Quintín (Baja California) nos deleita con un evento que ocurre (con suerte) cada 6 años aproximadamente. El desierto se llena de vida y los volcanes inactivos se pintan de colores gracias a cientos de flores de tamaños, formas y colores diferentes. En esta serie fotográfica podemos observar tres perspectivas de este colorido e infrecuente fenómeno natural en cuyos detalles se puede perder la vista. La flora silvestre se apodera de lo que antes era desierto, obligando al espectador a replantear lo que esa palabra significa ante tal plenitud de vida. 

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