Hace unos años terminé de escribir mi tesis de maestría sobre el Frente Nacional francés (FN o Front National), pronto a convertirse en Agrupación Nacional (RN o Rassemblement National),1 con la desesperanza de observar que progresivamente se había vuelto aceptable para el electorado franco. Si bien es cierto que la transición de su fundador Jean-Marie Le Pen a su hija Marine implicó ciertas modificaciones programáticas e ideológicas en el discurso del partido, en el fondo no dejó de ser una agrupación profundamente inspirada por el nativismo xenófobo.
Aunque el juego de negociaciones aún no ha acabado, la desesperanza por el progresivo avance del RN parece haber cedido temporalmente. Como el lector seguramente ya sabrá, en la segunda vuelta de las elecciones parlamentarias, el Nuevo Frente Popular (NFP o Nouveau Front Populaire), una heterogénea alianza entre partidos de izquierda comandada por Jean-Luc Mélenchon, obtuvo una sorpresiva victoria, seguido del oficialista “Juntos” (Ensemble) de Emmanuel Macron, dejando al conjunto de Marine Le Pen en tercer lugar.
Lo que ocurrió el pasado fin de semana pudo haber sido la cereza de un pastel largamente esperado por los liderazgos del RN. Después de participaciones testimoniales en todos los procesos políticos de la posguerra —los llamados 30 Gloriosos de providencial prosperidad2—, el entonces FN no pudo figurar en las primeras planas electorales sino hasta la década de los ochenta, momento en que la izquierda socialista accedía por fin al poder de la mano de François Mitterrand. Desde entonces, el ascenso sería lento pero aparentemente inexorable. El domingo hubiera sido la coronación de una larga marcha ansiosamente esperada.
A pesar de su popularidad, el RN no es comparable con otros liderazgos o movimientos de extrema derecha en el mundo. Los Le Pen no tienen, ni por asomo, tanto “arrastre” como Donald Trump, capaz de movilizar a la mitad del electorado estadounidense a pesar de, o gracias a, sus múltiples escándalos. Tampoco sería probable que construyeran en Francia un bastión autocrático como ha hecho Víctor Orbán en Hungría o Recep T. Erdoğan en Turquía. En todo caso, podría haber accedido a la oficina del primer ministro comandando una “primera minoría” que tendría que negociar con el resto de las fuerzas políticas, la derecha liberal de Emmanuel Macron —que además conserva la presidencia— y las izquierdas.
Para entender el inesperado resultado es menester remitirnos a las lecciones de la historia, aunque esto implique remontarnos varias décadas.
El creciente éxito electoral del FN-RN se debió a una serie de transformaciones del partido mediante las cuales se adaptó mejor que otros a los cambios de la sociedad francesa. Al término de los 30 Gloriosos, al agotamiento de un modelo de desarrollo coordinado por el Estado que se centraba en mantener el pleno empleo e inflación controlada, le siguió un proceso de retraimiento, liberalización de los mercados3 y disminución del gasto público social. La economía francesa mutó rápidamente: muchas industrias con alto valor simbólico se deslocalizaron y los servicios adquirieron un mayor peso. Como consecuencia, aumentó la desigualdad y la vulnerabilidad de las clases obreras y populares menos preparadas para competir con importaciones “baratas”, poco entusiastas para aceptar trabajos precarios en contextos de alta inflación, que además quedaron descobijadas del otrora manto protector del Estado benefactor.
