León XIV ante la Historia

Por Ricardo Arredondo Yucupicio y Esmeralda Torres

Hace poco más de un mes que Robert Francis Prevost fue elegido obispo de Roma bajo el nombre de León XIV. La sensibilidad histórica hizo que nuestra piel se erizara al escuchar el nombre que el nuevo Papa había elegido. La significación que tuvo la elección del nombre de su pontificado hizo inevitable la comparación con su antecesor: León XIII.

Los procesos históricos pueden ser comparados para un mejor entendimiento. La historia no se repite, pero podemos encontrar ecos del pasado. El propio Prevost lo entiende así, al hacer referencia directa a Raffaele Luigi Pecci (León XIII) como la razón de su elección del nombre pontificio. Prevost encuentra símiles entre los retos que enfrentó León XIII y los que su pontificado enfrentará en los años por venir. A más de cien años, pareciera que el contexto histórico de ambos líderes del catolicismo podría ser comparable.

Raffaele Luigi Pecci, León XIII, nació en 1810, año axial en todo el hemisferio occidental: las guerras napoleónicas arrastraron a Europa a una crisis que se expandió hasta América, con los procesos independentistas en las antiguas posesiones del imperio español. Pecci vivió en una Europa que gozó de una paz duradera después del vendaval del emperador corso. Fue al mismo tiempo el papa de la Belle Epoqué, y el de la crisis humanitaria denunciada por Marx, producto de la revolución industrial: pobreza, hambruna y enfermedad. Prevost, por su parte, es un baby boomer: los hijos del conflicto, de la guerra mundial. En esto coincide con Pecci: ambos crecen en un momento clave de la reconstrucción y el reparto del poder europeo en particular, y mundial en general. Pecci la Europa de la Restauración, Prevost la posguerra. Los une, a su vez, la revolución tecnológica: Pecci la tecnología impulsada por la máquina de vapor; Prevost el machine learning, y la inentendible e inabarcable IA, sobre la cual el papa Francisco ya había advertido.

Das Eisenwalzwerk (Los ciclópes modernos) de Adolph von Menzel.

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El siglo XIX estuvo marcado por el desarrollo de la industria, y por ende del surgimiento de la clase obrera. La sociedad trataba de definirse y de encontrar nuevas formas de convivencia social lejos de la tutela religiosa y de las explicaciones del mundo que esta daba. La secularización de la vida era un aspecto clave del proyecto liberal occidental y provocó que la Iglesia perdiera buena parte de su terreno ideológico.

Fue una época tumultuosa para la institución católica, en la que se estaban redefiniendo los nexos entre los campos de lo civil y lo religioso. Las relaciones de la Iglesia y el Estado, tanto en Europa como en el resto del mundo, se fueron distanciando cada vez más.

En un primer momento, el Papa Gregorio XVI, ante la amenaza que enfrentaba la institución eclesiástica, condenó, en la encíclica Mirari Vos, al racionalismo, el galicanismo y al liberalismo, y a todos aquellos que pretendían separar a la Iglesia y el Estado. La lucha contra esta modernización no se limitó a este papa, pues Pio IX también haría lo suyo con la encíclica Qui Pluribus, condenando a los estados de Europa que habían adoptado un gobierno liberal y en los que se empezaba a vislumbrar el socialismo. No limitándose a esto, posteriormente las encíclicas Quanta Cura y Syllabus condenaban los errores de la cultura moderna, contrarios a la doctrina de la Iglesia: el panteísmo, el naturalismo, el socialismo, el comunismo y el liberalismo.

El problema de la Iglesia frente a los estados modernos no se atenuó con los años. Fue en este contexto que el papa León XIII trató de adaptar el catolicismo a las vicisitudes del mundo moderno, sin dejar de condenar sus males. Fue así que impulsó la actividad social de la Iglesia con la promoción en 1891 de la encíclica más relevante de su papado: la Rerum novarum (que puede traducirse como “De las cosas nuevas”).

