Córdova vs Córdova: Lorenzo, Arnaldo y La Ley es la Ley

César Martínez

Los países que consagran la libertad política en su Constitución 
pero que también aumentan el despotismo administrativo 
terminan cayendo en bizarras y extrañas paradojas.

Alexis de Tocqueville

Definiendo claramente a la Constitución como un pacto político durante su discurso ante un Zócalo pletórico, en la así llamada “Marcha por la Democracia”, el catedrático y ex consejero presidente del INE, Lorenzo Córdova Vianello, realizó una magnífica referencia al legado de su padre, el mítico intelectual de izquierda Arnaldo Córdova, quien siempre sostuvo que la esencia nacional-democrática de nuestra Carta Magna está en el artículo 39, según el cual todo poder público dimana del pueblo y se instituye en su beneficio.

Nada es más inadecuado en derecho constitucional, según el maestro Arnaldo Córdova, que concebir a la Constitución como algo distinto de una ley política o un pacto político: “la Constitución no es ley jurídica, orgánica o reglamentaria; la Constitución instituye, lo cual significa que cada artículo constitucional funda una institución

De ahí que, sin embargo, fuera por demás bizarro y extraño que, tras arrancar su discurso ofreciendo una visión de largo alcance sobre nuestra Constitución Política, Lorenzo Córdova se haya echado para atrás recurriendo al sobado estribillo de los partidos políticos de oposición antirreformista: ¡La Ley es la Ley!

Foto: Lorenzo Córdova, a través de Flickr.

Pero la “Constitución no es una ley”, escribía Arnaldo Córdova:

“Las leyes no fundan, sino que regulan u organizan. La Constitución funda. Las leyes son fundadas y su función es regular y organizar lo que la Constitución manda que se funde. No creo que haya mucha ciencia en ello.

Ediciones Era

De modo que si el artículo 39 instituye la soberanía popular y la democracia en México, porque la democracia es el gobierno del pueblo, entonces la libertad política está consagrada en la Constitución: el pueblo tiene derecho en todo momento a modificar la forma de su gobierno, empezando por el derecho de elegir libremente a sus representantes en las tres instituciones constituidas de acuerdo al artículo 49.

Es decir que, existiendo la división tripartita del Poder Supremo de la Federación, los tres poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial pueden ser, como lo son ya dos de ellos, sujetos del mecanismo legal conocido como sufragio universal sin contravenir principio alguno de la Constitución.

La bizarra y extraña paradoja de Lorenzo Córdova consiste, así, en partir de la visión democrática del pacto político examinado en el ideario de Arnaldo Córdova, para acabar girando 180 grados hacia la apocalíptica visión tecnocrática, según la cual reformar organismos metidos con fórceps en la Constitución antes de 2018  (como la Cofece, el INAI, la CRE y el IFETEL) equivale a destruir los contrapesos democráticos y estropear un equilibrio ficticio entre poderes, que desde 1917 únicamente ha existido en el papel. 

Ante el dilema entre optar por la libertad política del pueblo o por el despotismo de la tecnocracia, Córdova Vianello es ambiguo: celebra efusivamente lo primero, pero defiende a ultranza lo segundo. A estas alturas, ya es evidente que los conceptos distintos y contrapuestos de democracia que hay entre Arnaldo y Lorenzo reflejan la polarización más grande y más profunda surgida desde 2018 entre una ciudadanía mayoritaria sin representación política y las cúpulas partidistas, intelectuales y burocráticas de nuestro país.

La disyuntiva, más allá de la boleta electoral de 2024, está pues entre un liberalismo democrático y un liberalismo ademocrático que quiere Gobierno para para el pueblo, pero no por el pueblo. Históricamente hablando, es la tensión recurrente entre distintos liberalismos que el mismo Arnaldo Córdova describió en su obra maestra, La Ideología de la Revolución Mexicana:

Los porfiristas practicaban un liberalismo a la manera de Kant y de Constant, en el que solo la élite de los escogidos cuenta…. Madero era liberal a la manera de los liberales de la segunda mitad del siglo XIX, de un liberalismo que disolvía los últimos vestigios de privilegios medievales, que universalizaba la condición de ciudadano y el derecho de nombrar a los representantes de un pueblo hecho de masas y no de “escogidos”, multitudinario, verdaderamente nacional (p. 107)

Arnaldo Córdova de esta forma se distingue de Lorenzo Córdova citando las figuras de Madero y de los liberales decimonónicos en el párrafo anterior: la democracia involucra al mismo tiempo libertad e igualdad, concepto este último del todo ausente en la argumentación de Córdova Vianello en la Plaza de la Constitución. 

En otras palabras, mientras que en el discurso de Lorenzo invocar al pueblo es mera retórica cuyo objeto es azuzar a las “mayorías autoritarias”, en la cátedra de Arnaldo el pueblo es todo un concepto jurídico validado históricamente y, más importante aún, de aplicación práctica en los tiempos presente y futuro.

En conclusión, desmenuzar el cliché de La Ley es la Ley, gritado a los cuatro vientos por Lorenzo, involucra realizar un importante matiz, anotado por Arnaldo: la ley pierde autoridad si esta disfraza de derecho aquello que simplemente es la fuerza y el poderío de las minorías a costa de derechos políticos universales. Esta bizarra y extraña paradoja de elogiar la libertad política en el discurso, pero restringirla con alegatos reglamentarios, no puede sino llevarnos a una grave torcedura de nuestro pacto político: creer ingenua, o perversamente, que la Constitución funda en México la institución de la desigualdad

Two men boxing. Collotype after Eadweard Muybridge, 1887. Source: Wellcome Collection.

César Martínez (@cesar19_87) es Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad de Bristol y en Literatura de Estados Unidos por la Universidad de Exeter.

Más artículos
El mito del nacionalismo mexicano