A pesar del triunfo notable de François Mitterrand con el Partido Socialista (PS) en 1981, que finalmente rompió la hegemonía de la derecha tradicional desde la Segunda Guerra Mundial, la política económica no reflejó grandes cambios, generando descontento ante las expectativas traicionadas. El FN-RN supo aprovechar el vacío político que dejó el PS, junto al declive del Partido Comunista Francés (PCF) marginado por Mitterrand, para acercarse a las clases populares y obreras desencantadas.4 Al hacerlo, abandonó o matizó los rasgos ideológicos que en su origen lo ligaban a posturas promercado, silenció sus expresiones más vocales a favor del negacionismo del holocausto y buscó un chivo expiatorio: los migrantes norafricanos que llegaban cada vez en mayor número.5
Además de divorciarse de sus electorados, Mitterrand jugaría un papel importante en esta historia. A lo largo de las primeras tres décadas de posguerra, la extrema derecha se mantuvo pequeña e insignificante. Esto no solo se debió a que las condiciones socioeconómicas de paz y prosperidad no daban cabida a una expresión política de tintes subversivos, a la fortaleza de los partidos de izquierda en la oposición a la derecha liberal o al “oprobio de Vichy”6 (el rechazo al régimen colaboracionista títere de Hitler). El aislamiento del FN, el llamado “cordón sanitario”, fue posible gracias a un acuerdo tácito de la mayoría de las principales fuerzas políticas para bloquearlo. Este sería vulnerado de forma recurrente a partir de la década de los ochenta.
En 1983 en Dreux, una pequeña ciudad industrial en las proximidades de París, la derecha liberal (Agrupación por la República, RPR o Rassemblement pour la République) se alió con el FN para derrotar a los socialistas. Estas primeras transgresiones del cordón marcarían un hito que sacaría al FN de la insignificancia política.7 Por el lado de la derecha liberal, era un gesto de desesperación por recuperar el poder en manos de los socialistas. Por el otro, era un reconocimiento de la nueva estrategia discursiva del frente, “¡un millón de migrantes es igual a un millón de desempleados!”.8 Después de Dreux, el FN pudo anotarse otras pocas pero significativas victorias en pequeñas ciudades con un perfil similar: contextos posindustriales olvidados o con presencia de población migrante. La suposición de la derecha liberal era que el FN podía ser un aliado a su conveniencia, un socio minoritario que se mantendría a su sombra.
Mitterrand subiría la apuesta con la misma estrategia. En 1982 Jean-Marie Le Pen le escribió una misiva reclamando que el sistema de medios públicos hubiera omitido su evento anual. El presidente, un militante católico y conservador en su juventud, accedió al reclamo para asombro de todos y encomendó que se le concediera una entrevista en horario estelar en televisión. El dominio escénico de Le Pen cultivó a la audiencia y lo convirtió en un personaje con reconocimiento público. Las entrevistas se siguieron en diversos medios. El partido obtuvo la visibilidad que le había sido antes negada. Sus filas se engrosaron, pues mientras recibía en promedio 15 adhesiones diarias, en pocos días obtuvo un millar.9 En el cálculo de Mitterrand, el darle voz al FN podría fragilizar a sus principales oponentes, la derecha liberal. Así, para las elecciones legislativas de 1986 modificó la fórmula de representación, de mayoritaria a proporcional, garantizando que los partidos minoritarios pudieran tener representación en la Asamblea Nacional. Gracias a eso, el FN logró acceder a 35 escaños, un micrófono abierto para seguir perorando sus diatribas a nivel nacional.10
Lo que vivimos en las últimas horas fue la última vuelta de tuerca. En pocas ocasiones, podemos afirmar que se aprende de las lecciones de la historia.11 El cerco a la ultraderecha, ahora bajo la etiqueta del RN, funcionó de forma relativamente eficiente, a pesar de la evidencia de menos cooperación del electorado pro-Macron por votar a la izquierda cuando esta tenía más posibilidades.
Aún más importante, el NFP recordó una lección aprendida hace casi un siglo. Las últimas grandes victorias de la izquierda francesa —las últimas que emocionaron sobre la posibilidad de construir una alternativa desde el ámbito estatal— se lograron gracias a la alianza de la familia fragmentada. En 1936, después de un histórico congreso en Tours, socialistas y comunistas se unieron para conformar gobierno en un primer Frente Popular (Front Populaire). Sus políticas laboristas no fueron bien recibidas por las patronales y fueron desechadas por el régimen de Vichy. En 1981, volvieron a unir fuerzas alrededor de Mitterrand, quien desistió de todo proyecto transformador tras dos años de tensiones sociales con las consecuencias antes expuestas. El mes pasado, el NFP revivió la alianza de izquierdas. Quizá más importante, promulgó un nuevo plan de acción que retoma el papel histórico abandonado por las izquierdas, ofreciendo una alternativa viable al RN para las clases populares.12
Aún es temprano para especular si este episodio termina de forma favorable para Mélenchon y sus aliadas. Ninguna fuerza política ha conseguido una mayoría que le permita gobernar en solitario, además de que tendrán que cohabitar con un presidente ensimismado en gobernar para las élites francesas. No obstante, no es venturoso afirmar que ya han ganado una importante batalla.