Retrato del Papa León XIII, de busto, girado hacia la derecha; publicado en La Gazette des Beaux-Arts, septiembre de 1880. © The Trustees of the British Museum

Según algunos historiadores, como Zvonimir Martinic, León XIII se interesó por la cuestión obrera desde que fue nuncio en Bélgica, cuando conoció la situación de los trabajadores, además de que estuvo en contacto con católicos sociales como Harmel y Gibbons. Ya durante su pontificado asumió la realidad de la Europa capitalista e industrial, cuya élite había roto lazos con el catolicismo. Ante este panorama, León XIII no dejó de denunciar el humanismo racionalista y combatió este estado moderno con varias encíclicas, cada una reparando en alguna problemática contemporánea. En la Annum Sacrum, por ejemplo, buscaba la consagración al Sagrado Corazón de Jesús, “símbolo y la imagen sensible de la caridad infinita de Jesucristo, caridad que nos impulsa a amarnos los unos a los otros”, mientras señalaba que existía “una especie de muro entre la Iglesia y la sociedad civil. En la constitución y administración de los Estados no se tiene en cuenta para nada la jurisdicción sagrada y divina, y se pretende obtener que la religión no tenga ningún papel en la vida pública”, llevando al hombre al error. Así, la encíclica inspiraba a consagrarse al Sagrado Corazón para que “que vuelva a la senda recta de la verdad; las tinieblas han invadido las almas, que esta oscuridad sea disipada por la luz de la verdad; la muerte se ha enseñoreado de nosotros, conquistemos la vida”. Por otra parte, la publicación de la Rerum novarum coronó su papado y a partir de ella se atendió un aspecto clave de la doctrina social de la Iglesia: la situación obrera.

Aunque León XIII reconocía la situación de desigualdad en que se encontraba el obrero por el capitalismo, justificaba su existencia cuando argumentaba que “no son iguales los talentos de todos, ni la habilidad, ni la salud, ni lo son las fuerzas; y de la inevitable diferencia de estas cosas brota espontáneamente la diferencia de fortuna… sufrir y padecer es cosa humana”, por lo que posicionó al socialismo ateo como la verdadera amenaza para la población obrera y la Iglesia.

Es entonces que, a partir de la situación de los obreros, se desprendió todo un programa de acción social que buscaba remediar su condición, buscando una mejora en su situación laboral, que, si bien no podía poner fin a sus problemas, acortaría un poco la distancia que separaban a ricos y pobres a través de la beneficencia y la caridad.

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Las referencias de Prevost a Pecci han sido constantes desde el día mismo de su elección. En uno de sus primeros discursos, el que dictó al Colegio Cardenalicio apenas un par de días después de su elección, comparaba su contexto con el del anterior papa León: “al sentirme llamado a proseguir este camino, pensé tomar el nombre de León XIV. Hay varias razones, pero la principal es porque el Papa León XIII, con la histórica Encíclica Rerum novarum, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial y hoy la Iglesia ofrece a todos, su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo”.

Leon XIV. Vatican Media.

A Prevost le interesa el papel social de la Iglesia en el contexto de una nueva revolución tecnológica, que presenta desafíos sociales, económicos y políticos de magnitudes todavía insospechadas. De nuevo, la historia no se repite, pero genera eco. Esto decía en su discurso a los miembros de la fundación Centesimus Annus Pro Pontifice el 17 de mayo de 2025: “Ya el Papa León XIII, que vivió un período histórico de transformaciones trascendentales y disruptivas, se propuso contribuir a la paz estimulando el diálogo social, entre el capital y el trabajo, entre las tecnologías y la inteligencia humana, entre las diferentes culturas políticas, entre las naciones […] la doctrina social de la Iglesia, con su propia mirada antropológica, pretende favorecer un verdadero acceso a las cuestiones sociales […] El objetivo es aprender a afrontar los problemas, que son siempre diferentes, porque cada generación es nueva, con nuevos retos, nuevos sueños, nuevas preguntas. […] En el contexto de la revolución digital en curso”.

Al identificarse con el papa de la primera revolución industrial, León XIV encuentra asideros discursivos y teológicos con los cuales darle fortaleza a su pontificado. Gran tarea, pues la función social de la Iglesia resultará determinante ante los retos que los gobiernos del mundo enfrentarán frente al cambio tecnológico, y por ende económico, que se avecina. De nuevo, como ya hemos repetido antes: la Historia no es oráculo, pero sí cumple un papel pedagógico. Será así con León XIV.

León XIV y su corte en el Vaticano, 1878.

Ricardo Arredondo Yucupicio (1997). Historiador. Ha publicado en nexos, Revista de la Universidad Autónoma de Sinaloa y es colaborador de Revista Presente.

Esmeralda Torres (1997). Historiadora de la religión. Recientemente defendió su tesis de grado sobre el asociacionismo católico en Sinaloa en el contexto de la Rerum novarum.

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