El contexto político y social global nos invita a reflexionar sobre la polarización mundial, aunque ya no en dos extremos, como en aquella cómoda bipolaridad que es objeto de nostalgia para internacionalistas y globalistas en general. Si bien el discurso público de los líderes más ruidosos intenta marcar esa bipolaridad, la aterradora realidad es que hay tantos polos como personas, o casi. La fragmentación social producida por el modelo de sujeto individual y digital lleva a la hiper-particularización de las causas sociales. Las posiciones antagónicas parecen cada vez más lejanas e irreductibles: la particularidad de las luchas no hace más que exacerbar la radicalización de la discusión. Son ellos o nosotros, como diría Carl Schmitt.
Ese “ellos” es cada vez más difuso y se adecúa a cada discusión particular. El que ayer era “aliado de la centro-izquierda” en la discusión sobre aborto legal, hoy es “funcional a la extrema derecha”. Quien votó por un aumento del presupuesto educativo se niega al aumento de haberes jubilatorios. El “todo lo que está bien” mañana es “todo lo que está mal”. La práctica de la anulación del otro y el aumento de la incorrección política son dos expresiones de la misma actitud antagónica e irreductible respecto de un otro que opina distinto o actúa de una forma reprochable para nuestro grupo. No digo con esto que sean equivalentes en sus formas y efectos, pero cumplen la misma función: disciplinamiento social del sujeto a las normas morales del grupo dominante en un momento determinado.
An elderly man taunted by a skeleton, as he sits and ponders in a vanitas conceit. Woodcut by Tobias Stimmer, 1580. Wellcome Collection. Source: Wellcome Collection.
Esta noción agonal de la política, basada únicamente en el conflicto y la oposición a un otro que se considera monstruoso, no se condice con una vida democrática saludable. No es un diagnóstico solamente válido para la realidad de la República Argentina: el mundo parece tender a la polarización de visiones de mundo absolutamente irreconciliables. Desde las recientes actitudes del gobierno estadounidense en la regulación del comercio exterior hasta la retórica de los conflictos de Medio Oriente y Ucrania, todo parte de la misma raíz: la imposibilidad de analizar la realidad conjuntamente con el otro.
Si bien la política puede ser leída como la administración de un conflicto (discusión aparte es la posibilidad de resolver ese conflicto), no es deseable para los regímenes políticos resumir todas las diferencias en la oposición a un otro, el cual muta constantemente. Tiene que existir algo, algún tipo de sustrato en el que acordemos las bases de la discusión. Si estamos discutiendo un modelo de país, es porque compartimos un país. Pero no basta solamente con creer en algo común: tienen que existir formas y procedimientos previsibles para desanudar el conflicto en una forma pacífica y democrática.
En ese sentido, es importante rescatar una antigua discusión sobre las máximas fundamentales de la acción política. Se trata de aquella planteada por Max Weber en el ensayo, La política como vocación, entre la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabilidad”[1]. La primera se refiere a la orientación ética que privilegia el análisis moral de los medios utilizados, sin atender a los resultados de su acción. Quien sigue este principio actúa como el creyente, el cual está íntimamente convencido de que la bondad está ínsita en sus actos. Este criterio decisorio está ligado a lo estático e inflexible, ya que la respuesta a los problemas viene predestinada por nuestra creencia.
En oposición, la segunda refiere a un principio de toma de decisiones que se enfoque en los resultados esperables de la acción. Quien sigue este tipo de razonamientos actúa como un técnico, analizando punto por punto las posibles fallas del “hombre medio” y decidiendo en base a ese criterio, teniendo en cuenta las posibilidades de error en el proceso. Aquí la flexibilidad es clave: la mejor decisión es aquella que resulte más efectiva para lograr los fines propuestos, en términos de efectividad material.
Weber comienza su ensayo planteando una distinción tajante entre ambos, lo cual es consecuente con su metodología de “tipos-ideales”. Sin embargo, en el transcurso de la reflexión se avizora la conclusión a la que arriba: no son términos opuestos, sino elementos complementarios que concurren para la formación del “hombre auténtico”, aquel que pueda tener “vocación política”[2]. Esta aclaración es particularmente relevante en el contexto actual. Considero que la discusión política se debate entre expresiones exacerbadas de estos dos polos, los cuales son tratados como dos círculos vecinos, pero que no se superponen.Así que propongo interpretar esta distinción como un continuo entre dos polos, que admite muchas posiciones entre ambos, algunas más cercanas a la ética de la convicción y otras a las de la responsabilidad.
¿Por qué no elegir una o la otra? ¿Es ser tibio, timorato, Corea del Centro? Para responder esta pregunta, es necesario analizar por separado los efectos que produce la exacerbación de alguno de estos extremos:
Phrenological head of Lord Ellenborough as Governor General of India 1841-1844. Lithograph, ca. 1844. Source: Wellcome Collection.
a) La ética de la convicción parece, a primera vista, un cómodo refugio moral. Actuar de acuerdo con lo que creemos es sumamente valorable porque implica un compromiso personal y honesto con las cuestiones que debatimos. Pero a su vez, implica un espacio confortable de acción que se justifica a sí misma de acuerdo con el principio general a partir del cual analizaremos los resultados: si sale bien, es gracias a lo que creo; si falla, es por culpa del mundo exterior.
Ambas respuestas tienen el mismo sustrato: mi creencia no puede estar equivocada. La firme convicción moral de que la pobreza y la indigencia son flagelos sociales basados en la injusticia no disminuye la cantidad de personas que se encuentran en esa posición. Si bien es necesaria una consciencia de la importancia moral de la dignidad humana y la necesidad de un mínimo de condiciones materiales de existencia, no basta la buena intención. “El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones” sostiene el refrán popular, y se aplica perfectamente en este caso.