Alejandro Aguilar Nava es sociólogo del Desarrollo y profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM
- Alejandro Aguilar Nava, Entre extremismo y populismo. El Frente Nacional en perspectiva histórica, El Colegio de México, México, 2020. ↩︎
- Tal como los bautizó Jean Fourastié, los “Treinta Gloriosos” fue un periodo de tres décadas que siguió a la Segunda Guerra Mundial caracterizado por tasas constantes de crecimiento económico, bajo desempleo y expansión del Estado de bienestar. Cf. Jean Fourastié, Les Trente Glorieuses, Fayard, París, 1979. ↩︎
- Entre ellos cuenta de forma peculiar la ampliación de la Unión Europea y la consolidación de la unión monetaria que restaba margen de maniobra a los Estados en términos de política monetaria. ↩︎
- El divorcio entre la izquierda y las clases obreras y populares ha sido bien estudiado por Thomas Piketty. Cf. Thomas Piketty, “Brahmin Left vs Merchant Right: Rising Inequality and the Changing Structure of Political Conflict, Evidence from France & the US, 1948-2017”, 2018. Disponible en http://piketty.pse.ens.fr/files/Piketty2018PoliticalConflict.pdf; y Thomas Piketty, “La frontière et la propriété: la construction de l’egalité”, en Capital et Idéologie, Seuil, Paris, 2019. ↩︎
- No hay que olvidar que los duros procesos de descolonialización, a los cuáles se había opuesto el FN en sus inicios, han creado situaciones crónicas de inestabilidad en las excolonias francesas de donde parten la gran mayoría de los migrantes en búsqueda de una vida mejor. ↩︎
- La expresión es de Pascal Delwit. Cf. Pascal Delwit, Le Front National. Mutations de l’extrême droite française, Editions de l’Université de Bruxelles, Bruxelles, 2012. ↩︎
- Jean-Yves Camus, Le Front National. Histoire et analyses, Editions Olivier Laurens, París, 1996, pp. 49–50; Dominique Albertini y David Doucet, Histoire du Front National, Texto, París, 2014, pp. 92–94. ↩︎
- Valérie Igounet, Les Français d’abord. Slogans et viralité du discours. Front National (1972-2017), Inculte, Paris, 2017, pp. 80 y ss. ↩︎
- Valérie Igounet, Le Front National de 1972 à nos jours : le parti, les hommes, les idées, Le Seuil, Paris, 2014, pp. 147 y ss. ↩︎
- Un último momento crítico, sobre el que no puedo extenderme por motivos de espacio, es la presidencia de Nicolás Sarkozy (2007-12) quien, aun habiendo llegado al poder por medio de la derecha liberal, hizo suya la retórica del FN. Al hacerlo, la “normalizó” y la convirtió en algo aceptable para una gran parte de la sociedad. Cf. op. cit. Alejandro Aguilar Nava, cap. “El efecto Sarkozy”. ↩︎
- Contrario al dictum de Marx sobre la historia que siempre se repite, “primero como tragedia, luego como farsa”. cf. Karl Marx, Le 18 Brumaire de Louis Bonaparte, Les Éditions sociales, Paris, 1969. ↩︎
- Thomas Piketty y Julia Cagé, “France’s ‘hard left’ has been demonised – but its agenda is realistic, not radical”, The Guardian, 3 de julio de 2024, en https://www.theguardian.com/commentisfree/article/2024/jul/03/france-hard-left-new-popular-front-far-right?CMP=share_btn_url (consultado el 8 de julio de 2024).
↩︎