Arte=Política: Un panorama de la crítica de arte en México (y otros territorios)

Por Tonatiuh López.

En la historia reciente (del arte y las políticas culturales) de México es común encontrar borramientos, inconsistencias, abusos de poder, corruptelas y otras anomalías. Una de estas omisiones es precisamente la ausencia de un espacio crítico donde se puedan abordar estos temas con la seriedad y profundidad que requieren. La crítica artística se encuentra debilitada, más que por el desinterés público, por la aparente negativa de los grupos culturales y de opinión para llevar las discusiones al respecto a sectores más amplios de población. Esto ha ocasionado el encasillamiento del arte contemporáneo y otras manifestaciones estéticas como actividades de élites, desvinculadas de la realidad del país y con pocas oportunidades de repercusión en la misma.

¿Es cierto que el arte no puede incidir en nuestra realidad? ¿O estamos más bien frente a una realidad en la que ciertos grupos utilizan la producción cultural como una herramienta para incidir en todo tipo de decisiones que nos afectan a todos y validarlas al tiempo que aseguran la persistencia de sus privilegios, los que sean?

Así como el arte, es la política. Así como la política, es el arte. En un clima histórico-político como el presente, es también urgente cuestionar el posicionamiento hegemónico de las minorías de productores, espacios, instituciones y modos de circulación artística. Además se debe combatir la precarización del trabajo y falta de incorporación en los discursos de los actores culturales arrojados a los márgenes y cuyo trabajo es sostenido con becas y patrocinios que garantizan la injerencia de los centros en las periferias desde lugares seguros para luego re-cobrar/extraer la producción que estos generan.

Por otro lado, es también urgente despertar la sospecha sobre los modos de crear y sobre los discursos que incorporamos en las obras y que legitiman las instituciones. El arte (en cualquiera de sus formas, desde el pop hasta la «alta cultura») no es una manifestación ingenua, ni es sólo un espacio simbólico para la recreación y/o para la lucha por la representación/creación de diferentes realidades. Puede también funcionar como vía para la propagación de discursos (propagación = propaganda); algunos de ellos incluso peligrosos por totalitarios y omniabarcadores, y no estaría de más ponerlos en entredicho cuando así se requiera.

La crítica podría ser ese espacio en el que el arte es puesto en relación con su(s) contexto(s) para evidenciar algunas situaciones. No obstante, ésta se ha convertido (como muchos otros espacios del sistema artístico) en un territorio bien delimitado para que ciertos individuos realicen prácticas endogámicas, con su consecuente producción de descendientes de aspecto monstruoso y llenos de limitaciones físicas e intelectuales, que alimentan un conflicto con bandos marcados y polarizados que se apoyan entre sí. Algunos para no ceder ni un poco de su poder; otros para fantasear con que tienen el mínimo de fuerzas para luchar sin enfermar.  Y como en todas las guerras hay una Suiza, existen también voces que de forma independiente y constante apalabran, desde el cruce de realidades, soluciones, alternativas, zonas de desgaste, quimeras, grietas y resquebrajamientos. Sin embargo, suelen ser poco visibles; pues como todas las bisagras, permiten abrir umbrales realizando su trabajo en casi absoluta oscuridad. Y cuando rechinan es sencillo ignorarlas o hacerlas callar: de rechinidos, ninguna reja, ningún muro, caen. Así, estas voces terminan por perderse en la gran cantidad de información escrita sobre las fisuras que nuestro sistema político=artístico presenta: proyectos megalomaníacos y otros delirios patriarcales sin rumbo; privados dedicados a la inversión absurda en proyectos que no guardan coherencia con el momento histórico y las luchas del presente (o tal vez me equivoco y nos representan demasiado bien, a nosotrxs y a nuestras distracciones nimias); instituciones precarizadas con trabajadores que se alimentan del “prestigio”, del “amor al arte”, de la “posibilidad de crear”, de “defender sus ideas”, o “hacer algo por lo demás.” Y lo peor, una masa numerosa, informe y muy pocas veces inconforme, de espectadores que están demasiado ocupados en (sobre)vivir y en no convertirse en alguna de las dos opciones de imagen, que según los medios y el sistema, les es permitido representar: criminal o cadáver.

