Aprendimos con Suetonio y con Plutarco, o más recientemente con el Sobre Baudelaire de Walter Benjamin, que una biografía no es sólo la enumeración de acciones de una vida ni la sola profundización psicológica de un personaje en particular, sino que significa también un acercamiento valioso a una época: que la metonimia de un personaje con su sociedad, su desenvolvimiento en una época también nos ofrece un retrato de ésta. Así, alejado del reseco discurso académico que ha minado las posibilidades estéticas del ensayo, y ha reducido a un simple molde que aleja cada vez más a los interlocutores de este género, sea académico o no, Ronaldo González Valdés ha preparado la biografía intelectual sobre Enrique Félix Castro, mejor conocido como El Guacho. Este trabajo deviene en un retrato de la época cultural de Sinaloa, y también, es cierto, de México y aquel mundo dividido en dos grandes bloques. Es decir, acompañamos desde la biografía individual de uno de sus integrantes las diferentes acciones en una época de Sinaloa en la que se erigían nuevas instituciones relacionadas con la cultura como el Colegio Civil Rosales (después Universidad Autónoma de Sinaloa), la Universidad Socialista del Noroeste, la Escuela Normal de Sinaloa, así como diversas publicaciones periódicas que concitan a toda una generación de intelectuales de esta zona geográfica.
Ciertamente, no es El Guacho Félix el intelectual sinaloense más estudiado, por supuesto que tampoco el más editado en las diversas instituciones culturales de Sinaloa. Su obra corresponde a una categoría de outsider. Habríamos de decir con el historiador Álvaro López Miramontes que probablemente pertenece a esa nómina de la historia contada de manera subterránea o, dicho de un modo más coloquial, comentada entre pasillos y colegas. Dice Álvaro López Miramontes: “No es la historia de patriotas, la nacional, sino la historia de matriotas, los que, al querer su tierra, la comarca que los vio nacer, nos ofrecen un nacionalismo diluido en retirada y son, quiéranlo o no, cultivadores menores, pero copiosos, de la historia de bronce y reverencial.”
Acercarnos a la formación ideológica de El Guacho Félix, a sus discusiones públicas, a sus revistas, implica atravesar una perspectiva que incluye la crítica literaria, la historia, la pedagogía, el psicoanálisis, la política, la poesía y, por supuesto, la filosofía, principalmente ese marxismo mezclado con el cristianismo evangélico. Quizá esta polifacética mirada lo constituya como rara avis y sea el principal motivo por el cual sea su pensamiento tan seductor, pero tan diseminado por querer decir incomprendido.
Algo que es atractivo del libro, además de la obvia narración de la vida de Félix Castro, es el rescate de pasajes diversos que ya perfilan esa venturosa mirada, esa inventiva para desarrollar sus ideas. Antes de leer los fragmentos, me permito una consideración personalísima: más allá de ideologías, Enrique El Guacho Félix Castro fue una sensibilidad atravesada por la poesía. Su pensamiento se despliega con un arrebato lírico que sólo aquel que fue herido por la poesía puede lograr.
Por ejemplo, sobre Sinaloa dice:
“Sinaloa es un milagro de luz. Algo de maravilla elemental del paraíso del Génesis lejano se advierte en mares y montañas. Una luz primitiva, fuerte, primaria, inunda hombres y cosas en este bello rincón del Pacífico, geográficamente cerrado en un trapecio de la más pura claridad.”
El recuerdo del llamado ideológico se rememora de la siguiente forma:
“Un buen día, nomás porque sí, salimos a la calle con pendones de coraje, gritando las palabras de un tal filósofo Carlos Marx. Nuestros maestros sonrieron patriarcalmente de aquel inusitado esplendor. Nos permitieron discutir con ellos las sentencias de Gabino Barreda. Nos presentaron sus renuncias. Nos dejaron aparentemente solos. Éramos los románticos retobados. Los inconformes. Los que producen las canas de sus maestros. Éramos aprendices de hombres en la ruptura de órbitas y latitudes. Éramos el viento animal del porvenir.”
Definía los orígenes universitarios de la institución con ese furor lírico mencionado atrás:
“La Universidad de Sinaloa es un parto romántico de 1873. Nació de la boca de los fusiles liberales urgidos de inmortalidad, al cruzarse la inquietud madura de Eustaquio Buelna y la victoria polvosa y sangrienta del epónimo Antonio Rosales. Surgió de la blanca matriz de la Reforma. Se meció en el pensamiento de Benito Juárez y se forjó en la entraña de la Patria amanecida también de la inmortalidad.”
Los procesos civilizatorios (y descivilizatorios) de Sinaloa se ensayan de esta otra manera:
“El espíritu norteño que se incubó en los gérmenes liberales del siglo pasado, amaneció con los puentes rotos entre la fantasía y la realidad. Las fuerzas nuevas de la civilización y la cultura iniciaron una lenta penetración sobre la sangre efusiva de Sinaloa. Cada encuentro del hombre romántico con la energía eléctrica, con la máquina de vapor, con la conciencia organizada de las doctrinas europeas, era motivo de inhibición y extravío sentimental.”