La idea misma de la representación implica una cierta flexibilidad respecto a las convicciones internas del representante. Es iluso creer que, en un mundo tan fragmentado y atravesado por causas particulares, todas las convicciones morales de una persona coincidan con las de otra. Más aún, las creencias del dirigente político no pueden superponerse de forma perfecta con las de un sinnúmero de ciudadanos y ciudadanas. Por esta razón, la convicción monolítica e inamovible en lo que creemos no es una virtud del político democrático: se parece más a los designios de un líder mesiánico, o a las reglas de una aristocracia que debe tomar las decisiones por su calidad moral superior.
Phrenological head of Sir Robert Peel as Prime Minister of the United Kingdom. Lithograph, ca. 1844. Source: Wellcome Collection.
b) La ética de la responsabilidad también puede resultar atractiva en el vacío. Tomar decisiones de acuerdo con el cálculo pormenorizado de los resultados de la acción parece ser una forma de actuar que asegura la ecuanimidad de los decisores. Si alguien está pensando en el bien común y tiene la capacidad de cálculo correcta, esas deberían ser las decisiones correctas… ¿no?
Aquí es donde la posición se complejiza debido al propio objeto de estudio: la política, y las acciones humanas en general, no son subsumibles a un cálculo perfecto. El éxito y el fracaso de la acción política no pueden ser medidos solamente por resultados “objetivos” sin tener en cuenta la naturaleza humana en cuanto ser social y moral. Todos consideramos que ciertas cosas están bien, y que otras están mal.
No hay ningún área de la vida que se encuentre exenta de ese razonamiento: todos analizaremos el resultado de tal o cual política no sólo por lo que implica en términos numéricos, sino por lo que creemos que representa esa decisión para nuestra vida y la de nuestra comunidad.
A partir de la proliferación de los tecnócratas en los distintos niveles de gobierno se exacerbó el interés en este principio decisorio. Los tableros de control, las metodologías ágiles, FODA, árboles de objetivos, entre muchas otras, son herramientas que se utilizan para afirmar que existe una realidad objetiva y que ninguna creencia o convicción opera sobre esa realidad. Esa objetividad no es más que una ilusión: esos decisores también están impregnados de una moralidad específica que dicta que la racionalidad y la eficiencia son los principios rectores. Decir que es una posición objetiva invisibiliza que es un terreno de disputa la forma en la que se recaban, analizan y construyen los datos. En la versión más reciente y más exacerbada, se propone el gobierno de la Inteligencia Artificial, ese gólem magnánimo que todo lo sabe y que decide mejor que el humano por carecer del defecto fundamental deser humano. Este tipo de posiciones tampoco pueden ser consideradas como virtuosas para la construcción de un sistema político democrático: la libertad de expresión y la disidencia al pensamiento mecánico y del cálculo propuesto implica una irracionalidad imperdonable para un ser calculador.
¿Entonces, por cuál de los dos nos guiamos? ¿A qué extremo corremos? A ninguno. Llegamos hasta este punto por correr de extremo a extremo. Desde aquellos que sólo piensan que el mundo debe adaptarse a lo que creen, simplemente porque ellos lo creen y son moralmente correctos; hasta aquellos que dicen que es lo mismo un circuito que un tejido social y excluyen toda posibilidad de error en sus análisis. Así que llega el momento de elogiar la virtud más vapuleada en este momento: la moderación. Las acusaciones cruzadas de funcionalidad a uno u otro grupo nos invitan constantemente a subirnos a uno de los barcos y a pelear contra el otro. El giro político que creemos que nos debemos es aquel que interprete que el mar es extenso, profundo e insondable. Que hay mucho más que dos barcos, y que cada uno lleva un poco de razón, pero a ninguno le asiste la totalidad de ella. Como en todo. Esto no implica que la moderación implique una inmovilidad o una imposibilidad de tomar decisiones, como se ha querido remarcar en ocasión de experiencias políticas recientes. La propuesta es tomar las decisiones ponderando lo que creemos y un análisis de los resultados: ni mesías ni computadora, humano.
Para concluir, tuve la intención de compartir una reflexión sobre el punto medio de las cosas, sobre la posibilidad de pensar en grises en un mundo complejo que discute en múltiples blancos y negros. Pero me resultó más interesante recuperar la conclusión final del ensayo de Weber. Si bien fue escrito hace 105 años en un contexto fundamentalmente distinto, creo que el llamado tiene una actualidad escalofriante:
La política estriba en una prolongada y ardua lucha contra tenaces resistencias para vencer, lo que requiere, simultáneamente, de pasión y mesura. Es del todo cierto, y así lo demuestra la Historia, que en este mundo no se arriba jamás a lo posible si no se intenta repetidamente lo imposible; pero para realizar esta tarea no sólo es indispensable ser un caudillo, sino también un héroe en todo el sentido estricto del término, incluso todos aquellos que no son héroes ni caudillos han de armarse desde ahora, de la fuerza de voluntad que les permita soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren mostrarse incapaces de realizar inclusive todo lo que aún es posible. Únicamente quien está seguro de no doblegarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado necio o demasiado abyecto para aquello que él está ofreciéndole; únicamente quien, ante todas estas adversidades, es capaz de oponer un sin embargo; únicamente un hombre constituido de esta manera podrá demostrar su vocación para la política.
A rowdy dinner of British political radicals at John Horne Tooke’s house in Wimbledon: Tooke and Burdett wear bonnets rouges. Coloured etching by Thomaso Scrutiny (Samuel De Wilde?), 1808. Wellcome Collection. Source: Wellcome Collection.