¿Podrá Verástegui resucitar a Porfirio Díaz y al porfirismo?

Por César Martínez

Ante la prolongada decadencia del PRI y del PAN y la falta de una oposición seria a la Cuarta Transformación en México, sorprende que el actor Eduardo Verástegui, identificado con el trumpismo en Estados Unidos, haga apología en X de Porfirio Díaz, quien subió al poder dando un Golpe de Estado en 1876 y fue derrocado por la revolución maderista de 1910.

¿Debe sorprendernos que aún haya quienes añoran el porfiriato y anhelan su vuelta? Contaba el historiador Daniel Cosío Villegas en sus memorias su estupefacción ante los ataques en su contra por profesores y periodistas porfiristas a raíz de su obra Porfirio Díaz en la Revuelta de la Noria. En ella, don Daniel retrataba la paradoja porfirista: que don Porfirio se levantó en armas so pretexto de respetar la Constitución y combatir la no-reelección… y acabó siendo su máximo violentador en más de 30 años reelecto.

Ya el brillante sociólogo mexicano Gabriel Careaga, en su obra Mitos y Fantasías de la Clase Media en México, explicaba la lógica detrás de la mentalidad porfirista de ciertos sectores de clase media, viendo al porfirismo no como expresión de valores políticos tales como la democracia y el derecho, sino de valores económicos y sociales ligados al consumo y al estatus. Careaga incluso cita a don Porfirio siendo crítico de sus propios simpatizantes o base social[1] :

No obstante, el mismo Díaz había hablado acerca de los defectos de la clase media como: “Levantarse tarde, ser empleados públicos con padrinos de influencia, asistir a su trabajo sin puntualidad, enfermarse con frecuencia y obtener licencia con goce de sueldo, no faltar a las corridas de toros, divertirse sin cesar, tener la decoración de las instituciones mejor que las instituciones sin decoración, casarse muy jóvenes y tener hijos a pasto, gastar más de lo que ganan y endrogarse con los usureros para hacer ‘posadas’ y fiestas onomásticas.

Así se comprende que Verástegui, en su ruta para fundar un partido político llamado Movimiento Viva México, realice la muy tradicional apología del Porfiriato refiriéndose a un régimen que promovió el desarrollo material, comunicó al país con trenes y telégrafos y lo ingresó al mercado global de la mano de la inversión estadounidense. “Yo no propongo regresar al porfiriato. Propongo rescatar lo que funcionó: el orden, la visión, la infraestructura, el respeto internacional,” escribió Verástegui tras recibir críticas por su porfirismo, así como por sus elogios a quien él califica como verdadero padre de la patria: Agustín de Iturbide.

Ahora bien, la clave del porfirismo-iturbidismo de Verástegui (y de no pocas personas que comparten la misma visión histórica, como lo demostró Careaga), es saber si el Porfiriato verdaderamente funcionó o si más bien colapsó por sus propias contradicciones.

Gracias a la aguda mirada de Cosío Villegas se sabe que la filosofía detrás del porfirismo fue la “modernización” como sinónimo de la búsqueda del deleite sensual. Es la Revolución Industrial, escribía don Daniel, “Las máquinas maravillosas que producen muchas cosas buenas, bonitas y baratas; los barcos de vapor que cruzan apresuradamente todos los océanos para dejar en cada puerto los placeres y las satisfacciones del cuerpo…[1] Muy en la lógica de Alexis de Tocqueville, Cosío hace la crítica del porfirismo tal cual es: se trata de un hedonismo que enerva o adormece las virtudes cívicas como el ejercicio de la ciudadanía, de la libre expresión y de la elección de autoridades yendo a las urnas a votar.

¿Entonces funcionó el porfirismo durante más de 30 años apelando a la doctrina hedonista? Objetivamente la respuesta es no, pues junto a la promoción de un estilo de vida apoyado en el consumo de bienes y servicios dentro de la clase media, vino también el despojo y aniquilación de comunidades indígenas y la represión del movimiento obrero. Emilio Rabasa, uno de los juristas más sofisticados al servicio del régimen de Díaz, justificó el porqué de violar garantías constitucionales como el derecho a la educación y al sufragio para las masas aludiendo a que el derecho crudo de la fuerza acaba imponiéndose al derecho utópico de la Constitución.

En la idea de Rabasa, el juez crea derecho por la vía de la coerción (en vez del legislador por la vía del sufragio). De ahí que el Porfirismo en derecho definido como monopolio de la fuerza bruta a menudo acaba expresándose contra grupos explotados según estigmas racistas y discriminatorios.

Finalmente, en su intento por resucitar a don Porfirio, Verástegui se arriesga a no advertir las contradicciones de un régimen dictatorial que, enarbolando la bandera de la ley y la libertad, redujo la condición humana al acto de consumir y obedecer. Peor aún: Rabasa, (así como Justo Sierra, otro porfirista lúcido), terminaron reconociendo que el porfirismo significó un grave retroceso en la evolución política de México. De modo que, en el panorama general, la exhumación del porfirismo de entre las ruinas del PRI y del PAN debe verse como una apuesta por desmotivar e inhibir la participación ciudadana como forma, quizás, de operar políticamente desde el extranjero.

Porfirio Díaz. D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

César Martínez (@cesar19_87) es maestro en relaciones internacionales por la Universidad de Bristol y en literatura de Estados Unidos por la Universidad de Exeter.

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