O, simplemente, este revelador fragmento, lirismo puesto al servicio de la convocatoria a la modernidad, de su obra poética, “Oración en los labios de mi madre”:
“Ya, crisálida nupcial de Sinaloa.
Mañana inclinan tus ayeres de lino
en el patín impávido
de tu juventud.
Serás
toros de mimbre
y águila cortada de bambú.
Entonces verás los muros genitales.
Ganglios de bruma.
Cirugía de anhelos.
Nacerán tus mujeres en el alma de las chimeneas.”
No sé si aventuro, algo más que arbitrariamente, cuando recuerdo los ensayos de poetas a principios del siglo XIX a propósito de este rapto lírico del que era presa Enrique Félix Castro. Los poetas de final del siglo XIX, pero ya de forma mucho más numerosa en el siglo XX, escribieron una obra crítica paralela a su labor poética, es decir, el poeta ya no era el poeta romántico que estaba preocupado sólo por aquello que le ocurría en su intimidad; ese conflicto interior, esa urgencia, se trasladó a otras inquietudes como la propia reflexión de la poesía, del arte en general, pero, aquí hago un hincapié porque ese es precisamente el caso de El Guacho Félix, sobre todo a comprender los fenómenos que ocurrían en su tiempo.
Así comprendemos que desde que Charles Baudelaire a mediados del siglo XIX se preguntaba por los paraísos artificiales, u Octavio Paz rumiando la esencia de lo que era ser mexicano desde una lectura sociológica y, también, desde la vida y obra de Sor Juana Inés de la Cruz, o Rosario Castellanos interpelando los esquemas del género femenino, o bien José Emilio Pacheco trazando sus inventarios como un enorme gabinete de curiosidades de la literatura, la historia, la música, el cine. El poeta-crítico es ahora un comentarista más del tiempo que ocurre y no sólo un espectador.
¿Pero por qué Ronaldo González Valdés tiene interés en la obra y biografía de El Guacho Félix?
Cuando Pierre Michon escribió sus Vidas minúsculas, esas mínimas biografías sobre personas que orbitaban su existencia, hizo algo más elemental: hay, en el libro, el deseo también de contar su propia vida desde los demás; desde el mosaico de la otredad, se dibuja el rostro propio. Es la máxima de Arthur Rimbaud: Je suis un autre (yo soy otro). De algún modo, sospecho que esta biografía intelectual apunta a una explicación personal, anticipa lo que también podría ser el recuento de esa “andadura personal”, para usar un término cercano a Ronaldo González, del autor que se contrasta con su biografiado.
Por este motivo y más, que sea la Universidad Pedagógica de Sinaloa quien edite este libro me parece un acierto de la institución que merece ser anotado; es tarea fundamental que quienes se preparan para ejercer la docencia o adquieren nuevas competencias en ella, tengan un acercamiento a una producción editorial con libros que rebasan el ámbito estrictamente pedagógico y que procuren una amplitud de horizonte en su formación docente e investigativa. Recordemos que Ronaldo González Valdés es una de las inteligencias más esplendentes, si no la más, con que contamos en Sinaloa. La precisión del pensamiento, la inventiva para desarrollar un discurso amplio en conocimiento, la perspectiva polifacética, así como la facilidad para transmitir sus ideas son elementos que se entrelazan en una dilatada obra que ha ido construyendo desde hace cuarenta años con títulos fundamentales para la comprensión de nuestro presente, ese tiempo indefinido, que, apenas recién atajado, se resignifica.
Finalmente, si alguna conclusión nos desliza este libro, si nos sugiere un comentario concluyente sería que, a pesar de los estereotipos y las ominosas realidades que sobre esta región se precipitan, desde Sinaloa también puede establecerse un diálogo con el mundo, que la construcción del zeitgest pasa por los rumbos más insospechados y que en el gran concierto de las ideas desde este “trapecio de luz de la más pura claridad” (Félix castro dixit) también podemos participar. Como dice una frase que de pronto vemos atribuida a más de un escritor: pinta una aldea y pintarás el mundo. Así este libro pinta, o dibuja a mano alzada, la biografía de un singular intelectual sinaloense, pero también esboza el oportuno retrato de una época, de una generación y una historia desplegada hasta el presente.
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Adalberto García López (Culiacán, 1993). Poeta, traductor y editor. Ha publicado poemas, ensayos, traducciones y reseñas en revistas y periódicos nacionales como Círculo de Poesía, La Jornada, Revista Lee+ Gandhi, así como en revistas de España, Argentina, Colombia, Chile, Italia, Grecia e India. Es coordinador de la antología Versópolis. Nueva poesía europea, que reúne a 82 poetas de más de 30 lenguas. Actualmente es uno de los editores de la revista electrónica Círculo de Poesía.