El espacio de la bisagra.

El arte es un instrumento que da cuenta de la realidad de las sociedades que lo producen. Es cierto. Así, de frente a la macrocatástrofe evidente y familiar, en el panorama nacional existimos también microrrealidades, grupxs y cuerpxs que desde nuestros recursos limitados–económicos, educativos y simbólicos– buscamos hacer visibles nuestrxs mundxs. Esto de frente a la crisis, sobre todo la de aquellas instituciones cuya vocación es la educación y promoción artística, arrojadas también a una preocupante escasez que se refleja en una deficiente oferta formativa, teórico-crítica y expositiva.

Como paliativo vemos surgir por doquier colectivos artísticos, iniciativas independientes, organizaciones de la sociedad civil, pequeñas editoriales, proyectos educativos, entre otros, gestionados por artistas y trabajadorxs de la cultura bajo la consigna de conectar al arte con sus propios contextos, modificar sus realidades y abrirse las oportunidades que les son negadas. Algunas de esas iniciativas alcanzan a consolidarse y generan verdaderas ofertas alternativas a las que dicta la institución. Otras muchas desaparecen. Esa es la difícil encrucijada del sistema artístico actual. Un montón de personas luchando por tener un contacto íntimo con sus comunidades para transformar contextos, utilizando un lenguaje peculiar, el del arte, que en muchas ocasiones no tiene traducción y funciona de modo vertical y jerarquizado.

Abajo en lugar de arriba. ¿Es posible? ¿Cómo producir un arte y una crítica que vaya hacia la realidad de los grupos y sus problemas y no hacia las instituciones y privados y sus necesidades narcisistas y autocomplacientes? ¿Cómo bajar a los infiernos y calmar su ardor? ¿Cómo realizar lo anterior rechazando las provisiones extintoras que efectivamente nos permitan sacar de esos lugares algo “bello” antes de que las llamas lo «consuman», lo “tiznen” o pongan “prieto”? Son quizá demasiadas preguntas. Y quizá no tengamos que abrumarnos respondiéndolas. Lo cierto es que la idea de cultura comunitaria que hoy instaura el régimen, opera de la misma manera: como si el arte nos ayudara a limpiar el desorden o por lo menos a esconderlo bajo una cama bien tendida y de edredones suaves. Para recostarnos a soñar que nuestra vida también está en otra parte. Y pocos dicen algo. Pero no. Ni esos “pilares” sostienen nada, ni los instrumentos musicales dan «esperanza», ni ningún pueblo se empodera con acceso a wikipedia. No hay grandes cambios. La mafia del poder no desaparece usando el poder para hacer magia. Nuestra realidad es mucho más compleja que eso, la producción estética que le sigue también.

Hace unos meses respondí a una pregunta de esta forma: «El error de los museos es querer crear un público; la vida ya está creada, hazte cargo de ella». Quizá mamá tenía razón.  En los infiernos unx mismx debe prenderse fuego, salir a la calle y arder; arder no por herejía sino por ansias de bienestar y libertad. ¿Es este incendio una forma de hacerse cargo de la vida? Quizá. Cuando las bisagras se oxiden, cuando el salitre que trepa los muros sin que nadie lo pare los vuelva tan porosos como un pan duro, cuando la reja caiga por su propio peso, cuando entonces ya nadie pueda quedarse en casa porque la indignación o la desesperación nos empuje fuera. Ahí estaremos todxs. El arte también.  Y los museos. Y la crítica. Todxs. En la calle. En llamas. Ardiendo codo a codo. En la vida. Espero.

*Los links elegidos, salvo Katy Perry cantando para Biden, que me parece el epítome del pop como propaganda, dan cuenta de los tonos, temas y voces que pueblan el panorama de la crítica del arte en México.

 

«Urban Art (Mexico City) II» by Carl Campbell is licensed under CC BY-SA 2.0
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