¡…destruye al menos mis puntos de vista
más obvios sobre las turbas felices
cobijadas a gritos y sombrerazos bajo
el augusto nombre del país donde viven!
Carlos Monsiváis
Cuando el finado intelectual mexicano Carlos Monsiváis presenció en el Estadio Azteca los juegos de nuestra selección en el mundial México 1986, no lo hacía por gusto futbolero ni fiebre mundialista. Estuvo en la grada proponiéndose examinar qué sentimientos despierta, excita y embriaga más El Tri entre quienes le siguen con una mezcla de religiosidad, ilusión y masoquismo.
“Monsi” descubrió así un nuevo, contradictorio y muy problemático nacionalismo mexicano. “Es el complicado matrimonio”, escribía en el prólogo a sus crónicas, “entre la obediencia y el relajo.”
Casi 40 años después, su mirada profética sigue advirtiendo de la epidemia de este virulento nacionalismo tras un fiasco más del equipo tricolor. Aunque la prensa deportiva se divide entre quienes sostienen que la decadencia inició tras el 7-0 de Chile en 2016, y quienes dicen que todo se derrumbó desde la clasificación al mundial de Brasil gracias a los goles del futbolista estadounidense Graham Zusi en Panamá, ciertamente este nacionalismo tóxico sigue manchando una camiseta antaño distinguida majestuosamente con la Piedra del Sol o Calendario Azteca.
El racismo en memes contra la gente de países como Honduras, El Salvador, Venezuela y Argentina; la estigmatización al migrante mexicano en Estados Unidos y al méxico-americano, llamándoles “pochos”, culpándoles de llenar los bolsillos con dólares a los dueños de la selección al abarrotar los estadios de la NFL en amistosos contra Uzbekistán; los exabruptos alcohólicos y agresivos de nuestras clases medias pagando con crédito y clases pudientes con liquidez en vacaciones mundialistas cada cuatro años. Todo eso, y más, lo vislumbró Monsiváis antes que nadie con los ojos de quien mira a la sociedad cuando la sociedad mira al balón.
Haber titulado su crónica sobre 1986, “¡¡¡Goool!!! Somos el desmadre”, desde el nosotros, en un grito plural, aborda el dilema moderno del “comportamiento del hombre [y de la mujer] que abandona su individualidad y se disuelve en el seno de la especie.” Para Monsiváis, la pasión de masas aquel año en nuestro país contrastaba fuertemente con la aparición de la sociedad civil en el terremoto de 1985 y con el movimiento democrático estudiantil en la UNAM en 1987. Desde luego, hablamos de facetas distintas de la misma sociedad.
Tentado a reducir al futbol a simple manufactura de la globalización, “la integración del público mexicano en un espíritu internacional normado por la pasión deportiva, los medios masivos y el comercio”, el cronista Monsiváis descubrió, sin embargo, en las butacas del Coloso de Santa Úrsula, en la glorieta del Ángel de la Independencia y poco después afuera del estadio de la Universidad Autónoma de Nuevo León (donde México cayó eliminado en penales contra Alemania) que el nacionalismo transformaría a la selección en algo más complejo, desafiante y, quizás, espeluznante.
¿Pero qué es ese nocivo discurso nacionalista envolviendo a El Tri? Según Monsiváis, lejos de reflejar a un país democrático y plural en realidad este nacionalismo exhibe la simulación de actitudes contestatarias, fingidas, fugaces, que en realidad nacen y mueren en 90 minutos bajo la forma de echar relajo y desmadre. “Al nacionalismo como propuesta monolítica lo desgastan internamente su autoritarismo y sus pretensiones omnímodas” (p.210), señala Monsiváis, ya como ensayista de la cuestión histórico-política a propósito del ponerse la Verde:
¿Cómo se define el nuevo entusiasmo nacionalista? Por el uso incesante de la primera persona del plural, por la mezcla de tecnología y voces primigenias, y por el carácter necesariamente apolítico… En cincuenta años, el Estado de la revolución hecha sexenio desgastó el nacionalismo, le exprimió credibilidad popular, lo redujo demostrativamente a un fandango anual, y los medios masivos comercializaron este fervor al grado de que el montaje sustituyó al consenso… Por razones internacionales, comerciales, tecnológicas, el futbol ha sido la respuesta unificadora, y las victorias de la Selección Nacional son aprovechadas por la necesidad compulsiva de vitorear a México sin riesgos psicológicos. Aquí perdiste, modernidad. (p.219-220)
¿Entonces cuáles son los sentimientos despertados, excitados y embriagados por ese nacionalismo autoritario, de pretensiones omnímodas, simbolizados por el logotipo de la selección a un costado del logo de “la marca de las tres bandas” en la camiseta nacional?
Si bien Monsiváis llega a hablar de machismo, desobligación, resentimiento e impunidad escondidos tras el grito nacionalista en plural, él cita una declaración del joven goleador Hugo Sánchez para la esperanza de que no todo está perdido. Otro tipo de nacionalismo es posible: “Yo quisiera ser un escape muy grande para que los mexicanos viertan en mí sus amarguras.”
Recordándonos la función de catarsis, es decir, potencialmente liberadora y sanadora del futbol, del deporte y de la cultura cuando se trata de actos de participación e inclusión, (ilustrado en las palabras de compromiso individual del “Pentapichichi” con sus conciudadanos), quizás Monsiváis señalaba una salida colectiva a la prisión de este nacionalismo bárbaro, que nos aleja de la vida democrática a la que estamos llamadas y llamados, a cambio de emociones incendiarias que tiñen el verde, el blanco y el rojo con los tonos de la soberbia, la discriminación, la petulancia y la fanfarronería.
Como en el terremoto de 85 y el movimiento estudiantil de 87, “Monsi” sugiere en su obra periodística que la democracia en México no debe detenerse. Que está para alcanzar todos los ámbitos de la vida pública, incluyendo desde luego al obscuro fútbol mexicano y su selección.
De lo contrario, esta breve línea de su crónica del Mundial 1986 seguirá valiendo tras 2024 como profecía presente: “Ahora comienza el juego y Televisa aloja en su regazo a la nación.”
César Martínez (@cesarkickoff): Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad de Bristol y en literatura de Estados Unidos por la Universidad de Exeter.